Una isla en la era del paper - Carcaj.cl
30 de enero 2013

Una isla en la era del paper

Sobre Borgeana de Grinor Rojo. Hay en la escritura del profesor Grinor Rojo una elegancia rígida difícil de ver entre el boom del paper, los propietarios temáticos –sí, los que mezquinan el hallazgo de algún autor o intelectual perdido del siglo XVII ante la voracidad de los colegas siempre ávidos de algún Fondecyt–, y los congresos chilenos, esos donde casi siempre es más importante dominar aparatajes discursivos, jergas con espíritu de valla papal, y donde no es nada raro que una lectura aguda sin exceso de contrafuertes teóricos suela ser vista con gestos de desdén.

Digamos que la escritura del profesor Rojo tiene un estilo, esa palabra oscura que delimita una identidad mediante elementos tan vagos. Esa palabra tan vapuleada por el estructuralismo. Y ese estilo, además de volver la vista atrás mediante estructuras argumentativas modernas, duda, ironiza y critica a lectores progresistas que, investidos de las comodidades de las ideas posmodernas, pretenden dar por pasadas y sentadas una serie de discusiones que, en el fondo, siguen siendo problemas en las sociedades de América Latina. Esas discusiones, que Grinor Rojo ya ha trabajado en otros libros, tienen que ver con la identidad, el tema principal de los ensayos planteados en Borgeana.

Cosmopolita: así define, así identifica Ángel Rama al proyecto de Borges, allá en el pasado, cuando ciertas ideologías aparentaban claridad y podían competir. El mismo Rama nota que Ficciones  genera una bifurcación que se desliga de aquella avalancha de novelas regionalistas que ocupó la mayor parte de su atención. Y la manera de delimitar esa bifurcación, porque delimitar es siempre limitar y detener, es nombrarla mediante el concepto de “cosmopolita”. Es difícil no pensar que tras esa afirmación de Rama hay una jugada política. Esa relativización de la identidad latinoamericana obviada, yo pienso que a propósito, por Rama, es hoy uno de los temas más urgentes en el mundo, claro, sin la palabra “latinoamericana”. Amartya Sen habla en Identidad y violencia sobre la necesidad de reconocer el papel del razonamiento y la elección en el pensamiento y discusión sobre la identidad. Hay tantas identidades individuales como categorías combinatorias que la modifican: la ciudadanía, el origen geográfico, la clase, la profesión, el empleo, los hábitos de alimentación, los compromisos sociales. La simultaneidad de estos elementos y muchos más confiere identidades particulares que se hacen partícipes de manera simultánea a varias colectividades. Ninguna puede ser la identidad única. Es cuando se crean falsos dilemas o una configuración de las identidades como cárceles que afloran estas identidades únicas. Ejercicio nefasto que ha desarrollado alguien como Samuel Huntington, planteando choques de civilizaciones. Partiendo de la base de categorías identitarias únicas mucho antes de que se plantee si existe o no un choque. Son esas identidades tan delimitadas (oriente / occidente, civilización budista / civilización islámica / civilización hindú) las que permiten argumentar, y forjar a priori, el supuesto de un choque. ¿Las civilizaciones deberían chocar? Para el Estados Unidos posterior a la caída de las torres gemelas, sí. Para la carrera y el bolsillo de Huntington también.

Borgeana trabaja sobre el tema de la identidad en los libros de Borges. Son ensayos que se le fueron juntando con los años al profesor Rojo. Escritos entre principios de los noventas y hoy. El mismo profesor Rojo dice que el tema de mayor relevancia puede ser el examen de la engañosa flexibilidad identitaria borgeana. El recorrido de ese repliegue de identidad dibuja en este libro un arco desde el joven Borges, deslumbrado por la Esfinge criolla del Martín Fierro durante doce o quince años, hasta el viejo escéptico de textos como Ulrica, El Congreso o Borges y yo.

Para Grinor, la falta de respeto de Borges para con la lógica de las identidades corresponde a un cazabobos y a un anhelo de libertad constante. Esfuerzo vano. Según Rojo, la deconstrucción borgeana de la identidad no puede ser más que eso, una deconstrucción. No un desasimiento.

