Collage de John Heartfield (detalle)

08 de diciembre 2023

Adolf Hitler: un perfil para GQ

por Simon Rich // Traducido por Diego Leiva Quilabrán

Cuento publicado originalmente en el libro «Hits and Misses», Little, Brown and Company, 2018.

*

Adolf Hitler tiene una pregunta sobre las papas fritas.

El mesero está evidentemente atónito. Estamos en el Fork and Twig, uno de los restoranes más exclusivos de Beverly Hills. No es típico que los clientes hagan preguntas. Pero, como nuestro servidor va a aprender pronto, no hay nada típico en Adolf Hitler.

“¿Puede traerme unas papas fritas sin toda esa mierda de trufa?”, pregunta.

“¿El alioli?”

“Como mierda sea que se llame”.

El mesero no puede evitar sonreír ante el descaro de Hitler. Obediente, apunta el pedido en su libreta y se apura para avisar a la cocina. Hitler se inclina sobre la mesa y me dirige una sonrisa conspiradora.

“A veces”, dice, “solo quieres lo que quieres”.

Adolf Hitler ha hecho una carrera a punta de querer lo que quiere. Podría agotar los superlativos, como si alguien necesite que lo haga: una guerra, dos frente, seis millones de judíos, todo antes de cumplir sesenta. Incluso para los estándares de una celebridad, los números son impresionantes.

“Hitler existe en su propia categoría”, dice el editor de la revista Smithsonian, Chris Davenport. “Quiero decir, tienes tus Pol Pots y tus Stalins. Ellos son grandes marcas. Pero seamos realistas. Cuando quieres hacer circular ejemplares en el quiosco, solo hay una cara que pones en portada”.

Dada su fama mundial, esperarías que la presencia de Hitler atrajera más atención en el Fork and Twig. Pero, a pesar de una que otra mirada, parece que volamos por debajo del radar. Es obvio por qué. Hitler no es una celebridad común. No hay mánager, ni agente, ni comitiva de aduladores. Solo está, bueno, Hitler.

“Es fácil olvidar de dónde vienes”, comenta. “Especialmente en esta ciudad”.

Llegan las papas –simples, por supuesto– y Hitler se mete un montón a la boca.

“Estas no van a ser suficientes”, le dice al mesero. “Tráenos otra porción”.

El mesero corre de vuelta a la cocina y Hitler me lanza un guiño.

“Es mi austríaco interior”, dice. “No puedo resistirme a la comida gratis”.

Otra cosa a la que no puede resistirse por estos días es el jiujitsu brasileño. Llegó treinta minutos tarde a nuestra reunión porque un combate de entrenamiento se había alargado.

“Este tipo intentó hacerme palanca”, dice sonriendo. “Solo digamos que no le fue como lo había planeado”.

Es una clásica frase de Hitler. Humilde, ocurrente, discreto, pero ardiendo de competitividad.

Sí, el estilo de Hitler se ha suavizado desde sus días de gloria a los cuarenta. Ya no están los trajes Hugo Boss de antaño, fueron reemplazados por un apagado conjunto Rag & Bone. Pero no dejen que la sobria chaqueta de punto los engañe. La ambición de Hitler brilla como nunca.

“Todos saben que está trabajando en algo”, declara Carol Torres, vocero de la ONU. “Nadie sabe con precisión en qué. Su gente no nos va a contar mucho. Pero los rumores dicen que es su genocidio más ambicioso en años”.

Cuando le pregunto por detalles, se pone esquivo. “Me vas a meter en problemas”, dice. Toma mi grabadora y habla directo al micrófono. “¡Sin comentarios!”. Se ríe y no puedo evitar unirme a él. Ha pasado mucha agua bajo ese puente.

Uno cree que alguien tan consolidado como Hitler se conformaría con dormirse en los laureles y ceder el protagonismo a la siguiente generación de dictadores homicidas.

Pero eso sería algo típico.

“No duermo mucho”, admite Hitler cuando le consulto por su legendaria jornada de trabajo. “Sé que mi horario es una locura. Cualquiera que me viera trabajar diría ‘es insostenible’. Pero, mira, ¿cuando amas el trabajo? ¿Cuando el trabajo significa algo para ti? No quieres desperdiciar un solo día”. Sonríe con pesar. “Por supuesto, a veces hay pérdidas”.

No le exijo detalles, pero es obvio a qué se refiere. Hitler hace poco terminó una larga relación con la reconocida supermodelo Öo. La ruptura, según testimonios, fue en buenos términos. Sin embargo, una fuente cercana a la pareja me contó que la obsesión de Hitler con su trabajo fue lo que acabó por separarlos.

“Es difícil ser un buen novio cuando estás en Brasil cuarenta semanas al año, planificando un gran genocidio”.

Hitler toma la última papa, un pedazo crujiente y quemado, y se la echa a la boca.

“¿Dónde está nuestra segunda porción?”, pregunta. “Nunca llegó”.

