TRES POEMAS DEL LIBRO “AERONÁUTICA”
De este lado del atlas
Partículas radioactivas
estallan en el aire gélido
del amanecer,
pegándose a los cuerpos
que engullen delicadas
descargas eléctricas,
mientras atraviesan
la carretera muerta
a gran velocidad.
De este lado del atlas,
intercambiamos destellos
y suaves electroshock
con la punta de la lengua,
cuando atravesamos
entre los edificios
de ventanas vacías
donde todos
somos anónimos.
De este lado de la posguerra,
con agujas y tinta negra,
nos marcamos las costillas
con una calavera
de ojos elípticos
y una escafandra roja
mientras volamos y disparamos
al mismo tiempo
por las avenidas líquidas.
De este lado de la posguerra
caen las cucarachas muertas
desde los ojos de los edificios
oscuros y silenciosos
y nosotros les prendemos fuego
a los últimos trozos de papel
que quedan en nuestras librerías.
*
Luces de neón
Un poco antes me dijiste
que no viviríamos para siempre,
así que no importaba entrar y salir
una y otra vez del departamento
con la lista del supermercado en la mano,
no importaba si nos levantábamos o no
de la cama y comenzábamos a vestirnos
bajo la luz gris de junio,
si ya habías amenazado mil veces
con tirarte por la ventana del décimo piso.
Así que no importaba salvo porque me lo dijiste
un poco antes de que comenzara a hacerse de día
y te dieran ganas de volcar el kerosene sobre los libros
y encender la llama del soplete,
mientras nos despedíamos abajo, con un beso,
un poco antes como todos los días.
Y claro tal vez ya habíamos inhalado demasiado
el aire radiactivo del invierno
entre cigarros y carteles luminosos,
contagiados de plutonio
entre pasillos y subsuelos,
humedecidos por la lluvia ácida
que golpeaba los techos.
Y tal vez ya habíamos inhalado demasiado
la hoguera de nuestros sueños rotos
trepidando como supernovas
o peces de neón
en el archipiélago de la noche.
Entonces pienso que
nunca más volveré a verte,
Que desde ahora estaremos muertos,
que tal vez tomemos café sobre las ruinas
y más tarde o mañana, probablemente,
nos despidamos abajo, con un beso.
Pero de alguna manera, a esa hora
no quedará nada de nosotros
y toda la ciudad estará destruida,
convirtiéndose en una especie
de samsara radiactivo,
solo para nuestros ojos envenenados.
*
Infrarrojo
Yo soy el futuro abandonado
de los cuerpos
que se destrozan mutuamente
en la autopista
y chocan a la velocidad de la luz
como una red de océanos vacíos
estallando en el horizonte,
antes de perderse definitivamente
de nuestro observatorio,
un hangar forrado con pieles de leopardo
e instalaciones industriales
donde no se ven caminos trazados,
solo una avalancha de meteoritos
tan infinitamente pequeña
que no se sabe con certeza
cómo trastornan la cartografía
que palpamos como ciegos
en medio de la noche,
y nuestras aeronaves
son lo único que nos queda
para doblar el hiperespacio
con el espectro acústico
de las turbinas
y no ver nada salvo
lo que tocamos
con la punta de los dedos,
descendiendo hacia los orbitales
más internos del átomo
para seguir la microscópica catástrofe
que dibujan nuestros cuerpos,
como si viéramos
momentáneamente en infrarrojo
a un astro de dos millones
de masa de soles colapsando
en nuestro propio
mapa astronómico del dolor.