Sala del doctor y peso de niños, Viña del Mar, 1920 (Fuente: Memoria Chilena)

27 de julio 2022

Cuerpo, biopolítica y salud pública

por Pablo González Castillo

Una reflexión sobre las Visitadoras Sociales en la obra de María Angélica Illanes

Reseña “Cuerpo y Sangre de la Política. La construcción histórica de las visitadoras sociales. Chile (1880-1940)”. De María Angélica Illanes. LOM Editores, 2006.

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¿Es el cuerpo una categoría relevante para la historia social? ¿Cuál es el devenir del pueblo en tanto cuerpo y sangre social? ¿Qué alcances tiene el saber biomédico en la intervención corporal del pueblo?  Abordar el libro “Cuerpo y Sangre de la Política. La construcción histórica de las visitadoras sociales. Chile (1880-1940)”, implica transitar por un derrotero compuesto por estas y otras preguntas orientadas a describir un maridaje entre el Estado y la ciencia biomédica a objeto de impulsar un proyecto biopolítico[1] en el período finisecular del siglo XIX y en los albores del siglo XX. El libro centra su análisis en la configuración sociopolítica de las visitadoras sociales desde críticos diagnósticos médicos que remiten a la conocida cuestión social y la articulación sociopolítica de los movimientos sociales que devinieron en el proyecto político del Frente Popular.

En esta reseña desarrollaremos una lectura sobre el rol de las visitadoras sociales basándonos en la construcción sociopolítica de la Salud Pública y la Asistencia Social en Chile[2]. Veremos entonces cómo el Estado transitó desde un abordaje centrado en la caridad hacía la configuración de políticas modernas centradas en el control biológico del cuerpo popular.

Antes de partir, es fundamental señalar que el corazón de la obra de María Angélica Illanes refleja su enorme valía como historiadora, cuya rigurosidad, agudeza y sensibilidad nos permiten adentrarnos en el decurso histórico del cuerpo social de los sectores populares. Asimismo, este libro reconoce a la historia social como una disciplina abierta a la interdisciplinariedad, ocupando para ello herramientas teóricas y conceptuales provenientes de la filosofía, la sociología y los estudios de género. Es así como podemos conocer en perspectiva histórica el despliegue de las ciencias biomédicas y su materialización política concreta desde una lectura de género respecto al ejercicio profesional de las visitadoras sociales.

El libro nos sumerge en la trayectoria de su profesionalización dedicada al registro de las causas sociales que explican las afecciones de los sectores populares y la aplicación de políticas y herramientas emanadas desde el Estado. En estos párrafos deseamos mostrar la genealogía disciplinar de las visitadoras sociales a partir del diagnóstico que la élite social realizó sobre la abrumadora mortalidad infantil y lo que ello implicaba como amenaza para la reproducción demográfica del pueblo. Acto seguido, veremos cómo la perspectiva de Illanes nos invita a pensar la intervención del cuerpo social como eje en el proceso de institucionalización de las políticas preventivas en torno a la higiene pública, haciendo hincapié en los factores sociales que inciden en la configuración del proceso de salud-enfermedad.

El libro parte con un capítulo titulado “Visibilidad popular. De la «cuestión» social al «cuerpo» del pueblo. Los actores de la intervención modernizadora 1887-1900″, evidenciando cómo desde finales del siglo XIX, mediante políticas de modernización se va instalando la relación entre el positivismo científico de carácter biomédico y las políticas de Estado. En esta relación también se encuentra la acción de la Iglesia Católica materializada en la filantropía, cuyas acciones emanan de la Encíclica Rerum Novarum (1891), implementando bajo premisas moralizadoras los primeros Patronatos destinados a realizar caridad entre la población menesterosa.

En este contexto de miseria social, observamos también una ruptura fundamental entre las clases dirigentes y los sectores populares que comienzan a articularse en el movimiento obrero.  Cabe aquí el destacar el dramático escenario epidemiológico traducido en abultadas tasas de mortalidad infantil, que alcanzaron su expresión más abrumadora en 1900, puesto que, cada 1000 niños nacidos en dicho año murieron 502 producto de la propagación de enfermedades infecto contagiosas incubadas en el cuerpo social del pueblo[3]. El diagnóstico de la élite frente a la mortalidad infantil es la existencia de una desconexión entre la élite y los sectores populares, cuyo desmembramiento amenazaba la estabilidad de la “raza chilena”. Esta falta de sintonía preocupó a la clase dirigente, quienes se empecinaron en regenerar al pueblo emprendiendo una cruzada moral compuesta por la caridad y el nacionalismo.

