Foto: Nicolás Slachevsky

15 de marzo 2021

Debajo del Sofá

por Molinska Sofía

Cuando mis papás pelean me escondo bajo la cama. Llevo una almohada y me acuesto en el piso. El Juli me acompaña a veces, cuando además de los gritos también hay llantos y platos rotos. Lo abrazo fuerte y lloro despacito mientras le pido perdón, no sé bien por qué. Le digo que por favor no me deje sola y él me promete que vamos a estar siempre juntos.

***

Mi mamá me regaló un vestido blanco con líneas amarillas y unos botones que parecen conchitas de mar. Nunca he visto el mar, pero el Juli sí. Dijo que era muy frío y que la arena se quedaba pegada a los pies, y que después era muy molesto porque te raspaban la piel con las chalas. Había ido un fin de semana con el papá, sin mí porque era un viaje de hombres. Mi mamá intentó animarme y me llevó a tomar un helado, me dijo que eligiera todos los sabores que quisiera y hasta podía pedirme una copa gigante para mí sola. Mi vestido blanco con líneas se manchó con el helado de chocolate que se me caía de la cuchara, mi mamá se reía y me decía que el vestido iba a terminar comiendo más que yo. 

Cuando llegamos a la casa el Juli ya había regresado y me traía de regalo un montoncito de conchitas para mí.

***

Escucho los pasitos de Juli por la casa, por el sonido sé que está en la cocina. Es la segunda vez que revisa ahí. El refrigerador se abre y se cierra, el Juli camina un poco y luego vuelve a abrir el refrigerador. Lo oigo mover cosas y sacar algo, quizás un pedacito de jamón con mostaza. Es casi la hora de almuerzo y la mamá todavía no llega. Yo también tengo hambre, pero estoy ganando y casi nunca gano. El Juli es muy bueno para las cartas y también es muy rápido para correr, siempre lo eligen primero para los equipos y tiene el récord en la sillita musical. 

Se abre la puerta de la cocina y el Juli entra al living, desde aquí solo puedo ver la planta de sus pies, tan limpias como recién salido del baño. A mí también me hubiera gustado ser así como el Juli que siempre andaba limpiecito, tenía la piel blanquita, sin ningún lunar o peca a la vista. Era como las conchitas de mar, blancas y perfectas aunque estuvieran en el piso lleno de arena.

***

Al Juli le gustaba el baño, a mí no. El papá apenas tardaba unos minutos con él y cuando llegaba mi turno la tina estaba tan limpia que parecía que nadie la había usado. 

El papá me restregaba la esponja áspera por todo el cuerpo. Me decía mira cómo estás de sucia, hasta te ves más negra con estas costras de tierra que se te hacen. La piel me quedaba roja y después me tironeaba el pelo con el champú anti piojos. Me gustaba cuando me dejaba sola en el agua oscura, con la bolsa de plástico en la cabeza para el champú apestoso. Olía los jabones del Juli y a veces me sacaba la bolsa para ponerme encima la cremita con olor a vainilla que le echaban a sus rulitos.

***

El papá no volvió de la playa con el Juli ese día. Lo había dejado solo en la casa y le dijo que nosotras llegaríamos pronto. Esa noche me escondí debajo de la cama, con las conchitas de mar esparcidas en el piso mientras las contaba una y otra vez. Mi mamá lloraba y lloraba mientras hablaba con el Juli en su pieza, le preguntaba por el papá, si le había dicho algo, si sabía cuándo iba a volver. El Juli le decía que no sabe, que el papá le había dicho que se iba por un tiempo y que pronto volvería por él. Mi mamá lloraba más fuerte y el Juli le decía que nunca se iría de su lado. Yo contaba las conchitas de mar una y otra vez. 

