09 de noviembre 2020

En nombre de la patria, del gobierno y de la policía: Sobre la inquisición moderna

por José Miguel Escobar Castañeda

Introducción

Hace ya más 100 de años, siendo más específicos desde la llamada “cuestión del sacristán” en 1856-1857, se da la simbólica separación entre la iglesia Católica Romana y el estado de Chile, hecho que es proclamado por las leyes laicas de 1883-1884; dicha división posteriormente se estipula en la constitución de 1925, donde se consagra la laicidad del Estado; luego esta división es vuelta a ser ratificada por la constitución de 1980. No obstante, cada año en fiestas patrias se realiza una liturgia de acción de gracias llamada Te Deum, a la que asisten las máximas autoridades del Estado, y se hace para encomendar la salvaguarda de la patria al dios cristiano, a su vez se hace una ceremonia homóloga en las diócesis, donde se convoca a las máximas autoridades regionales; también, para la ascensión al poder de cada nuevo presidente de la Republica, se realiza la ceremonia llamada “Oración ecuménica por Chile y su nuevo gobierno”. Los actos nombrados se les consideran como parte de la tradición republicana del estado de Chile, sin embargo, podemos legítimamente cuestionarnos su relevancia para una nación que hace casi cien años (1925) estipuló en su carta magna la separación entre iglesia y Estado. Es por ello que se puede notar un entramado religioso que pone bajo cuestionamiento la laicidad del estado de Chile, ya que por un lado se declara su separación de toda religión; y por otro lado notamos claramente la trascendencia de la cristiandad sobre éste. De este modo, es improcedente pensar la cuestión de las policías en Chile desde la perspectiva de una única institución policial. La trascendencia del cristianismo y de su forma de gobierno, permea en las diversas instituciones que conforman el Estado, y es por ello, que se vuelve un hecho ineluctable a la hora de analizar el actuar policiaco, ya que los tres poderes que conforman el estado de Chile, impregnan a través de los diversos gobiernos la moral cristiana en todo proceder político-jurídico. Y es debido a esto, que cualquier investigación o indagación que se haga sobre las policías, es más bien un análisis sobre el dispositivo[1] político y sociocultural de Chile y su entramado cristiano.

Ante lo anterior, la laicidad consagrada en la constitución – tanto en la de 1925 como en la de 1980 – puede inducir a errores al momento de pensar la construcción de la legislación que se ha efectuado en nuestro país, puesto que llevaría a cualquier persona a afirmar que el Estado no promulga leyes en base a la moral cristiana, que eso es parte de los comienzos de la Republica, y que los enjuiciamientos por faltas a la moral como lo fue el juicio a Francisco de Bilbao por su ensayo “Sociabilidad chilena” (1844) o los juicios por vagancia y mendicidad, ya son parte del siglo XIX, y que el avance de la historia, o más bien dicho, el progreso que ha traído la modernidad, hacen de estos hechos parte del pasado, empero, podríamos enumerar las leyes consagradas por el estado de Chile, que se encuentran atravesadas de punta a cabo por la moral cristiana. De este mismo modo, la institución policial en nuestro país no es más que una extensión secularizada de la inquisición que es dirigida desde el ministerio del Interior que no es más que la versión también secularizada del Vaticano. Es por ello, que nuestra indagatoria se versa en dos partes: sí comprendemos el trasfondo teológico-cristiano histórico que atraviesa al estado de Chile y su acervo cultural, entonces, por un lado, dilucidaremos a la institución policial como una secularización de la inquisición; y por otro lado, comprenderemos a la inquisición como parte de nuestro acervo cultural a través del ojo inquisidor – y esta última implica una autocrítica que todos debiesen hacer –.

Ahora bien, para agregar un matiz a nuestro análisis histórico, es necesario plantear un tema que fue glorificado en la constitución de 1980, y que no ha sido cambiado empero de las múltiples modificaciones a las que se ha visto sujeta, nos referimos al artículo 22, que proclama la “chilenidad” o qué es ser chileno. La relevancia de esto, se da con la defensa a “los valores esenciales de la tradición chilena” (pág. 28), y esta tradición es propiamente oligo-cristiana. Aunque parece un concepto un tanto vacío, poco a poco notaremos que no lo es.