El segundo capítulo titulado, “Política corporal. Benefactores, obreros y señoras ante el cuerpo del pueblo 1900-1919″, inicia el relato con la preocupación que representó la mortalidad infantil para las élites y para la intelectualidad ilustrada debido al impacto demográfico que esto significaba en la reproducción de la fuerza trabajo para comienzos del siglo XX. Es así como Illanes nos describe que la estrategia de la clase dirigente consistió en enfocarse en el binomio madre-hijo/a como objeto de intervención para asegurar la reproducción de la población que luego cumpliría la finalidad de recambio en tanto fuerza de trabajo.

En ese sentido, comienzan a fraguarse ideas sobre la salud neonatal mediante estrategias pedagógicas sobre «ser madre». La ciencia biomédica empieza entonces a intervenir en el cuerpo de la mujer popular en nombre de las modernas ideas de higiene, profilaxis y puericultura cristalizadas por instituciones de cuño eclesiástico. Asimismo, se recurre a la corporalidad de las señoras de la élite quienes comienzan a introducirse en los hogares y en la intimidad de la familia popular. Se implementan para ello también instituciones como el Patronato de la Infancia, las Gotas de Leche, el Instituto de Puericultura, mediante lo cual comienza el germen del Estado Asistencial interesado en establecer diagnósticos que conjugan el incipiente proyecto biopolítico y las ideas de moralidad cristiana, bajo lo cual se asume que la degeneración del pueblo es un asunto que exige ser intervenido para proteger la «raza chilena”.

María Angélica Illanes también realiza un interesante análisis sobre las organizaciones obreras que son herederas de la tradición mutualista de 1880. Observa aquí las ideas respecto a la intervención del cuerpo popular femenino por parte del Estado, la Iglesia y la aristocracia en función del trabajo. De esta forma, es que, en las políticas de intervención sanitaria, las mujeres-madres-obreras son un instrumento estratégico en la reproductividad del pueblo-nación y en la medida que engendra el niño que es «hijo de la patria» cuyo cuerpo se proyecta como fuerza de trabajo. 

Este acápite nos muestra que, a comienzos del siglo XX, las políticas sanitarias operaron en el binomio madre-hijo/a con el fin de comprender a las mujeres populares en tanto cuerpos que requieren ser intervenidos en nombre de la estabilidad demográfica del país. Es aquí donde comienza el ejercicio de visitación por parte de las señoras de la élite, quienes son llamadas a intervenir en el seno de los sectores populares frente al fracaso que significaron las políticas represivas respecto a un movimiento obrero en ascenso. Pese a la inicial resistencia de las mujeres populares a la intervención de la élite, el cuidado en la maternidad se fue desplegando como una estrategia para la re-armonización entre la clase dirigente y los sectores populares.

El tercer capítulo, denominado “Alessandrismo, movimiento obrero, militarismo y servicio social profesional (1920-1930)”, arranca describiendo el contexto histórico en el cual comienza a profesionalizarse el rol que antaño cumplieron las señoras de los señores de la élite en relación con el vínculo madre-hijo/a popular. Así refiere a los obstáculos por parte de la clase política para la implementación de los paquetes de reformas que Alessandri había propuesto en su gobierno. Por otro lado, se examina la presión que ejerció el movimiento obrero por el cumplimiento de las promesas realizadas en campaña, así como también se hace referencia a la presión que ejercieron los militares al Congreso en 1924 que derivaron en la promulgación de políticas sociales y previsionales. Para este año, cabe también destacar la creación del Ministerio de Higiene, Asistencia, Trabajo y Previsión Social mediante el cual se consolidó el proyecto biopolítico articulado en torno a la política asistencial y sanitaria destinada a dar respuesta a los problemas laborales y corporales del pueblo chileno.

