08 de diciembre 2023

Marihuana, cerveza, comida y buenas Noches 

por Tomás Araya

Si buscamos la palabra “bajón” en Google, aparecen muchas definiciones. Principalmente podemos hacer la asociación a un estado mental de desánimo. En Chile la cosa es más difusa. Uno tiene bajones emocionales, pero el carácter de la palabra actualmente lo asociamos a la idea de un hambre desenfrenada después de curarse o volarse como piojo. Se podría decir que es el acto culmine luego de haber estado carreteando o haber tenido cualquier reunión social. Es lo último que se hace antes de irse a dormir, un final. Para mí al menos eso simbolizaban los food trucks del Bella.

Era el 2017, mi segundo año de periodismo. Estudiaba en Bellavista y mi mente por alguna razón llegó a un punto en que dijo, “pico, esta huea se pasa sola”. Fue un sentimiento colectivo y con mi grupo tomamos la decisión de ir los lunes y los jueves a Zona 3, desde que salíamos de clases al mediodía hasta las siete u ocho de la noche a gastar nuestra plata en pitos, chela y el posterior bajón ¿De dónde salía la plata? Solo recuerdo que con luca y fe se podían hacer maravillas.  También recuerdo que Bellavista llegó a un auge en donde todos iban y cada semana abrían locales para tomar Escudo. No bastó con “Zona 3” y terminaron inaugurando “Zona 4”, “Zona 5” y hasta creo recordar uno que simplemente decía: “Zona”. En esa misma época leí una nota en Facebook que decía: “Chile es el país de la región que más consume marihuana”. Un comentario en el mismo post argumentaba que bastaba con ver a la cantidad de gente con la cara caída llenando los carritos de completos. De estos, existían: El Salsero, El Pikachu y el Donkey Kong entre otros. Mi favorito fue El Salsero ¿Por qué? Creo que era el más barato. Vendían hamburguesas, churrascos, as y completos. Principalmente comía completos, el bajón predilecto por su economía. Hasta el XL salía más rentable. El combo venía con una bebida Fruna. Lo mejor era la barrita delantera, con una cantidad absurda de salsas para echarle, desde kétchup hasta mayonesa tibetana de ajo y alcachofa.

Por falta de memoria, mentiría si dijera saber quiénes atendían. Lo único que sé es que el cocinero no era un hípster con peinado de vikingo, barba y guantes negros. Más fácil hablar de los consumidores. Iban desde otakus, raperos, flaites, traperos, rastas, zorrones, oficinistas, gays, trans, hippies, fachos, progres, gringos, colombianos, venezolanos, haitianos, mormones, furros, el lanza que me pidió la hora una vez que venía de vuelta y mi amigo que dijo nos vemos el lunes, para después abandonar la carrera. Cualquiera podía ser un cliente, solo tenía que haber quedado con alguien para ir a tomar y después tener mucha hambre. Una compañera se sacó una foto con Rosalía por esos años. Supongo que la española también debió haber comido en alguno de estos food trucks. 

Ahora a lo lejos, marihuana y cerveza eran una buena combinación, pero había una cosa que se repite con cada persona. Uno rara vez se va a comer un completo y después se va a tomar, o está tomando y de repente le surge la idea de ir a comerse un completo para después seguir tomando. Puede pasar que uno no haya almorzado antes de ir o que a uno le baje el hambre en la mitad de un carrete, pero por regla general uno va por la comida después de que no hay nada más que hacer. Es como en la antigüedad, luego de luchar largas batallas, de haber pasado por los momentos más bajos, se celebra el cierre y la victoria con un gran banquete. Con un completo y una bebida Fruna es como con mis amigos celebrábamos el fin de nuestras luchas. Después de habernos echado tres ramos, haber salvado con un cuatro o pasado con leve dignidad. Luego de que el amor nos abandonó. Cuando la vimos negra con la pálida y logramos salir de ese hoyo negro o tras un viernes saliendo de noche con ventanas de tres horas. A veces concluyendo una historia o con un “continuará”, pero siempre para finalizar.

En unas vacaciones de invierno llegué a Bellavista a las ocho de la mañana luego de caminar por la Alameda, desde Baquedano hasta Las Rejas y de Las Rejas hasta Baquedano. Había sido una noche dura, un amigo me dijo que fuéramos a un carrete que nunca existió. Llegué a Bellavista y El Salsero seguía abierto. Tenía fila con dos tipos de gente que suelen frecuentar estos bajones a esas horas: garzones y curados, los dos en el final de su día.

Si nos damos cuenta, todo esto se facilita por la forma del barrio. Pio Nono, una calle principal que va de norte a sur desde el Puente Pio Nono hasta el Cerro San Cristóbal. Por la parte del cerro no hay escapatoria a pie, a menos que uno sea tan valiente de meterse a las calles oscuras de Recoleta, con sus gárgolas y lagartos.  La única forma de salir es yendo hacía al cruce de fronteras entre Providencia y Santiago Centro, donde está el metro y los paraderos. Justo en ese punto estratégico, está la única salida. Frente a la Universidad San Sebastián es dónde se ubican los puestos de comida. Al otro lado de Bellavista no hay nada para comer que realmente pueda ser considerado un bajón digno, solo golosinas como super ochos o negritas afuera de las discos.

La última vez que fui, la época de oro de Bellavista y la vida nocturna de Santiago era poco o nada. Un amigo celebró su cumpleaños y fuimos de a varios a un lugar que se llama, La Facultad. Estuvimos hasta las cinco de la mañana. La calle se veía más turbia de lo que me acordaba. Si antes vendían falopa, ahora venden mucho más. También vi un auto derrapar y se escucharon petardos. Esa noche la terminamos con un completo. Desde el 2019 que no como carne, pero ahora tienen la opción del champipleto.  

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