HATER – Carcaj.cl
27 de diciembre 2024

HATER

Podría estar pintando. Debería estar pintando. El taller sucio, el suelo lleno de servilletas, los ceniceros repletos de colillas. Dejo mi celular en la mesa y salgo a la terraza. El frío me cala. La cordillera está nevada hasta las faldas. “Todo un himno”, pienso. Escucho la notificación. Vuelvo a sentarme en mi escritorio y abro el Instagram. La ventana calma mi ansiedad y enciende mi envidia.

Horas antes comprometido con terminar un retrato de Laura. Lo empecé hace unos meses, en otoño. Algo en el detalle de las orejas como piel de durazno… Irreproducible. Frustración. Me senté en el escritorio y abrí Instagram en mi computador. Las notificaciones. Contando comentarios en mi último post. Eso a las 8.30 de la mañana, cuando el día prometía. Son las 11.30 y el día decae violentamente hacia la luz del mediodía.

Primeras citas con Laura. Intercambio de Instagram. Laura mira mi perfil desde mi celular para no verse obligada a seguirme. Mi perfil saturado de retratos en tonos sepia, bordes reventados, filtros que simulan cámaras antiguas. Laura revisa el listado de cuentas que sigo. Luego el Manual: nunca sigas a más gente de la que te sigue; limpia tu feed de cuentas personales; sigue cuentas de museos, artistas, arquitectura, espacios y buen vivir. Instagram como un pequeño museo de bolsillo. Los militares nos regalaron el Bellas Artes. Deber y la Cruz. Instagram abre el museo censurado por la dictadura. 

Mañanas completas en silencio, las sábanas de Laura, mirando nuestros celulares, viendo apenas los detalles de la pintura flamenca.

El pasado se asoma sobre el perfil de Laura. Recuerdos bosquejados en posteos. Memoria que se archiva. Entre ayer y hoy un dolor punzante en el estómago. Una y otra vez al baño. Scroll infinito entre feeds, reels y mi perfil. Contando mis seguidores, revisando el perfil de los que no sigo de vuelta. Buscando algo que pueda seguir. Debería estar pintando… El dolor insistente lo impide. Familiares, viejos conocidos, compañeros de colegio, vecinos, todos se asoman a la ventana. Gran traición al Manual de Laura. Bacon interrumpido por selfies en La Parva. Viñetas de Schulz y el ingenio de Snoopy denigrado por mascotas brutas. Se actualiza constantemente la sociedad que uno debiese evitar…

El dolor cede. Quiero pintar, pero no puedo. Asoma una vergüenza. Me cruzo de brazos. Mi celular vibra. Una nueva notificación. Un nuevo me gusta en la ventana. Like de Jaime a un retrato de Nicolás. Nicolás, hombros estrechos y lunares. Me sorprende una técnica que creo haber perdido. La cuenta de Jaime: ninguna imagen que actualice su historia. Scroll. Scroll. Baños sucios, mojados. Sandwiches tirados en el suelo. Papas fritas inundadas de ketchup. Condones en la cuneta. Scroll. Scroll. Autorretrato de Jaime: labio sangrando, torso desnudo, mirándose al espejo. 127 likes. Retrato de Nicolás: 13 likes. El número de la suerte. Puntazo fuerte en el costado del estómago. Un hilo de agua no alcanza a escurrirse. Troto con el culo apretado hasta el final del pasillo. Casi afiebrado, disparo sobre las paredes del WC. Manchas cafés se dibujan contra la loza blanca. El alivio es inmediato. Descanso. Respiro. Un espasmo en la pierna derecha. Una notificación. Tanteo mis bolsillos: una cajetilla de cigarros en el derecho, un empaque de frutos secos en el izquierdo. Un olor a mierda que sube desde el WC hasta mi nariz mientras busco el celular entre los calzoncillos y el suelo.

El papel se deshace en mi culo húmedo. Uno tras otro van cayendo a la posa de agua turbia. Uno tras otro como una tras otra las imágenes basura de Jaime. Una fotografía de las paredes del WC a su DM. Luego el posteo en el feed, zoom a las manchas café, una borrosa impresión de lo que era mierda en la loza. Un like, un re-posteo y directo a mis historias. Algún incauto que confunde la mierda por un cuadro nuevo. Pero mi celular no está en mis bolsillos. No está en el suelo. No está envuelto en la ropa sucia. Aunque no esté en el baño y esté con toda seguridad en el escritorio, no puede no estar cerca mío. Algo ajeno a la norma. Algo muy peculiar. Una mancha roja sale con el último pedazo de papel higiénico. Otra cosa peculiar. La miro en cuclillas, los pantalones como banda elástica entre mis piernas. Me rompí el culo. Me lo rajé. Me partí el orto. Pedazo de mierda.

Todo periodo de desintoxicación precede a un periodo de intoxicación extrema. Las colillas amontonadas inspiran a deshacerse de las cajetillas. El vicio tiende a huir. La grasa abdominal acumulada, amplificada por la luz blanca del baño, periódicamente compele hacia la sana dieta. De igual manera, la contemplación morbosa de otras vidas impulsa a cerrar la ventana indiscreta y huir hacia la tela. La sangre se coagula. El dolor decanta. Los hábitos se resumen y continúan, como deben, con su terca insistencia. Me propongo algo radical. Destruirme hoy. Sobredosis. Registrar, además, todo lo que está mal. En resumen: mis gustos y mis banderas. Ángulos, vanidad y decadencia. Un tratado o bien la última línea de merca (ahora sí, la última línea de merca).

