20 de diciembre 2016

Gestionar gestos. Sobre Video Killed the Radio Star

Sobre Video killed the radio star, de Daniel Rojas Pachas. Valparaíso, Narrativa Punto Aparte, 2016

 

Latinoamérica. En una universidad de provincia se pretende dar curso a una mesa redonda sobre literatura; los expositores, aún con la resaca de la noche anterior, son cinco; el público asistente, tres (más “el encargado de sonido”). El moderador cuenta o intenta contar chistes; un poeta argentino lee un poema doméstico-minimalista que, según dice, es representativo del quehacer literario de su país; un académico de la misma universidad lee un ensayo sobre Roberto Bolaño y Enrique Lihn; una poeta chilena dice que ella no representa a nadie.

La escena se da en el marco de un festival de poesía organizado a medias por el Estado y una minera privada y es, o puede fungir, como la condensación microscópica de una situación repetida a gran escala en varias universidades, bares, cafeterías, casas de la cultura, librerías y foros de chat atravesando el continente en este mismo instante. La escena también está, con más detalle, en Video killed the radio star, el último libro de Daniel Rojas Pachas.

Divido en tres duetos conectados sólo por el ambiente cotidianamente miserable en el cual se sumergen, el libro transita sin problemas por aquellos mismos formatos que, en algún sentido, o en todos, han posibilitado el cretinismo —y la amistad y la ridiculez— entre los artistas latinoamericanos y las instituciones públicas y privadas abrazadas a la cultura como reconocimiento social: Facebook, periodismo cultural, ponencia, youtube, ensayo sobre literatura y exilio, bolañismo acrítico, editora (cartonera) filantrópica, festivales de poesía y cierto malditismo carretero con apego a la figura vacía del artista de culto. El primer dueto, quizá el más narrativamente convencional, relata por medio de una sucesión de entrevistas parte de la vida de Francisco Balaunde, pintor de vasta obra experimental, por cuya biografía asoma también la historia de los niñitos cool de la Lima de ayer y hoy, visible tanto en la narración misma del pintor como en rotundas notas periodísticas a pie de página (estas últimas, presuntamente incorporadas al texto por un tal “Daniel”, periodista “fronterizo” que a su vez se ve involucrado en una oscura trama de porno casero).

En el segundo y tercer dueto dominan los modos que a riesgo de quedar como anticuados llamaremos epistolares, ya sea en formato de correo electrónico, posteo o chat. Algunos ecos de la narrativa chilena reciente, el trabajo de Claudia Apablaza en Diario de las especies, o el de Álvaro Bisama en Caja negra, pueden resonar en dicha disposición textual, pero la figura de Collazos y el cántico al hueveo impertinente de cracks caídos al litro como Deustua (vía chat), se desmarca de ellos con una mezcla de insolencia y reverencia, emperrada en proseguir la narración a cualquier precio, pues en la kermesse de Villa Frontera, como en la Miranda de Lihn o en Los Convocados de Arthur Koestler (para hablar de novelas de congreso), aunque se intente, no se guardan las formas (las formas han estallado), y aun así ese desbande es aceptado y tragado por el formato insólito, por parco, de un libro más. (Por cierto, Video killed the radio star se publica en momentos en que lo fronterizo —“adjetivo reculiao no lo quiero escuchar nunca más”, dice uno de los personajes— ya ha sido incorporado con éxito de auspicios a las academias y al mercado: tal y como los grupos musicales chicha a los que se alude en la primera parte del libro, tal y como el libro mismo se asume fronterizo).

En Solo contra todos de Gaspar Noé, un carnicero se mete a un cine porno y la cámara por un buen rato se queda fija en la película proyectada: es un modo de narrar y de introducir de contrabando un género dentro de otro. Rojas Pachas ha logrado algo parecido, vale decir, ha desplazado la narración principalmente mediante textos dialógicos, pero a eso ha añadido bruscos movimientos de cámara, acoplando ensayos, poemas, notas de prensa amarillista, querellas de Daniel Rojas Pachas y manuales de editor (“en este mundillo… sólo hay personas que te usarán y que, en la misma medida, tú puedes usar a tu antojo”), además de ensayar, simultáneamente, un dispar —a veces con agudo oído, otras veces no— uso del coloquialismo y el improperio, esa curiosa eterna deuda de la narrativa chilena que la poesía saldó hace rato.

Es probable que Video killed the radio star, presentado recientemente en Ciudad de México (en algún congal donde quizá se escribió otro más de sus capítulos), se reconozca como parte del entorno absolutamente enmierdado de la literatura latinoamericana que vive del colapso como atractivo folclórico, del yo-te-doy-y-tú-me-das, de las reseñas y presentaciones entre cuates, de las residencias en la agencia mexicana del turismo editorial salvaje. Parece decir, mientras ríe: no nos hagamos: cualquier publicación, por efímera que sea, participa de esto. Y esto es la gestión, el deseo de gestionar no sólo para ser reconocido dentro de un circuito pequeño y autorreferente (después de todo, el libro está escrito desde y para el gremio, con hondo sarcasmo pero con cierta ternura también), sino con el fin de hallar estrategias de sobrevivencia desesperadas o de plano fugarse a Europa. La sombra (o la sombrilla) del poeta-editor-gestor es hace tiempo familiar desde Tijuana a Punta Arenas; ya venía con protagonismo en los cuentos, crónicas y novelas de Marcelo Mellado (inolvidables episodios en la feria del libro usado de San Antonio); pero sigue viniendo y no para de venir como cultivada en el más mínimo gesto de dar a conocer cualquier cosa, como si el gesto por sí solo implicara gestionarse de inmediato. Pues incluso la cosa, el lenguaje, parece importar muy poco si no te conectas como es debido, si no eres tu propio y gandalla gestor.

Un libro arriesgado capaz de escarbar con placer en la herida, pues: como para mandar al carajo a condición de irse con él.

 

Imagen de la ilustración: Daniel Aguilera
https://www.flickr.com/photos/146859163@N02/

(Guayaquil, 1977). Escribió el libro de crónicas Perdido, los poemarios Peatonal, Yo ya y los fragmentos de El piano de Waldstein, además de la nonononovela En pana. Coedita le revista cartonera PUF! en la colonia Obrera de la Ciudad de México.

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