  1. El génesis
    1.1 Sobre patriotas y traidores

El que no está conmigo, está contra mí (Mateo 12:30)

¿Qué es la chilenidad? Este aspecto fue respondido simbólicamente, lo que sin embargo no implica menos fuerza, el 18 de septiembre de 1810; fue en la “Primera junta de gobierno” donde la elite criolla al mando de Mateo de Toro y Zambrano, convocan un cabildo “abierto” al que solo pueden asistir las elites patricias del reino, y las personas que no pertenecían a ese sector y que querían participar, fueron arrinconadas por la caballería en el cerro Santa Lucía, para que así no perturbasen el “magnánimo” hecho que se constituiría en ese día. Así se conforma el primer aspecto de la chilenidad:

Nunca ha tenido igual regocijo en sus cansados años –señaló el presiden­te de la Junta de Gobierno a los demás cabildos del reino– que cuando observó las aclamaciones de un pueblo el más honrado del universo, sin haber intervenido el más pequeño desorden, ni la más corta desgracia. En cinco horas quedó todo acordado…” (León, 2011, pág. 17).

De esta manera, el nuevo presidente de la junta de gobierno no solo proclama su regocijo por la solemnidad del acto, sino que además, consagra quién es el pueblo de Chile, en consecuencia, glorifica para los siguientes 200 años de la nación, la primera y fundamental característica de la chilenidad, la pertenencia a la elite.

Dicho hecho es vuelto a consagrar en la constitución de 1833, donde se establecen  los límites de acceso a la política, ya que solo aquellas personas que pudiesen leer y escribir – lo que en términos de cifras se traduce que para el censo de 1854 solo el 13,5% de la población mayor de cinco años sabía leer y escribir – y aquellas personas que posean propiedades, capitales, o una renta que justifique las propiedades que posee pueden sufragar (República de Chile, 1833, pág. 6).

Lo expuesto, claramente excluye de la política a toda persona que no posea bienes ni un trabajo formal que justifique los bienes o propiedades, lo que en resumidas cuentas, es la exclusión de gran parte de la población de nuestro país, lo que determina que sea el patriciado chileno, conformado por terratenientes y grandes comerciantes, los que dictaminen las leyes y normativas que rigen al ejército, y lo utilicen como brigada inquisidora, que “velará por la seguridad de los ciudadanos de la nación”. Empero, ya hemos demostrado quiénes son los ciudadanos de la nación.

Ahora bien, nos falta un elemento en la génesis de la chilenidad, su conexión más pura con la moral cristiana. Siendo la República de Chile un país heredero de la tradición católica romana pontificada por el derruido Imperio Español, parece un tanto obvio que las leyes se vean atravesadas transversalmente por su moral, sin embargo, hay elementos no considerados al momento de analizar esta cuestión, y es algo que se glorificará ya con absoluta propiedad en la constitución de 1980, y es la inclusión de la moral ascética-protestante en la católica. Tras el cisma luterano, la iglesia romana en el concilio de Trento, confirma sus dos máximas de salvación, como los son los actos y la fe en Dios, pero no puede impedir que la nueva moral se impregne en todos los lugares de la Europa occidental. La nueva moral ascética-protestante, pone sobre relieve que el trabajo es la única manera de obtener la gracia de Dios.

Las leyes contra la mendicidad y la vagancia, es decir, contra la pobreza, o más bien dicho, contra el pobre, ya se pueden observar en los países de la Europa del siglo XVII en adelante, donde se transforma a los ejércitos en una inquisición secularizada, es decir, en policías, las que se encargarán de velar por el cumplimiento de un nuevo orden moral, que además, tal como lo expresa Max Weber, posee una profunda conexión con el orden capitalista. Es así, que el Chile decimonónico no es ajeno a los aires de la moral ascética-protestante en la construcción de la legislación, las normas y el acervo sociocultural.