Jaime @prometeofeuer:

1087 seguidores. 1809 seguidos. Traición a la proporción del Manual. El promedio de likes bordea los 100 por posteo. Jaime es un agente del arte, una nomenclatura de la escena. Un bicho que se ha meado en todas, ha manoseado, que ha traicionado, en virtud de un nombre: tag FEUER.  Grafitero que de urbano solo tiene el mal gusto. Último post: un auto empotrado en el ventanal de una farmacia ahumada. Penúltimo post: una silla plegable apoyada sobre un urinario. Y así, una colección de irreverencias que a gran escala forman una estética de #costaneracenter: los pasillos de concreto que se abren detrás de las vitrinas neon. Los cables eléctricos, los botones, las bolsas de basura XL, las mopas y abrillantadoras. Del vertedero intuyo un conflicto de autoestima. Caca de paloma pintando la acera. Tonos verde agua, blancos y grises. Ningún registro de su obra. O su obra es demasiado sublime para su álbum de basuritas o bien nada de lo que ha creado es más digno que toda esta basura. La obra de Jaime es difícil de clasificar. Casi siempre se sirve de alguna frase ingeniosa que soporta una pieza de gran ejecución pero pobre belleza. Algo como un hacha ensartada en un tronco, su mango lleno de clavos que lo atraviesan. El título: “Trabajo Forzado”. Las notas políticas son sutiles, casi amarillas. Navego el perfil basura. Una foto de mi taller: una mancuerna dentro de un basurero metálico (mi piso tiene una inclinación que hace que la mancuerna, puesta en el suelo, se mueva hacia el ventanal) cerca de una zapatilla eléctrica y un atril. Más abajo unos cajeros automáticos en la calle a pleno sol. Reconozco el edificio de Merced donde vive Jaime. “Libre mercado”, consigno. Esta curatoría casi aleatoria, como thread de 4chan, dibuja un propósito absolutamente contingente. Una honestidad en el basural. Desenfoques, diagonales quebradas, pésimos tiros de cámara, imágenes que puedo oler.  Y el olor es terrible. Olor a perro muerto debajo de la alfombra. Jaime es un abyecto y un narciso, pero al menos no es un putito de Instagram. Lo saludo. Promediando 100 likes, hay gente que estaría mostrándose entera. La ocasional selfie de Jaime parece afiche de circo pobre. De travesti del Pejesapo. Entristece más que ese video de un perro eléctrico que choca y choca contra la cuneta. Pocas cosas son más tristes que un animal de peluche animado. Pocas cosas son así de torpes, ineptas y tristes. Las selfies de Jaime están a la altura. Sus imágenes, por otro lado, organizan una anti-belleza que se vanagloria de su lucidez, casi sonriendo entre la comisura. Es esa sonrisa tuerta la que sonríe mejor. “Limpié un poco”, dice una foto de un post-it, “los vi seriamente amenazados por el tifus, el cólera y el ébola”.

Ismael @ismaelelismael

1.080 seguidores. 502 seguidos. Manual al pie de la letra. Ismael es la última contratación del cancelados fútbol club. Entre su fechorías destaca la manipulación, el ninguniamiento y la coerción sexual. Músico de la escena psicodélica o cuicodélica, Ismael tuvo su década de “fama” opacado por múltiples funas. Desde esas fechas, su perfil ha ido desapareciendo progresivamente. Sus últimos registros son videos del estallido social, gente que baila alrededor de una barricada incendiada cantando “el que no salta es paco”. La ironía de la virtud política colaborando con la misantropía y la misoginia. Para enmarcar un cuadro: red-set de la capital. Antes, un perfil promocional / personal. Pequeños insights de su producción musical. Registros casuales de su pieza en barrio Bustamante, desprevenidamente mirando a la cámara, rodeado de instrumentos de gama media-alta. Fotos de la vida on tour, tomando sol en las playas de méxico o atravesando canales europeos hacia la próxima fecha.  El “derecho de vivir en paz” girando en vinilo sobre una tornamesa technics 7oera. Las imágenes ordenan una vida idílica no exenta de trabajo y esfuerzo. La riqueza del intercambio cultural, el lujo de la música, la vanagloria del after-show. ¿Por qué aparece en mi historias sugeridas? Porque lo investigo hace años, sus gustos, su orden, su terquedad. La convicción de una bondad que no asoma, y que debiese según mi compás moral. Pero Ismael es otra prueba de que el talento y la belleza pueden convivir con la absoluta conchatumadrización de nuestros afectos, y permanecer invisible al mundo hasta la denuncia. De Europa conozco Frankfurt y el aeropuerto de Madrid. Un afiche de las fechas agendadas de Ismael en el 2018. 24 ciudades en 31 días. Las costas mediterráneas. Francia y Bruselas. Los países bajos. Rusia. El transiberiano. Una fecha cancelada en Turquía. De vuelta a su departamento en Bustamante, un video de un sintetizador Korg contra un ventanal luminoso, entre plantas, helechos y guitarras acústicas. La foto de la foto. Cultura de la digitalización análoga. Luces y sombras sobre flores y mapamundis. Estética de polaroid o discípulo de Tarkovski. Belleza revelada y luego enmarcada como output colateral por si “lo de la música no funciona”. Ismael, fascinante ballena del pacífico o inmoral capitán obsesivo. Sus historias hacen eco en los bares de la capital. Su soberbia, su pedantería en boca de todos. Y todas las que lo sufrieron. Claudia, amiga de Laura, que hasta hace dos años aún estaba obsesionada con Ismael, llorando en mi living, corrompida, pensando que él le había definido sus gustos, su forma de vestir, sus inclinaciones sexuales. El buen gusto siempre convivió con la decadencia, porque el mal gusto es inerte, no se corrompe, no decae. Respeto la absoluta convicción, respeto la obsesión por el detalle, respeto la organización. Lamentablemente, una organización de ideas es un sistema y no un organismo. Ismael es definitivamente NO la suma de sus virtudes. Al concho de su perfil una foto probando un bajo en una tienda de Nueva York. Parece todavía inocente, jovial, decente incluso. Ciertos oficios endurecen la mirada. Otros la transforman. Entre un retrato del 2013 y uno del 2020 se abre un abismo sin consecuencias.