Un Hitler joven podría haber reaccionado con rabia. Pero el hombre sentado frente a mí solo levanta las manos, frustrado. Es un gesto que lo dice todo. Hay algunas cosas en la vida que no se pueden controlar, no importa quién seas.

Algo divertido le pasó a Hitler cuando perdió su iPhone. Se dio cuenta de que, en verdad, no lo echaba en falta.

“Estaba colaborando con un proyecto en Irak”, dijo con su modestia característica. “Y la lluvia empezó a caer desde el cielo. Y todos empezaron a correr. Y pensé: no hay otro lugar en que prefiera estar más que aquí y ahora”.

En los seis meses que siguieron a esa epifanía, Hitler ha estado funcionando a otro ritmo.

El jiujitsu brasileño es solo una pieza del rompecabezas. Empieza cada mañana con una rutina saludable diseñada para “contrarrestar la mierda”. Todo comienza con una caminata en solitario por las colinas, seguida de una hora de saludos al sol.

Cuando le señalo que el yoga no está exactamente “en onda”, Hitler asiente de buen humor. “No le digas a la CAAi”, dice. “Me van a desechar como una bolsa de caca”.

Está a la mitad de una risa de corazón cuando nos interrumpen. Un joven admirador ha caminado hacia nuestra mesa.

“Lamento molestarlo”, dice. “¿Podría sacarme una selfi con usted?”.

“Hazlo rápido”, responde Hitler.

Posa animoso mientras el adolescente entra en acción y toma la foto con la precisión de un paparazzi experimentado. Hitler se sobresalta con el flash y mueve la cabeza cansado mientras el joven se va hacia la puerta sin siquiera dar las gracias.

Intento volver a encauzar la conversación hacia la rutina de ejercicios de Hitler, pero es evidente que nuestra comida se resintió.

Pregunto lo obvio. ¿A Hitler no le gusta tener fans?

“Es bonito cuando la gente aprecia el trabajo”, responde diplomáticamente. “Pero esto…”. Señala hacia el admirador y luego a mi grabadora. “Esto no es trabajo. Esto es… otra cosa”.

Hitler se va a contestar una llamada de su publicista y yo me doy cuenta, con vergüenza, de que Hitler tiene toda la razón. ¿Qué sentido tiene esta entrevista? ¿Qué sentido tiene toda nuestra cultura en bancarrota?

Me obligo a mirar por la ventana. Autos llamativos zumban por Rodeoii como brillantes balas de neón. Adolescentes posan con palos de selfi, chupando sus mejillas para hundirlas como modelos en un show de fenómenos pesadillesco. El aire está saturado de humo artificial. No es necesario preguntarle a Siri qué pasó, los tiempos han cambiado.

Siento que empiezo a llorar: por nuestro futuro, por el mundo y por mí mismo.

Entonces Hitler vuelve a la mesa. Me mira a los ojos y me preparo para algunas palabras rudas.

Y en ese momento lo hace.

Sonríe.

Uno lo ha visto en portadas de libros, en noticieros y en películas propagandísticas por más de cincuenta años: esa sonrisa juguetona, una mezcla de juventud y encanto. Pero no es hasta que la has visto de cerca –hasta que la has contemplado– que puedes explicar qué quiere decir.

Significa: estamos aquí. Ahora. En este instante.

Y quizá este momento se trate de algo más que cuántos seguidores tenemos en Instagram. Quizá nuestras emociones no son reductibles a algoritmos. Y quizá, solo quizá, la vida sea más grande que ese celular que sigue vibrando en nuestro bolsillo.

Adolf Hitler ha pasado por mucho: ha estado arriba y abajo. Y ahora, sentado frente a él, creo que finalmente conozco el porqué: lo hizo por nosotros. No todos podemos ser Hitler. Pero tal vez, si lo intentamos, podemos vislumbrar algo de la sabiduría que ha aprendido. Hitler ha cometido genocidio contra sus inseguridades. Ha incinerado sus dudas y gaseado sus miedos. Ha estado abajo, pero no está fuera del juego. Ah, por la mierda, de alguna manera solo está empezando.

Hitler grita cuando el mesero vuelve a nuestra mesa.

Trajo más papas fritas.

***

Notas

* GQ: sigla de Gentlemen’s Quarterly,revista estadounidense mensual para hombres, activa desde 1957, que se enfoca en la moda, el estilo y la cultura masculina.

i CAA: Creative Artists Agency LLC o CAA (del inglés: Agencia de Artistas Creativos) es una agencia estadounidense de talentos y deportes con sede en Los Ángeles, California.

ii Rodeo Drive: (en español, paseo del Rodeo) área de Beverly Hills en que se concentran tiendas de lujo.

(Nueva York, 1985) Humorista, escritor y guionista estadounidense. Ha publicados dos novelas y seis volúmenes de textos humorísticos, muchas de las cuales aparecieron en The New Yorker. Fue uno de los libretistas más jóvenes contratados en Saturday Night Live y ha trabajado como escritor para Pixar.

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