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27 de abril 2024

Apuntes de lectura: “Políticas de género y feminismo en el Chile de la postdictadura (1990-2010)” de Nicole Forstenzer

por Carolina Benítez Hernández

¿Existen políticas de género que no sean de consideración feminista? En un tiempo en el cual el género se utiliza para nombrarlo todo y a todxs. ¿Por qué hablar de género no es lo mismo que hablar de feminismo?

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En los ocho capítulos que dividen este libro, Forstenzer no se aboca tan solo a las políticas de género y feminismo en el Chile de la postdictadura, sino más bien transita por los orígenes del movimiento feminista chileno, abordando el escenario nacional desde 1913 hasta el 2010 para luego centrarse en las diversas políticas impulsadas desde el Estado, realizando un ejercicio crítico hacia esos reportes y acciones sociales tanto como políticas. La autora indica desde el inicio que, el origen de este texto proviene de su trabajo de doctorado, cuya investigación realiza en convivencia con una organización feminista en Valparaíso, Colectivo Las Sueltas. Nicole asume con transparencia la investigación feminista desde su militancia y un desarrollo epistemológico del conocimiento situado.

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Movimiento de mujeres, movimiento feminista

En los años previos a la dictadura chilena (1913-1949), la consigna de lucha se centró en el derecho a voto (Primera Ola), así como en las primeras olas feministas internacionales. Este movimiento fue incitado por un grupo de mujeres de clase media con educación superior, junto a algunas mujeres de la élite aristocrática. La relación con las mujeres populares y obreras se impulsa con la creación del MEMCH (Movimiento Pro Emancipación de la Mujer Chilena) en 1933, siendo Elena Caffarena una de sus fundadoras, como también la participación del Frente Popular. Además, en la década de 1940, surgen los Centro de Madres (CEMA) por iniciativa de la Iglesia, en el cual mujeres de clases altas suministran insumos y comida a mujeres en las poblaciones. A pesar, de que estos centros no cuestionaron la división sexual del trabajo, más bien promovieron el rol de la mujer en la maternidad, forman parte del origen de lo que sería la movilización de las mujeres populares en los años 80’, de igual manera que la experiencia política y militante de las mujeres de la Unidad Popular (UP). Esto sedimentó el camino para el surgimiento en la década siguiente, de un «feminismo revolucionario» que cuestionara el sexismo. Luego, se habla de una «crisis y caída del movimiento» debido fundamentalmente a un conflicto de clase, relegando el feminismo a un mero interlocutor de “demandas burguesas”.

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25 años de silencio feminista

El movimiento feminista de los años 80’ se unifica en la lucha contra la dictadura (Segunda Ola) de mujeres populares y movimiento feminista, convocando a estudiantes, sindicatos y organizaciones comunitarias y populares en defensa de los derechos humanos, reagrupándose bajo la demanda de «Sin mujeres no hay democracia» y «Democracia en el país y en la casa». No obstante, al restablecer un sistema democrático renacen aquellas diferencias que desunen el movimiento entre mujeres y movimiento feminista, dado que muchas mujeres prefieren referirse a ellas mismas como mujeres obreras, movilizadas o populares antes que feministas, debido a la consideración del feminismo como un espacio de acción exclusivo para mujeres con situación más acomodada. Nuevamente, el quiebre está mediado por diferencias de clase.

La transición a la democracia, que inicia en 1989, está definida por la reivindicación de la igualdad de género en el Estado y en la acción pública. El movimiento de mujeres y feministas entra entonces en una fase de recomposición, de debates y divisiones sobre las estrategias y de la relación que debía mantenerse con el Estado. Las mujeres y feministas se desmovilizan frente a las promesas incumplidas de la democracia, y en este nuevo contexto nacional, varias organizaciones feministas militantes se vuelcan hacia el proceso de institucionalización (Centros de estudio, fundaciones, centros de investigación independientes o universitarios) y de «ONGeización» y las «feministas populares» manifiestan el abandono por parte de las «femócratas», dividiéndose entre “autónomas” e “institucionales”. Por lo que, se atribuye la existencia de un nuevo silencio feminista en la postdictadura, sin embargo, algunas investigadoras lo reconocen como un periodo de reconfiguración del feminismo chileno cuya última fase, en 1996, desembocará en un movimiento plural y diverso de «feminismos con apellidos»; popular, lésbico, autónomo, radical, joven. Destaca la creación de colectivas feministas con trabajos locales y autónomos, autogestionados. Así, se reformulan dos grandes corrientes del feminismo chileno postdictadura: un movimiento aislado, que milita en pequeños colectivos, y por otro lado, del advocacy, quetrabaja en ONGs, instituciones, centros de investigación, entre otros. No obstante, se indica que reducir o simplificar la complejidad del movimiento a dos corrientes corre el riesgo de caricaturizar e invisibilizan otros feminismos coexistentes. Por tanto, el feminismo postdictadura pierde peso político debido a la multiplicidad de sus divisiones.

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¿Cómo se articularon las primeras políticas de género en el retorno a la democracia?

Los primeros gobiernos de transición se centraron en la igualdad de género mediado por la creación del Servicio Nacional de la Mujer (SERNAM) en 1991 y la participación en la Conferencia de las Naciones Unidas en Beijing en 1995. Aunque la posición del SERNAM se muestre a favor de la igualdad, sus alcances pasan bajo la mirada y el censo de una tradición institucional conservadora que ve en la emancipación de las mujeres un desmedro al núcleo familiar, por lo que, dentro de sus objetivos se incentiva “fortalecer la familia” y conducir medidas y planes para “que la mujer goce de igualdad de derechos y oportunidad respecto del hombre”, es decir, toma nuevamente como unidad medida, la talla del hombre. Esto, además, tensiona una visión emancipadora en contraste a la imposición maternal. Por ello, las iniciativas con éxito político, son aquellas que coexisten con el sistema neoliberal propuesto, integrando el proceso de «democratización» y «modernización» del país, ligadas a una economía de «progreso», quedando fuera, aquellas propuestas críticas al modelo relacional que incluya a hombres y mujeres. En palabras de la propia autora “la individuación como parte del programa de gobierno se concentra principalmente en el empoderamiento económico de las mujeres”, sin cuestionar el sistema económico. Inclusive, se concluye lo mismo de programas que incentivan la incorporación de la perspectiva de género como el Plan de Igualdad de Oportunidades (PIO), y el Programa de Mejoramiento de la Gestión Pública (PMG) de género. No obstante lo anterior, se promulgaron leyes emblemáticas como la nueva la ley VIF 2005, la Nueva ley de matrimonio civil, la ley de acoso sexual.

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En la lectura resultó natural reflexionar sobre ciertas cuestiones contingentes. Por mencionar algunas, el mainstream de la perspectiva de género, llamado transversalización en Latinoamérica, y lo manoseado del término “género”, un concepto-paraguas que incluye diversidad de grupos. En palabras de B. Marques-Pereira, el género es considerado como el medio usado por el feminismo para difundir el «espectro de la indiferencia sexual» y es, por lo tanto, uno de los elementos claves de lapolítica de consenso. Y el consenso, no contempla la discusión y opaca aquellos feminismos radicales que no adhieren al consenso unitario. Tal como presenta la autora, a pesar de que el concepto de género parece imponerse como la expresión de una herramienta técnica, no representa una política que garantice una política de igualdad de oportunidades o derechos para las mujeres y el mainstreaming corre el riesgo de ser tan solo una integración del género, sin convertirse en un motor de cambios estructurales y transformadores, lo que, según M. Verloo es una “revolución de terciopelo”, aludiendo a “una perspectiva de cambio social al mismo tiempo efectivo y sin mayores complicaciones o antagonismos”. De los tres escenarios de implementación del mainstreaming, el “light” sería el caso chileno cuyo centro de atención de la perspectiva de género continúa siendo las mujeres y desde un enfoque reparador más que transformador. Finalmente, esta neutralización a través del concepto del género, podría servir de utilidad en la explotación capitalista.

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Michelle Bachelet: El simbolismo de una mujer en el poder político

Aun cuando una mujer en el poder político no es garante de un proyecto político feminista, la representación simbólica y la repercusión mediática que envuelve el panorama nacional e internacional abren espacios para la disputa. Así como la agenda propuesta afín a promover los derechos de las mujeres, la Agenda de Género.

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¿Será necesario superar las divisiones dentro del movimiento feminista debido a la gran diversidad de los tipos de organizaciones feministas?

La teoría del “triángulo del empoderamiento”, según V. Vargas y S. Wieringa nombra “los tres agentes esenciales de la dinámica del empoderamiento serían el movimiento de las mujeres, las mujeres políticas y las femócratas”

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La violencia intrafamiliar no es lo mismo que la violencia hacia las mujeres

Si el feminismo llegó al Estado, ¿es suficiente? Al analizar las estadísticas pareciera que no, el cambio estructural es fluctuante. Según estadísticas acerca de femicidios, recopilados por la Red Chilena contra la Violencia de Género, lamentablemente, desde 2017 hasta ahora, el número de femicidios no ha disminuido significativamente. Por otra parte, respecto a la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) en tres causales, desde su promulgación, se han llevado a cabo aproximadamente 700 abortos al año, sin embargo, desde el Ministerio de la mujer y equidad de género no se ha propuesto, ni se propondrá (según lo anunciado) una ley sin causales que garantice un aborto legal, gratuito y seguro para nosotras. Por ello, es concluyente que, si el feminismo institucionalizado escenificará un “feminismo de lo posible” no basta, y que inclusive puede transformarse en un componente opositor a los movimientos feministas, como las feministas radicales y populares que aportan con una mirada crítica y un poder transformador que no debe ser cooptado por el Estado o por el gobierno de turno.

Al rebobinar nuestra propia historia, pareciera que aún continuamos estancadas en la misma problemática desde el retorno a la democracia en 1989, las feministas populares denuncian la baja representatividad de sus intereses o reivindicaciones y se separan de las femócratas (aquellas feministas que trabajan para las mujeres o por los derechos de las mujeres en el Estado) frente al carácter conservador y consensual del sistema político chileno. El problema es estratégico y operacional. Para ello dejo planteada y cito una pregunta que apunta Nicole al mismo tema: “¿Se tiene que aceptar la política de los «avances» y de los progresos pragmáticos que propone el Estado? ¿O deberíamos protegernos de la cooptación cultivando un feminismo radical que no se preste para negociaciones punto por punto o derecho por derecho?”

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