Foto: Paulo Slachevsky

21 de octubre 2019

Acerca de los últimos acontecimientos en Chile

por Nicolás Slachevsky Aguilera

*Texto escrito para la red Commonware y compañerxs de otras latitudes.

El jueves 17 de octubre, entrevistado por el Financial Times, Sebastián Piñera declaraba con arrogancia que, ante una América Latina convulsa y económicamente rezagada, Chile podía ser considerado un verdadero “oasis”. El domingo 20, rodeado de militares, sus palabras en la prensa han sido que el país se encuentra sumido en una guerra. En los últimos tres días, en efecto, el horizonte de sentido en Chile se ha desplazado radicalmente. Si hasta el viernes Piñera aún podía jactarse de la eficacia de la gobernabilidad neoliberal, impuesta a fuego y sangre por la dictadura cívico-militar y dogmáticamente administrada desde el regreso a la democracia, hoy parece evidente que algo en Chile ha llegado a su fin. La contestación masiva y el clima insurreccional que iniciándose en Santiago se ha extendido ya por todo el país parecen signar un punto de no retorno para el modelo económico y político en Chile.

Los hechos se precipitaron y no han dejado de escalar desde el inicio de la semana del 14 de octubre, luego de que el gobierno decretara un alza del precio del transporte público en la capital. El valor alcanzaba así el de los sistemas de transporte europeos (1,1€), pero en un país donde casi dos tercios de la población recibe un salario inferior a los $400.000 (500€). Según estudios de la Fundación Sol, el transporte representa en efecto el segundo gasto más significativo de los hogares chilenos, alcanzando en promedio los $170.000 por hogar (200€). Esta medida, destinada a mantener las enormes tazas de ganancias de las empresas privadas que tienen concesionado el transporte público, venía así a sumarse a las políticas de gobernanza neoliberal que tienen a la población precarizada y endeudada para acceder a servicios tan básicos como la educación, la salud y la vivienda.

La respuesta comenzó a articularse desde los estudiantes secundarios, uno de los sectores más combativos del movimiento estudiantil chileno, quienes desde principio de año se han visto en un agudo conflicto con el gobierno. Ante los llamados a evadir masivamente el pago del metro a la entrada de las estaciones, el gobierno respondió acudiendo a las fuerzas represivas y, en un segundo momento, cerrando algunas de las principales estaciones de metro. Para el día viernes, a los estudiantes se sumaban trabajadores y amplios sectores de la población civil que se veían impedidos de regresar a sus hogares. Así, al anochecer, ante la masividad de las protestas y los disturbios que ya empezaban a propagarse, el gobierno decretaba el Estado de Emergencia. Pero la desobediencia civil que había comenzado a fraguarse en los subterráneos del metro ya había salido entonces a la calle convertida en rebelión popular, y se expandía como tal por todo el resto del país.

Este último fin de semana se han visto en Chile escenas que no se veían desde la dictadura militar. Toque de queda, militares en las calles, disparos indiscriminados contra la población civil. Si bien el sábado, junto a un paquete de medidas represivas destinadas a restablecer el orden, el gobierno decidió anular el alza del precio del pasaje, el horizonte de posibilidades que se había abierto en el seno de la revuelta popular ya había superado toda pertinencia de una solución restringida. A nadie le cabe duda de que aquello que hoy está en disputa es las calles es la estructura completa del sistema neoliberal chileno.

