Collage digital hecho a partir de grabados de "L'art d'écrire", de Francois Nicolas Bédigis (1768)

19 de mayo 2024

La irrefrenable escritura: Lo roto precede a lo entero: 125 infraensayos (2021), de Cristina Rivera Garza

por Francisco José Casado Pérez

Todo hábito comienza con un primer paso que a medida del tiempo llega a costar trabajo recordar cada detalle preliminar, propio, ajeno, consciente, inconsciente; fortuito o casi en orden conspirativo. Una serie de eventos concatenados que sigue haciéndose hasta el punto de volverse intrínseco, un atributo personal e incluso sinónimo de uno y de su nombre. Pero aunque no se recuerde bien la manera en que todo comenzó, muy en el fondo ahí sigue la esencia, enriqueciéndose, haciendo cada vez más frondosa su sombra como también se hace cada vez más insistente la voz por detrás del oído que pregunta dónde fue que todo comenzó, dónde quedó la primera marca que se hizo en la corteza.

La humanidad ha sido una especie en desarrollo a lo largo de miles de millones de años y en todo ese tiempo, apenas una ínfima parte ha sido ocupada para desarrollar las múltiples formas de comunicarse, entre ellas la escritura. Desde la primera mancha sobre la pared de una cueva, una huella, la humilde placa de arcilla fresca, el papiro y así hasta la electrónica, nos la hemos arreglado para dejar algún tipo de testimonio, independientemente de su relevancia o banalidad. Escribir como medio, nunca como fin. Estas y otras más circunstancias son las que Cristina Rivera Garza teje y desteje en Lo roto precede a lo entero: 125 infraensayos, parte de la colección [dis]locados editada por Literal Publishing, texto posible gracias al Humanities Research Center y la School of Humanities de Rice University. 

Bien se ha dicho y repetido que no hay nada nuevo bajo el sol, pero muy a su pesar, la gradiente de la ordinariedad es ilusoria. Desde lo infra-ordinario, que habría de adelantar Georges Perec, ante lo ordinario a secas y lo extra-ordinario, bajo el sol todo se muestra más allá de lo evidente con solo girar un poco la cabeza. Premisa que ha marcado la extensa y prolífica carrera de Cristina, desde poesía, ensayo, crónica y novela, donde ha ido perfeccionando su irrefrenable escritura, siempre postulada a modo de parangón entre lo real y lo ficticio, entre la necroescritura y la desapropiación.

Haciendo uso de una prosa concreta y directa, Cristina aborda la labor del escribir, con base, como se mencionó antes, de su propio andar y volver en las varias obras que ha publicado, aunque sin mencionarlas directamente; además de traer una forma de escribir libros propuesta décadas antes por Ulises Carrión (1973) en su “arte nuevo de hacer libros” y “Los otros libros” de Raúl Renán (1988): cuestionarse el contenido tanto como su origen, bajo la consigna de ofrecer un producto dentro-fuera de la norma literaria, por ejemplo, usando de piedra de toque la cotidianidad, pero en el caso de Cristina con un enfoque directo hacia la cotidianidad del escribir: desde las referencias, influencias, lecturas, investigaciones; hasta el combustible del cuerpo: café, siempre hay café, y demás comidas.

La vida cotidiana me ha enseñado que la posesión, en general, no asegura nada, mucho menos escritura. Y que el “tiempo libre” viene con frecuencia atado a sus propias necesidades, todas ellas singulares. […] El tiempo, libre o no, pues, no garantiza nada. […] Una vez más, la vida de todos los días me ha mostrado que es posible, de hecho, que es imposible evitar escribir en todos lados. A toda hora. Incluso la hora más ocupada y el escritorio menos pensado. (Ibíd., p. 157)

Así como también el romper con la mitificación del abnegado proceso de solo sentarse a leer y escribir, noción que de pronto a los interesados en la escritura nos perdemos. Cristina también sobrepone el no trabajo como un requerimiento vital: el descanso como requisito de suma necesidad.

La tierra me abruma. Hay compromisos, deberes, personas, hijo, amigos, comidas, vino. La tierra es demasiado.