  1. 2. Diluvio universal: Sobre la purificación de la patria

Dijo, pues, Dios a Noé: He decidido el fin de todo ser, porque la tierra está llena de violencia a causa de ellos; y he aquí que yo los destruiré con la tierra (Génesis 6:13)

El año de 1973 constituye para la gran mayoría de los chilenos el quiebre de la tradición democrática y republicana de nuestra nación, pero acaso, ¿hubo alguna vez algo que podamos llamar tradición democrática y republicana? ¿Será acaso, que nos falta mirar y leer con detenimiento la historia de Chile? ¿Acaso no se asesinaba y se consideraba como traidor a todo aquel que se oponía a elite patricia de este país? ¿Acaso se puede considerar la existencia de una tradición democrática y republicana, teniendo en consideración la ejecución de los que no eran ni patriotas ni realistas durante el proceso de independencia (1810-1818); sobre el fin del proceso de la “pacificación” de la Araucanía en 1881; sobre la guerra civil de 1891; la matanza de la Escuela de Santa María de Iquique de 1907; la ley maldita de 1948; y hoy en día, el no castigo al negacionismo?

Cada vez que reivindicamos el ideal de la tradición democrática y republicana de Chile, lo único que hacemos es glorificar la mitogonía de un sector que históricamente ha utilizado a los militares y a la policía uniformada, o más bien dicho, a la inquisición secularizada para masacrar personas a favor de sus propios intereses. De este modo, nos queda que el régimen dictatorial de Pinochet no fue una excepción como se nos ha vendido durante años, sino que se consagra como el continuum histórico desde la independencia de España. En ese sentido, la única tradición posible es lo que llamamos ingenuamente los momentos excepcionales de la historia.

  1. 3. Cisma: Sobre la moral protestante en la constitución de 1980

Piensa que el tiempo es dinero (Weber, 2004, pág. 57).

Es en la constitución de 1980 donde por primera vez se consagra y glorifica en los cielos la moral ascética-protestante, ya que es solo a través del trabajo personal que se puede llegar al éxito, lo que se traduce como la única manera de obtener la gracia divina. De este modo, podemos resaltar una situación sumamente relevante al pensar la relación trabajo/gracia, y es el rol que los empresarios o empleadores cumplen, puesto que éstos se transforman en el conducto divino para alcanzar la gracia celestial. La deificación del empresariado – un rol que antes cumplía la relación terrateniente/iglesia – solo es posible a través de los intermediarios que estudiaron en la Universidad (protestante) de Chicago y que importaron la ideología neoliberal[2] a Chile.

La moral ascética-protestante se vuelve parte de la comunión estatal, y desde ese momento toda política socioeconómica, toda orientación cultural, toda tendencia o régimen laboral, y lo más importante, toda legislación y normativización del Estado, apunta en la dirección de llevar a cabo el no tan nuevo régimen de valores. De este modo, la nueva constitución le proclama a los cielos su nuevo himno salvífico, cuyos guardianes son la inquisición secularizada.

No obstante, no se debe pensar que fue solo a través de la legislación que se consagró

 la moral ascética-protestante, sino que, hay todo un plan propagandístico que se da desde el golpe de estado de 1970-1973, para consolidar una mitogonía, para glorificar una verdad por lo más alto, y que bajo designio divino determina quiénes son patriotas y traidores, nuestros “chicos de Chicago”, quienes se consideran los profetas de la nueva parusía en Chile, importan la cacería de las brujas de Salem, donde el dicho del Nazareno, “[e]l que no está conmigo, está contra mí” (Mateo 12:30), adopta su rostro más radical y cruel, ya que no solo los asesinados, torturados y detenidos desaparecidos son las víctimas, a ello hay que agregar, a toda una generación que creció con miedo a la autoridad, una generación que ve como su trabajo no rinde los frutos prometidos, una generación que muere en la sala de espera o por no poder acceder a sus medicamentos, una generación que muere por las drogas introducidas en las poblaciones, una generación que creció con el mito del génesis patriota, con el mito de la purificación de la patria, con el mito de la tradición republicana y democrática, crecieron bajo las alas de la gracia divina de los patriotas, que consagra en el artículo 22 de la constitución, la chilenidad, un aspecto que será defendido a través del verbo divino y la manipulación del mal llamado sistema democrático, y por sobre todo por la Santa Inquisición secularizada.

