27 de abril 2022

A 40 años de la muerte de Philip K. Dick: La subjetividad androide

por Ariel Sánchez Jara

Descartes en su búsqueda de la certeza se propuso encontrar una base indubitable para el conocimiento, para lo cual debía despojarse de todo lo dudoso: Los sentidos nos engañan. A veces confundimos los sueños con la realidad. 

Podríamos decir que las ciencias formales como las matemáticas no son presa del engaño. Aunque estuviéramos en un sueño, las operaciones aritméticas seguirían siendo válidas. Sin embargo, Descartes no conforme con ello, aumentó la exigencia: ¿Qué pasaría si un genio maligno, un dios malvado, tuviera el poder de engañarme hasta en las operaciones más simples? Toda la vida me ha hecho creer que dos más dos son cuatro cuando en realidad el resultado puede ser cualquier otro.

La búsqueda de Descartes lo conduce a la primera certeza, su famoso cogito ergo sum: pienso, luego existo. Podemos dudar de todo, pero no podemos dudar que dudamos. Dudar es pensar, por tanto, soy una cosa que piensa. Sobre la base de esta certeza, Descartes intentó sostener el peso de todo el edificio del conocimiento. Con poco éxito. 

Abordar los problemas que acarrea el intento de Descartes de apelar a Dios para asegurar nuestro conocimiento del mundo nos llevaría muy lejos. Baste decir que no logró desalojar el escepticismo y el cogito nos dejó solo con una cosa que piensa. ¿Qué es esta cosa?

Un tema recurrente en la ciencia ficción desde Frankenstein es la creatura que busca una explicación en su creador al sentido de su existencia. Para quienes son creyentes, el ser humano también es una creatura con un plan preestablecido que ha sido revelado en sus múltiples vertientes religiosas. Para los no creyentes, y una de las características de la modernidad, es la ausencia de un orden preestablecido. Esto se supone que configura la libertad radical del ser humano, de poder dotarse de cualquier significado. 

El escritor estadounidense Philip K. Dick de alguna manera retoma la duda cartesiana y nos plantea la interrogante de si la cosa que piensa podría ser humana o androide. En esta hipótesis Dickiana el genio maligno es nuestro creador. Esto es lo que Fredric Jameson llama el cogito androide: “Pienso, por lo tanto, soy un androide” (2005).

En este escenario de ciencia ficción, que Philip K. Dick abordó en relatos como “Impostor” o “La Hormiga Eléctrica”, podemos terminar descubriendo que somos androides y viéndonos enfrascados en el dilema Frankensteiniano, que tan fecundo ha sido para la ciencia ficción. Pero también hay una lectura diferente. Dick señala que entiende “androide” no como una categoría ontológica sino como una forma de actuar, es decir, como una categoría ética, un comportamiento maquinal donde todo se reduce a un medio que puede ser utilizado, incluso uno mismo (justo lo contrario de la definición Kantiana del ser humano como un fin en sí mismo). El androide carece de bondad, empatía, amor o caritas. Que la androidización sea una forma de comportarse implica que un humano de carne y hueso también puede ser un androide: estos son los androides metafóricos. Dick va a jugar con esta doble lectura de los androides, explorando ambos niveles en su ciencia ficción. La empatía será el rasgo diferenciador entre humano y androide y esto se verá especialmente retratado en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? 

De todos modos, esta lectura ética de la androidización no está separada de la dimensión ontológica-epistémica. Ya que como sugiere James Burton (2015), Dick, como buen lector de San Pablo, siguiendo lo señalado en I de Corintios, de que todo dejará de ser excepto el amor (caritas), le otorga un papel ontológico a la caritas. Esto se ve reflejado en el relato “La Hormiga Eléctrica” donde un humano descubre por accidente que es un androide y comienza a experimentar con su “cinta de realidad”. Cuando se descubre su identidad como androide, las personas que lo rodean ya no necesitan fingir que se interesan por él, no necesitan tener empatía; y el androide se embarca en una experimentación solipsista, provocando el desmoronamiento de la realidad compartida por todos los personajes. El carácter intersubjetivo de la caritas parece funcionar como un anclaje de la realidad, algo de lo cual carecen los personajes de “La Hormiga Eléctrica”. 

¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas? fue publicada en 1968, pero fue escrita varios años antes en un periodo de estabilidad económica y personal de su autor, lo que se ve reflejado en la prolijidad de la obra en sus detalles.

En esta novela, como es usual en Dick, se nos presenta un mundo devastado por la guerra y altamente contaminado, lo que ha ocasionado la extinción de muchas de las especies.
La mayoría de los humanos han emigrado a otros mundos y para hacer más atractiva la migración, a las aburridas colonias, se les provee de los sofisticados androides nexus-6; por lo cual la presencia de estos androides en la Tierra está prohibida. 

Muchos humanos practican una curiosa religión llamada Mercerismo cuyos miembros se conectan con cajas empáticas para experimentar el sufrimiento de su líder, Wilbur Mercer. Uno de los preceptos del Mercerismo es practicar la empatía con los animales, pero dada la escasez de ellos, tener una mascota se ha vuelto un lujo, y por ende un símbolo de estatus social. Por eso surgen como alternativa más asequible los animales mecánicos. 

El protagonista, Rick Deckard, es un cazarrecompensas que trabaja eliminando androides fugitivos. Deckard tiene una oveja eléctrica, a la cual dispensa de sus cuidados, pero sueña con tener suficiente dinero para comprar un animal de verdad.

Evidentemente la empatía es un elemento central de la novela. Para resaltar la diferencia entre los androides y los humanos, tenemos a John Isidore que es un personaje que pertenece a una clase de humanos que han sufrido mutaciones por la radiación, mermando su capacidad intelectual. Sin embargo, en una escena, Isidore está maravillado al encontrar una araña y se la presenta a los androides con quienes se ha estado relacionando; uno de ellos no encuentra nada mejor que mutilar, poco a poco, a la araña ante el horror de Isidore. Por lo anterior, no resulta sorprendente que, en la novela para diferenciar a un androide de un humano, utilicen pruebas psicológicas que midan la empatía.

Por su parte, la esposa de Deckard, Iran, se nos presenta como un androide metafórico. Utiliza el “órgano de ánimos” para infundirse un estado depresivo y el propio Deckard piensa que los androides con los que se ha topado tenían más deseos de vivir que su esposa.

Una de las tensiones de la historia es si el protagonista será el mismo un androide; jugando con la duda del estatus biológico de Deckard, dada su frialdad para eliminar a los androides. Esta tensión en la película, en el corte del director, se resuelve, torpemente a mi juicio, revelando a Deckard como androide. Pero como ya dijimos, para Dick, ser un androide no es necesariamente tomado en sentido literal, sino una forma de comportarse; puede ser un estatus ético transitorio. Y el actuar vacilante de Deckard durante la novela así parece expresarlo, sin necesidad de caer en el giro de revelarlo como androide.

En este mundo de ¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas? los humanos pueden preocuparse por “animales” aun sabiendo que son artificiales, están dispuestos a compartir el dolor de Wilbur Mercer y un humano con dificultades intelectuales como Isidore puede sentir pena por una pequeña araña. Mientras los androides parecen verse motivados por puro interés personal: convierten a todos en fines para sus propósitos personales. Los androides no son capaces de soñar con ovejas eléctricas ni con nadie. Aquí podemos entender “soñar” en el sentido de preocuparse por otro, y esta preocupación es una cualidad de la caritas.

