Fotografía por Alfonso Carrera @alfonsocarrerav / (Detalle)
El otro mito de Prometeo
El tiempo ha pasado y supongo que ha llegado el momento de contar la historia. Porque teniendo sangre divina en mi, esta vida ha sido larga y ha visto más que la de cualquier hombre. Es además de un temple más noble y los hechos y cosas se han grabado en ella como sobre una lamina de bronce, mientras que en las vidas humanas no son más que figuras trazadas en el barro. Pero también ha llegado el momento porque, habiendo sido tan larga, está por acabarse.
Cuando los hombres escuchan el nombre de Prometeo, creen que saben lo que ocurrió. Pero estos ojos vieron algo muy distinto.
¿A quien pertenecen, entonces, estos ojos? Eso preferiría que quedara inexpresado. Lo esencial son unas cuantas antinomias. Mi vida debe parecer eterna, pero está por acabarse. Soy antiquísimo para los humanos, pero de los más jóvenes entre los míos. Lo que vi ocurrió antes que ningún lenguaje humano existiera, pero a tomado forma a través de sus palabras. Creo que esto puede ayudarlos y, sin embargo, no es ese mi motivo.
¿Qué es lo que los hombres creen saber? Eso es simple. Saben que se trata del fuego. Es esto lo que está en su centro y la clave de su sentido.
No es ningún misterio por qué. En el fuego ven su presente. Ven los motores que mueven el mundo, las industrias que le dan forma, las balas que lo mantienen en su lugar. Y se sienten halagados de ver qué todo esto que han construido les vino de manos divinas. Y sienten la satisfechos de saber que esto es como tenía que ser, porque el don del fuego ya lo anunciaba. Ven que no necesita haber nada más que el presente.
Así se ha torcido el entendimiento de los hombres.
Los detalles quedan, los hechos se pierden. Atrás solo se alza un monumento hecho de con las ruinas de la verdad.
Pero los hombres ven su creación y ven algo que no puede ser defectuoso. Después de todo las cifras son el hecho, los pasos el proceso, las partes el objeto. Es la misma lógica que le han aplicado a su mundo y si este prueba algo, es que este procedimiento da los mejores resultados. Hay que concederles que se han vuelto buenos, demasiado buenos con las cosas pequeñas. Pero mientras más se concede este punto, más hay que dudar de que entiendan su mundo o, para lo que vale, el mito de Prometeo. Los hombres dominan los detalles, pero al costo de prestar cada vez menos atención al diseño que los une. Mientras menos se percatan del patrón, menos ven la mano que lo ha dibujado y más les parece que debe ser natural.
Lo cierto es que bajo esta historia, se oculta otra historia. Una historia sobre la noche.
Pero incluso la palabra noche oculta lo que esta en el corazón de la historia. Porque el lenguaje es insuficiente, como la vista ante dos fieras de la misma especie: ve una figura, sin ser capaz de decir dónde se esconde la intención de matar y dónde la de huir. La palabra es posterior a lo que existía en ese entonces y no conoce más que el mundo de los hombres. Su forma es la del olvido y si tratáramos de encontrar aquella otra noche, solo obtendríamos especulaciones. Por eso hay que rehacer la palabra. Hay que volver a la noche,
Entonces ¿Qué era la noche? La noche era lo único que mediaba entre nuestros tres personajes. Era el poder de Zeus. Era el yugo de los hombres. Era el arrepentimiento de Prometeo.
Antes del mundo de ahora, vino el mundo de Zeus. Usualmente, se tiende a asociar esta época con esos templos en ruinas y esas estatuas mutiladas. Pero aun cuando estaban intactas, estas cosas no eran más que un eco distante de esa era. Cuando el mundo era de Zeus, no habían templos, porque su poder se sentía en todas partes, directamente. En todas partes, pero de forma distinta. El dios era un tirano, pero lo era porque entendía cuál era la forma más adecuada de controlar a cada criatura.
En el caso de los hombres, era la noche. Los hombres eran una de las razas hábiles. Junto con ciertos insectos, aves y algunos roedores, su libertad estaba en su capacidad para moldear el mundo. Porque tanto de las energías humanas se va en la producción de objetos, se hace difícil imaginar que estas capacidades se extienden más allá de lo material. Pero por entonces, lo central era adaptar el tiempo en que vivían. Más que cualquier otra cosa, habían dado forma a una gran variedad de días: días de caza y días de ocio, días de siembra y días de fiesta, días para los huertos y días para los amigos, días de ceremonias y días de malones, días para hacer trabajar el cuerpo y días para descansarlo. Pero la noche seguía siendo la misma noche que Zeus les había dado al crearlos.