   2. Santísima Inquisición: sobre creyentes, marranos (conversos) y salvajes
       2. 2. Sobre el ojo inquisidor

Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla (Nicolás Avellaneda).

El ACABar con las policías se vuelve un acto que va más allá de las meras instituciones, puesto que debe ser una reforma profunda que debe calar hasta los huesos, no solo del Estado, sino que también en lo más hondo de nuestro acervo cultura. ¿Por qué? Tal como lo expresa Foucault en “El poder siquiátrico” (2014), la familia adopta la mirada siquiátrica o sicopatológica, lo que se extrapola a toda la sociedad, y que a través de un discurso que crea su propia verdad, determina lo normal y lo anormal. De este mismo modo, se da la mirada inquisidora, ésta se sustenta en toda una consagración y glorificación de lo divino y lo profano, que se encuentra arraigada en lo más recóndito de nuestro ser chileno.

Es por ello que podemos preguntarnos: ¿para quiénes es el ojo inquisidor, a quiénes observa, a quiénes moldea cual arcilla, a quiénes despelleja como animales, a quiénes asesina, a quiénes tortura, a quiénes declara como herejes y a quiénes declara como santos? Absolutamente todo el trasfondo que se encuentra en el artículo 22 de la constitución responde a estas preguntas. Éste no es más que un macabro juego de reparto estético donde, creyentes y marranos, durante 30 años han moldeado cual arcilla el dispositivo cultural, han esculpido lo divino y lo profano a su imagen, y se representan a sí mismos como “el martillo de los herejes, la luz de [Chile], [los] salvador[es] de su país, el honor de su orden[3](Cervera, 2015). Solo basta analizar cada elección de nuestros propios Reyes Católicos, cada uno se eleva al grado de mesías de la nación, son la figura que se encuentra moldeada directamente de lo divino, contrariamente a los herejes que contaminarán la patria con sus costumbres profanas, sus hábitos sin Dios ni ley.

Durante los últimos 30 años nos hicimos parte del dispositivo de racismo estatal, discriminando a otros sea por su color de piel, por su forma de vestir, por su manera de hablar, por su origen o por su apellido; nos convertimos en parte de la inquisición, comprando todo su discurso securitario, sus alocuciones antidrogas y antidelincuencia, compramos cada programa televisivo que mostraba cómo las policías irrumpían en las poblaciones – cada crónica roja –, dejamos que nuestros jóvenes durante las tardes viesen como las policías actuaban contra los migrantes (pobres) en la frontera; también compramos sus proclamas xenófobas y supremacistas, lo que al final devino, en que el oasis de Latinoamérica expusiese sus putrefactas y derruidas bases; y ahora, nosotros los cómplices, no debemos asombrarnos cuando un inquisidor le vuela los ojos a un manifestante, ya que durante décadas se les rindió pleitesía – solo basta ver las encuestas de la década pasada sobre la aprobación a la Santísima Inquisición –. En el film “V de vendetta” (2006) basada en el comic homónimo, el protagonista “V” cuestiona a los ciudadanos del Reino Unido, diciéndoles, que sí buscan un culpable de lo que está pasando, mírense al espejo; somos cómplices en el momento que nos teletransportamos a través de la pantalla, en el momento que no exigimos justicia por cada caso de corrupción de creyentes y marranos, en resumidas cuentas, fuimos inquisidores solo con quienes nos dijeron que debíamos serlo, hicimos carne todo el dispositivo político y sociocultural inquisidor que nuestros queridos Reyes Católicos nos vendieron.

        2. 2. Vecino y poblador: Sobre la ciudad y la jungla

Aporofobia: fobia al pobre.

La temática presente sobre la institución policial, que afirma que el agente inquisidor se moldea a través del adoctrinamiento en la institución policiaca, tiene tanto de cierto como de falso, ya que tal como se planteó, el ojo inquisidor es parte del acervo cultural chileno, es decir, que cada persona que entra para ser moldeada como agente policial, posee de por sí un fondo cultural que lo hace tener un juicio acusativo. Podemos notar como el moldeado del dispositivo inquisidor se enfoca, tal como lo plantea Foucault, en el niño; primeramente, es inquirido por el ojo del seno familiar; para consiguientemente, pasar al ojo inquisidor de la escuela, donde se trabaja a éste para que en el futuro sea una persona normal o buena.