El espacio aéreo es el espacio de la velocidad y del silencio.

Hay paisaje. Hay languidez. Hay aislamiento.

Y el tiempo se mide por el número de páginas leídas. Todo es no-estar.

El cielo es poco.

Me gusta leer en el cielo. (Ibíd., p. 167)

Entre esto y muchas otras nociones en español, inglés y espanglish, me atrevo, sin temor a poner muy alta la vara, que tanto la lectura de Lo roto precede a lo entero como Los muertos indóciles (2013) tienen lo necesario para ofrecer un sinnúmero de lecturas, dignas de un seminario permanente para la discusión y preparación de académicos y creadores que deseen entrar de frente y a contra corriente del siglo que, por mucho se avecina con tintes latinoamericanos y femeninos, en doble resarcimiento de ambas condiciones. 

Sobre el quehacer y el operario de la escritura no hay una respuesta definitiva, dice Cristina: “¿es un escritor o un adicto o un monstruo? (Ibíd., p. 221); ¿es bendición o maleficio? Por mi parte creo en lo dicho al principio: escribir como hábito. No obstante, al igual que en la paradoja de la máquina de movimiento perpetuo, solo necesita el arranque y ese no viene de pronto de la misma máquina. No hay consuelo en forma del babuino en BoJack Horseman que diga “cada vez se vuelve más fácil, a costa de ser constantes”. Ya lo sabemos de alguna manera, se nos repite incesantemente: práctica, práctica: encerar y pulir, encerar y pulir hasta el infinito y más, pero al menos Cristina antepone un panorama un tanto más esperanzador: “sin garantía alguna pero con la única convicción de que, si existe respuesta, sólo la escritura le dirá lo que escribiría en caso de que escribiera.” (Ibíd., p. 222)

A través de diez novelas, cinco libros de cuento, cinco poemarios, una ópera en colaboración con Javier Torres Maldonado; seis ensayos contando Lo roto…, tres libros coordinados, una crónica y traducciones. Parecería que uno pudiera ya no tener más que decir, pero Cristina demuestra todo lo contrario. A lo largo de 273 páginas, Cristina da cuenta de lo mucho andado y un poco de lo que falta por venir. Seguramente vendrán más reconocimientos e incluso no estaría mal de pronto soñar con que su nombre llegue a colarse por la puerta principal de la Academia Sueca, crucemos los dedos, pero independientemente de ello, Cristina ya ganó. El árbol de la palabra que sembró ya está ampliamente abierto, florido y nutriendo a quien se acerque, sin importar en qué idioma lo haga.

And then, one day, out of nowere, it comes the realization: you can live without it. It may as well never happen again. You walk as if on cluds. You breathe.
Then, slowlysoftlyjoyously, you begin writing. (Ibíd., p. 231)

Si bien no es de pronto evidente la primera marca hecha sobre su corteza, como lo visto justo en la presentación, queda factura de que escribir, en especial la manera y lo que escribe Cristina Rivera Garza son palabras que muchos no sabemos decir, mucho menos escribir. Cristina desde aquí se ha vuelto una de las personas más generosas al habituarse a dar lo que muchos no sabemos decir. No hay cómo agradecerlo, pero sí hay mucho que puede aprenderse y hacer uno mismo, quizá sea por eso que se fue armando este texto: escribir para saber qué quiero también decir, al menos, sé que puedo decir gracias, ha sido un verdadero placer conocerte con todo el peso que amerita cada una de estas palabras. 

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Fuentes:

Rivera Garza, Cristina. Lo roto precede a lo entero: 125 infraensayos. Colección [dis]locados, Estados Unidos: Literal Publishing. 2021.

Ciudad de México, 1990. Arquitecto y escritor. Ha publicado en revistas digitales como Página Salmón, Irradiación, Mentekupa, Vallejo & Co., Carcaj, entre otras. Mención honorífica del Premio Bruno Corona Petit, Venezuela, 2020 y 2022. Su poemario “Para mirar los pasos” (2021), editado por Escrúpulos Editorial, recibió el Premio “Don’t Read” 2021.

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