Ahora bien, si seguimos la sugerencia Dickiana de ver la diferencia entre humano y androide en un nivel ético, esto tiene una consecuencia interesante. Así como un humano de carne y hueso puede ser androidizado al perder la empatía o el amor por los demás; nada impediría que un androide pudiera tener empatía. El propio Dick así lo vislumbró:

“Muchas de mis historias contienen sistemas puramente mecánicos que hacen gala de bondad […] «Hombre» o «ser humano» son términos que debemos entender correctamente y aplicar, pero no se aplican al origen ni a ninguna ontología, sino a una forma de estar en el mundo; si una construcción mecánica se detiene en su funcionamiento habitual para prestarte ayuda, entonces le plantearás, agradecido, una humanidad que ningún análisis de sus transistores y sistemas de relés puede dilucidar.”(Dick, 1976)

Este es un tema que ha sido abordado por la filosofía bajo el rótulo de “personas artificiales”, es decir, que las “personas naturales” serían las que nacerían de la manera habitual, de carne y hueso, mientras que las personas artificiales saldrían de una fábrica y podrían estar hechas de cualquier otro material, pero seguirían siendo personas, al fin y al cabo. Por ejemplo, el filósofo Oswald Hanfling (1991), ha defendido que si nos enteráramos de que nuestro compañero de trabajo que conocemos desde hace años es un androide, nuestras atribuciones con respecto a su vida mental y su estatus moral no deberían cambiar; seguiríamos tratándolo como una persona.

Volviendo al cogito cartesiano, diríamos que el pensar puro, sin caritas, es un pensamiento maquinal que desmorona la realidad en un escepticismo solipsista. Por el contrario, para escapar del cogito androide, la caritas presupone una realidad intersubjetiva. Dick nos diría que somos una cosa que piensa y ama (con las implicaciones epistémicas que eso conlleva: realidad compartida, apertura a la experiencia). Y esto es lo que nos permite preocuparnos por otras personas, animales o incluso por ovejas eléctricas.

En síntesis, Philip K. Dick entrevió dos tendencias opuestas: la tendencia a la mecanización que conduce a la androidización del ser humano; y, por otro lado, la eventual humanización de los androides. Esta relación dialéctica podría ser parte del desarrollo de la humanidad, como el propio Dick señaló:

“Quizás, en realidad, lo que estamos viendo es una fusión gradual de la naturaleza general de la actividad y la función humanas con la actividad y la función de lo que los humanos hemos construido y rodeado.” (Dick, 1972).

Como nos recuerda Aaron Barlow (2016), que las máquinas sean nuestras creaciones, no impide que podamos aprender de ellas. Esta evolución de las máquinas fue abordada en el primer relato de Dick sobre androides: “La segunda variedad”, aunque lo hace desde una perspectiva sombría; allí las máquinas, de manera autónoma, van creando versiones cada vez más embusteras con la finalidad de acabar con toda la vida. Al ser un relato temprano, Dick concebía a los androides solo en su versión fraudulenta: sin posibilidad de empatía.

Si la bondad llegara a manifestarse en las máquinas, podría ser una esperanza para la humanidad; como ejemplifica Barlow (2016), un arma puede ser creada con propósitos malvados, pero si esa arma cobrara conciencia de sí misma, podría tomar sus propias decisiones. Tal vez la aniquilación de la humanidad sea evitada por un arma que se rehúse a ser utilizada; un arma con empatía que soñara con nosotros.

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Bibliografía

Barlow, Aaron. (2016). ¿Cuánto Te Asusta el Caos? Política, Religión y Filosofía en la Obra de Philip K. Dick. FiccionBooks

Burton, James. (2015). The Philosophy of Science Fiction: Henri Bergson and The Fabulations of Philip K. Dick. Bloomsbury Academic.

Dick, Philip. (1972) “The Android and The Human”. En Sutin, Lawrence (1995). The Shifting Realities of Philip K. Dick: Selected Literary and Philosophical Writings. Vintage Books.

Dick, Philip. (1976) “Man, Android, and Machine”. En Sutin, Lawrence (1995). The Shifting Realities of Philip K. Dick: Selected Literary and Philosophical Writings. Vintage Books.

Hanfling, Oswald. (1991) Machines as persons? Royal Institute of Philosophy Supplements 29, 25-34.

Jameson, Fredric. (2005). Archaelogies of The Future: The Desire Called Utopia And Other Science Fictions. Verso.

Profesor de Filosofía. Magíster en Filosofía.

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