Foto: Daniel Nicolás Aguilera

02 de diciembre 2020

La revolución del pantalón

por Joudy Salinas O.

Mi primera infancia la viví en Puerto Montt. Fue allí donde hice mis primeros “amigos”, en el colegio que quedaba -literal- al lado de mi casa.

Por trabajo, a mis papás los trasladaron a otra ciudad y así fue como llegamos a Santiago: nos instalamos en unos departamentos del Barrio Matta y me inscribieron en un colegio que quedaba relativamente cerca, mas no al lado.

Me costó muchísimo adaptarme a la nueva escuela. De hecho, tuve reacciones traumáticas al inicio, como llorar y gritar (¡qué vergüenza!), tan solo para no entrar a la sala. Pero de a poco, con ayuda de mi familia y la psicóloga del colegio, me fui acomodando a mi nueva realidad.

El establecimiento era pequeño, mixto, de unos veinte estudiantes por sala; y en mi curso, específicamente, éramos solo seis niñas. Pero la verdad es que, pese a ser poquitas, nunca congenié muy bien con ellas, porque a mí me gustaba correr, jugar y andar a manotazo limpio con mis compañeros; a ellas, en cambio, no e, incluso, le hacían el quite a juntarse con los que ya eran mis amigos.

Un día, al terminar la jornada escolar, la profesora jefe pidió que únicamente las niñas nos quedáramos para conversar. Yo solo quería salir, pero permanecí allí para curiosear qué motivaba a Katherine a dejarnos después de clases en nuestra sala.

Nos sentamos en círculo y la profesora, sin mayor preámbulo, nos empezó a describir qué debía hacer una niña para ser considerada una “señorita”: sentarse con las piernas juntas, no hablar con garabatos, no ser bruscas, comer con la boca cerrada, etcétera. Hasta ahí, con mis breves nueve años (aunque no sabría explicar bien por qué) ya empezaba a sentirme incómoda con su sermón.

“La tía Kathy” continuó insistiendo en su punto, usando los ideales del colegio (evangélico/metodista) para justificarlo. Mas, de un momento a otro, todo su discurso se volcó hacia mí: frente a todas mis compañeras, dijo que la que más le preocupaba era yo, puesto que con frecuencia me veía jugando con Jorge, Christopher e Iván; corriendo con ellos, a veces toda embarrada y con mi aspecto descuidado, como obvia consecuencia de ser parte de sus dinámicas. En definitiva, a esta profesora le serví como ejemplo, ante mis compañeras, de cómo NO debía comportarse una mujer.

Desde el año siguiente (5to básico) y hasta finalizar mi educación media, por coincidencia, solo asistí a colegios de mujeres; y fui constatando que el discurso, aunque no tan directamente, era el mismo: las estudiantes debíamos ser y parecer señoritas. Recuerdo que lo que más nos recalcaban es que debíamos “cuidar la insignia del colegio”, o sea, la idea era que nadie dijera algo malo sobre nosotras, para así no desprestigiar a la institución educativa a la que pertenecíamos.

En la escuela donde terminé mi enseñanza básica usábamos faldas; en cambio, en el liceo donde estuve de primero a cuarto medio, jumper, el uniforme más común para establecimientos educacionales municipales, pero también uno de los objetos más polémicos para estudiantes, padres/apoderados y escuelas: ¿cuál es el largo o el calce “adecuado”?

No me gustaba usar jumper. No me sentía cómoda y, aparte, mi sobrepeso me llevaba a compararme con mis compañeras y confirmar que no me veía como ellas. Peor aún: a mis diecisiete años, cuando cursaba cuarto año medio, un tipo me persiguió desde mi casa hasta que logré escapar de él, “gracias” al característico tumulto de Metro Los Héroes en hora punta, lo cual me hizo ratificar que evitaría este vestido cuanto y cuando fuese posible.