***

Me miro las manos cada vez más oscuras, la tierra se mete en mis uñas y por más que las limpie, las mugrecitas vuelven cuando me rasco. A mi mamá no le habría importado verme así, debajo del sofá entre el polvo. Hace tiempo que le dejó de importar lo que hago. Pasa los días buscando algo por la casa, mueve los muebles y abre cajones, vacía los closets y los estantes, reordena la cocina y cambia las fotos de los marcos. Me gusta fingir que está jugando a las escondidas conmigo, yo trato de hacerme chiquitita para entrar a las repisas o me escondo debajo de las camas. Nunca le pude ganar, era muy buena encontrándome. 

Al Juli no le gusta cuando la mamá se pone así. La persigue por la casa ordenando las cosas que mueve, cerrando las puertas que se le olvida, guardando los papeles que desordena. 

Le pregunto si sabe qué busca la mamá. Me dice que está buscando al papá.

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La puerta de la casa se abre y desde mi escondite puedo ver unas zapatillas cafés. El Juli está en la cocina de nuevo y escucho sus piececitos descalzos correr hacía la entrada. Las zapatillas cafés dejan en el piso una maleta y con una voz de cuero dicen Julían soy yo. Los puedo imaginar abrazados, al Juli llorando un poquito y quizás a las zapatillas también. Se dicen lo mucho que se extrañan y lo mucho que se quieren. Las zapatillas cafés no dejan de pedirle perdón al Juli, de decirle que ahora ellos nunca más se iban a separar. El Juli dice que falto yo, que estamos jugando a las escondidas y todavía no me encuentra, las zapatillas responden que no importa, que mejor así.

Se escucha un portazo. Unas chalas azules entran gritando y corriendo hacia los bototos. Las zapatillas gritan que pare, que nada de esto está bien, que un hijo tiene que estar con su padre, que ella no puede cuidar de él. El Juli grita mi nombre y yo me tapo la cara con mis manos sucias para no delatar mi escondite. No me gustan los gritos, no me gusta perder en los juegos, no me gusta que mi mamá lloré todas las noches y se pasee por la madrugada buscando algo por toda la casa, algo que para mí ya no existe y que ahora es solo un par de zapatillas cafés que gritan el nombre de su hijo. 

***

Cuando la casa queda en silencio salgo del sofá. Me acerco a la pared y digo bajito 1, 2, 3 por mí. Me miro las rodillas sucias y las manos llenas de polvo. Subo las escaleras y me encierro en el baño, abro el agua de la ducha y sin esperar que caliente me quito rápido la ropa y me siento bajo el chorro. El agua está fría y todavía tengo los calcetines puestos. La tela se pega a mi piel y cuando me los saco escurren un agua sucia. Tomo la esponja, la cubro de jabón y me limpio. Me restriego los brazos y el pecho, las piernas y los dedos de los pies. Vuelvo a cubrir la esponja de jabón y me la paso por mis hombros, mi cuello y lo que alcanzo de mi espalda. Me arde la piel y ya empiezo a arrugarme por estar tanto tiempo debajo el agua, pero todavía estoy sucia. Tengo que limpiarme y quitarme toda esa suciedad que siento. Tengo que volverme tan blanca como el Juli. Vuelvo a echar jabón, me lavo el pelo tres veces con todos los champús y bálsamos que hay. El agua ya está hirviendo y siento cómo me arde la piel.

Salgo de la ducha y me seco, la toalla se llena de manchitas de sangre. Me quedo sentada en el piso del baño, me miro mis manos y pienso cómo las del Juli se veían siempre tan limpias, por qué las mías siguen siendo oscuras. Empiezo a sentir el frío de las baldosas y me levanto. La toalla se queda pegada a mis heridas secas de la espalda. La arranco fuerte. Creo que sangré de nuevo.

***

Mi mamá abre y cierra puertas, revisa todos los cajones y los estantes, mueve los muebles y los cambia de lugar, sacude las cortinas y desarma las camas. Recorre la casa en sus chalas azules mientras yo juego a las escondidas. Desde aquí escucho el sonido de sus pasos que hacen eco por la casa. Me imagino al Juli en la playa, con los pies llenos de arena y corriendo al agua para limpiarse. Cuento una y otra vez las conchitas de un mar que no conozco y pienso que quizás el agua salada pueda limpiarme esta piel negra.

(Santiago, 1998)

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