Ilustración: Dibujo de Enrique Olivares A. (Intervenido)
Tortura, Verdad y Justicia: Entre Marcia Merino y la Flaca Alejandra
“Sigo anclada en aquel tiempo de la herida,
aquel momento en que lo incomprensible arrebata mi vida.”
Carmen Castillo. La Flaca Alejandra. 01.38’
En el §125 de La Ciencia Jovial Nietzsche se plantea una serie de preguntas que se desprenden del acontecimiento de la muerte de Dios. Me gustaría destacar las siguientes: “¿No llega continuamente la noche y más noche? ¿No habrán de ser encendidas lámparas a mediodía?”.
Siguiendo el camino al que dirigen estas preguntas, pensar en la noche es quizás lo único que el pensamiento puede, en ese sentido, el pensamiento se hace nocturno, se mueve en las profundidades de lo oscuro. Pero ¿Qué noche es esta noche? ¿Cuál es nuestra noche que no cesa de darnos pesadilla tras pesadilla? Probablemente nuestra noche, como diría Marchant, es nuestra desolación, nuestra catástrofe; el Golpe de estado de 1973 que se despliega como acontecimiento del neoliberalismo. Esta es la noche más larga para Chile, la cual sigue en curso. Se gritó hace unos años que Chile despertó. No fue así. Quizás tuvo un espasmo, un temblor, una parálisis de sueño donde la vigilia y el sueño se confunden entre sí interminablemente. ¿Cómo soportar el peso de esta noche?
En el momento del Golpe y durante la Dictadura, los europeos de alguna manera se identificaron psicológica y políticamente con Chile por la familiaridad que el fascismo con vino tinto y empanadas dejó ver con el fascismo europeo. Opera en esa identificación una asimilación europea del Golpe y la Dictadura con el fascismo y el nazismo, de la tortura y la desaparición con Auschwitz, de la catástrofe europea a la catástrofe chilena; desolación europea, desolación chilena. Este sentimiento de identificación inscribe a Chile en la historia occidental de la gestión de las formas de morir, en este caso, mediante la técnica de la tortura. Ahora bien; ¿qué es la tortura? ¿qué sucede en la tortura? ¿cómo opera la tortura? ¿qué le pasa al torturador? ¿qué le pasa al torturado? ¿por qué la tortura? No hay porqué de la tortura, no hay entendimiento en la tortura, sólo puede haber transmisión, donación, acontecimiento.
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Marcia Merino, conocida como la Flaca Alejandra en las filas del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), fue torturada por la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) a tal punto que terminó siendo una colaboradora y funcionaria de esta policía secreta de la Dictadura, con goce de sueldo y derecho a vacaciones. En la película La Flaca Alejandra, Vida y Muerte de Una Mujer Chilena, dirigida por Carmen Castillo y Guy Girard, hay una escena donde Marcia es cuestionada por su traición.Su respuesta, “porque simplemente me torturaron” (48.15’), en ese sentido, es el mismo acontecimiento de la tortura: la razón suficiente de la traición; no hay más razón que la tortura misma y no hay más comprensión de la traición que por lo indecible que se experimenta en el terror de la tortura. En la escena, la pregunta es reiterada dos veces más, a lo que Marcia responde “es algo que tú no puedes dimensionar” (49.44’).
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¿Cómo referirse a la tortura sin caer en la obscenidad de la tortura? Hay un abismo entre la tortura y la razón de la tortura. Ese abismo debe ser pensado. Uno se podría preguntar por el temblor de la tortura, es decir, su contenido latente. Pero la tortura no puede ser entendida, preguntar por su razón, es igual de obsceno que el mismo horror de la tortura, en esa intención, todo proyecto de entender revela su propia obscenidad, aquella soberbia que produce el conocimiento engañando a los seres humanos acerca del valor de la existencia. Toda terapéutica del trauma que el dolor infligido en el cuerpo de la víctima ha dejado y toda narrativa producida para aliviar ese dolor codifica el acontecimiento de la tortura, administra su representación para olvidar el acontecimiento y hacerlo ingresar en el documento de cultura. En ese sentido, incluso preguntarse por el temblor de la tortura vendría a ser un acto obsceno, la tortura es irrepresentable, inentendible, y en la codificación del acontecimiento, siempre queda un resto, un olvido. ¿Cómo pensar la tortura? Toda aproximación epistemológica del dolor es absurda, toda medida de la crueldad y del terror es obscena como la misma crueldad y el terror. En ella se da un exceso de terror sobre los signos que se componen en el acontecimiento de la tortura. Los insultos a las víctimas, la exposición de las víctimas a los aparatos de tortura, los sonidos de los pasos de los torturadores, sus aromas, el aroma del lugar, la posterior exhibición de los torturados a sus familiares o amigos, a quienes probablemente les espere el mismo destino.