Las particularidades de una persona normal o buena se encuentran determinadas por el acervo cultural que determina a santos y herejes. Nuestra sociedad establece que el flojo es pobre y que el esforzado es rico; que el flojo es tonto y que el esforzado es inteligente. Este tipo de adoctrinamiento – determinado por la moral ascética-protestante – que se da desde la familia, pasando por la escuela y posteriormente en la sociedad, constituye la manera en que la institución policial distingue a priori entre ángeles y demonios. Este tipo de juicio es históricamente aporófobo, ya que, como hemos mencionado, se basa en una forma de moral que establece una estética específica, y el no corresponderla implica culpa, es decir, que cada quien es culpable de ser pobre, en consecuencia, también es culpable si es discriminado (lo mismo sucede con la vestimenta de las mujeres que “se visten provocativamente”, en nuestra sociedad son a priori culpables). En este sentido, las instituciones de adoctrinamiento policial llevan al paroxismo el ojo inquisidor. De este modo, se delimita la ciudad y la jungla.

Desde hace ya años que la televisión ha fomentado ciertos patrones aporófobos, como cuando se distingue entre vecinos y pobladores. Este hecho en resumidas cuentas constituye no solo una discriminación, sino que además, plantea un juego más macabro, que es el de diferenciar entre personas suscritas a una institucionalidad civilizada como son los vecinos; y a otros como salvajes o seres sin gobierno como son los pobladores. Por lo tanto, al vecino se le brinda seguridad y protección, y al poblador se le vigila, es decir, que al primero se le cuida del segundo. Es por ello que los salvajes-herejes que no se corresponden con la moral ascética-protestante, deben mantenerse en la jungla, sino, si sobrepasan la frontera, serán controlados y encerrados, o sea, deben ser buenos salvajes, ya que en el momento de exceder los límites de la jungla deben comportarse bajo las normas de la ciudad de Dios. De este modo, la pobreza se constituye en el octavo y más abominable de los pecados capitales, es por ello, que se da una santa cruzada contra los herejes adoradores de ésta, y la inquisición tiene que hacer valer su designio divino.

Conclusión

La inquisición moderna que son las instituciones policiales, no están en una cruzada contra el crimen, sino que, están en una guerra santa contra los pobres – son incapaces de distinguir entre pobreza y las personas detrás de ésta –. El problema con el que nos topamos es que el acervo cultural se encuentra determinado por esa misma forma de institucionalidad, que en general, conforman todo un dispositivo social inquisidor. Este posee raíces históricas plenamente rastreables, y podemos ver como en la génesis del estado de Chile se establece simbólicamente y luego fácticamente “el ser chileno”. En este sentido de manera sucinta, pudimos apreciar que esto no es algo de perspectivas o ideologías determinadas, ya que se da una consagración constitucional sobre quienes forman parte de la política, por ende, del gobierno, no hay en absoluto ambigüedades en la constitución de 1833, al determinar en el artículo 8 quiénes pueden sufragar.

Sí nos hubiésemos quedado con la mirada de que la ascendencia moral de Chile es plena y puramente católica, esto implicaría, tal como lo postula Foucault en la “Historia de la locura en la época clásica I”, que la moral católica de los siglos posteriores al cisma luterano, dictaría que hay un deber divino con los pobres, y que este acto es el camino al reino de los cielos. No obstante, la moral ascética-protestante impregna la moral católica, y es así, que ya para el siglo XIX, hay una simbiosis entre ambas formas de moral, lo que será determinante durante toda la historia de Chile como República.

El ojo inquisidor como trasfondo de la mirada siquiátrica o sicopatológica de Foucault, busca exponer que todos formamos parte del dispositivo social inquisidor, y que hemos contribuido a su fortalecimiento directa o indirectamente. Los programas de crónica roja son el mayor ejemplo, éstos siempre ponen la mirada sobre los pobres o sobre el salvaje-hereje que se descarrila de los lineamientos del buen salvaje.

