13 de marzo 2023

Islas de Calor, de Malu Furche

por Emilio Ramón

Sobre Islas de Calor, de Malu Furche R.; Santiago, La pollera, 2022.

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Cuando el agente especial Dale Cooper llega a Twin Peaks (Twin Peaks, 1990) a investigar el asesinato de la joven Laura Palmer, se encuentra con un pueblo apacible, donde la tragedia parece algo fuera de lugar. Sin embargo, a medida que la investigación va tomando forma, el pueblo va abriendo sus secretos, primero las infidelidades, las traiciones domésticas, para luego pasar a algo mucho más abstracto y siniestro. En Islas de calor (La Pollera, 2022), el primer libro de Malu Furche, sucede algo similar en cuanto sus historias empiezan con una calma aparente que comienza a desquebrajarse (o a derretirse), no a partir de un crimen como en Twin Peak, sino a partir del calor. Sí, el calor como elemento que desestabiliza la cotidianidad de la ciudad, se cuela en los espacios privados, los deforma, los devora, y complejiza las relaciones humanas, las somete a una nueva forma de enfrentarlas, y nos muestra -en un in crescendo dramático que va de la mano con el aumento de la temperatura- esas otras realidades, las infidelidades, las traiciones, la lucha deshumanizada y deshumanizante por la supervivencia. También el crimen.

Islas de calor es un conjunto de cuatro cuentos que funcionan como parte de un todo, como “islas” dentro de un mapa completo. Es más, existen puntos de unión entre ellos -como el incendio del cerro- que le dan incluso cierta cercanía al formato novela, aunque estructurada a partir de tramas distintas, como en Una noche en la tierra de Jim Jarmusch, por hacer una analogía con el género cinematográfico, al cual la escritura de Furche se acerca bastante en su visualidad. También podríamos decir que cada relato, sobre todo los dos primeros, por su extensión y por su grado de profundidad, son una pequeña nouvelle.

El hilo conductor de estos cuentos es una ola de calor extremo que azota Santiago y que mantiene a sus habitantes en un toque de queda diurno, en una lucha diaria por el alimento y el agua en medio de una ciudad reseca, donde, como dice la contratapa, “el agua es un tesoro, la sombra una salvación, la noche el nuevo día y el día un espacio prohibido por el toque de queda militar”. Pero el calor extremo no solo es el hilo conductor entre estos relatos, sino también el detonante de los conflictos que desarrolla cada historia. En el primero, “Vivir así”, es el calor el que provoca el ingreso a la casa de un grupo de personas “de afuera” y que terminan, junto al personaje Pastora, por transformarse en los dueños de la casa y todo lo que antes perteneció a Mónica. Un relato brutal, que comienza como un drama con ecos a José Donoso, donde poco a poco nos vamos enterando de la serie de secretos que se ocultan tras los muros y dentro de las habitaciones de la casona que sirve de escenario al relato. Una casona que, al igual que en la obra de Donoso -sobre todo en Coronación y El obsceno pájaro de la noche– ya no es símbolo de protección y de seguridad, sino de incertidumbre, de traición y de abuso.

El segundo relato, llamado “La Atacama (o Los que no vuelven)” es aun más intenso, tanto en la sensación térmica que transmite como en los secretos que se esconden bajo la aparente protección del espacio privado. La Atacama -nombre que nos recuerda la aridez y calor del desierto- es “el único bar del barrio que sigue abierto”, el único que resiste. Pero La Atacama no resiste solo por los ingresos de sus ventas, sino que esconde secretos que iremos descifrando a partir de las voces de distintos personajes que se hacen cargo de la narración; secretos que acercan este relato polifónico al género del terror y lo sobrenatural, construido como un puzle, o más bien como la criatura de Frankenstein, a retazos, con recuerdos, testimonios, confesiones y puentes con el mundo de los muertos.

El tercer relato, “Animales de calor”, nos lleva al exterior de la casa, a la calle, nos pone sobre un taxi y nos muestra la ciudad marchita: “El asfalto del piso, los árboles muertos, las fachadas de las casas, todo parece hecho de carbón. Como si en esa parte de la ciudad los rayos del sol hubieran vuelto lo que está a su alcance áspero y opaco. Como si las cosas ya no pudieran ser rojas, amarillas, blancas, solo negro sobre negro, calor sobre calor”. Un relato donde el elemento (el alimento) que permite la supervivencia es brutal, y nos lleva a situarnos en un lugar incómodo, en el que podemos preguntarnos qué estaríamos dispuestos a hacer para sobrevivir en un contexto como el que plantea el cuento.

El cuarto y último relato, “La viuda y la virgen”, aborda una temática distinta en apariencia -la religiosidad popular-, pero que construye a partir de un supuesto “milagro” una serie de interrogantes acerca de la superstición, la fe, los límites morales de lo que está bien o no. Porque el calor, como elemento que asfixia, desestabiliza y lleva a situaciones límite, deforma todo. En el mundo de Islas de calor los códigos de lo que está bien y lo que está mal son dinamitados, y eso es uno de los aspectos más interesantes de esta obra, que, como Hamlet de Shakespeare, nos presenta personajes humanos, con errores y aciertos, con luces y sombras, que, situados además en un contexto de supervivencia, son capaces de cometer acciones que nos incomodan, pero sin ningún atisbo de discurso moralista ni pedagógico, lo cual se agradece. Furche no nos entrega respuestas ni nos intenta aleccionar, sino que se limita a contarnos historias, y lo hace con un talento refrescante y auspicioso; Islas de calor, a través de sus mujeres protagonistas, nos lleva de la mano a las profundidades de las relaciones humanas, a los espacios más recónditos del humano como ser animal, a las verdades más siniestras escondidas tras los muros de una casa o el sótano de un bar y que el calor, como efecto detonador, nos hace posible verlas y sentirlas en carne propia.

Escritor y editor, director de la editorial Santiago-Ander. Es autor de la novela Los muertos no escriben (Los perros románticos, 2022) y de los libros de música Disco Punk y Ramones en 32 canciones.

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