Al calor de dicho contexto histórico, Illanes nos relata la creación de la Escuela de Servicio Social el año 1925, al alero de la Junta Central de Beneficencia y primera en su tipo en Latinoamérica. Esta institución de características laicas tiene sus orígenes en las ideas higienistas del doctor Alejandro del Río, quien fue nombrado primer ministro de Higiene, Asistencia, Trabajo y Previsión Social, y cuya trayectoria incidió fuertemente creación de la política sanitaria destinada a la modernización social del pueblo mediante la tarea urgente de ejercer la profilaxis de la miseria.

Las primeras visitadoras sociales fueron construyendo un currículum de enseñanza vinculada a la conjunción entre el despegue de la estructura biopolítica institucional y la intervención de la ciencia biomédica. En este apartado se desmenuzan los alcances disciplinares relativos a la creación de esta primera Escuela de Servicio Social, destinada a coadyuvar a la operacionalización de la política sanitaria tendiente a intervenir en el cuerpo social enfatizando en el binomio madre-hijo/a. De tal forma, el cuerpo de las mujeres de los sectores populares comenzó a ser intervenido con mayor sistematicidad profesional, con el propósito de conocer sus vidas y las causas de sus miserias a través del conocimiento científico. Este tránsito en el ejercicio asistencial desde las señoras de los señores de la élite a las visitadoras sociales profesionales implicó, por tanto, la adopción del método y lenguaje de la ciencia biomédica que ha sido procesado y transformado en ciencia propia, lo cual les permitió actuar como traductoras del cuerpo social del pueblo. 

 Al calor de la formación de esta ciencia propia configurada entre saberes provenientes de la ciencia biomédica y las ciencias sociales (sociología fundamentalmente), a fines de la década de 1920 la Universidad Católica de Chile creó su propia escuela de Servicio Social «Elvira Matte Cruchaga». Para diferenciarse de su par laico, esta escuela puso énfasis en los valores cristianos de la acción asistencial, enseñando que los problemas sociales deben ser estudiados e intervenidos en tanto que problema moral.

El capítulo cuarto denominado “El Debut del Servicio Social Chileno en el mundo popular. Tiempos de Modernización y Crisis (1925-1935)”, examina la materialización y despegue del servicio social a comienzos de la década de 1930, en un contexto de crisis económica y social sin precedentes. En ese tenor, las visitadoras sociales cumplen un rol fundamental en la implementación de políticas de emergencia para amortiguar los estragos causados por la hambruna expandida entre los más pobres. Las primeras dos escuelas aludidas fueron entonces un agente fundamental para reconocer los problemas socioeconómicos que impactaron en los sectores populares desempleados, cuyo contexto fue agudizado por una profunda crisis migratoria desde enclaves salitreros hacia los principales centros urbanos del país.

En este acápite también se observa cómo las visitadoras sociales comienzan a integrarse en las nuevas estructuras del Estado. Uno de los principales espacios de incorporación fue la Caja del Seguro Obrero Obligatorio y el Servicio Médico. Desde aquí se irá alimentando toda una política de mediación desde el Estado hacia el cuerpo social del pueblo. Serán entonces las mujeres de la visitación social las articuladoras y mediadoras de la política pública moderna que se comienza a instalar en materia de salubridad, seguridad laboral, asistencia social.

En ese sentido, otros de los espacios de acción fueron la Inspección General del Trabajo y los espacios barriales, en los cuales se evidencia la construcción de un saber relacionado a las necesidades del pueblo en relación con la vivienda, alimentación, higiene y crianza de los/as hijos/as. Para el registro de las necesidades, las visitadoras sociales recurren a la aplicación de la entrevista y la encuesta como herramientas claves para el levantamiento y sistematización de información sobre las necesidades del pueblo, cuya información fue un valioso insumo para la creación de políticas tendientes a resolver problemas relativos a la pobreza e insalubridad. En los últimos puntos de este capítulo, observamos el interesante análisis de memorias de título realizadas por las primeras estudiantes y profesionales, las que comienzan a sedimentar discursos y conocimientos de la visitación a través de la publicación de las experiencias en la revista de Servicio Social surgida en 1927.