Algunos han imaginado que estaba llena de horrores, otros que contenía un descanso perfecto. Lo que cada uno ve, depende de si cree que el carácter del dios era sanguinario o benévolo; dado que siempre hay un poco de ambos en todos nosotros, lo más razonable es que fueran una mezcla de ambos. Pero determinar esto es irrelevante. No era esto lo que veían en la noche. Veían su total y completa impotencia. Sabían que las sombras eran rapaces, que se apoderaban de todo lo que tocaba y no había forma de hacerlas soltar las cosas. Una vez que las tenían en su control, se entretenían haciéndolas funcionar de forma aberrante e impredecible. Entre ellas, nadie podía adivinar hacia donde llevaban los caminos mejor transitados, qué usos tendrían los objetos cotidianos, qué contenían los bosques cuyos frutos cosechaban, ni qué intenciones habían en los rostros que eran tan claros bajo el sol. Cuando las sombras bajaban, todos todos los hombres se disolvían en el primer hombre bajo el peso del gesto atávico: Volvían a sus asentamientos,se encerraban en sus habitáculos, se abrazaban las rodillas y esperaban, si a la mañana, al sueño o la muerte, no tenían idea. De esta forma entendían que había un poder más grande que el suyo, uno que no podían alterar. Lo que Zeus quería no era que los hombres lo temieran o lo amaran, sino que entendieran que estaba por encima de ellos.
Zeus miraba la noche satisfecho, los hombres resignados. Pero había alguien que la veía con profunda resignación. Desde el fondo de su caverna, destellaba la oscura mirada de Prometeo. Pero sería adecuado decir que el titan odiaba menos a la noche, odiaba menos al tirano, de lo que se odiaba a si mismo.
Prometeo tenía un carácter del color de un vino que ha dormido en la barrica hasta expulsar de si todo, menos el sueño y la muerte . Pero no siempre había sido así. Aun antes del mundo de Zeus, había habido otro mundo. Dejando de lado los detalles, este hubiera sido idéntico, si no hubiera sido por una diferencia crucial: por entonces Prometeo creía que el progreso estaba garantisado. Cada cambio, cada acción, cada alteración debía ser para mejor. Cuando escuchó que Zeus planeaba en tomar el poder, no dudó en apoyarlo. Más tarde, lo ayudó a montar su gobierno. Y su recompensa fue ver al mundo volver con más firmeza al mismo eje de siempre. En esta vida, hay pocas cosas más amargas que las esperanzas defraudadas.
Por un largo tiempo Prometeo miró esta noche con odio y con ganas de destruirlo, pero sin actuar. Prometeo entendía la organización que Zeus le había dado al mundo. Porque entendía, tenía claro que la partida estaba jugada de antemano. Sabía que el dios había arreglado el tablero. Sabía qué elementos podían desafiar el poder del dios. Sabía que no los tenía. Y sabía que Zeus había arreglado el tablero para que los caminos para obtenerlos llevaran, paso por paso, a su derrota.
Luego vino el robo del fuego.
También es posible negarse a entender.
El fuego y los hombres. Dos elementos insignificantes. Por un lado, una materia prima en los talleres divinos. En combinación con la arcilla, daba ladrillos; en combinación con el cobre y el estaño, daba bronce; en combinación con el agua, vapor. Cosas que Zeus podía pulverizar con menos que una mirada; ese era el alcance del poder del fuego. Por otro, una raza sublunar que no necesitaba la presencia de Zeus para temblar, porque vulgares lobos y tigres bastaban. Una combinación que no existía, no porque el dios la hubiera prohibido, sino simplemente porque nunca la había considerado ¿qué hubiera ganado pensando en ella? Su resultado hubiera sido demasiado insignificante como para amenazarlo.
Cuando Prometeo tomó el fuego, perdió la razón. Pero fue la razón de Zeus la que perdió. En ese momento, se encontró libre para no ver lo que era, sino lo que podía ser. Mientras considerara poderoso lo que el dios consideraba poderoso, insignificante lo que el dios consideraba insignificante, estaría considerando fundamentalmente las mismas tácticas que Zeus. No le sería difícil al dios anticiparlo y, contando con más recursos, derrotarlo. Solo al trazar las confecciones que Zeus había considerado indignas de atención, abriría alternativas que su adversario no podía prever. En lo imprevisto, estaba la ventaja.
La infiltración del Olimpo, el hurto, la huida, otras fuentes contienen todo esto. Pero lo único que necesita decirse es lo que pasó: la noche se convirtió en una posibilidad.