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En otra escena de la película, Marcia recuerda cómo pasaba el tiempo en el centro de tortura José Domingo Cañas. En ese lugar relata que podía estar horas descansando en cuclillas hasta el momento en que se escuchaban pasos por fuera de la habitación donde estaban encerrados los detenidos. “Y yo creo que todos, cuando sentíamos pasos temblábamos pensando en que nos iban a sacar para algo” (La Flaca Alejandra 20.27’). Esos pasos median el acontecimiento de la tortura, en cierta manera lo anticipan y lo actualizan, es quizás el único momento que prepara el advenimiento de la tortura y por lo tanto lo representa.
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Todos estos elementos que median el acontecimiento y que preparan su inscripción en la experiencia no pueden ser representados en un informe de cualquier tipo, la mera puesta en escena de estos elementos los deja en el riesgo de su musealización, de la transmutación del dolor en archivo, en una forma de intercambio equivalente de experiencias convertidas en mercancías para la acumulación de objetos de estudio para las distintas ciencias sociales amparadas por la paz democrática del neoliberalismo. En ese sentido, incluso este mismo escrito no deja de inscribirse en ese contexto y es posible gracias a ese contexto.
“La tortura siempre ha estado presente en la construcción de lo que ha sido comprendido y experimentado antropológicamente como “civilización”; políticamente como “democracia”; y filosóficamente y jurídicamente como “verdad”. Estos son conceptos cuya historia está muy en deuda con las técnicas del dolor”.[1]
La tortura es constitutiva tanto de la filosofía como de la democracia y la justicia. Así puede establecerse un continuo desde Platón a Pinochet, de Pinochet a los gobiernos de la Concertación, de Chile Vamos y del Frente Amplio, desde la tortura a los esclavos griegos ante la justicia, a la tortura sistemática de la DINA y de la DINA a la Asociación Nacional de Inteligencia (ANI). La tortura es deseada por todo régimen ya sea democrático o de otra índole, esto la convierte en una categoría realmente universal.
El fin de la tortura es infligir dolor, dolor que produce de forma acelerada la culpabilidad en la víctima. Pero esto no quiere decir que en el acontecimiento de la tortura la verdad no sea dicha de algún modo. Se exige, en cierta manera, que la verdad sea dicha, porque el mero hecho de preguntar, de plantear preguntas al torturado, es un momento de dolor. La verdad, entonces, es un efecto de la tortura, mas no su fin último. La tortura busca transformar el cuerpo en voz, en voz verdadera, donde el torturador solo tiene la voz inquisidora y el torturado el cuerpo mudo que debe producir la voz verdadera.
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Cuando Marcia recuerda las veces que la llevaban a reconocer a otros militantes del MIR en lo que se denominaba como “poroteo”, ella menciona cómo se sentía cada vez más culpable; “cada vez que reconocía a un compañero en un poroteo, caía más bajo, me sentía más culpable, me sentía más abyecta y me sentía más traidora” (La Flaca Alejandra 15.41’). La culpabilidad de Marcia era generada por ser la voz verdadera que les permitía a los funcionarios de la DINA justificar sus detenciones y diferenciar al ciudadano del terrorista.
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En la Grecia Antigua se creía que el esclavo al ser torturado producía la verdad en su confesión. La tortura en aquella época fue el dispositivo que producía la diferencia entre el esclavo y el hombre libre, en ese sentido, solo el esclavo tenía el derecho a ser torturado. Este derecho otorgado al cuerpo del esclavo guarda relación con uno de los conceptos centrales de la filosofía; la Verdad. Como por ejemplo lo presenta Platón en El Sofista al momento de evaluar un argumento de Parménides; “Entonces tenemos este testimonio del gran hombre, y la mejor forma de obtener una confesión de su verdad, será sometiendo al argumento mismo bajo un sutil grado de tortura”[2]. Así, el filósofo tortura su objeto de estudio mediante las herramientas de la lógica y la dialéctica para hacer emerger de tal objeto algo así como la verdad, como la lucha que emplea Descartes contra la duda en la cuarta parte del Discurso del Método; “Yo no deseaba ocuparme de otra cosa, que de buscar la verdad, pensé que sería mejor que hiciese todo lo contrario, y que rechazase como absolutamente todo falso aquello en lo que pudiese imaginar la menor duda”. También Kant pretendió establecer la justicia en la tierra de la Metafísica y de la Razón. ¿Qué implicancias tendría entonces fundar un tribunal de la crítica de la razón pura? ¿A quién se le exigiría la verdad? ¿Mediante qué métodos?
