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27 de abril 2022

EX (dichos sobre J.A.Cuevas, apoyado en un poste, sin anteojos)

por Martín Cinzano

Ser “ex”, ¿qué significa para un país? ¿Y para la poesía? ¿Y para alguien? José Ángel Cuevas vive, escribe y a veces se busca en un ex−país próximo a su cincuentenario. Porque desde el 11 de septiembre de 1973 se produce la muerte de Chile y el nacimiento de un ex−poeta y de un exchile, título de la antología poética de Cuevas publicada por Editorial Universidad de Valparaíso hace unos meses; aunque también la escritura del ex−poeta se puede hallar desde hace rato circulando en ediciones y formatos varios.  

“Oye, para qué…”   

Haber-sido en un país que fue (y que por tanto tuvo a su poeta) y ya no. Como si la confiscación de la experiencia colectiva y su privatización, al tiempo que la persiguieran, posibilitaran la escritura y la subvivencia de un sujeto luego de declarada, por decreto, su muerte. “Parece que como que hubiera que hacer alguna cosa, la cosa aquella alguna”, decía Rodrigo Lira; a lo mejor Cuevas aprendió la cosa aquella de hablar de nuevo, y por eso el poema, la broma más pesada, consiste en un balbuceo que viene a interrumpir la eficiencia comunicacional noventera, cuando el exchile es un espejismo, un proyecto de país que alguien trae doblado en el bolsillo del pantalón mientras ve pasar micros de cambiantes colores.

“Cada época tiene su poeta”; pero también cada poeta tiene su época y luego vuelve al lugar de donde vino, al silencio de su ex−época. ¿Quién no se ha topado con alguien que hizo época? ¿Quién ya no cree en los asados? José Ángel Cuevas es el ex que hizo época cuando ya ni de épocas (ni de asados) queríamos oír hablar; cuando La Época ya ni se imprimía.

“Oye, para qué…”

No se sabe cuáles son las motivaciones para escribir. No se sabe si las hay. El ex−poeta lo hace “con su cara de fracaso, cara de barrio y botillería lejana”. El poema no como artículo de primera necesidad, sino de la última. Hay en estos textos un efecto difícil de lograr, quizá se trate del efecto-ex: luego de leerlos, o de echarles una hojeada, o de recordarlos apoyado en un poste, medio ciego, se puede empezar a creer (o terminar de convencerse, de una vez por todas) que no importa escribir o no escribir. “A partir de ahí se decide una relación con la escritura”, decía Blanchot. A partir de ahí, también, se decide una relación con la lectura y la vida. 

“Oye, para qué…” 

¿Para escribir expoemas? ¿Poemas por fuera y por fuerza? ¿Para decir, años después: “yo fui el que escribió ese puto poema a esta ciudad baja y miserable”? ¿O para al fin legitimarse ante la gallada emperifollada de prólogos y epílogos? Estoy citando sin libros de consulta, a la mala. Por ahí dejé desparramados esos papeles, junto a los anteojos. ¿Alguien los ha visto? No importa; porque hay versos que inevitablemente, incluso aunque uno no quisiera, se aprenden de memoria o se releen años después, proyectados sobre el pavimento de esa misma ciudad baja y miserable. Pero hay que leer los libros del ex; como sea: comprándolos, robándolos, pirateándolos. Haciendo época.  

(Guayaquil, 1977). Escribió el libro de crónicas Perdido, los poemarios Peatonal, Yo ya y los fragmentos de El piano de Waldstein, además de la nonononovela En pana. Coedita le revista cartonera PUF! en la colonia Obrera de la Ciudad de México.

1 comentario

  • Amigues

    a ver si me aclaran esto.
    se me durmió el cerebro al leerlo

    ni es acaso lo
    mismo???

    “Cada época tiene su poeta”; pero también “cada poeta tiene su época “

    😳

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