El último capítulo denominado “Visitación Social Industrial, Rural y Sexual (1928-1940)” realiza un notable trabajo al reconstruir la puesta en marcha del Código del Trabajo en 1931, mediante la acción de las visitadoras sociales. Se relata con gran sensibilidad los alcances y dificultades vividas por estas profesionales en las industrias, su labor en el espacio rural y su capacidad de incidir en las conductas sexuales del bajo pueblo. En ese sentido, respecto al entorno fabril se muestra la experiencia de Berta Recabarren, quien fue la primera visitadora contratada en el Servicio Social de la Compañía Minera de Lota y Coronel el año 1927. La Compañía Refinadora de Azúcar de Viña del Mar en 1929 también entró en las lógicas del moderno concepto de “bienestar”, y para ello contrató a la visitadora social Guillermina Grönemeyer, quien se encargó de implementar estas políticas hacia el personal. La Compañía de Gas en Santiago incorporó el Servicio Social en 1935 mediante la instalación de los departamentos de bienestar, para lo cual la empresa contrató a un equipo de visitadoras a objeto de hacer cumplir las políticas emanadas desde el Estado.

Las visitadoras sociales encarnan, por lo tanto, la relación entre las políticas de bienestar y la responsabilidad que le compete a las empresas industriales, quienes se hacen cargo de hacer carne la biopolítica orientada a disciplinar a los trabajadores y sus familias. Las claves de esta intervención estuvieron en la capacidad educadora de las visitadoras sociales en tanto ejercicio disciplinar hacia al mundo obrero, basándose en la vinculación educativa con las mujeres de los enclaves extractivos e industriales, con el propósito de enseñarles a ser madres mediante una serie de iniciativas de formación, tales como centros femeninos y ligas de madrecitas para estimular a las niñas a ser madres y esposas.

En este acápite también se analiza la intervención en el espacio rural. Si bien la mayor parte de la investigación se circunscribe en el espacio urbano y fabril estimulado por el proceso de modernización, también se detallan valiosos antecedentes que visibilizan el accionar de las visitadoras sociales en Servicio Social Rural, de características tanto religiosas como laicas. De esta forma, se muestra el avance de la expansión territorial respecto a la intervención social y la necesidad de un servicio específico en el ámbito rural que pueda finalmente incorporar a esta población en las políticas de asistencia y salubridad estatal. 

Cabe destacar que la propuesta de Illanes acerca de las visitadoras sociales no solo es la disciplina ejercida a través de la biopolítica. También es preciso poner en valor la mirada educadora e incluso dialógica que construyen las visitadoras sociales, quienes en su rol de escribas trabajaron para otorgar reconocimiento a las/os hijos/as nacidos en vínculos considerados ilegítimos. De esta forma, se transformaron en aliadas de las mujeres pobres frente a los “seductores biológicos” que buscaban eludir su responsabilidad parental, desplegando para ello las facultades que confirieron la promulgación del Código Sanitario (1931) y la ley de Abandono de Familia y Pago de Pensiones Alimenticias (1935). También cabe destacar el uso de su rol fiscalizador para defender a las mujeres víctimas de la violencia doméstica, amenazando a los hombres mediante el estatus fiscalizador que ejercen. En ese sentido, no es solo la aplicación de una superestructura política-legal, sino que principalmente es materialidad concreta entre cuerpos de mujeres; he aquí uno de los valiosos aportes del trabajo de Illanes, al introducirnos en esta perspectiva de complicidad de género respecto a la biopolítica del cuerpo.

A modo de cierre, el texto muestra cómo el trayecto histórico profesional de las visitadoras sociales propició que el Estado se hiciera parte de las problemáticas del cuerpo social desde mediados de la década de 1920 a través de instituciones modernas, consolidando su función asistencial en la década de 1940 al calor del gobierno del Frente Popular. En este lustro se crean nuevas escuelas de Servicio Social en los principales centros urbanos del país, reformulando la profesión para transitar desde la figura de visitadora a la de asistente social, lo cual refleja el paso de la caridad hacia la profesionalización de una ciencia abocada a intervención del cuerpo social.

Esta obra nos muestra la configuración de la política chilena desde la mirada de la intervención de mujeres profesionales. No es una historia paralela a la relatada por la historiografía política del Estado, sino más bien es la encarnación de su devenir, lo cual fue fundamental para la intervención del cuerpo social del pueblo. Para su consecución, fue importante la intervención corporal de las mujeres populares, quienes tejieron vínculos con las visitadoras sociales mediante las políticas de intervención que estas ofrecían, a objeto de convencerlas de que la inclusión implica aceptar el modelo de la mujer-madre del pueblo para ser reconocida su presencia en la esfera social y, por tanto, para ser incorporadas en las políticas sociales.