Hay como mínimo dos metáforas que explican la operación mediante la cual decimos la verdad; una corresponde a un juego de fuerzas que se oponen entre sí y la otra corresponde a la concepción de la verdad como desvelamiento de algo oculto. La última metáfora replica la misma operación que la práctica de la tortura produce en la víctima. Así la tortura y la filosofía comparten de manera inquietante una misma metáfora.
“¿Cómo fue la metáfora de sacar algo a la luz en sí misma cómplice con la historia del castigo en las sociedades modernas y disciplinarias? ¿Acaso la imagen de la verdad como sacar algo a la luz habrá dotado a la tortura moderna con su privilegiada imagen y fantasía de justificación? ¿Podría uno postular, quizás, que la tortura es un capitulo clave en la historia de la verdad?”[3]
“Solo mediante el olvido puede el ser humano llegar a figurarse alguna vez que esté en posesión de una verdad”.[4]
La verdad se configura mediante el olvido de las metáforas que la constituyen. Por ello la tortura es olvidada para el torturador luego de haber transformado al cuerpo torturado en la verdad, en una voz verdadera. El olvido de la tortura pasa no sólo por la conciencia del torturador sino por la conciencia misma de la democracia, es ella misma quien desea olvidar la tortura para dar paso abierto al progreso. Algo hay en el lenguaje del testimonio que traiciona a la víctima y a la memoria. El acontecimiento de la tortura es irrepresentable para el lenguaje cotidiano, no se somete a los signos gregarios, al uso del diccionario y las reglas de la gramática. El trauma del torturado se enfrenta a la dicotomía de olvidar el acontecimiento de la tortura mediante la creación de una narrativa gregaria, de una representación que cumpla con el estándar del lenguaje cotidiano donde se presupone que todo ya está comprendido y no hay nada más que pensar. En tal testimonio, que puede estar, por ejemplo, en un informe de violaciones de derechos humanos, el nombre propio del acontecimiento de la tortura ha sido robado por los torturadores al quitarle el habla al torturado, al forzarle a ser una voz verdadera; ha sido robado por el derecho al hacer ingresar el acontecimiento a la constelación de los derechos humanos y ha sido robado por las ciencias sociales al ser convertido en un objeto de estudio. Nuevamente, se asoma una inquietante relación entre la tortura, la democracia, la justicia y la ciencia.
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En el acontecimiento de la tortura todo es torcido por la lógica del torturador, el tiempo pertenece al torturador, el cuerpo, la verdad, el lenguaje, todo es inscrito de otra forma luego del acontecimiento de la tortura. En esos lugares “no hay lógica” como relata Carmen Castillo mientras transcurre un plano secuencia de distintos rincones del centro de tortura José Domingo Cañas. En esos lugares no hay lógica conocida, sino lógica del torturador, más bien, lógica de la tortura, del acontecimiento torciendo las categorías de representación por la fuerza de su presencia.
