06 de agosto 2021

El caso de la novela Eloy y el surgimiento del teatro El Cabildo en los años sesenta

por Daniela Wallffiguer Belmar

El caso de la novela Eloy y el surgimiento del teatro El Cabildo en los años sesenta: Literatura y teatro chileno comprometido con la denuncia social.

La denuncia social en el arte ha sido una manifestación constante del artista, una habilidad innata en algunos seres quienes van captando anticipadamente las sensibilidades de cambio en la época que vive. Nos detendremos en la segunda mitad del siglo XX de la historia cultural de nuestro país, a partir de relatos que la literatura y el teatro dieron vida al sujeto popular, esta vez como personaje protagónico, puesto que ha sido invisibilizado y excluido en la historia nacional y escondido en un constructo homogéneo llamado nación chilena. Debemos decir que dicho concepto ha sido altamente cuestionado tras las intensas movilizaciones sociales del 2006, 2009, 2011 y el 2019 respectivamente. 

Las demandas sociales rebrotan con mayor fuerza cada cierto tiempo, situación que nos lleva a rememorar los convulsionados años sesenta, ya que parte de una ciudadanía organizada logró instalar una agenda cultural que mostró como protagonista y testigo del devenir histórico a los sectores populares. 

Nos referiremos en este caso a movilizaciones artísticas, que bajo la amistad, formas de ver y percibir el mundo, con grados de pasión por lo que se hacía, se pensaba y se vivía, dio vida a las historias narradas por Carlos Droguett en su novela Eloy y Teatro el Cabildo, esta última, una compañía independiente creada por jóvenes artistas del teatro el cual desapareció fugazmente en el horizonte de la historia cultural de Chile.

Esta reflexión se reconstruirá sobre la base de un ejercicio historiográfico que incluye una diversidad de metodologías, entre literatura, prensa y memoria oral, aproximaciones de un relato que pretende comprender este pasado convulsionado y conectarlo con nuestro presente que está atravesado por una crisis social de envergadura.[1]

Lo anteriormente dicho, sobre compromisos culturales y movilización ciudadana, existen escasos elementos de continuidad con el pasado chileno que describiremos a continuación. Lejos de las idealizaciones del pasado reciente, nuestra sociedad antes del golpe de Estado tenía espacios autoconvocados para desarrollarse en la cultura y en las artes. 

Estos espacios se propiciaron desde los artistas bajo el alero de agrupaciones y universidades tradicionales que fomentaron lugares para dicho propósito, además de evidenciar que hubo generaciones que lograron altos grados de instrucción desde las universidades, pero también al parecer, y era la norma, hubo una formación autodidacta[2], pues los circuitos culturales fomentaron talentos, invitando a la población ávida de cultura a que la realizaran por su cuenta y la difundieran por todo el territorio chileno.  

Década de los sesenta, veinte años después de la segunda guerra mundial y desde el mundo subdesarrollado, existió una juventud chilena que se educó bajo el alero de profesores del teatro experimental. La mayoría eran docentes impregnados de revolución, cultura y resistencia civil, amigos y quizás cercanos de artistas inmigrantes que huían de la guerra y de la represión, más de alguno llevando a cuestas una militancia política que marcaba sus formas de ver y analizar el mundo, en fin, docentes que educaron a jóvenes chilenos talentosos que se cruzaron con este contexto, los cuales escribieron las crudas realidades de la población chilena, mientras otros estudiaron teatro y se atrevieron en la escena a mostrar historias invisibilizadas en el relato nacional.  

En 1967 se publicó la obra Eloy de Carlos Droguett[3], en donde pasaron muchos años antes de ser conocida, pues su primera edición fue en el año 1960, por la editorial Seix Barral, y no tuvo mayor repercusión sino hasta fines de los sesenta. Las novelas y cuentos de Droguett empezaron a ser leídas y difundidas con mayor atención dado sus premios y reconocimientos en 1970, justamente en una década que estaba madura para acoger los cambios estructurales de parte de una sociedad chilena que anhelaba cambios en sus proyectos políticos. 

El teatro el Cabildo compuesto por Luis Alarcón, Shenda Román, Jaime Vadell, Nelson Villagra y Delfina Guzmán, nació en el año 1967, aunque no fuera una coincidencia planificada en este relato, ya que vamos comprendiendo el contexto social y político que movilizaba a las juventudes comprometidas con el cambio del país. El mundo literario, el teatral, el musical, entre otros, fueron parte de una generación que estaba consciente y preparada intelectualmente para comprender las verdaderas condiciones que reproducía el subdesarrollo en sociedades como la nuestra y que ningún gobierno o voluntades políticas reformistas fueron capaces de solucionar.

Eloy es una obra que logra pasar a la historia por su estética de la narrativa para describir la problemática del delincuente rural, narrada en persona singular, personaje masculino que mientras muere, hace un recorrido de su vida manifestando constantemente deseos de una humanidad que permanezca en las adversidades y sea alguien capaz de transformarla, pero le es imposible. A ratos pensamos que Droguett, hace un profundo cuestionamiento ético en el plano individual, sin embargo, se devela que existe un gran contexto social pobre y marginal que se impone y está presente en toda la obra.

Resaltamos el extracto que describe la añoranza de tener a su alcance un anafe[4] que está ausente, pues es la imagen de una vida material precaria, llena de la incomodidad cotidiana, en dónde prender un fuego húmedo, impregna la casa todos los días, un relato que está lejos del romanticismo de la pobreza; el guión también anhela constantemente a que no se pierda el cariño de pareja. A ratos se siente que el protagonista quisiera cortar el círculo vicioso de estar escondiéndose entre pueblos y vecinos, a su vez, un deseo humano de controlar la violencia presente en las formas del ser masculino, quien hace el amor y que es capaz de amar, pero sólo entre una carabina que no suelta, dejando casquetes tirados dónde una infancia frágil juega. En síntesis, una memoria popular que recuerda el olor de violetas en su rostro, entre cabellos enredados de la mujer amada que lo enfrenta diariamente, pero que va envejeciendo bajo una eterna mirada triste.[5] 

Lo que brevemente sintetizamos en la reflexión, es un intento locuaz para interpretar en perspectiva histórica lo que quiso decir Droguett en su novela Eloy, la cual coexistió en la misma sintonía con los jóvenes comprometidos artistas chilenos del teatro, quienes reflejaron con la misma seriedad y profesionalismo en estos mismos años, las puestas en escena de Los tres tristes tigres de Alejandro Sieveking, dirigida por Raúl Ruiz y El Chacal de Nahueltoro de Miguel Littin, ambas historias llevadas al cine y que hoy son piezas de culto porque precisamente retratan crudas realidades de los sectores populares que viven en constante exclusión.

Creemos que la intención de la juventud y de los amigos del teatro el Cabildo era la misma que la de algunos circuitos artísticos e intelectuales de la época, quienes bajo voluntades éticas, políticas y amorosas, decidieron denunciar las condiciones de vida de los sectores populares, visibilizando en el arte las formas que adquiere la marginalidad, una condición que está lejos de ser producto de decisiones individuales equivocadas, falta de talento o fracasos personales. 

En palabras de Luis Alarcón, quien nos aproxima a una imagen de esta compañía teatral basada en la amistad y pasión:

“…yo fui el que movió al Cabildo por todo Chile, como dice Nelson ahí en alguna parte, que nos alcanzaba a pesar del éxito, apenas para comer. Yo encuentro que el planteamiento que hace el Cabildo es interesante, contando toda la historia de por qué hicimos el Cabildo: queremos hacer un teatro que abarque los amplios sectores, eso era lo que queríamos realmente. Estamos dispuestos a montar obras de las más diferentes tendencias, nuestras producciones están basadas especialmente en el trabajo de la creación de los actores. Sí, queríamos hacer hincapié en eso, el trabajo de los actores, porque se hablaba mucho de los trabajos de los directores y nosotros no, no nos sumamos a eso. Queríamos que se reconociera el trabajo del actor”.[6]

Sintetizando, los años sesenta fue una época convulsionada a nivel mundial y que impactó de diversas formas a una generación que creía en los cambios estructurales en un mundo en plena guerra fría.