No soy Vermeer ni Rembrandt. El retrato de Laura está comisionado por su cumpleaños. O bien a encargo contra mi pobreza. Los espasmos estomacales son quizá síntoma de otra cosa. De una mala dieta o de una envidia también corrupta. Me distraigo en la incesante cascada de reels. El té de manzanilla se enfría. Todo cálido y húmedo en los atardeceres del río Hudson. Sudor en las rutinas de la vigorexia. Frío macabro en este taller. El contraste de bikinis y óleo en los torsos del caribe. El frío se acentúa. Con ello el deseo. Algo mejor, algo distinto, algo opuesto. Un recorrido por pasillos de piedra en castillos croatas, pasillos de concreto y pendones con mi nombre: “una retrospectiva”. La cascada rompe con fuerza arterial: animales, modelos, celebridades, deportistas, influencers, pintores, comediantes, sibaritas, turistas, músicos, científicos. Una impresión de vida inquieta y voluptuosa. De vuelta a mi perfil, control de calidad y vanidad. Algunos retratos me parecen ajenos, bosquejados por otra persona, pintados por mi. Otros han caducado, su lugar es la bodega fría de un departamento del centro. Los conservo como única muestra y me convenzo de que detrás de ese gesto palpita la autogestión. La oreja borrosa de Laura y su mirada de vidrio desde el cuadro hasta mi asiento, como llorando, como llorándome, me convence de otra cosa. Laura, despedida de pañuelo blanco, sacudida de la muerte, último gesto animal de no morir…

El té frío disipa mis ansias. Recuerdo mis objetivos. Tractatus estético-convaleciente. Nunca volver a rajarme el culo. Riesgo de infección. Caca cerca de venas pequeñas que comunican con todo el flujo. En ese flujo casi corrupto, maltrecho, aún desfilan las bestias:

Eloisa @samuraipizzacat

Sus acuarelas son una calco que todos celebran. Las ha arrastrado por los caminos pedregosos del Instagram. Su oferta a piacere de likes, más bien indiscriminada, la ha puesto como punto de referencia y lugar común de toda la fauna santiaguina. Pocas personas son tan sociables y tan inverosímiles como ella. Una mezcla de idiosincrasia arribista y abajismo ilustrado. Sus acuarelas detallan bodegones de loza, cuchillos opinel, granadas abiertas y vasos de vidrio verdeagua. La técnica es bruta, como dibujos con lápiz scripto, casi una ilustración que se refugia en las sombras evidentes de los objetos mal iluminados. Su última quimera, una once voluptuosa sobre una mesa tulip, mantel ska de rojo botella tributo a Los Sopranos y al Da Renzo, como versa el pie de foto, pondera los 270 likes.  $200.000 – $300.000 aprox, según las dimensiones. De vez en cuando una foto kawai como para hacer patria y promocionar otros deltas: el collage audiovisual y los zines que difunden su curatoría. Me pierdo entre sus colores sin sutileza para encontrar el secreto de su popularidad. Lo único que encuentro es una reiteración perpetua de estilo, objetos inanimados y retratos figurativos. Pura challa, como diría Jaime. Alguna vez nos pretendimos, mucho antes de que ella escogiera mi oficio y mucho antes de estos dolores estomacales. Conversando sin mucho que decir, el alcohol acentuó la indiferencia. Ella no tomaba. Mala combinación. En sus bodegones, si, botellas de vino merlot. En sus retratos, labios carmesí. Su pelo largo, rubio, sobre sus ojos oscuros, a veces tientan. Una interacción en su perfil confirma que pronto, la raza, será un término problemático. Cuestionando su técnica sobre un post me escribió luego, por interno, que yo no la conocía como para hablarle así. No supe qué decirle y me disculpé, pero sabía qué decir. El arte merece opinión. El arte lo apropia el ojo que ve. No volvimos a conversar y también cesó el coqueteo de likes. La he dejado de seguir, pero entro a su perfil cuando adelgaza la voluntad. Me demoro en las acuarelas, los colores planos, los mentones rectos, los pliegues bruscos de los manteles sobre las mesas. Laura los navega a mis espaldas y juntos evaluamos hasta el tedio.

