Ilustración: Gustave Doré

23 de abril 2019

Gargantúa en Notre Dame

por François Rabelais [Capitulo XVII de Grangantúa (1537)] - Traducción: Nicolás Slachevsky

Cómo Gargantúa pagó su bienvenida a los Parisinos, y cómo se llevó las gruesas campanas de la iglesia de Notre-Dame.

Algunos días después de que se hubieron refrescado, visitó la ciudad, donde fue visto por todo el mundo con gran admiración: porque el pueblo de Paris es tan idiota, tan mirón y tan inepto por naturaleza, que un saltimbanqui, un charlatán, una mula con campanas, un zanfonista en medio de la calle, reuniría más que gente que un buen predicador de los evangelios.

Y tan molestamente lo persiguieron que tuvo que refugiarse sobre las torres de la iglesia de Notre-Dame, donde viendo a tanta gente que lo rodeaba, dijo claramente:

“Temo que estos canallas quieren que les pague acá mi bienvenida y mis parabienes. Tienen razón. Les voy a dar vino. Pero no será más que par ris[1].”

Sonriendo se desabrochó entonces la bella bragueta, y sacando su méntula en el aire se puso a mear tan agriamente, que ahogó a ciento sesenta mil cuatrocientos dieciocho, sin contar a las mujeres y los niños.

Algunos de ellos lograron evadir la meada porque eran ligeros de pies. Y cuando estuvieron en lo más alto de la Universidad, sudando, tosiendo, escupiendo y sin aliento, comenzaron a renegar y jurar, algunos en cólera y otros par ris, “¡Carimarí!”, “¡Carimará!”, “¡Por Santa Mami!”, “¡Hemos sido bañados par ris!”. De donde resultó que la ciudad fue llamada París, habiendo hasta entonces sido llamada Lutecia, es decir, como dice Estrabón, libro IV, “Blanquita”, porque los muslos de las mujeres en dicho lugar eran blancos.

Y luego de que hubieron impuesto este nuevo nombre, los asistentes todos siguieron jurando por cada uno de los santos de sus parroquias: los parisienses, que están hechos de todo tipo de gentes y compuestos de todo tipo de piezas, son por naturaleza buenos juradores y buenos juristas, y un poco arrogantes, de lo que Joaninus de Barranco deduce, en su libro Copiositate Reverentiarum, que son llamados “Parhesienses”, es decir, del griego, exaltados al hablar.

Después de todo esto consideró las gruesas campanas que estaban en las mencionadas torres, y las hizo sonar muy armoniosamente. Haciéndolo, se le ocurrió que podrían servir de campanas para el cuello de su mula, la cual quería enviar a su padre cargada de quesos de Brie y de arengues frescos. Con ese propósito, las llevó para su alojamiento.

Pero vino un tratador jamonero de Saint Antoine que quiso llevárselas furtivamente para hacer una sucia recaudación, haciéndose escuchar de lejos y haciendo temblar las carnes en el secadero. Por honestidad sin embargo las dejó. No porque estuvieran demasiado calientes, sino porque eran un poco pesadas como para cargarlas. El tratador no era el de Bourg: ese es buen amigo mío.

Toda la ciudad se alzó entonces en sedición, como se sabe que tienen la propensión los parisinos, al punto de que las naciones extranjeras se asombran de la paciencia y la estupidez de los reyes de Francia, los que por lo demás, por buena justicia, no las refrenan: razón de que estos inconvenientes se repitan día a día. Quiso Dios que yo supiera en qué oficinas se forjan estos cismas y consensos, para así advertir a las cofradías de mi parroquia. Y han de creerme que el lugar a donde confluyó el pueblo, completamente desconcertado y furibundo, fue Nesle, que es donde estaba –hoy ya no es más el caso- el oráculo de Lutecia. Allí fue tratado el asunto y expuesta la inconveniencia de las campanas transportadas.

Luego de haber sopesado los pro y los contra, se concluyó en Baralipton[2] que se enviaría al más viejo y preparado de la facultad hacia Gargantúa, para convencerlo de la horrible inconveniencia de la pérdida de las dichas campanas. Y a pesar de las protestas de algunos de los de la Universidad, que alegaban que la misión competía mejor a un orador que a un sofista, se designó para el caso a nuestro maestro Janotus de Bragmardo.


[1] La expresión, propia del francés antiguo, podría ser traducida como “por risa”. La dejamos acá en el idioma original a fin de hacer comprensible el juego de palabras que más adelante se verá.

[2] De la lógica aristotélica, Baralipton es una palabra mnemotécnica utilizada para identificar una especie de silogismo cuyas preposiciones mayor y menor son afirmativas, y que en general tiene una conclusión afirmativa.

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