En una entrevista televisiva de 1980 un Borges ya entrado en años difumina su identidad, a su manera tan irónica:

Ciertamente, no soy nacionalista, ciertamente, nunca he sido peronista. No soy comunista. Soy, digamos, un individuo, un modesto anarquista a la manera spenceriana. Creo en el individuo y no en el Estado, dice Borges.

Tras esta afirmación y tras este proyecto deconstructivo que lee Grinor, es posible comprender la moda actual de los géneros autobiográficos. Una amiga me decía que no se logra encontrar otra cosa en la Mater España, que está en Europa, venga a nosotros tu mercado. De entre esa moda que, por cierto, ha llegado tarde a América Latina, sorprenden reescrituras de Borges en proyectos tan atractivos como los de Rodrigo Rey Rosa, Álvaro Bisama o Rodolfo Fogwill. Escrituras que repliegan la identidad a través de mecanismos similares a los que nombra Rojo en este libro de ensayos. Un repliegue que, siempre, va hacia la escritura,  hacia la literatura. Pero como dice Alan Pauls en El factor Borges, desde la perspectiva de un narrador que: no tiene nada propio. Ni capital de experiencia, ni capacidad de invención, ni poder generativo: nada de lo que suele volver apetecible la imagen de un escritor. A lo sumo tiene cierta ubicuidad, que le permite estar en el lugar y el momento justos para interceptar la trayectoria de una historia y apoderarse de ella. El artista borgeano no es padre ni demiurgo; su épica es más modesta, más astuta, infinitamente más contemporánea: es la épica del transmisor, el propagador, el contrabandista, el que, excluido de la órbita de la propiedad, se aboca a trabajar con lo que hay.

Lo que Grinor se propone en relación al joven Borges, y también al viejo, por qué no, es reconstruir no tanto su biografía como la escena a partir de la cual se genera su productividad escritural, y una productividad escrituraria a la que Borges moviliza de acuerdo a una superposición de sueños para la cual todos los jardines del mundo confluyen al cabo en un único jardín, y me refiero con esto (dice Grinor) al jardín de la literatura cuyo fin por excelencia es el de servir de antesala y postergación de la muerte. En su lectura cruza, sin despeinarse, a Borges con Wittgenstein, Bergson, Derrida, Bataille, Molloy y Monegal, el artífice de metáforas organicistas del progreso en una era latinoamericana con tasas de analfabetismo mayores al cincuenta por ciento. Con Monegal, cuya biografía de Borges cita bastante, Grinor despliega sus mejores momentos irónicos: Rodríguez Monegal, a quien sería una injusticia acusar de antiborgeano (o de antibritánico o de antinorteaméricano). Grinor brilla en el manejo de la ironía, es una pena que la abandone tan rápidamente por formas más estructuralistas de argumentación, porque tras esos asomos se encuentra la mano de un escritor. La parte argumentativa más discutible: cuando echa mano del aparataje teórico duro o cuando genera similitudes simbólicas psicoanalíticas. Pero el mismo Grinor tiene conciencia de la jerga y, como buen escritor, a veces irónicamente, otras menos, pide disculpas por la exageración del balbuceo teórico. Lo atractivo de la lectura de Grinor es que cruza prólogos, contexto, textos y biografía. Además de plantear siempre múltiples posibilidades lectoras que no son de su preferencia, pero que son caminos posibles, como sucede con las referencias que hace a los escritos de Beatriz Sarlo. Grinor tiene, además, una capacidad de los escritores, que es también una norma borgeana: escritor es quien sabe realzar. El ejercicio de Grinor se centra en palabras, ideas o conceptos. Los pone en duda, los gira o los realza centrándose en una mónada verbal que, antes, poco dice a lectores menos avezados. Ese proceso que él llama deconstrucción en el proyecto borgeano es similar al que aplica a su propia metodología.

La inminencia de una revelación que no se produce, esa descripción de la experiencia estética de Borges en La muralla y los libros, es usada por Rojo como uno de los ejes de su argumentación: el descenso de la primacía de lo verdadero a lo verídico. Esa inestabilidad es la misma que, hoy, en el mundo, nos permite comprender los sucesos políticos o legales como una ficción más. Y eso se agradece, pues cuando hablamos de literatura nunca hablamos solo de ella.