Este acervo cultural  inquisidor, es llevado al paroxismo por el adoctrinamiento de las instituciones policiales, éstos determinan a través de un juicio a priori quiénes son ángeles y demonios, es por ello que ACABar con las policías implica un cambio profundo en nuestra sociedad.

La explosión de octubre 18, es el acontecimiento más relevante en nuestra historia, ya que genera una crítica avasalladora sobre todo el dispositivo llamado Chile; busca una verdadera refundación del país; quiere cambiar los arcaicos patrones con los que nos hemos regido por más de 200 años y esto apunta a ACABar con el dispositivo social inquisidor, que por un lado, inculca sobre los niños un patrón acusativo; y por otro lado, caza solo a los pobres. El reclamo lleva a que se haga un radical cambio cultural, económico, político y social, y de esto no queda exenta ninguna de las instituciones policiales. En resumidas cuentas, es el fin de la ciudad de Dios.

Bibliografía

Cervera, C. (27 de Enero de 2015). ABC.es. Recuperado el 20 de Septiembre de 2020, de https://www.abc.es/espana/20150127/abci-torquemada-inquisidor-origen-judio-201501262031.html?ref=https:%2F%2Fes.wikipedia.org%2F

De Giorgi, A. (2006). El gobierno de la excedencia. Postfordismo y control de la multitud. Madrid: Traficantes de Sueños.

Foucault, M. (2014). El poder psiquiátrico . Buenos Aires: Fondo de cultura económica.

Foucault, M. (2015). Historia de la locura en la época clásica I. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

García Fanlo, L. (2011). ¿Qué es un dispositivo?: Foucault, Deleuze, Agamben. A Parte Rei, 1-8.

León, L. (2011). Ni patriotas ni realistas. El bajo pueblo durante la Independencia de Chile 1810-1822. Santiago: Colección Sociedad y Cultura.

Ministerio del Interior. (1980). Consitución política de la republica de Chile. Santiago: Editorial Juridica de Chile.

República de Chile. (1833). Constitución de la República de Chile. Santiago: Imprenta de la Opinión.

Weber, M. (2004). La ética protestante y el ‘espíritu’ del capitalismo. Madrid: Alianza.


[1] El dispositivo es el espacio de saber/poder donde se procesan tanto las prácticas discursivas como no-discursivas, no hay circularidad, ni interacción, ni mucho menos una relación ‘base-superestructura’ ya que las formaciones discursivas producen los objetos de los que hablan (dominio de la arqueología del saber) en tanto los regímenes de enunciación organizan las posibilidades de la experiencia (genealogía del poder) de acuerdo a unas condiciones de posibilidad que se definen en la historicidad (a priori histórico) del acontecimiento. No es que saber y poder son la misma cosa o dos cosas distintas exteriores la una a la otra sino elementos constituyentes de las prácticas sociales cuya relación debe ser explicada en su singularidad” (García Fanlo, 2011, pág. 1).

[2] Se debe considerar que tras el crack bursátil de 1929 el presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt crea el llamado New Deal, que es un reforma política que ataca directamente al liberalismo del laissez faire, genera un fuerte programa de inversión estatal, se regulariza la relación entre empleado y empleador, se legalizan los sindicatos, en resumidas cuentas, hace toda una reforma socioeconómica para apalear los efectos de la crisis. Sin embargo, dicha política no cayó bien en las huestes liberales de la Universidad de Chicago, así que en 1934 Henry Calvert Simons – padre de la escuela de Chicago – escribe el artículo titulado “Un programa positivo para el laissez-faire”.

[3] Frase original escrita por Sebastián de Olmedo sobre el Gran Inquisidor Tomás de Torquemada: “el martillo de los herejes, la luz de España, el salvador de su país, el honor de su orden”.

Soy José Miguel Escobar Castañeda, un recién titulado profesor de Filosofía en la UMCE. Nací el 2 de octubre de 1990 en el seno de una familia pobre en la comuna de Lo Espejo. Crecí viendo la masacre que el sistema neoliberal y sus secuaces efectúan en las poblaciones. Y tras el vacío del alma que hay en las profesiones neoliberales, a los 24 años decidí dejarlas y ser profesor de Filosofía, y ahora soy una persona plena.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *