Foto: @pauloslachevsky

13 de enero 2022

Trilogía del ceviche social. Elecciones, poblaciones y un paciente Covid cero

por Daniela Wallffiguer Belmar

A la Memoria de Rodrigo Lira.

Resulta difícil comenzar a relatar la vuelta de las votaciones del Domingo 19 de diciembre sin una imagen de cansancio y agotamiento. Efectivamente había una escasez de locomoción colectiva, sumado al intenso calor producto de la ruina del medioambiente.

La gente andaba con hijos, paquetes y prisa. Por no caminar un par de cuadras hacia el metro, decido tomar un taxi. Una mujer y sus hijas toman el primero, no sin antes decirme que suba con ellas, ya que intuye que no habrá otros quizás en horas. 

Ahí comenzó el verdadero tour.  

La mujer y sus hijas indican que van a dirección población Bahía Catalina. El taco era eterno, las ferias locales innumerables, las cuales eran éstas las que nos desviaban más adentro y lejos de la dirección final. El chofer me dijo una vez que se bajó la pasajera con sus hijas, que estábamos en la población dónde semanas antes habían baleado a dos funcionarios de la PDI. Miro de reojo los letreros de las calles en las que anduvimos. De la san Gregorio a la Pintana, una hora dentro del vehículo, completando la primera trilogía del ceviche social de ese día, observando con serenidad la violencia acostumbrada del paisaje. 

La ansiedad por llegar a destino queda en segundo plano.

A su comentario anterior, le respondo que confío en él para llegar a mi casa.

Taxista: – ¿no conoce por aquí cierto? 

Respondo que no, sin embargo, le cuento, que había trabajado por ocho años en un liceo ubicado en san Ramón, detrás de la población Vaticano II ubicado en la Bandera.

 Taxista: -¡ah, ud. Conoce la realidad!

Algunas palabras claves sobre la realidad chilena fueron las que nos conectaron en una conversación breve hasta que enganchamos en un gran relato. 

Taxista: -Uno nunca termina de vivir la realidad, porque siempre pasa algo peor que no te imaginas. Continuó con una voz suave y calmada. Decapitados, mujeres en parto o abortando solas en sus departamentos, jóvenes baleados entre juegos y ajustes, todos llegan a la Posta Central, prosiguió.

El taxista va revelando lentamente que su verdadero oficio es chofer de ambulancia, más de veinte años trabajando en el servicio público. Su contextura lo confirma, 1.90 de alto, fornido y corpulento, descripción que hago, porque mientras habla, muestra dificultosamente con su mano derecha, las fotos que comprueban los datos, ya que con la otra manejaba. 

Me cuenta que fue elegido especialmente para dicho trabajo desde hacía ya muchos años, porque es él sin ayuda, quien pone a los pacientes en las camillas de la ambulancia, levanta a los futuros pacientes en brazos y los lleva a urgencia tal cómo los encontró. 

Juan R es su nombre y como segundo plato de esta trilogía, confiesa que fue el paciente cero COVID del 2019 y hoy es taxista los fines de semana.  Un día laboral cualquiera de chofer de ambulancia, hacía su turno.  Esta vez debía ir a buscar a una mujer que estaba haciendo trabajo de parto sola en un departamento de la zona sur de Santiago. Él, sin haber hecho muchas preguntas, juntó su mejilla con la joven parturienta y cuando le llenan los datos en la Posta Central, dijo no tener ninguna enfermedad excepto COVID. 

A partir desde ese momento, cambió todo.

Le pregunto de certezas sobre el virus, qué podíamos decirles a quienes seguían ignorando descaradamente como los antivacunas de que, en realidad, todo es una farsa y que el virus no existe. La conversación cambió a tono lúgubre, pues me muestra las fotos de su propia hospitalización y el calvario de la recuperación. 

Seis meses estuvo en posición boca abajo en donde fue ingresado con casi 110 kilos antes del contagio y que salió del hospital con 41. El relato era una cascada de hechos dramáticos, desde los cambios y dolores físicos, seguido de las humillaciones de gente de la salud pública que no lo atendieron a tiempo, ya que, por tan sólo tener unos pañales por más de 22 horas, le produjo una escara que le impidió ir al baño por meses. 

Las fotos de su celular eran una evidencia implacable.

Cuando pudo hablar después del coma en camilla mientras estaba boca abajo, un director de hospital lo reconoció como funcionario de la posta central y lo sacó de allí para que se recuperara en una clínica. Empezar a comer sólido, que lo limpiaran en su aseo personal, volver aprender a mover su cuerpo y aprender a caminar de nuevo, lo doblegó psicológicamente. No logra terminar el relato cuando le caen unas lágrimas suaves. A esa altura del trayecto y conversación, no me atrevo  a mirarlo directamente a los ojos.

Trataba absurdamente de darle una lógica surrealista en mi racionalidad pequeña, común y corriente, pensando qué aprendizaje espiritual tenía que aprender el hombre tras una experiencia cómo aquella y veía las calles, la suciedad, gente por todos lados, las mismas poblaciones dónde trabajé, mucho más deterioradas que ayer. 

La realidad se impone y la estrechez analítica cotidiana se esfuma ante lo concreto de lo que realmente tiene que estar resuelto para vivir una vida, puesto que en pleno siglo XXI, cada vez más cantidad de seres humanos, sólo les alcanza para estar al límite del nivel de la sobrevivencia y reproducir las condiciones mínimas materiales para el día siguiente.

 No existe desde ninguna premisa científica en nuestro presente, sobre una respuesta de que estamos acá para aprender a través del sufrimiento, en este caso, padecer la falta de acceso a servicios que mejoren nuestro paso por la vida, en este caso, disponer de una salud pública que se encuentra precarizada en Chile, producto de políticas públicas que se administran bajo el modelo neoliberal, y se presentan como un servicio de mala calidad porque la administra el Estado bajo subsidios.

Para quien no siga comprendiendo después de este relato sobre nuestra crisis, el Estado chileno neoliberal está reducido sólo a subsidiar las áreas sociales para administrar la pobreza, no para erradicarla. A dicho panorama, la gente que ha estado trabajando en el sector público, en general, carece de valores sobre lo que significa la responsabilidad social; los puestos políticos y de gestión gerencial designados políticamente, en su mayoría nunca trabajaron en terreno. Son cargos nominativos, una especie de compadrazgo, un elemento de continuidad en nuestra historia del subdesarrollo y que permeó a toda nuestra sociedad en todos los ámbitos de la economía.

En conclusión, todo ha llevado a un aumento de la segregación social y espacial de una mayoría para mantener privilegios de una minoría hasta el punto que funcionamos mecánicamente y la vida cotidiana está alterada por dichas negligencias que se han acumulado en el tiempo.

La última trilogía de este ceviche social, fue la enfermedad de base de don Juan R, quien me relata que había tenido tuberculosis de niño, ya que comenzó a los 12 años a trabajar en la calle. Huía de un hogar maltratador, lo que nos indica la existencia de una infancia frágil en Chile; a este panorama histórico, sumémosle el aumento del abuso laboral, producto de la debilidad de los sindicatos actuales, puesto que en su trabajo sabían que tenía una enfermedad de base, pero aun así no lo enviaron a su casa para cumplir una cuarentena preventiva. 

Historia de vida vulnerable, sistema de salud público colapsado, jefaturas que toman decisiones negligentes para no contratar reemplazos, gente en altos cargos del sector público que, con falta de ética de servicio, se ha transformado en un caldo de cultivo para replicar el desamparo de la sociedad chilena sobre el aseguramiento de nuestros derechos sociales.

Tras comprender que existe una respuesta sobre la base de la experiencia de cómo se vive en Chile y además sobrevivir a una experiencia límite, la historia de don Juan R da una respuesta a la crisis que vivimos, y sigo sin comprender que haya gente vociferando en unas cómodas trincheras adornadas de pastos verdes, perros finos, exceso de visos y botox, que les dé lo mismo el origen de dichas razones. 

Si no se quiere ver como un problema de clase, analicemos que gente común tampoco indaga más allá de lo que las mismas redes sociales entregan, a veces mucha información tentadora de verdades postmodernas mediáticas, que dan crédito a teorías ciudadanas, en dónde se expanden ideas, tales como la inexistencia del virus COVID y que las desigualdades estructurales son falsas, que el universo es abundante, sólo que no sabes pedir, porque es más simple creer que la crisis está orquestada desde fuera y desde dentro por una izquierda poderosa que tiene la capacidad de alterar mentes y gobiernos.  

De haber sido poderosa la izquierda en Chile no hubiéramos tenido un fracaso que lamentar en 1973. 

Ser democrático en un modelo tan ficticio como el nuestro, parece una conspiración de otro planeta, ya que después del estallido cualquier persona sabe que, a partir de la objetividad, entiende más sobre el imperativo de sus derechos básicos garantizados y no solo para los que tienen poder adquisitivo.

Una vez detectadas las grietas estructurales, se hace insoportable experimentar entre la comodidad del desarrollo de unos, imponer el autoengaño sobre el ocultamiento de la miseria, esa que está a dos pasos de sus comunas, seguir insistiendo en que todo es ficticio y que hayan sujetos profesionales, con ojos desorbitados gritando con locura, tal como una convencional que estudió filosofía, que somos un país modelo y que lo echaron a perder unos cuantos izquierdistas de cuarta.

Volviendo a don Juan R, me dice que sólo yo iba a entender en ese pedacito de viaje su experiencia, porque vio al igual que yo en el ámbito laboral, la descomposición acelerada de una capa social que no tenía remedio ni escapatoria más que la autodestrucción, pues todo lo resuelven a balazos o como dentro de un juego patético, entre suicidios frustrados, abortos caseros o mujeres solas pariendo en sus departamentos, que la soledad y exclusión están más fuertes que nunca instalados en Chile.

Estamos finalmente constatando, a través de un testimonio, que los aspectos básicos de los derechos de un ser humano promedio en este proyecto neoliberal chileno fracasaron puesto que no se cumplieron de manera equitativa y como no existe capacidad de análisis social de parte del gobierno que salió. A sus representantes políticos y los apegados a la tradición, se les ha dificultado asimilar el cambio cultural que se está dando a nivel mundial, recurriendo a discusiones del pasado para dar respuestas retóricas que eran propias del siglo XX, como, por ejemplo, un insistente rebrote del fantasma marxista para justificar la intolerancia de la existencia de los pobres.

Es profesora de Historia y Ciencias Sociales, Mg en Historia y estudiante del Doctorado en Historia de la Universidad de Concepción. Ha publicado artículos en prensa e indexados sobre temas del teatro chileno. Actualmente se publicó un libro titulado "El Teatro comprometido. Una contribución al movimiento popular chileno 1963-1973". Editorial Escaparate. Junio 2021.

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