A Grinor, eso sí, le cuesta el riesgo de dislocar lecturas. No es Alan Pauls, por supuesto, quien escribió esa ofensiva transgresión y elogio que es El factor Borges. Y está bien que no lo sea. Desde ese punto de vista, llama la atención lo poco que se hace cargo del Borges de Bioy. Solo lo nombra para referir el amor que Borges tenía por el cuento Ulrica. Su mención es incidental. Yo pienso, precisamente, que el Borges de Bioy es uno de los textos más complejos, abiertos, fructíferos e interesantes escrito por Borges y, tal vez, uno de los libros clave para seguir escribiendo a América Latina. Escritores como Rey Rosa o Zambra lo han usado como material y foco de ideas en sus libros. Cito un libro más antiguo de Grinor Rojo: Tal vez sea necesario, incluso para los estudios literarios, convenir que literatura más interesante es la que logra articular una memoria, un mundo propio y poderoso para sí y que, al mismo tiempo y de manera indirecta moldea y ofrece interpretaciones sobre el mundo real o los mundos reales, una forma de memoria y verdad confusa.

En el Borges de Bioy, ese libro que Rojo casi no nombra, una página marca el año 1989, tres años después de la muerte de Borges en Ginebra, tras saber de Borges mediante una de las últimas personas que lo vio (Bernés), Bioy escribe: Hacia el final, Bernés le leyó “Ulrica”. Borges comentó: Soy un escritor. Según Bernés murió diciendo el Padre Nuestro. Lo dijo en anglosajón, en inglés antiguo, en inglés, en francés y en español.

Esa última lectura, ese cuento de Borges llamado Ulrica, parte con una acepción monológica: Supe después que no era característica de ella, pero lo que decimos no siempre se parece a nosotros. Del monólogo pasa al diálogo, como una repetición, ahora compartida, ahora promesa de lectura, se puede leer:

Me preguntó de un modo pensativo:

–        ¿Qué es ser colombiano?

–        No sé – le respondí. Es un acto de fe.

–        Como ser noruega – asintió.

Resulta irónico y atractivo que esa finalidad que para Grinor tiene la destrucción de los binarismos (la finalidad, según él es la muerte, prepararse para ella), sea en el Bioy de Borges un relato que cuenta un tercero. Según el mismo Borges, nadie lo conocía como Bioy, pero Bioy no es más que el transmisor de la curiosa experiencia de la muerte borgeana, alguien que trabaja con lo que hay, el relato de Bernés. Desde aquí se pueden abrir nuevas lecturas de la identidad latinoamericana. Como decía Bolaño, el corolario es: hay que releer a Borges. Y sabemos que Bolaño hablaba casi siempre desde la tradición latinoamericana.

Como dice Borges, lo que decimos no siempre se parece a nosotros.

Se agradece que en Chile existan profesores con la escritura de Grinor Rojo. También su honestidad intelectual, su escritura prolífica, sus clases a chicos de pregrado y su intento, muchas veces exitoso, de poner en escena discusiones que se dan por sentadas en el ámbito académico.

Pero el mismo Borges decía en aquella entrevista de 1980 que el fracaso y el éxito son dos impostores. Hay que enfrentarse a ellos. Es sospechoso que la identidad en América Latina se discuta en espacios como los papers que se multiplican cual pesadilla borgeana. Si ellos transportan estas discusiones sobre identidad, ¿quién pensará en la identidad de quienes escriben sobre sus identidades en papers?

Con cinco personas como Grinor Rojo, el joven o el más viejo, el más actual, en Chile se podría hacer una escuela. No veo a esas cinco personas. Veo hipsters, eruditos del rock, dos o tres muy muy buenas profesoras, muchos investigadores con mal de archivo y muchísimos plagiarios de papers. Nadie que haga de la escritura y el ejercicio intelectual un arma y un marco para ver un poco más allá, para mirar de afuera y de adentro sin egos ni miedos, y por simple cariño a las ideas.

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