En el liceo nos permitían ir con pantalón, pero debía ser de tela, azul marino, de corte recto y solamente en época de invierno (en un período previamente pactado con padres y/o apoderados). No obstante, por mi gordura, costaba que esta prenda fuese opción para mí: su material, considerando mi contextura, era demasiado rígido, por lo que no me acomodaba tanto como el pantalón de buzo oficial del colegio.

Pero si había condiciones específicas para usar pantalón dentro del liceo y, más encima, yo no quería ocupar el “oficial”, ¿cómo lo hacía, entonces, para utilizar mi buzo? Pues bien: le pedí a mi mamá que, por favor, enviara una comunicación a inspectoría, diciendo que tenía infecciones urinarias recurrentes (cosa que era verdad), pero inventando que, por este motivo, no podía exponerme a aires fríos. Así fue como conseguí, aunque con reticencia, usar mi fiel (y ya desteñido) pantalón gran parte de mi último año de escolaridad.

A propósito de la actual pandemia y las clases virtuales, hace algunas semanas salió una noticia muy comentada y controvertida, al menos en los sitios webs de las páginas de noticias: “Diputados de oposición proponen eliminar exigencia del uniforme escolar en 2021”[1].

Dándome una vuelta por los comentarios de los lectores de esta noticia (o simplemente del titular), en diversos sitios webs de medios informativos, logré ver cómo se armó una defensa férrea de la típica vestimenta escolar. Los argumentos eran variados, sin embargo, el que más se repetía era que la ausencia de un uniforme les daría “chipe libre” a los niños. En simples palabras: este atuendo, para muchas personas (sobre todo mayores), guarda directa relación con la disciplina

En un artículo anterior que escribí, llamado “Mamá, no quiero ser paco”[2], indicaba cómo la educación chilena tiene una fuerte influencia de la educación ideada en Prusia (que actualmente es Alemania), la cual se presentó como un sistema con dos ejes centrales: la obediencia y el orden. Esa normalización del carácter marcial de la escuela es la que podría explicar el recelo de varios ante la ausencia de un uniforme en sus hijos, sobrinos e, inclusive, en niños desconocidos.

También en el artículo mencionado anteriormente, señalaba cómo hoy existe un repudio generalizado a la violencia física o verbal dentro de las escuelas. No obstante, no existe ese mismo rechazo por un tipo de violencia, que igualmente es parte de las instituciones educacionales, mas no es explícita: la violencia simbólica. Esto es, parafraseando a Bourdieu & Passeron, el poder que logra imponer significaciones tan sutilmente, que el afectado no logra notarlo.

Precisamente, uno de los espacios en los que se ve reflejada la violencia simbólica dentro de la escuela es en el reglamento interno, conjunto de normas que regularizan el funcionamiento del establecimiento educativo, el mismo documento que me permitía usar pantalón (en vez de jumper), pero con características específicas y en determinados momentos.

El interés por constatar la violencia simbólica en las escuelas nos llevó, junto a mi compañero de tesis de pregrado, Sebastián Navarro, analizar el reglamento interno de uno de los veinte mejores colegios de Chile según sus resultados SIMCE[3]. Esta institución, ocupa uno de los primeros lugares de esta lista copada por colegios particulares pagados y que solo deja espacio para tres colegios municipales (entre ellos, el establecimiento referido).

Sin extenderme en los resultados generales de la tesis, lo más preocupante fue corroborar que la violencia simbólica efectivamente existe, pero que mayoritariamente es ejercida sobre las estudiantes.