En ciertas representaciones de los hechos, uno ve a Prometeo llevando el fuego cuidadosamente en una calabaza, explicando cuidadosamente a los hombres cómo encenderlo, cómo usarlo. Lo cierto es que tenía muy poco interés en el fuego, así que no perdió tiempo hablando de él. Lo que Prometeo quería mostrarle a los hombres era lo que él mismo había visto. Se limitó a armar una pira y hacerla crecer hasta que parecía dispuesta a engullir las casas y los hombres dentro. El rugido de las llamas hizo salir a los hombres. No lo recuerdo con certeza, pero lo más probable es que para entonces Prometeo se hubiese desvanecido, huyendo o capturado ya. Pero ahí estaba: la noche iluminada.
Por primera vez, los hombres encontraron una noche que no estaba cubierta por un velo de incertidumbre. Encontraron un nuevo terreno para la vida. Esa claridad fue apropiada por todas las miradas al mismo tiempo y nadie se preocupó de que hubiera consenso, ni entre ellas ni con ellas mismas. En cada mirada no se reflejó una, sino cientos de noches posible. Repentinamente, surgieron noches donde se podía bailar, visitar amigos, conversar, caminar, explorar, tomar, mirar las estrellas echado en el pasto o ignorarlas completamente. La noche de Zeus se había fragmentado y nunca volvería a ser una.
Si uno se hubiese fijado en los bordes de las sombras, hubiera podido ver los destellos que la luz le sacaba a las armas del dios y la ira, a su mirada. No le hubiera costado nada extinguir esa hoguera, extinguir esas vidas, extinguir a toda la raza humana si hubiera sido necesario. Pero esa noche, solo la sombra del dios pasó por entre los hombres. Como tirano, Zeus deseaba el poder. Pero como gobernante estaba obligado a entender cómo funcionaba: una vez perdido, no se podía recuperar; uno podía tratar de re-inventarlo o desangrarse por un recuerdo. Desde entonces pactaría, persuadiría o negociaría con los hombres, pero nunca más volvería a darles ordenes. Ese fue el momento en que se empezaron a erigir los templos y con ellos, su futura ruina y olvido.
Esa era la historia que el fuego ha ido cubriendo.
Pero nada se ha perdido. Al menos eso he escuchado. En verdad, puede que esto sea más cierto de lo que suena.
La memoria de los hombres es una cosa curiosa. He vivido por muchos años entre ellos y he podido confirmar que Zeus se ha desvanecido. Pero el recuerdo de su noche parece seguir donde mismo. Una y otra vez, a lo largo de esta vida humana, he visto cómo quienes apuntan a capturar a los hombres, apunta a capturar la noche tanto como los palacios de gobierno, los fuertes, los hospitales, aeropuertos y carreteras. Uno podría pensar que estas cosas no son más que los medios para enseñarles a los hombres dónde deben ir, cómo deben actuar, a quién deben ver, qué deben pensar cuando cae la noche. Así la noche de ellos en resumen va cubriendo la de los hombres. Eventualmente se vuelve normal. Eventualmente se vuelve lo de todas las noches.
Pero no se ha perdido nada. Al contrario se ha ganado. Los hombres han ganado un presente de progreso, crecimiento, orden y no necesitan nada más. Ciertamente no necesitan ver las noches que se alimentan de huesos, que hablan con la voz de gritos acallados y están pobladas de casas a las que se les ha arrancado la gente como se arranca el alma de un cuerpo. Al ver estas cosas me entra la duda y me pregunto qué tan natural es que el fuego haya reemplazado a la noche, en vez de iluminarla.
Pero la memoria de los hombres es una cosa curiosa. Precisamente cuando la posibilidad de una noche distinta parece perdida, es que parecen recordarla. Es precisamente cuando las calles están desiertas y el aire saturado del azul nocturno, que veo las ventanas en los edificios permanecer iluminadas hasta el amanecer, como ojos que añoran la inabarcabilidad de la noche. Cuando la gente debería estar durmiendo es que escucho un leve martillar sobre la oscuridad salir de esta, de aquella casa. Cada año un poco más un poco más, cada vez socavando la noche inamovible hasta hacerla caer.
No sé si los hombres seguirán perdiendo de vista la noche en los siglos que quedan. Nunca lo sabré, porque pronto me hundiré entre las sombras. Conmigo estas palabras también, de a poco, lentamente. Pero de todas formas sospecho que son superfluas. Sospecho que les he dado vida más para mi mismo que para los hombres, Después de todo, desde que les di el fuego, no han olvidado que podían iluminar las noches.