Desde la perspectiva sociosanitaria, destacamos la importancia de las visitadoras sociales en tanto agentes profesionales que construyeron conocimiento en terreno sobre las condiciones de vida de los sectores populares. Más allá del paradigma biomédico, se logró legitimar este saber sobre las experiencias de la pobreza, las condiciones del hábitat popular y la persistente desigualdad social como aspectos fundamentales para reflexionar en relación al cuidado y el bienestar del cuerpo social.  Podemos advertir que esta acumulación de conocimientos registrado por las visitadoras sociales, son los cimientos de lo que hoy conocemos como las determinantes sociales de la salud, puesto que sus registros nos permiten comprender que el ingreso salarial, el nivel educativo, los roles de género, las condiciones de la vivienda y del ambiente habitado, entre otros factores sociales, inciden en los procesos de salud-enfermedad de la población.

El camino que transitan las visitadoras sociales es entonces un aporte fundamental en la construcción de la historia social de la salud, permitiendo comprender el rol ejercido por estas mujeres en un contexto de grandes carestías sociales y epidemias que afectaron a los sectores populares y cuya respuesta fue la modernización del Estado mediante políticas de Salud Pública y Asistencia Social. También podemos advertir que la relación entre la Salud Pública y el cuerpo social del pueblo fue posible gracias a las visitadoras sociales, pero también por otros colectivos profesionales tales como las enfermeras sanitarias, médicas sociales y matronas. Ellas son quienes comienzan a vincularse dialógicamente con las mujeres del pueblo y sus hijos/as, a fin de utilizar la biopolítica en favor de las/os sufrientes debido a la hambruna, la mortalidad desbordada por las enfermedades infectocontagiosas y las condiciones de vida marcadas por la desigualdad estructural.

La importancia estriba entonces en la formación de una ética profesional respecto a la realidad del pueblo que compartió la intimidad de su hogar y de su trabajo con las visitadoras sociales, cuyas condiciones de vida eran ignoradas por las clases dirigentes. Resta entonces preguntarnos cómo esta configuración sociopolítica de las mujeres profesionales contribuyó a la conformación de las organizaciones feministas formadas en Chile entre la década de 1920 y 1940, especialmente en lo relativo a la formación del Movimiento Pro Emancipación de las Mujeres de Chile (MEMCH), puesto que su agencia política fue capaz de levantar las bases y un programa político de transformaciones de género, cuyo epítome se observa en la consecución del sufragio universal el año 1949. 

En suma, el libro en cuestión nos enseña que el cuerpo y la sangre de la política para el cambio social, fue posible gracias a un nuevo pacto entre el Estado, los sectores populares, la naciente clase media profesional, y la élite obligada a ceder su posición producto del ascenso del movimiento obrero en la escena sociopolítica del siglo XX. La destacada trayectoria de María Angélica Illanes, entrega a la historiografía social una valiosa reflexión social sobre el cuidado, la salud y la enfermedad del cuerpo social. Asimismo, sus trabajos vinculados a la trayectoria histórica de la Salud Pública han posicionado a Illanes como una referente indiscutida entre las y los salubristas de Chile. Por estos y otros valiosos aportes al conocimiento histórico, podemos señalar con creces que sobran razones para laurear a María Angélica Illanes con el Premio Nacional de Historia 2022.


Notas

[1] El concepto de biopolítica es analizado desde la teoría del poder de Michel Foucault. De acuerdo a este filósofo, es fundamental comprender al cuerpo como una categoría cultural y política, a la vez que materialidad histórico-social. Así, la biopolítica es el ejercicio del poder en el seno de una relación social materializada en saberes, discursos e intervenciones en torno al ciclo de vida del cuerpo.

[2]  Sobre los orígenes y trayectoria de la Salud Pública véase el libro “En el nombre del Pueblo, el Estado y de la Ciencia, (…). Historia Social de la Salud Pública, Chile 1880-1973” de María Angélica Illanes.

[3] Esta tasa de mortalidad infantil se ha calculado en función de los datos suministrados por el apéndice estadístico del libro reseñado.

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