Vivir, tronar y escribir
Algunas ideas a partir de ‘Los drones previsibiles’, de Argania Inostroza
Año y medio después de la revuelta de octubre, la ciudad donde vivo se llenó de cámaras de vigilancia. Las calles de Talca —como las calles de otras ciudades del mundo— se plagaron de ojos mecánicos colgados de altísimos postes de fierro. A propósito de esta súbita aparición de ojos-policía, pensé en la etimología de la palabra vigilante: «…tiene el significado de «hacer guardia en la noche» y viene del latín vigilare». Pienso: no hay días para las cámaras de vigilancia. Ya lo dijo mejor Ennio Moltedo: «En Chile la noche es eterna». Vigilar es vivir al acecho en la noche perpetua.
Contra la vigilancia, contra el ojo del vigía: la huida, la nomadía, el escape hacia los bosques. Los poemas de Los drones previsibles pueden ser leídos como el deseo de desarticular el lenguaje de la guerra con toda su taxonomía de máquinas, simuladores de muerte y su pedagogía telemática para la aniquilación del enemigo. Tomemos por ejemplo unos versos del poema «Previas precauciones»:
Unos niños sin infancia
juegan a matarse mutuamente
con más desidia que encono
guarecidos cada cual
tras sus habitares de bit.
Matarse «con más desidia que encono»: vidas entregadas en serie a repetir como máquinas un gesto. Ya no el de la producción que aliena, imagen clave del mundo moderno. Abulia y masacre, figuras de nuestro siglo en curso: drogas sintéticas, jarabe con sprite y largas sesiones de matanza virtual frente a una pantalla que reproduce alguna versión del GTA San Andreas. Vidas reducidas a ser como los pocos humanos que encontramos en Wall-E, la película de Pixar. Obesos y cómodos, flotando a la deriva en una nave-hotel porque la tierra se transformó en una enorme basural, un tétrico descampado.
En los versos finales de este mismo poema encontramos lo que podría el esbozo de la política escritural de Argania:
Esas ganas macabras,
las veloces, las tan suyas,
aunque ajenas,
son por las que vivo, trono y escribo,
furtivamente,
desde donde no puedan observarme.
Vivir, tronar y escribir: movimientos en sentido contrario a los dictados de la época de la hipervigilancia.
* * *
En Fascismo de baja intensidad, Antonio Méndez describe las características históricas de los proyectos fascistas. Una de estas es el «Proyecto político de control total». Cito: «Se trata de una reducción e incluso eliminación de todo espacio privado o autónomo, de manera que la vida colectiva forme un bloque compacto, unificado, sin fisuras. En otras palabras, el mundo fascista se concebirá a sí mismo como un espacio sin exterior, no solamente por su vocación bélico-expansiva, sino por su aspiración a conquistar todas las dimensiones de la vida íntima, ideológica y psicológica». Leamos ahora un fragmento del poema «Inmersiones 1. Sueños traídos desde oriente»:
Siglos más tarde nos llegó la noticia,
siempre desde el oriente,
que Aquiles el invencible,
de quien nunca habíamos oído
hasta entonces hablar,
fue muerto por la parte
que las aguas del Estigia no cubrieron.
Sigfrido corrió suerte similar,
a manos de una hoja de tilo.
No los mataron las flechas
ni los lanzazos asestados,
sino el horizonte vertical
y por tanto imposible
de una coraza propia y absoluta,
pretendidamente impenetrable.
También, las sutilezas.
El poema, alegórico, parece encarnar el tono de los salmos que nos hablan de la «vanidad de vanidades»: la figura de Aquiles es traída para recordarnos —o para recordarle al fascismo que habita la lengua aséptica y militar contra la que Argania escribe y trona— que desde antaño se nos enseña, en mitos y poemas, que la muerte hará ruina de nuestras ciudades, templos y regimientos. Escritura entonces que taladra y agrieta, desde el poema, los significantes soldados a la fuerza, fijos, como medallas en la solapa de un general.
Natural nos parecerá que el poema «Confesiones del autor» se nos diga que «por principios primordialmente metafísicos», Argania, voz del texto, no esté a favor de los aviones:
Por mí que cada uno volviera
a descalzarse sobre la tierra que pisa,
palpando el limo sabio y rutilante,
la compacta arcilla de duro suelo revenido,
la arena predilecta, con abierta fruición.
Como lector no pude evitar pensar en el poema que escribió Auden sobre la llegada del hombre a la luna, donde dice que prefiere un jardín bien regado, «lejos de esos que charlan / sobre lo Nuevo» (la traducción es de Javier Calvo). Uno difícilmente podría pensar que Auden es un ludita o algo por el estilo. Sin embargo, le tocó el siglo veinte. A nosotros, que nos tocó el veintiuno en su esplendor de incendios, Tinder y clonazepam, difícilmente querríamos replicar torpemente a los futuristas italianos con su apología al avance de la técnica con toda su beligerancia. Los drones previsibles no es la excepción, por cierto.
En el mismo poema de Auden, los cuatro versos finales parecen un llamado intemporal para cualquiera que se asome a los abismos de la escritura: «Nuestros burócratas seguirán construyendo / ese mismo jaleo sin gracia que es la Historia: / todo lo que nosotros rogamos es que los artistas, / los cocineros y los santos sigan sin hacerles caso». Argania parece haber seguido al pie de la letra ese consejo.
Un último apunte antes de cerrar el texto: hacia el final del libro, el autor nos avisa que los poemas del libro están inspirados fundamentalmente en tres obras. La más evidente, Los dones previsibles de Stella Díaz, del cual –pienso ahora—toma el tono o la música: un cierto lirismo filoso, alejado de las derivas objetivistas, Gonzalo Millán mediante, de una parte de la poesía chilena contemporánea. Por otro lado, Teoría del dron de Grégorie Chamayou y La guerra de los drones: Matar por control remoto de Medea Benjamin, que alimentan la logopea del texto: el mundo alucinado de las tecnologías de vigilancia de las que el dron es apenas la punta del iceberg. Vale la pena rescatar el gesto porque nos recuerda que la escritura, en el mejor de los casos, es la continuación de la conversación larga y llana entre obras que se citan entre sí para expandir sus lecturas o bien para sabotearlas. Nada de genios ni iluminados ni mucho menos poetas que se jactan de no leer a nadie más que a sí mismos: vivir, tronar, escribir y —agregaría— leer, ya sea en un bus camino al sur, en la banca de una plaza o en una cama desecha: otra forma de vitalidad.
Texto leído en la presentación del libro
Valdivia, verano del 2022
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«Los drones previsibles» (2021) por Argania Inostroza Álvarez. Editado por Ediciones Delakostra (@delakostra).