Un like por error colapsa el equilibrio. Se desesperan las tripas. El estómago cruje como útero. Náuseas inéditas y pseudo pánico. El baño a la distancia y el ardor de la fisura más próximo que otra cosa. Laura me mira desde el retrato animado por el dolor. Me sigue por el pasillo. Se asoma por los poros del cemento y la textura de la cortina. Me muevo como pingüino hasta la tina y dejo correr el agua caliente. Apunto la ducha tibia hasta mi culo. Me seco con la toalla mojada. Todo húmedo en el taller. Los hongos pueblan el techo. Las ventanas sudan y  las puertas se hinchan. El frío seco de la terraza es incluso más cálido. Deshago el like en el perfil de Eloisa. Tiempo prudente para que lo vea y no desaparezca de inmediato, delatando la vergüenza. El sol se encumbra arriba del taller, dibujando sombras duras. La ciudad a media máquina. Peatones trotando entre calles, esquivándose entre ellos. Gritos secos que suben hasta la terraza. Los busco con la mirada (el oído siempre traiciona). Ademanes bruscos que se tensan en una ventana. Gritos agudos. Drama que se desenvuelve tras un velo. La ventana devuelve aciertos concretos que no juzgo. Tampoco me involucro salvo la mirada que transforma. Un hombre que sale por la puerta de madera hacia la calle. Su decisión lo empina. Se desinfla a media cuadra y desanda. Metros antes descansa en la escalera y luego mete las llaves en la puerta. Desaparece. 

Me excedo en un segundo perfil que camufla mis instintos. A veces, cuando la ansiedad galopa más invisible por ello más profunda, navego los reels de ese perfil secreto. Un ritual de pre masturbación o comida chatarra que regula el jinete atroz que se enrosca en mi estómago. Todo curva, pliegue, volumen. Caderas, muslos, senos. El algoritmo atrae más carne. Un like abre la pandora de bikinis. Es un Instagram entrenado en la cuerina y las poses afectadas donde mi like se ahoga como “lágrimas en la lluvia”. El perfil cura cuadros románticos, con predilección a la obra de Friedrich. Dejé de alimentarlo cuando me di cuenta de que los likes caían por goteo. En la búsqueda encontré otra utilidad, una que debo disimular en presencia de Laura. Sin atropellarse con la pornografía, el gesto la rodea. Es un secreto, un mal hábito, un hábito que, en secreto, bien disfruto. Refresco la sección de búsqueda y otro cuerpo inédito aparece. Scroll scroll o volver a refrescar. Los cuerpos no acaban. Son arrojados con palas dentro de la ventana que los repite y disfruta. El algoritmo me atrapa y consiente. Pero también dibuja con grafito una muralla de piedra. El peligro del algoritmo básicamente es la especialización del gusto, sin la periferia que alimenta el criterio. Cuerpos sin alerta, la alarma se enciende en retrospectiva, luego el orgasmo que vacía. Y aunque el orgasmo también reduce nuestra voluntad reproductiva, el cuadro que dibuja, el frío atentando y recogiendo mi pene flácido, es infértil en definitiva.

@ninfaclasica

La princesa pleyadiana de Aldebarán. 325K seguidores. 232 seguidos. Una cuenta impersonal que reúne tonos e imágenes fantásticas. Desde la melancolía de la “Historia sin fin” hasta las perversas secuencias de “Urotsukidoji”. Fotogramas de animé teñidos de atardeceres púrpura. Fragilidad de Art Nouveau dialogando con los cuerpos toscos de Egon Schiele. Unicornios, perlas, brillo de glitter en polaroids del océano pacífico.  Me sumerjo en la aventura aristotélica. Los posts me protagonizan. Lamiendo un cuello frágil y sometido que sorprende en sus proporciones animadas. Pezones anchos y rosados que me llevo a la boca y mordisqueo tanteando el límite del dolor. Pero no hay dolor o no tiene límite, único desenlace de un baño de sangre que inspira suspiros y deseo. Pezones como un río de lava. Pestañas como abanicos. Sombras que lamen restos de cuerpos en descomposición. Sueños de niños telequinéticos coloreando los pasillos de un hospital. La espalda insignia de una samurai tatuada. La serpiente que se mueve desde sus omóplatos hasta su vagina. Entre todo el collage, un reel de una mujer de cuerpo escuálido que compensa su nariz y orejas desproporcionadas. @itsobrien. La danza se repite en varios posts que la mencionan. Un elfo desnutrido que ritualiza la anorexia. El debate se abre entre los comentarios. @shampooo se disculpa por dejar de seguir pero no puede tolerar las “vibras insanas”. @danger__ pide por favor que no se refieran  a su cuerpo: “Si su cuerpo es naturalmente delgado, puedes causarle inseguridades y si realmente ella tiene un desorden alimenticio puedes reafirmar su dismorfia diciendo esas cosas. Déjala ser”. @talitalisman: “Estás enferma si crees que ese es un cuerpo naturalmente delgado. La chica más delgada no luce así y darle el beneficio de la duda es realmente peligroso. No digo que esté bien criticar su cuerpo más aún si ella está enferma, pero este no es un cuerpo normal y tu ya lo sabes porque ella ya ha mencionado ser “pro ana” muuuuchas veces. Ella no necesita el odio pero si necesita ayuda”. @danger__: “Sí, pero no podemos ayudarla. No conocemos sus circunstancias o quién es. Lo único que podemos hacer es dejar de hablar de su cuerpo”. @ariza: “Pero podemos pedir que deje de publicar esos videos porque es romantizar algo realmente insano. Además, ¿por qué deberíamos dejar de hablar de su cuerpo si los videos están hechos para mostrar su cuerpo?”. 