La velocidad con la que han evolucionado los hechos, la violencia extrema que se vive en las calles y el bloqueo informativo que la prensa ha tratado de imponer en complicidad con el Estado hacen difícil al día de hoy llevar a cabo un análisis exhaustivo de los últimos acontecimientos. No cabe duda de que la situación es compleja. Los militares en la calle no son solo un símbolo, un doloroso recuerdo de los horrores de la dictadura; son la evidencia misma de la violencia con la que la clase capitalista chilena está dispuesta a defender sus enormes privilegios. Sin informaciones oficiales precisas sobre la cantidad de muertos y lesionados durante las últimas jornadas de protestas, son varios los videos que circulan en redes sociales donde se puede ver cómo policías y militares asesinan civiles a sangre fría. Aquello que a primera vista puede aparecer como ineptitud política del gobierno actual, la rapidez con la que la revuelta social ha superado su capacidad de dar una respuesta política, podría ser sin embargo el efecto de una calculada estrategia de Shock. La magnitud de los saqueos en los barrios populares frente a los cuales la policía ha dejado actuar (si es que no los ha provocado ella misma), los montajes mediáticos y el terrorismo informativo de los medios de comunicación que no se han referido a la revuelta más que como el producto de hordas vandálicas, podría ser un intento por disponer a una parte de la población en contra del movimiento social, justificando así el uso de una represión más generalizada y despiadada. El mismo presidente ha hablado ante los medios de comunicación diciendo que el país se encuentra sumido en “una guerra contra un enemigo poderoso, implacable”, atribuyendo el movimiento social a una “escalada que sin duda es organizada”.  

La revuelta sin embargo no se ha detenido ante la represión, manifestándose en cada uno de los territorios contra las fuerzas del orden y los símbolos de la violencia estructural del modelo chileno. El toque de queda no está siendo acatado por la población que con valentía y rebeldía ha salido a la calle a manifestarse sin retroceder ante policías y militares.

Decíamos más arriba que los acontecimientos de los últimos días han desplazado el horizonte de sentido así como la relación de fuerzas de la lucha de clases en Chile. La rebelión que ha estallado espontáneamente, sin la conducción de ningún líder ni partido, ha venido a poner de manifiesto los efectos de la acumulación de agravios en la población chilena, uno de los países más desiguales del mundo, donde un 1% de la población concentra más del 25% de las riquezas y donde casi la totalidad de los derechos sociales han sido secuestrados por el capital privado. Esta revuelta ha permitido también visibilizar el trabajo político de organizaciones sociales y ciudadanas que, sin tranzar con el establishment neoliberal, ha venido trabajando desde el regreso a la democracia por la reconquista de los derechos sociales básicos: movimientos antiextractivistas, movimientos por la defensa de las aguas, movimiento contra el sistema privado de pensiones, movimiento por la educación, etc…   

El año 2011, luego del enorme movimiento social por la educación pública, se vio resplandecer la semilla de la rebelión popular en intensas jornadas de protestas que terminaron sin embargo siendo restringidas al sector estudiantil y finalmente ahogadas por el gobierno. La magnitud de las movilizaciones de hoy, su transversalidad y su violencia aparecen en este minuto como algo inédito, sólo comparable en la historia del país (y guardando la extrema singularidad de los acontecimientos los últimos días) a la “batalla de santiago”: un movimiento popular espontáneo surgido también luego de un alza en el precio del transporte que, el año 1957, abrió duraderamente el horizonte político de la izquierda revolucionaria en Chile. El eco de las rebeliones en Ecuador el mes pasado ha sido también decisivo e inspirador.

Para hoy, lunes 21 de octubre, luego de una segunda noche con toque de queda en las principales ciudades del país, las organizaciones sociales, territoriales y sindicales más importantes del país han llamado a una huelga general en todo Chile. Mientras el estado y las clases gobernantes han vuelto a mostrar su cara más oscura y represiva, el pueblo chileno vuelve a salir a la calle decidido a escrutar el nuevo horizonte que se ha abierto ante sus ojos. El llamado es a cuidarse y a seguir luchando.

Hay que estar sumamente atento a lo que pueda suceder en las próximas horas y días en Chile.

21-10-2019

(Santiago, 1991). Estudió Filosofía en la Universidad de Chile. Entre el año 2008 y el 2013 participó en la gestación y redacción de la revista Multitud. Ha publicado algunos de sus artículos, crónicas y ensayos en medios independientes. Desde el año 2014 trabaja en la edición de la revista Carcaj.cl. Actualmente reside en París, donde cursa una maestría en Arte y Lenguaje en la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales (EHESS).

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