Foto: Diego Hernández Mardones (@diegohernandezmardones)

07 de julio 2022

La violencia que resiste y abre puertas

por Jaime Ahumada Ruiz

A propósito de Violencias y contraviolencias. Vivencias y reflexiones sobre la revuelta de octubre en Chile, de Raúl Zarzuri (coordinador). Lom Ediciones, 2022

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El territorio largo y angosto de Chile bien podría ser una gran cicatriz, reflejo de la que se ha impreso en nuestra historia bajo el peso de la violencia estatal, cicatriz de una herida que ha sido abierta una y otra vez, sin nunca tener la posibilidad de cerrarse por completo. Previo al 18 de octubre de 2019, la dictadura militar y posterior desarticulación y eliminación de organizaciones políticas disidentes a la narrativa de transición impuestas por la concertación eran las últimas grandes heridas abiertas. Si bien esa herida nunca cerró y se siguieron abriendo otras (Alex Lemún, Matías Catrileo, Macarena Valdés, Alejandro Castro, Camilo Catrillanca y tantxs otrxs), el Estado había logrado instalar a duras penas y superficialmente la idea de que como país, éramos la imagen ejemplar de bienestar y desarrollo para el resto de la región. Eso hasta que la revuelta estalló. 

El pueblo se levantó con una fuerza y determinación no vista en décadas, lo que llevó a la élite, que veía amenazado su lugar, a poner la violencia en el centro del debate público. Este, al menos en los medios de comunicación propiedad de la élite, se caracterizó por un tono moralista, de un absolutismo kantiano, criminalizando a la primera oportunidad cualquier tipo de manifestación. Poco importó que las personas no tuvieran armamento disuasivo ni un trabajo sistematizado sobre cómo ejercer violencia como sí lo posee la policía. Tampoco que todas las cifras indicaran que era un bando el que concentraba la mayoría absoluta de heridos e inclusive muertos; el problema a tratar era el uso de la violencia por parte de ese bando, de aquellos (que) exigían derechos y una vida mejor contra quienes, hasta hoy, se los niegan. Frente a esto, y de forma bastante más seria, Violencias y Contraviolencias (LOM Ediciones, 2022) problematiza la existencia y uso de la violencia en la protesta y cómo esta se relaciona con la violencia policial y estatal, que se manifiesta de manera constante. 

Abordar la violencia es un tema altamente complejo, y esta  recolección de testimonios y ensayos coordinada por Raúl Zarzuri lo reconoce desde un principio. No pretende entregar una respuesta definitiva a esta problemática, así como tampoco imponer una visión única al respecto, pero sí aportar a la discusión sobre esta. Esto, sin embargo, no se realiza desde la gastada y profundamente falsa pretensión de objetividad y neutralidad que suele inundar tanto a la academia como a las columnas de opinión que simulan conocer todo motivo y solución. La posición en los textos presentados es bastante clara: las demandas levantadas no sólo son justas, sino también necesarias, y dentro del abanico de estrategias para alcanzarlas, guste o no, está la violencia. 

Se propone una división de tres apartados para los textos: el primero de ellos trabaja la violencia en primera persona; el cómo esta se vuelve un elemento más dentro de la dinámica propia de participar en la protesta. Nos presenta tres testimonios de participantes directos de la protesta, tanto desde la primera línea como en la línea de salud y primeros auxilios, a lo que se suma un texto que se adentra en cómo estos espacios se configuran. El segundo apartado corresponde a “otro/as actores” dentro de la protesta, aunque en verdad responde a las corporalidades dentro de ésta, sobre todo de mujeres y cuerpos disidentes. Abre la discusión sobre cómo estos se inscriben en el marco de la manifestación, siendo excluidos inclusive por parte de los mismos manifestantes. El último apartado presenta reflexiones más teóricas sobre la violencia, mostrando que no existen solo posturas distintas al respecto, “sino irreconciliables” (Zarzuri, 2022 p. 15)

Cada texto muestra perspectivas que si bien pueden resultar similares, siempre terminan por ser distintas. No obstante esto, todos presentan un punto común que podría albergar una de las características esenciales de la revuelta: el colectivo como foco. Ya sea tanto de manera defensiva como ofensiva, la contraviolencia —entendiéndola como una respuesta tanto a la violencia sistemática como policial ejercida por el Estado— tiene una función que supera ampliamente cualquier aspiración individual; desde la defensa de quienes se manifiestan pacíficamente, hasta el responder a la violencia ejercida por la policía y poner mayor presión en las exigencias levantadas. Es cierto que en algunos textos, sobre todo cuando son testimonios o refieren a estos, existe una romantización de la violencia; sin embargo esta es aterrizada a su condición de indeseable rápidamente. Como mencionan varios de los testimonios: nadie quiere ser golpeado, todxs tenemos un lugar al que llegar. 

Finalmente, esa es la realidad y el punto que el libro en tanto objeto busca: este es un libro que no debiese ser, ya que toda la violencia y la injusticia perpetrada hacia las personas y el pueblo no debió haber ocurrido jamás. Pero sucedió, y no podemos quedarnos de brazos cruzados. Puede que quien busque una problematización compleja de la violencia como concepto desde lo abstracto se lleve una decepción, ya que tanto teórica como metodológicamente los textos pueden dejar que desear si es que se compara con las usuales teorías, ya que están nacen de una realidad práctica y dolorosa. Equiparar todas las violencias, por más que se esté en desacuerdo con el ejercicio de estas, es un error: mientras la violencia estatal es conservadora y reaccionaria, permanente y sometedora, la contraviolencia de la protesta tiene por motor una voluntad de cambio que busca abrir espacio de reacomodo y mejora en pos de un sujeto colectivo. 

Sociólogo y estudiante de Licenciatura en Estética. Lector y poeta.

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