@itsobrien

17,8K seguidores. 1.001 seguidos. Último post: “Etérea, casi fantasmagórica”. El vigor de la danza sustrae el debate. Desaparecer no me parece aberrante. Un anonimato que dibuja un legado. Mano a mano, en un abrazo fraternal, abandonarnos al risco. Puntiagudo y sórdido, el risco es la puerta de enlace. Siento sus nudillos clavarse en mi palma. Mi estómago respira. Otros dolores lo compensan. Un pelo largo y negro acaricia mis bultos. Los filtros pasteles que usa difuminan sus contornos y la esconden contra el fondo de su pieza. Parece un papel tapiz, delicado, casi ausente, de buen gusto. Otras veces su mentón protagonista endurece la mirada y recupera su salud. Me mira como todo en el taller. Todo se invierte y arriba de sus calzones damascos puedo estirar la mano y sostener su útero. Investigo, en retrospectiva, sus novedades. Sus gustos perpetuos de tierra media. Claveles, escorpiones, criaturas fantásticas. Nada distrae salvo la portada del Grace de Jeff Buckley. Algunos GIF de figuras y sombras se superponen a sus bailes. Una cita a Egon Schiele disipa cualquier duda. Nada en Instagram tiene corazón. El cuerpo siempre será el que sufre la mente. 

Una historia de Laura concentra toda mi atención. La veo una, dos, tres veces antes de entender mis intenciones. Buscar en su entorno un signo de traición. Pasos en el pasillo. El sonido de las llaves de Laura entrando por el cerrojo. La puerta que se abre y con ello la luz que cae como un bodegón sobre el taller, resaltando sombras, detalles, pliegues. Los objetos que en desuso solo estorban. La mirada inquieta alucina un colibrí. La puerta permanece cerrada. Los vecinos se encuentran. Sus murmullos desaparecen junto con un golpe de puerta. El taller se ensancha en mi estómago, como un palacio abandonado. Tiembla, cruje. Vigas que ceden. Pilares que se desploman por la abertura de mi ano, liberando un gas denso que enturbia todo. 

Sandra @lagunaazul

2.823 seguidores. 2.307 seguidos. Cuando Laura acecha consumo otros prospectos. Sandra es artista de murales y tatuajes de henna. Mandalas, geometría y flores. Itinerante, como se define, el pie de su perfil firma “Nowhere”. Sus historias la siguen por su peregrinación Europea. Todo malestar le elude. Su sonrisa parece fijada por un cirujano. No existe equilibrio entre los likes de sus dibujos y los de su cuerpo dorado, curtido por su persecusión del verano. Una flor amarilla promedia 10. Sus piernas contra el mediterráneo: 300. Citas de Cortázar, Huxley, Morrison. Un mural de vegetación amazónica glorifica el despilfarro. Atenuado por dibujos menos dignos, calaveras y cactus como portada de disco blues rock. Algunos dibujos arquitectónicos sirven de excusa para corroborar su moral: “No es Pandemia, es DICTADURA. Sale. Respira”. Una voz autoritaria de desapego, consciencia y voluntad. Es increíble, hoy, como convive la autoridad con los valores del autocuidado. La plétora de autoayuda taladra en las psicologías frágiles. Mentes débiles que se ven completamente avasalladas por las ideas poderosas del coaching. Con ello, el dólar cae directo a la canasta, y el aprovechamiento le sigue como siempre que se encuentra una oportunidad. “Sale. Respira”. Consigna de “ejército por la libertad”.  Cuando nos pretendimos con Sandra su fijación estaba en la fauna marina, el yoga, la feminidad, el cuerpo libre ingobernable. Un post se incendia con un corazón, comentario mío, anclado a sus comentarios, debajo de ballenas azules y olas estilo Hiroshige. Sandra, semidesnuda, explicaba su técnica collage en mi cama de plaza y media. Lloró luego del desencuentro. Luego de fustigarla por su imaginación preconcebida y por el descuido con el que se pronunciaba sobre el bienestar, como si le estuviera apuntando a una receta. Tras el silencio, el pequeño dibujo que hice de sus tetas le devolvió la sonrisa. Semidesnuda a desnuda a si te conozco algo me acuerdo, la progresión lógica. Nos despertamos un desprecio propio de la envidia. Le devolví un mal necesario, pensé, cuando cruzaba la puerta y tomaba su bicicleta de paseo. La soledad es indigna y nos volvimos a encontrar en mi pieza. Se demoraba en las postales de Picasso mientras yo cagaba en el baño contiguo. “Yo no espero nada” me comentaba, cuando hablábamos de nosotros. Yo hablaba para arruinarlo lo antes posible. O para estrellar una ola que luego se forma nuevamente. Otra costa tras otra costa en su hilo de historias, persiguiendo el verano. Reacciono con un emoji de corazón a su pareo al viento. Me responde inmediatamente, una selfie de tiesa sonrisa, sentada sobre la arena con un traje de baño palo de rosa. “¿Cuándo vuelves?” le pregunto. Pero no responde. Minutos más tarde la siguiente historia es de un bar empotrado en la playa, un cocktail de sombrilla, hombres trabajados que juegan a los malabares con bossa-stones de fondo. Un comercial de crush o sprite o wom que en horario prime se repite en cada tanda. Una y otra vez. Pero no puedo evitar sostener su historia con un dedo y pausarla ahí donde sus piernas recuerdan la asfixia de mis caderas, en encuentros sin reservas ni compromisos, sin nada en la mesa, ningún afecto ni interés, nada que haga sucumbir el estómago y estacione el nervio o la paranoia. Tras la pausa, desfilan las figuras de mattel.  La vida de Sandra es la ventana enmarcada en las oficinas de Coya a la salida del mall. Me paseo por sus pasillos como vendedor en el break del cigarro, de cuclillas frente a una gigantografía de Rio o la torre Eiffel, deseando escapar y volver a casa, pero ¿dónde estaba ese lugar?.