En Chile, las condiciones objetivas para el cambio estaban dadas desde las organizaciones sociales de base y obreras que ya llevaban cincuenta años de aciertos y derrotas. Es innegable que la cultura en esa década se había volcado en su mayoría a la denuncia estructural de las condiciones de vida de los sectores populares, los cuales fueron visibilizados en el devenir histórico en los grandes relatos literarios y en las puestas en la escena nacional, esta vez intentos reales y serios autoconvocados entre la amistad y pasión, sentimientos que tenían el objetivo de difundir e integrar a la sociedad de entonces a una población pobre y alejada del mundo, quizás con la finalidad última de invitar al individuo en su capacidad filosófica a que comprendiera desde otras perspectivas, las razones del sometimiento humano. 

En perspectiva histórica, comprendemos que, al igual que la novela Eloy, el teatro el Cabildo tuvo un éxito fulminante. En 1967 la compañía independiente se había constituido en un gran manifiesto que buscaba rescatar el trabajo del actor, procurar la calidad de las obras y que éstas llegaran a todos los rincones de Chile. A fines de 1968, el Círculo de Críticos de Arte, le otorgó el premio al mejor grupo del año, no sin antes experimentar las dificultades de lo que significó independizarse artísticamente en nuestro país, pues en palabras de Nelson Villagra:

“… Gustavo Meza dirigió las dos primeras obras como colaborador, Fragmentos y Ventanas de Schisgal. Teníamos más actores en escena que espectadores en la sala, una experiencia del terror, a veces tres espectadores, a veces cuatro y los muros mojados por el frío. No teníamos dinero ni para comprar una estufa”.[7]

 A su vez, Luis Alarcón nos comenta que intentaban estilos distintos para captar la atención del público. Nos facilitó el afiche para entender las intenciones originales del grupo, encontrándonos con una tímida y precisa biografía de los integrantes que en la actualidad son grandes figuras de la escena artística. Lo que buscaba esta generación de jóvenes artistas era derribar el origen de los sesgos en la práctica y en el análisis teatral, queriendo tensionar dicha perspectiva, además de entender al teatro como una herramienta de cambio, poniéndose al servicio de las convulsiones sociales:

“…Los cinco integrantes de nuestra compañía, luego de hacer sus primeras armas en Santiago, tanto en la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile en conjunto con aficionados y profesionales, fuimos contratados con otros compañeros por el Teatro de la Universidad de Concepción. Nos encontramos innumerables veces en trabajos, llamados por diferentes empresas y pensamos: si nos va bien en forma individual, ¿por qué no nos ha de ir mejor si nos unimos y formamos una compañía? Ese fue el primer impulso”.

Señalamos tras una larga vuelta reflexiva entre arte, historia, memoria y compromiso, que más allá de las ideologías o formas de ver el mundo, Paul Ricoeur, filósofo de la hermenéutica, diría que en nuestro país durante aquella década existió una humanidad juvenil que se hizo cargo de la historia, evitando caer en una melancolía narcisista, tentación permanente en la cual estamos enfrentados en la existencia, de quedarnos en la tristeza de la derrota diaria, en donde los seres humanos sabemos muy en lo profundo cuáles son las razones de que la existencia material sea abundante o precaria, pero pocos son y han sido los que realmente se hacen cargo de tensionar esta condición social, la cual señalamos, finalizando, a modo de reflexión, que estas condiciones pueden modificarse política y socialmente en beneficio de las grandes mayorías.


Notas

[1] Mayol, Alberto. Big- Bang. Estallido Social. Editorial Catalonia. Año 2019.

[2] Es el caso de Luis Alarcón Mansilla, Shenda Román, entre otros.

[3] Sin ninguna planificación previa, este ensayo se presentó para una celebración de los 25 años de la obra de Carlos Droguett y resultaron coincidentes el año de publicación y el mismo tratamiento de fenómenos sociales propios del subdesarrollo. El comentario es nuestro.

[4] Hornillo de barro o de metal que sirve para calentar ambientes.

[5] Droguett, Carlos. Eloy.  Editorial Universitaria. Año 1967.

[6] Alarcón, Luis. Entrevista inédita. Febrero de 2021.

[7] Villagra, Nelson. Entrevista Inédita. Año 2021.

Es profesora de Historia y Ciencias Sociales, Mg en Historia y estudiante del Doctorado en Historia de la Universidad de Concepción. Ha publicado artículos en prensa e indexados sobre temas del teatro chileno. Actualmente se publicó un libro titulado "El Teatro comprometido. Una contribución al movimiento popular chileno 1963-1973". Editorial Escaparate. Junio 2021.

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