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La tortura es un acontecimiento donde tiene lugar una vacilación, una zona insterticial que a la vez suspende el sujeto y lo constituye. Es por esta zona de indiferenciación que surge una dificultad al momento de decir el nombre propio del acontecimiento de la tortura; así, esta se escapa por la zona de indiferenciación que se produce en el encuentro entre la constitución del sujeto y el desmayo del sujeto, donde la verdad es producida y encarnada en el cuerpo del torturado, pero a la vez es retorcida por la intraducibilidad de la experiencia del dolor y el terror presente en la mediación del acontecimiento:
“Los recursos del sujeto se hacen visibles en la tortura, como producción de lo que es intraducible a representación, como conducción del sujeto a los límites de la maquina representacional que fabrica lo irrepresentable, la maqueta de la desnudez. La práctica de la tortura se constituye en esta doble afirmación: constitución de sujeto, afirmación de la representación; y desmayo del sujeto, imposibilidad y desastre de la representación”[5]
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¿En qué se convirtió Marcia Merino luego de ser torturada? Algo le ocurrió, se podría decir que fue torturada, ¿Qué significa eso?, ni ella misma puede encontrar las palabras que expliquen lo que le pasó y por qué hizo lo que hizo, incluso cree que no existen palabras para describir lo que ha experimentado. “Todos esos años para mí fueron olvido, fue pérdida de identidad, fue destruirme a mí misma” (La Flaca Alejandra 47.38’) En aquella autodestrucción, siguen intactos los gestos de Marcia, su forma de hablar, de ser, a la vez que esos mismos elementos son torcidos por el acontecimiento de la tortura. No hay palabras, solo vacilación. Vacilación entre lo que fue y lo que no fue.
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Los acontecimientos son flujos compuestos por i) la extensión; ii) las intensidades o grados expresados como texturas de la extensión; iii) la concrescencia de intensidades que forman una unidad capaz de agarrar y ser agarrada, como el cuerpo que agarra el catre metálico y la electricidad, que a la vez, agarra el cuerpo; y iv) los objetos eternos que median el acontecimiento con la memoria. En este caso el objeto eterno de la tortura sería la cualidad del dolor. Así, el acontecimiento es un nexo de agarre. En el nexo de agarre que se da en el acontecimiento de la tortura tiene lugar la zona insterticial presente entre el desmayo y la constitución del sujeto, es decir, su vacilación, lo que hace intraducible la experiencia del acontecimiento, en la tortura algo le pasa al lenguaje, a la verdad, a la democracia, a la justicia, a la ciencia y al cuerpo, algo cambia en todas estas dimensiones, cambia el modo de las afectaciones por las cuales algo es comprendido y por consecuencia, cambia la representación como crisis de la representación, y a la vez, como paradoja de la representación de esa crisis, es decir, imposibilidad de salirse del ámbito de la representación. Por ello, algo puede ser dicho de la tortura, algo puede ser transmitido de la tortura, algo puede ser donado de la tortura, pero la inscripción de ese algo, la codificación del acontecimiento debe exceder la captura de las instituciones y del lenguaje gregario. La forma de decir ese algo, ya no puede ser la verdad, sino la torcedura de ella, la creación de otras ficciones, propias de las víctimas, no mediadas por la justicia, la democracia, ni la ciencia, sino por las víctimas mismas. La memoria pertenece a las víctimas y al resto solo le queda sentir vergüenza ante ellas y gruñir, escarbar, reír sarcásticamente, convulsionarse para librarse de lo abyecto, como plantearon Deleuze y Guattari alguna vez, devenir animal como las víctimas. Ya no se trataría entonces de abogar por los derechos humanos, es decir, por los derechos que dan la categoría de humanidad en nuestras actuales democracias occidentales latinoamericanas a costa de todo lo que ello implicó (Golpe, tortura, desaparición), sino de crear narrativas posthumanas que modifiquen la relación con la tierra y el territorio y los encuentros que se den ahí; así la memoria de la tortura y su inscripción en un medio de circulación podría llegar a ser escuchada con el cuidado y la serenidad que se merece.
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Hay gestos que contienen la posibilidad de un mundo por venir, aquellos gestos por mínimos que sean, constituyen una promesa que debe ser escuchada y apropiada con tiempo y paciencia. El gesto de Carmen Castillo al escuchar a Marcia Merino y darle un espacio donde ella pueda hablar sin ser obligada a ser una voz verdadera, sino ser su voz misma, el gesto de Gladys Díaz al momento en que Marcia decide hablar sobre su experiencia con la DINA en una conferencia de prensa. ¿A dónde llevaría la repetición de estos gestos?
“Este gesto de amor que perturba, destruye como ningún otro la lógica del torturador.”
(La Flaca Alejandra 54.15’)
[1] Idelbar Avelar. “From Plato to Pinochet: Torture, Confession, and the History of Truth”.
[2] El sofista 237b
[3] Idelbar Avelar. “From Plato to Pinochet: Torture, Confession, and the History of Truth”.
[4] Friedrich Nietzsche. Sobre verdad y mentira en sentido extramoral.
[5] Willy Thayer. El golpe como consumación de la vanguardia.