¿Dónde dormiremos esta noche? ¿Acá o en su pieza? Mi arriendo por caducar, viviendo en el taller inmundo,  la cama de plaza y media que apenas nos deja estirar los brazos y las piernas. Todo lo que fue decadente y mío, mi santo y seña, ahora me parece pobre y triste. Como siempre, seré yo quien la llame más tarde para asegurar el encuentro. Siempre una pregunta, siempre mis aseveraciones en forma de pregunta. Y luego ella tendrá todas las sugerencias del barrio, el local, la comida y los cocktails. Y los pagará ella. Lo único que escojo es la variedad de tabaco barato que Laura fuma cuando ya está borracha y se ha arruinado el gusto. No es el alcohol sino el hambre el que arruina mi apetito. Todo lo que quiero y deseo palpita en las vísceras. Es como un cáncer. Una rebelión de mi cuerpo contra mi cuerpo. Terco pensamiento que asedia y elude la atención. Si lo miro, si lo encuadro, puede que me mire de vuelta. La síntesis de mi mal trabajo, apenas un oficio, la pobre factura de “mis cosas”. En cambio, decidí que yo debía pintar, no el resto. Como si se tratara de un llamado. Vitalidad de juventud que tal vez era una renuncia a otra cosa. Y acá estoy, esperando el genio, decantando un bosque de imágenes para recoger el fruto prometido que me ayude a pasar la noche. A salir de la penumbra con la experiencia bajo el brazo. Con una voz de color y sombras. Clara como el rocío. Una mueca que desnude la vanidad del Papa. Un gesto que muestre la envidia bajo el haz de luz. Una caricia justo antes de la estocada. Las sombras tenebrosas de la tormenta sobre el Largo di Torre Argentina. El tiritón de juicio antes de decir una mentira. O bien la cara de quien la cree y se engaña. Un acierto, como la flecha que parte la flecha ensartada en el blanco. La gota de lluvia que desvía el escupo. La espalda que se recoge justo antes de un beso que encallará…  

Scroll, scroll. Busco la raíz del tedio. El odio, la afectación, la envidia. Refresco el feed y al poco rato me encuentro con un post que ya he visto. Todo está agotado en el páramo. Nada estimula ya mi aversión. Encuentro un propósito digno en todas las cuentas. El morbo glorifica. La pretensión filosofa. Discursos de identidad que se empinan sobre mi personalidad. Timidez, seriedad, madurez. “Profesionalismo”. Porque he curado obras clásicas, me he manifestado contra lo moderno. Esperando que se me asocie con el trabajo, el rigor, la meritocracia. Scroll, scroll. La guerra, el proceso constituyente, la divergencia social, los amarillos, la derecha, la centro izquierda, los derechos de agua, los derechos civiles, @natureismetal y sus aberraciones: manadas sirviéndose un venado que no se digna a morir. Que gime apenas mientras le mastican las vísceras, un rugido débil, sin estridencias. La distracción y el horror sólo confluyen en mi desidia. Me levanto de la silla y admiro a la distancia el retrato de Laura. En sus contornos descubro mi brazo, antebrazo, muñeca, nudillos, pequeñas venas azules que se dibujan en mis palmas. La expresión de Laura que buscaba, ese desinterés profundo como un satélite que orbita, la tragedia oculta de sus ojos de vidrio, no la encuentro ahora. Me elude. Solo veo una caricatura. Una comedia de situación que sin duda le provocaría risa y ternura. Pero lo que yo quiero no es enternecer a Laura, quiero poseerla, pintarla y descubrirla, y en ello la dignidad de mi mirada, el calor que pueda ofrecer, los lazos que pueda estrechar. El resultado es vergonzoso, y lo único que me previene de arrojar la tela por la ventana es el juicio de que tal exabrupto sería igual de ridículo como pensar en retratarla. El resultado es el silencio quebrado por mis vísceras que se retuercen como serpientes. Como si me hubiese comido una rata, una paloma atropellada, o me hubiese tragado mi propia lengua. 

@francisbaconartist

Dos figuras amándose o dañándose. Dos acciones que tienen un mismo origen en el secreto, la incomprensión y el dolor. Pero conviven y casi se funden en sus líneas gruesas y sombras oscuras que se parapetan sobre la cama. De pronto tengo la certeza de que una úlcera se me ha abierto en pleno estómago, como la herida que deja un cuchillo de pan. La escena me duele en los nervios. La intensidad del movimiento, el desorden de las sábanas, la profundidad de la pieza negra. El rostro del sometimiento en los dientes difusos. Las espaldas anchas. La piel grisácea, rosada y azul, como un bistec fresco. El amor confabula hacia la destrucción de algo, alguien, o todo. Todo lo arrastra. El vigor, la confianza, los proyectos. La vanidad se instala como bandera contra ese asedio. Las figuras parecen haber caído desde arriba, como ángeles desterrados. Podemos ver la estela que deja su antigua esencia, el color rojo y amarillo, notas verdes del dragón vital que recorre todas las esquinas. En la pieza todo es gélido salvo imaginar la rabia o el placer. La fuerza de obtener. El placer de perderse. Todo ocurre en un espacio oscuro como a millones de años luz del calor de una estrella. La piel se craquela y está por exponer los órganos. La sábana es la alucinación de un soporte, un cuidado mutuo, unas reglas de continuidad. Pero el amor no es continuo. No es un flujo. Es una histeria. Un síntoma entre dos cuerpos. La vibración sobre la pierna de un celular que se ha dejado sobre el velador. Una mera sensación que aparece y desaparece desatendida, como vidrio empañado, dibujando apenas la realidad, convocando al desastre, amenazando frío y aburrimiento.

