27 de marzo 2024

Discurso de Gastón Sagredo en Paseo Ahumada, en algún miércoles de alguna tarde de invierno

por Tomás Araya

Un caballero camina por Paseo Ahumada con un bidón de bencina. Son la una de las tardes de los miércoles y la gente abrigada en agostos. Mitades de año, mitades de día, mitades de semana, frente a un Dominó viendo a las personas comer a pleno centro.

El hombre se para en el pórtico de las rejas de un edificio antiguo, al lado de una carpa hecha a sábanas y frazadas sucias. Las personas comen y fuman cigarros. Las palomas picotean lo del piso y las hojas de los árboles no existen, pero hay un tronco gris y delgado con taladros.

— Me llamo Gastón Sagredo, tengo 55 años y mi rut es 19.674.878-k. He sido escritor, poeta, cantor y fui timón en la humedad de mi cocina. He vivido bajo las grietas de los estacionamientos y me ahogué de sudor en los veranos que parecían ser los últimos que podía ofrecerme la existencia, ahora es invierno. Intenté agradar a mis cofrades que nunca supieron de mí, escribiendo de política y el amor por la vida, aun así, no fue suficiente para mí la indiferencia que me abruma. Recorrí buscando la calle infinita, me arrojé a un estadio lleno de moscas, tropecé en mis grietas quebradas, tanto así que llegué a odiar sin querer ser odiado. Anoche soñé que me moría, fui feliz.

Una pareja de carabineros le pide el carnet a un vendedor ambulante que vende productos de cocina. Un quiosquero sale a fumarse un cigarro para ver el procedimiento mientras un perro le mea el pantalón.

— He sido vividor y ermitaño. Mi vida fue normal y escribí sobre la normalidad de las situaciones cotidianas que un hombre puede acontecer como persona. Escribí sobre suicidios a la luz del día, y sobre las personas pidiendo la cabeza del que todavía no se tiró. También sobre la indiferencia y la diferencia. Vi a los budas quemarse contra el Estado y observé también a los pájaros cantar siendo comidos por un gato. También he sido hueón.

Dos hombres de terno y corbata se limpian la boca mientras comen un completo italiano, sentados frente a Gastón. Por la chucha, exclama uno al que se le cayó un poco de palta en la solapa. Su compañero ve el reloj y le comenta que quedan diez minutos antes de volver a trabajar. Cómetelo rápido. Ya lo terminé, le responde, déjame fumarme este puchito y entramos.

— Mis amigos no murieron de asbesto, porque nunca tuve amigos. Pero mi cuerpo sí se quemó en el asbesto dulce. Quise beber de los orines que contenían las botellas que habitaban en las plazas, cuando tuve sed. Por mi complacencia fui amable, pero nunca recibí respuesta alguna, comentario sobre las cosas que hice, ni siquiera para saber si estuve mal, y solo Dios sabe que la indiferencia es el peor de los pecados al que hemos sido expuestos.

Una prostituta se fuma un cigarro mientras mira de reojo el tránsito de la gente. Está bajo un poste de luz sin luz. Lleva ahí desde hace cinco minutos, mientras observa que los dos tipos de terno y corbata también la observan. Les hace una mueca coqueta.

— Caminé horas escalando los taladrados alaridos y ladridos, buscando el silbido montañoso en las calles, pero solo encontré cerros de basura y lagos de pichi en cunetas, de las cuales logré sentir el sabor de Santiago amargo.

¡El compañero Acevedo! ¡Presente! ¡Ahora! ¡Y siempre!, gritaba un grupo de personas con banderas y pancartas. Un caballero viejo y barbón comandaba los gritos, una señora iba entregando panfletos a los que pasaban.

— Una vez intenté cobijar a un perro que encontré en la carretera. Tenía las tripas deslizándose y el cráneo reventado con los sesos manchando mi pantalón. El perro sufría y con cierta ironía quiso curar las heridas que brotaban de mi cuerpo. Lamió las llagas de mis codos pelados y de mis rodillas, la sangre de mi nariz.

Otro hombre de terno y corbata lee el diario mientras un caballero le lustra los zapatos.  Mira la hora y sigue leyendo, en la portada aparece que un hombre quiso hacerle el amor a un rodamiento. El hombre de terno intenta leer la noticia más de cerca, mientras el ruido de una pelea lo interrumpe.

— Me acribillé en las bancas de esta ciudad, en plazas, veredas y cunetas sintiéndome febril por el frío. Dijeron que de mí solo venían galimatías absurdos y sufrí por las cosas que nunca llegan. Hablé con gatos, los únicos capaces de llevar ratones a mi umbral, los únicos capaces de rasgar mis tripas a favor de tener un poco de mi carne ácida. Ahora nunca más dejaré el sentimiento aletargado del insomne nocturno.

Una mujer que trabaja de captadora en una óptica comenzó a pelear con la captadora de al frente. Este es mi territorio, se decían mientras los dedos que se apuntaban pasaban a ser empujones, para luego manotazos y terminar en agarradas de pelo. El hombre de terno al que le lustraban los zapatos dejó el diario en su regazo y comenzó a ver la pelea.

Una banda de jazz se instaló en la esquina y comenzaron a tocar “Pharaoh’s Dance”, de Miles Davis.

— Los ratones muertos que trajeron los gatos, caminaron de noche por las calles de mi buhardilla. Mientras dormía se metieron a mi cama y se introdujeron por mi ano, mi ombligo, mi boca y mi uretra. Se adentraron en mis intestinos haciéndome cagar en cualquier momento. Ahora estoy rodeado de mierda y mierda soy mientras les hablo.

Gastón saca chaya de su bolsillo y comienza a tirarla sobre la gente. Las chayas son más bien picadillo de papeles cafés con olor a diarrea.

Suenan gritos, manotazos y rasguños. Las personas escuchan la pelea y se amontonan a ver. Están los hombres de terno que se olvidaron de entrar al trabajo, la prostituta que ya no está en su semáforo sin luz, el lustra zapatos con su cliente, el quiosquero que se fuma otro cigarro, el perro que meaba los pies del quiosquero ahora mea los pies de la pareja de carabineros que también observan, y el vendedor ambulante contemplando a las mujeres desgarrarse el cuero cabelludo en el piso.  

La banda de jazz comenzó a tocar de manera histérica mirando la pelea, mientras un haitiano los rodea moviéndose furibundo al ritmo de la música.

Las captadoras comenzaron a gritar hasta romperse la tráquea, en sus manos presumían motas de pelo con piel, sangre y caspa. Algunos grababan con sus celulares. El ambiente comenzaba a oler a óxido y basura quemada, mientras la gente aumentaba.

— ¡Soy Gastón Sagredo y tengo 55 años! ¡Mi rut es 19.674.878-k! ¡Fui escritor, poeta, tripulante y timón en la humedad de mi cocina! ¡He sido el cuero cabelludo de una mata de pelo y el pie de un árbol meado! ¡He sido la mirada lasciva de un oficinista pervertido y la propina de un café con piernas! ¡He sido el colalé de una prostituta y el poste que la sostiene! ¡He sido papel de diario y un zapato sucio! ¡Soy Gastón y tengo 55 años! ¡Soy un ratón muerto comiéndose las vísceras de un perro en la ruta panamericana! ¡Soy la botella de una plaza llena de orina! ¡Soy el tomate reventado en el cemento de la Vega central!

Gastón comienza a rociar el piso con bencina, prende un fósforo y lo tira sobre el líquido. Se sienta en un peldaño de la escalera y comienza a ver la pelea.

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