Fotograma intervenido

02 de noviembre 2020

El espíritu de lo policial

por Juan Pablo Valenzuela

En las siguientes líneas no hablaré sobre la policía. Por esta entiendo aquella institución con características determinadas que han sido implementadas a partir de una ideología imperante en cierta época. Lo anterior no niega que ésta dialogue con su entorno adoptando reformas o modificaciones sustanciales. En cualquier caso, la institución persiste. Por supuesto, ésta debe su fortaleza a la cantidad de cuerpos que trabajan en y para ella. Cuando declaro no referirme a la policía en el sentido indicado, evito a la vez involucrarme en la vida subjetiva de cada persona que se desempeña como policía.

Para que una institución sea efectiva debe primar por sobre el individualismo (no digo individualidad) de cada cual. Como afirma un reconocido filósofo, cada sujeto es sujetado. Y dicha acción sobre cada uno puede ser obligada o voluntaria; en base a órdenes personales o leyes claramente establecidas. En efecto, así como puede existir una adhesión voluntaria y operar bajo la lógica del mandato, también una adhesión obligada puede estar guiada por preceptos legales. Con el fin de evitar el arduo trabajo que suscitaría abordar el análisis desde este punto de vista, decido centrarme en otro aspecto. Me refiero a uno mucho más abstracto y que goza el privilegio de no quedar reducido ni a un juicio historicista ni a uno psicologista. En suma, no trataré acerca de la policía sino sobre lo policial (usaré indistintamente policíaco y policial).

Lo que me interesa aquí no es desarrollar la historia de la policía o cuándo surgió tal como la entendemos hoy en día. Dejo aquella labor para las y los historiadores o cientistas políticos. Por otra parte, las consecuencias psicosomáticas que podría conllevar el estar expuesta/o a regímenes estrictamente disciplinarios merecen ser analizados con la seriedad y urgencia que corresponde por los avezados en el tema. Desde que se piensa en un tema como el que aquí se trata, resulta patente para cada intelectual las múltiples aristas y enfoques que se pueden adoptar para un estudio en profundidad de la policía.

Estas opciones, aun cuando sean necesarias y del todo loables, no satisfacen la teorización que aquí -de manera resumida- se pretende. Mi interés tampoco radica en interferir en la práctica de aquellas disciplinas que ayuden a dilucidar el campo de la policía. Lo que aquí se entrega no es más que una propuesta para comprender lo policial mismo, es decir, aquello por lo cual la policía resulta motivo de reflexión e inquietud más allá de sus configuraciones temporales.

Lo primero será entonces definir lo policial. Como se ha descartado el pensarlo en base a la institución que lo encarna, toda definición asociada a ello queda suspendida. Por lo tanto, no se lo pensará como un ‘cuerpo’, ni como algo subsumido al Estado o a una clase dominante. El hecho que lo policial se haya encarnado en estas facetas es muestra de la maleabilidad del concepto primario. Hasta qué punto uno mismo se comporta policialmente respecto de sí mismo, debería ponernos en alerta sobre lo policial. Luego, lo policial parece ser una actitud que puede ser ejecutada por un individuo, un grupo de estos, una institución, un Estado o una clase.

¿En qué consiste esta actitud? ¿Qué queremos significar cuando creemos comportarnos policialmente? Respecto al individuo parece ser más o menos claro que consiste en una observancia enjuiciadora sobre nuestros pensamientos y acciones antes que una comprensión de ellos. Ciertas ideas por el sencillo hecho de pensarlas nos inquietan. Restringimos la acción que íbamos a realizar o el flujo de la conciencia para volver a centrarnos en lo que está más próximo a nosotros. Una actitud policíaca vive en nosotros y su nombre no es otro que el que los seres humanos han designado bajo el concepto de prejuicio. Metafóricamente hablando, cada uno se defiende de sí mismo.  Sin embargo, esta defensa es, digamos, automática, responde a un estímulo. Aquí no es relevante saber quién o qué ha impreso el prejuicio en nuestra conciencia, sino descubrir que nos comportamos de un modo prerreflexivo, preconsciente, sin poner en tela de juicio nuestras propias actitudes. Si se desea evitar esta conducta policial respecto a sí mismo, entonces lo primero que se debe hacer es comenzar a reflexionar sobre el modo de vida y los patrones de conducta con que nos desenvolvemos en lo cotidiano.

La cuestión se complica un poco más al avanzar hacia la esfera de la institución. Las instituciones no reflexionan. Son los individuos quienes tienen la capacidad de hacerlo. Tampoco poseen prejuicios en sentido estricto pues, al no juzgar, no tendrían posibilidad de desvelar el engaño. Ahora bien, cualquier institución tiene su origen en alguna acción humana. Por lo que extendiendo el argumento, es posible hablar sobre prejuicios en el origen de la institución. Pero el origen, si es que logramos fijar un punto específico, siempre se nos presenta como algo escurridizo. Piénsese en el inicio de una Carta constitucional. ¿Dónde comienza? Algunos/as dirán que en la redacción de esta, otras asegurarán que está en su instauración, habrá quienes consideren antecedentes que llevaron a la creación de aquella. Pensar el origen de una institución es ya originarla teóricamente. Evitaré trazar genealogía alguna en este lugar. En lugar de aquello, afirmaré que al igual que identificamos un movimiento que enfrenta lo externo y lo interno al nivel individual, lo mismo podemos hacer respecto a la institucionalidad. Quienes son parte de una institución son capaces de influir en las decisiones y acciones que lleva a cabo; quienes están por fuera de ella, difícilmente logran modificar los lineamientos ideológicos debido, en parte, a la naturaleza de las instituciones, es decir, a la tendencia a naturalizar e imponerse en tiempos históricos extensos.

Parece ser que ya tenemos el campo preparado para concebir la actitud policial en este segundo nivel. Toda institución, y esto incluye sin duda aquella que denominamos según el vocablo policía, puede comportarse policialmente. Una institución que no se abre hacia el diálogo con otras instituciones ni hacia la sociedad civil, tenderá a actuar de manera autoritaria o cuando menos, ensimismada, lo cual equivale muchas veces a actuar en base a prejuicios, sin reconocer la experiencia del resto. Tal como la reflexión es la condición necesaria (pero no suficiente) para deshacer el prejuicio en la vida de cada individuo, la apertura hacia la sociedad lo es en el caso de las instituciones. Si queremos preguntarnos qué tan policial es una institución, habrá que dirigir la mirada escrutiñadora hacia su transparencia administrativa y su contacto con otras instituciones y la sociedad civil en general.

Visto el espíritu policíaco en el individuo y lo institucional, corresponde ahora averiguar sobre la naturaleza de lo policial en la interacción entre estos dos estratos: la sociedad civil. Nuestra actitud preconsciente, delineada en parte por la institucionalidad que nos rodea, puede desarrollar en cada sujeto una actitud policial respecto al otro. La atenta vigilancia a las acciones de otros, aun cuando no resulten perjudiciales ni atenten contra otras individualidades, y la obsesión por modificar la conducta y establecer patrones uniformes para la población representan la actitud aquí analizada. Este es el nivel más efectivo que puede lograr una institución. Desde que las ideas que defiende cierta institucionalidad se inmiscuyen en lo más hondo de la mente humana, al punto en que se creen libres, espontáneas y naturales, el sujeto reproduce una lógica que le viene dada desde la exterioridad sin examinarla con el filtro de la razón. Para este antiguo problema no hay más que una solución que no corresponde al individuo reflexivo-aislado ni mucho menos a la institución irreflexiva. La clave en este asunto radica en el diálogo libre y razonado entre las partes, entre subjetividades que siendo conscientes del influjo que el mundo circundante ejerce sobre ellas, no doblegan su espíritu crítico y buscan puntos en común antes que la imposición de una figura otra. La imposición, además de ser policíaca, es una contradicción para todo aquel que anhele la libertad ya no de sí, sino también del resto.

En una primera aproximación (que espera ser refinada) se ha visto que más importante que la policía, un cuerpo de personas que forman parte de una institución para preservar el orden (aquí no es importante, como se destacó arriba, para quién trabajan), es lo policial que permea las relaciones institucionales, las relaciones interpersonales y las relaciones con uno mismo. Lo policial puede estar encarnado en cámaras, en conductas para con otros, en actitudes que, en una palabra, -y he aquí una definición extraída de lo ya visto- siempre anteponen el bien individual, de unos pocos, el egoísmo y la avaricia por sobre el bienestar y la vida digna de cada individuo de la población. 

¿Es posible una policía sin un espíritu policial?

05 de octubre de 2020

Juan Pablo Valenzuela Opazo. Profesor de filosofía y licenciado en filosofía por la Universidad de Santiago de Chile (USACH). Mail de contacto: juanpablo.valenzuelao@gmail.com.

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