Laura  @laullido

4.143 seguidores. 328 seguidos. Laura conoce a la mitad de Santiago, pero pocos la conocen realmente. Gente que lleva en su vida menos de tres meses se consigna amiga por una especie de abolengo, como si beber con ella los enmarcara y expusiera. Fuera de Instagram Laura no los elude, sin embargo su cariño se reserva principalmente para la familia, sobre todo los parias, los exiliados, los que han sido tildados de aprovechadores o sinvergüenzas y que ahora viven en completa soledad en distintas ciudades del país. Su padre vive exiliado en una casona enorme en Yungay. Su abuelo materno vivió exiliado en Croacia. Volvió a Chile años después, con un maletín de historias, caprichos y amores mediterráneos. Presume su líbido con una sonrisa sardónica. Su infamia es descarada pero también lo es su coraje y honestidad. Laura lo respeta y adora por eso. Cuando lo visitamos siento que debo estar a la “altura”. Mientras el alcohol envalentona, esa “altura” es sencillamente desear y expresar, molestarse cuando amerita, tomar por impulso. Veni, vidi, vici. En el lento proceso de esperar la hora para emborracharse esa “altura” es simplemente un techo inalcanzable: la escualidez de mis premisas, los confines de mi geografía, mi pésimo oficio de artesano. Su último posteo es una fotografía de ella y su abuelo en la terraza de su casa en el litoral. La madera craquelada, los vidrios sucios, la sonrisa de Laura como una madre orgullosa. Su abuelo mira hacia la puesta de sol que se refleja en sus lentes oscuros y enrojece su piel. Luego, una concatenación de detalles de bares, murallas, grafitis, negronis, hielos deslizándose sobre la mesa de madera de una quinta de recreo. Amigos que posan a la salida de un clandestino, mascando muelas y comiendo orejas. Y Laura, siempre Laura, con una mirada sobria, como mirándose a sí misma y directo a la cámara, entre esos retratos del Bosco, perversiones medievales de gente extraviada. Esa misma mirada elude mi retrato y la ridiculiza. Entro en ese juego de bestiario. Me confundo con las meninas. Pero yo soy el pintor. Recuerdo a veces, algunas veces, pocas veces, que mi deber es mantenerme al margen. Y por eso cuando esos amigos vienen al taller, llegan borrachos, me desdeñan, se detienen en mis pinturas como ojos en un vagabundo, mi estómago se violenta, igual que mis pensamientos, mi vergüenza, mi envidia. El cariño que Laura puede darme se siente como una moneda de cien pesos que cae en la cuneta. La recojo con hambre y me cuelgo de ella fingiendo que nadie tiene esa intimidad, cuando la verdad esa intimidad me elude, es un préstamo, una mirada muy breve al jardín secreto. Cuando ya todos han cruzado el umbral y ocurre lo que he deseado que ocurriera, mi ánimo ya está tullido; lloro, manipulo, solicito, y esa soledad elocuente la mantiene a mi lado. Pero yo no me respeto por ella. Laura recoge las botellas, vacía los ceniceros y mira por la ventana antes de acostarse. Yo pienso cada vez menos en ella, mirándola incluso, deseándola mientras deambula el taller. Mi pensamiento se anida en el centro de mi cuerpo y empuja hacia dentro, con su nombre, como recitando un rosario de memoria.

Scroll, scroll. Crece un fuerte desagrado con cada polaroid de fiesta. Me hundo hacia la soledad, retratos antiguos de Laura en su taller, muy El Otro Yo, pinches en el pelo y una radio casette sobre el escritorio improvisado. Quiero abrazar a esa niña antes de su sabiduría, antes de que se encontrase con algo que para mí es indescifrable, una confianza que nada tiene que ver con el mérito del arte o cualquier otra chamba que taladre un espacio en el tiempo y lugar que nos toca vivir. El tazón de cerámica quebrado, sus piernas delgadas recogidas sobre la silla de computador, el cigarro encendido que tiñe con su humo la luz de la mañana que se cuela por el ventanal entre persianas de madera y vidrios rotos. Esa niña siempre supo quien era. Antes del cariño o antes del desahucio, nunca ha estado sola en una habitación cerrada. Siempre se ha tenido a si misma. Su propia vara moral, su propia religión obtusa, su propia arma blanca y puño/letra. En fin, Laura, un lince que me despierta a media noche imitando un aullido que otro montés responde a la distancia. Fiera.

