Ilustración: Camilo González V.
TRES A EME
i
Busco compactar todo el grito sordo de la noche… Imprimirlo en una sola experiencia. En la sentencia que guarda la hora más oscurecida.
Llevo el cielo a mis ojos, como quien rescata del párpado perdido de la luna el mensaje que esperan sus ojeras;
mi mano que tiembla, mi corazón perdido en la selva, como si esta fuera la noche del monte, el baile de sombras, de fuego y hielo en que se pierden los quejidos de las viudas.
ii
Todo para dar con un silencio más pleno, más lleno de calma; cosa dequel sueño salve el sonrosado de sus mejillas a mi dichoso recuerdo de la víspera de viernes santo.
En una noche que siempre será la del jueves pal viernes santo, una noche pegada en el antesdequecantelgallo.
En una noche en que solo tansolo espero a mi amada. Mi amada de nariz empolvada. Pero no hay movimiento. No hay músculo que responda. No hay cuerda vocal que tiemble, que percuta y repercuta en el callejón oculto de la hora más oscurecida.
iii
Porque, en esta, la auténtica noche del alma, siempre serán las tres de la mañana, las frías, solitarias desasosegadas tres a eme del alma; por más que San Juan diga lo contrario, regocijándose en no sé qué comunión espiritual… Siempre serán.
Siempre. Dando las campanas eternas, sordas, esa sola y misma hora…
iii
Más acá de todas las comuniones de los santos, más allá del mero cerrar de párpados: un ojo abierto y un reloj que marca las tres con insistencia eterna: justo entre la pesadilla del pulmón obstruido y el sueño lúcido…
iii
… Justo ahí, donde ocurre el juicio de las tres a eme.
1 comentario
¡Magnífico! Bravo.