Para sustentar lo dicho anteriormente es que expondré extractos del reglamento interno de este colegio (que, por cierto, es mixto), que servirán para demostrar cómo el sistema educativo exige más a las alumnas que a los alumnos y que, por consecuencia, es mucho más violento con ellas:

1. “Los alumnos y las alumnas antiguos del Liceo, que, en el año escolar anterior, hayan obtenido promedio 6.0 o superior, y hayan observado buena conducta, siendo esto acreditado en Inspectoría General, excepcionalmente: los varones podrán usar el pelo relativamente largo, limpio y tomado, (en cambio,) las damas podrán usar pantalón en toda la temporada de invierno”.
2. “Las alumnas mantendrán su cabello limpio y ordenado, sin colores ni cortes extravagantes o de fantasía. Los varones usarán el pelo muy corto y parejo, además, deberán presentarse todos los días bien afeitados, sin aros u otros adornos”.
3. “El uniforme de las alumnas consistirá en: jumper escocés oficial del Liceo, acorde a su talla y su largo mínimo debe ser hasta diez centímetros sobre la rodilla; blusa blanca, corbata oficial del Liceo de acuerdo con cada nivel y chaleco gris escote en v; casacón oficial del Liceo, zapatos negros lustrados y calcetas largas gris. (Así también) las alumnas podrán usar solamente pantalón de casimir o ballerina grises, durante la temporada fría (invierno) desde el 30 de junio al 01 septiembre, fechas que serán confirmadas o modificadas por Inspectoría General. El uniforme de los alumnos consistirá en: pantalón gris de corte clásico, recto, planchado, con cinturón negro; casacón oficial, chaleco o chomba color gris, camisa blanca dentro del pantalón (en el período de verano, se permitirá camisa manga corta), corbata oficial del Liceo de acuerdo a cada nivel y solo calzado negro lustrado”.
4.“Con el uniforme escolar, las alumnas deberán usar zapatos tradicionales de cuero y no podrán utilizar zapatos informales como chinitas, zapatillas u otros, que no sea el zapato formal”.

Desglosando las normas seleccionadas, es posible sacar las siguientes conclusiones:

En el punto uno, se menciona cuál sería el reconocimiento para los alumnos que hayan obtenido promedio 6,0 o más el año escolar anterior. Tanto para hombres como para mujeres existiría recompensa, pero en el caso de los hombres esta es netamente estética (“podrán usar el pelo relativamente largo, limpio y tomado”); mientras que para las mujeres, además de estética, la recompensa sería asegurar su salud (“las damas podrán usar pantalón en toda la temporada de invierno”), tomando en cuenta que en invierno las temperaturas bajan y podrían provocar diversas enfermedades estacionales, si no se toman medidas preventivas como abrigarse.

El segmento uno y dos tienen coincidencias, ya que se refieren a la higiene tanto en hombres como en mujeres, enfatizando en que el cabello -en caso de usarse largo- debe estar limpio. Empero, si consideramos que las niñas tienden a utilizar el pelo largo y los niños el pelo corto, esta exigencia iría directamente enfocada a las mujeres. Por tanto, en este caso, podríamos señalar que los requerimientos hacia la mujer están asociados con la higiene y el orden, mientras que los del hombre guardan relación con la mantención de la estética varonil. De este modo, se cumpliría el frecuente estereotipo cultural: las mujeres deben ser pulcras y mantenerse aseadas, entretanto que los hombres solo deben cumplir con verse masculinos y, obviamente, no parecerse a las mujeres (“los varones usarán el pelo muy corto y parejo, además, deberán presentarse todos los días bien afeitados, sin aros u otros adornos”).

La tercera categoría también nos da muestras de la diferencia en el trato entre hombres y mujeres, al detallarse cómo debe ser la vestimenta escolar de alumnos y alumnas. En este caso, nuevamente son ellas quienes tienen más obligaciones que cumplir, ya que deben respetar la talla y el largo del jumper. Más encima, no tienen la opción de usar blusa manga corta en verano, a diferencia de los hombres, es decir, no tienen la opción de paliar las altas temperaturas con un uniforme más fresco.

Por su parte, la cuarta categoría se refiere directamente al calzado de las estudiantes: si bien a niñas y a niños les exigen zapatos negros y lustrados, a las mujeres se les agrega un nuevo requisito: el zapato debe ser de cuero y no “chinita”. Por consiguiente, esta norma una vez más discriminaría a las estudiantes, considerando que un zapato de cuero tiene un valor mucho más elevado que una “chinita”, una zapatilla que sea de cuero sintético o de lona.