Yo @mujahhadin

1.108 seguidores. 1.074 seguidos. Equilibrio precario. Tendencia al voyeurismo. A la exploración de necesidades que otros simulan cumplir en sus historias y reels. Cuadros deformados por la inclinación de la cámara que los retrata. El mentón de Jaime pronunciado sobre el caballete, desnuda su cabellera por el work-in-progress. Pero todo siempre es un work-in-progress. Toda esta calamidad estomacal no es más que el work-in-progress de un movimiento intestinal de dimensiones bíblicas, como un fresco apócrifo. O bien el pronunciamiento del cáncer y la caridad de Laura recogiendo las compresas, enfriándome la frente, lavándome los pies. Alucinación de muerte que coincide con otro post, y otro post, y otro post. Contando likes como gota de agua fresca en una isla tropical. Queriendo vivir pero soñando día a día con la muerte. Una muerte que dignifique en re-tros-pec-ti-va. Textos poéticos acompañados de autorretratos semi desnudos ante el espejo. Textos nimios y hashtags acompañando otras cosas más sublimes, como una paloma reventada en plena calle Merced #stilllive #personaljesus #roadkill o la bahía que mi abuelo aprendió a pintar a los 80 años #grandpacanpaint. Los filtros van decolorando el feed hacia el útero, desde el alto contraste de los trabajos nuevos hasta los dorados, cobre, rojizos que enmarcan las primeras fotografías pixeladas. Edad de la inocencia. Cuando la pintura era una bandera y un deber, y las amistades confabulaban en esa misión secreta. En fin, el mundo entero un aliado. En algún exabrupto de vanidad pasada, una selfie contra el baño de Michel, el espejo lleno de stickers de bandas metal, mascando muelas para pronunciar la mandíbula, promocionando un show en una galería okupa de San Miguel. Felatios y aplausos y un corazón, mi máximo rating en la ventana morbosa. La aprobación no dialoga con la vergüenza y una puntada intensa me clava un puñal en el bajo vientre. Un olor a aceite quemado que sube por el ventanal amplifica la náusea. Cierro las ventanas apenas. Me siento como esos personajes decadentistas que sucumben a la presión y desorganizan todo sentido hacia la locura, pero le sumo la pobreza y el poco mérito que atribuyo a mi trabajo. No vivo en un castillo heredado ni sobrevivo de mi apellido, mi familia ha cerrado sus puertas por la envidia o la enfermedad y mis amigos parecen más preocupados de acumular vistos buenos en Instagram que de visitar y escucharme. Si reviso, al fondo, en la borla del perfil, todavía algunos abrazos sinceros, snapshots  de convivencia improvisada y sonrisas adulto jóvenes. Amigos que no sobrevivieron a mis nuevos círculos sociales. Amigos que caminaron de la mano el colegio, la universidad, la transición, y fueron abandonados ahí, donde ya no me fueron útiles. Ahora recuerdo esos días como los mejores días, sin el nerviosismo, la competencia, sin ese espacio negro que siento dejo cuando voy caminando, recortando el aire, curvando el espacio. Pateando piedras en la plaza, viendo los vagabundos que dormían en las glorietas, viviendo mejor que ellos, infinitamente mejor que ellos, y no saberlo. El único dolor de estómago la risa contagiosa de esos encuentros. Nuestros cuerpos aún inmaduros pero viriles, delgados, sanos, casi inmunes. La foto amarillenta de la Plaza Ñuñoa, el equipo LMS sentado en la banca, como final de stand by me cada uno entrañable para el otro, formando paralelas de un cubo. Habitando un corazón, viviendo en la cabeza de otro que me recuerda, me llama, me convoca a la plaza, me invita una cerveza, me escucha y me cuenta sus cosas. Y luego la degradación paulatina de ese lazo que solo-se-recuerda. Avanzando entre mi perfil, desapareciendo, abriendo lugar a los caballetes y la pintura, fotos nada casuales del taller, el sillón rojo, mi jardinera manchada y planchada. Todo avanza, todo se sofistica, todo se aliena. Hashtags que resumen no solo conceptos sino abrevian afectos. Sintetizan y formalizan, como marcha militar, como literas apiñadas en refugios para vagabundos. El dolor se vuelve insoportable y solo puedo eludirlo si subo año tras año, desde el comienzo hasta hoy, navegando mi perfil. Navegando toda esa vanidad y deseo. El dolor que se expande, se vuelca sobre mi espalda hacia mis testículos. Una persona y no yo, no algo mío, no algo de mi. Un grito seco y mudo. Una expresión más tensa que la risa del Papa. “Troppo vero”. De pronto el dolor es lo único real y la persona ya no se oculta, sale a la luz. Es el odio y la envidia, el desclasamiento, el arribismo. Todo eso es “Troppo Vero” como la risa del Papa. Y entiendo, mientras la humedad y el olor van supurando desde mi ano hacia mi pierna, cayendo encima de la zapatilla, manchando el suelo de sangre y de mierda, entiendo la mierda que soy, la mierda de la que me rodeo, la mierda que consumo, la mierda con la que me duermo y desayuno, la mierda que respiro, la mierda de ciudad que habito, la mierda que aspiro, la mierda que añoro y deseo, la mierda, todo ese mar de mierda, todo ese océano de mierda, ese mundo de mierda, esa galaxia de mierda, ese universo de mierda, toda esta vida de mierda.

A la mierda. El olor no me molesta. La mierda se abre paso entre los desniveles hacia el retrato de Laura y ahí, sobre la base del caballete, se estaciona. La miro. Primero un charquito denso y oscuro, como una mancha de petróleo y luego ¿Una boca? ¿Un labio? ¿Una oreja?

Alberto Parra

Alberto Antonio Parra Asenjo (Santiago, 38 años) es un escritor y músico nacido en Valparaíso. Su primer libro de poesía: “Monumentos” es una autoedición limitada de 100 copias. Con su banda “Vago Sagrado” han publicado 5 LPs con distribución en distintos formatos físicos (cd, cs y vinilo) en distintas partes del mundo. Actualmente trabaja en un segundo volumen de poesía y en un volumen de cuentos.

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