Pintura: Francis Bacon

18 de agosto 2019

El computador

por Sebastián León

M trabajaba incesantemente. Todos los días de la semana, incluyendo los domingos. El único momento para descansar y, si es que se puede decir, para compartir con su familia, era por las noches. En esas cortas horas de oscuridad, M aprovechaba de conversar con sus hijos, contarle sobre sus proyectos y en algo les ayudaba en sus tareas. No obstante, esto sucedía siempre y cuando sus hijos estuviesen despiertos. Cuando sus hijos dormían, M intentaba dialogar, dentro de sus facultades obviamente, con su esposa. Se iban a la cama, M tocaba a L, L se dejaba tocar mientras lágrimas caían sobre sus ojos. M le hacía el amor de manera agresiva. L, en silencio, no sentía una gota de placer.

M se despertaba en la madrugada, se tomaba una taza de café y fumaba un cigarro blanco. Salía raudamente de su casa, tomaba el bus en dirección a su primer trabajo. En este trabajo, que duraba toda la mañana, M etiquetaba las maletas de los pasajeros en el aeropuerto. Su jornada terminaba luego del almuerzo. Casi siempre no almorzaba porque no podía llegar tarde a su otro trabajo, sólo comía algún bocado por la tarde, o se aguantaba el hambre hasta la noche. En el otro trabajo M vendía productos telefónicos a las personas que pasaban por concurridas calles del centro de la ciudad. Era el trabajo que más le gustaba, ya que disfrutaba hablar con las personas, a pesar de que la mayoría lo rechazara con miradas indiferentes. También le gustaba este trabajo porque imaginaba que podía ascender de un simple vendedor a jefe de vendedor y de jefe de vendedor a jefe del jefe del vendedor y el jefe del jefe del vendedor a un cargo que su imaginación sólo sentía el placer de idealizar, mas no lo lograba visualizar. Esta jornada laboral era de lunes a jueves, y siempre se repetía lo mismo: café, cigarro, trabajo, noche y sexo.

De viernes a domingo, M trabajaba como camionero para una empresa de huevos. En el camión transportaba un centenar de gallinas, las cuales eran trasladadas al norte de su ciudad. En este trabajo M no tenía oportunidad de descanso, ya que las entregas debían ser rápidas y mientras más iba y volvía de la ciudad al norte y del norte a la ciudad, más comisión ganaba debido al aumento de producción que esto significaba. No obstante, M realizaba esta labor con mucho entusiasmo, pensaba en las comisiones, en la posibilidad de cambiar un mejor camión, en la alegría de la empresa por su eficiencia.

M llegaba a casa los domingos por la noche y así fue hasta que algo comenzó a cambiar.

Su esposa empezó a percatarse, dentro de su situación adormecida, que M por los lunes parecía ser N. Y que a veces por los miércoles M creía ser X. Así también los domingos por la noche, donde M argumentaba ser Z. Estos cambios comenzaron a ser constantes. M, por los lunes, ya no cenaba con su esposa. Éste llegaba tarde, borracho, a sólo tener sexo con L, de una forma tan agresiva que más que sexo parecía ser un acto de masoquismo. Así también, los miércoles por la noche M llegaba con un extraño entusiasmo. Miraba a su esposa con los ojos muy abiertos, mientras devoraba como un salvaje un plato de comida. Conversaba efusivamente y contaba chistes sobre animales. Al acostarse, M hacía sangrar a L. Del mismo modo, M los domingos por la noche llegaba con un extraño acento del norte de la ciudad. Argumentaba que en ese lugar todos lo respetaban, que allá era casi como una figura pública. También argumentaba en contra de los obreros de los campos del norte, diciendo que eran unos flojos, unos salvajes que se aprovechan de las personas dueñas de empresas. En la cama, M se dormía, L descansaba.

Habiendo transcurrido un largo tiempo, L ya se acostumbró a las diversas maneras de ser de M. No obstante, algo extraño estaba ocurriendo en la voz de M. Al hablar era como si diversas voces, o al menos tonos de voces, se proyectaran sobre los oídos de L, dificultando totalmente la comprensión. De la misma manera, sus ojos se achicaban y agrandaban, cambiaban incluso de color. Sus manos a veces estaban quietas sobre sus enjutas piernas, a veces se movían a tal velocidad que L no alcanzaba a verlas.

Un domingo, M llegó más tarde que de costumbre. Por las calles pasaba una neblina espesa, helada y con olor a neumático quemado. Al entrar a la casa, L saltó del susto. M no parecía M. L exaltada comenzó a gritar, desesperada arrojaba cosas al cuerpo de M. Mientras más violencia y desesperación sentía L, más distinto y extraño parecía ser esa persona que estaba en frente. M, o lo que creemos que era M, expulsaba un sinfín de voces. Su cuerpo se retorcía y a veces saltaba sin ninguna razón. Sus huesos sonaban como si se estuviesen quebrando. En un momento de catarsis emocional, L tomó su computador, y con la punta golpeó la cabeza de M tan fuerte que ésta comenzó a sangrar a chorros por el piso con olor a cera.

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