Citando las palabras de la reconocida filósofa Judith Butler, podríamos postular que “el cuerpo es el medio sobre el cual se circunscriben los significados culturales o como el instrumento mediante el cual una voluntad apropiadora e interpretativa establece un significado para sí misma” (El género en disputa, 2007, pág. 58)[4].

Por otro lado, tomando las significaciones que le da Michel Foucault al cuerpo, podemos decir que “las relaciones de poder lo convierten en una presa inmediata; lo cercan, lo marcan, lo doman, lo someten a suplicio, lo fuerzan a trabajos, lo obligan a ceremonias, exigen de él signos. (Vigilar y Castigar, nacimiento de la prisión, 2013, pág. 36)[5].

Conjugando las visiones de Butler y Foucault, sumada a la de Bourdieu & Passeron, podríamos entender por qué existen tanto detractores al no uso del uniforme escolar: esta vestimenta representaría lo que la sociedad espera de un niño y/o joven en edad escolar, pero sobre todo de las estudiantes: que sigan las normas sociales tácitas pensadas para ellas, esto es, que cumplan con todo lo que significa e implica ser una “señorita”.

Volviendo a la noticia de la posible eliminación del uniforme escolar, es menester señalar que no todas las personas se oponen a la propuesta preocupados por mantener el orden entre los estudiantes, sino que justifican su postura bajo la premisa de la “igualdad”: el jumper/pantalón y blusa/camisa evitaría la visibilización de las diferencias sociales entre los alumnos. Pero, aunque las intenciones parezcan buenas, la verdad es que esta prenda, más que evitar la discriminación, normaliza a los estudiantes, haciendo de ellos una sola masa gris, blanca y negra.

En el caso de las mujeres, el asunto se tornaría aún peor: no tan solo el uso de una falda/polera o jumper/blusa aseguraría la uniformidad entre las niñas y jóvenes, sino que también sería un símbolo de cómo debe comportarse una mujer: no debe sentarse con las piernas abiertas, no debe mostrar mucha piel, no puede ser parte de juegos que dejen a la vista su ropa interior, debe diferenciarse de los hombres que utilizan pantalones, etcétera.

Tomando en cuenta todo lo anterior es que entiendo por qué “la tía Kathy” me avergonzó frente a todas mis compañeras por convertirme en uno más del grupo de niños del curso, así como también entiendo por qué a mi liceo le complicaba tanto que vistiera pantalón en vez de vestido: pues veían en esos pequeños gestos actos de rebeldía que escapaban la cuadratura del sistema; actos que, indudablemente, era necesario limitar, circunscribir y coartar, para así seguir validando el sistema binario de hombres y mujeres.


[1] Diputados de Oposición proponen eliminar exigencia del uniforme escolar en 2021. www.t13.cl. https://www.t13.cl/noticia/politica/diputados-eliminar-exigencia-uniforme-escolar-2021-04-09-2020

[2] Mamá, no quiero ser paco. www.carcaj.cl. http://carcaj.cl/mama-no-quiero-ser-paco/

[3] Los 20 colegios que obtuvieron los mejores resultados en el Simce de 2° medio. www.emol.cl.  https://www.emol.com/noticias/Nacional/2016/06/10/807121/Ranking-Los-20-colegios-que-obtuvieron-los-mejores-resultados-en-el-Simce-de-2-medio.html

[4] Butler, J. (2007). El género en disputa. Barcelona: Editorial Paidós.

[5] Foucault, M. (2013). Vigilar y castigar, nacimiento de la prisión. Buenos Aires: Siglo Veintiuno.

Profesora de Estado en Castellano y Licenciada en Educación (USACH), de 25 años y 5 de ellos ejerciendo en instituciones educacionales municipales, particulares subvencionadas y particulares pagadas.

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