28 de marzo 2021

LAS FERIAS LIBRES Y EL DELIVERY

por Eduardo Godoy Sepúlveda

“Hay delivery en todas las ferias libres del país”, señaló en el marco del debate sobre la suspensión del permiso de desplazamiento personal durante fines de semanas y festivos, el subsecretario de agricultura, José Ignacio Pinochet (¡Pinochet!), abogado y militante de Renovación Nacional (RN)[1]. Dicha afirmación revela una vez más lo disociada que está la casta política de la sociedad civil, de los problemas que nos aquejan a los más. Esa casta que se ha defendido a sí misma (y sus privilegios), cada vez que ha sido interpelada, cuestionada (2001, 2006-2008, 2011, 2020). Una casta indolente e inmoral, responsable de décadas de abuso y de robo empresarial legalizado, del saqueo, de la devastación neoliberal.

Hoy, una vez más, fui a la feria libre “del Valle” en Lo Hermida, Peñalolén. Mi feria-persa desde siempre, desde que tengo uso de razón. Y caminando por sus largas calles, entre olor a fritanga y porro, pensé en su importancia en mi proceso de autoeducación y politización.

***

Mis recuerdos más antiguos, un tanto difusos, son de la mano de mi padre en ella, con el carro, entremedio del gentío, gritos, verduras, frutas y cachureos. Por eso mismo quizá no me gustaba. El ruido, el calor, la tierra, el sudor. Su estridencia. 

También recuerdo aquellos niños que, por un par de monedas solidarias, ayudaban a las viejitas a llevar sus compras en carros de madera con ruedas, que en realidad eran rodamientos. Fragmentos de una infancia popular trabajadora, abatida, vulnerada, criminalizada.

Recuerdo a mi madre comprándonos ropa americana en los noventa, ya que antes del boom del retail los pobres nos vestíamos con lo que heredábamos de nuestros/as hermanos/as o primos/as, y después, gracias a los fardos de ropas usadas que llegaban a las ferias desde EE.UU., sus desechos XL y XXL. Recuerdo que me daba vergüenza que algunos de mis compañeros/as de colegio vieran a mi madre comprando ropa usada, americana. Era de “pobres”. Era de pobres que no queríamos ser pobres. Porque la pobreza humilla, avergüenza, hunde, apoca.

También recuerdo cuando mi mamá y mi tía María, su hermana, comenzaron a vender ellas mismas ropa en la cola de la feria. El “emprendimiento” para llegar a fin de mes, para “parar la olla”. En un primer momento vendían ropa americana, y más tarde, ropa hecha por mi propia tía (con conocimientos de costura y diseño), en especial, buzos y polerones para educación física. 

Era entretenido estar por las mañanas, algunos días de la semana en la feria. Tomar desayuno, ser parte del ir y venir de la gente de la población y de las aledañas. Recuerdo un hippie, que llegaba desde otra comuna, a vender artesanías al lado nuestro. Hacía aros con forma de hojas de marihuana, de alambre de cobre. También pulseras y collares.  

Más grande, adolescente, cuando comencé a vestirme por mí mismo, la feria y su ropa, permitieron que lo hiciera a mi gusto y, lo mejor, a bajo costo. Por suerte el grunge, y su estética, ocultaron nuestra pobreza, nuestras miserias. Justificaba, en cierto modo, las ropas grandes, hilachentas, desgarbadas. La costura por el lado, la basta, la entrada, que nuestras madres o tías que cosían les hacían para ajustarlas. Pero también permitió que accediera a la “cultura letrada”, esa que me había sido vedada por el sólo hecho de ser hijo de un obrero de la construcción (hijo a su vez de campesinos del valle central) y de una “nana”. Ese eufemismo clasista que se utiliza en Chile para ocultar las relaciones de servidumbre “victorianas” con delantal. “Nana” por lo demás “huacha”, es decir, abortada por su progenitor al nacer.

En la feria encontré música, vinilos, casetes y más tarde cd’s, revistas y cancioneros, instrumentos. Música en vivo, pero también libros. Muchos libros en los que reparaba muy poca gente (o al menos eso creía), sólo los revendedores a quienes tenía identificados. Los odiaba porque se llevaban todo regateando extractivistamente.

En ese momento se abrió una dimensión que desconocía, un portal, una “veta” rica en “cultura impresa”, aunque tengo que confesar que mi amor por los libros y las revistas había nacido previamente, gracias a una vecina (Alejandrina), que me llevaba las que desechaban los niños ricos que ella cuidaba en la comuna de La Reina.

No obstante, cuando tuve consciencia de la riqueza bibliográfica ahí tirada, doblaba y humedecida (en algunos casos), en paños ajados, sábanas viejas o sacos, comencé a visitar la feria más a menudo, y con mucho más respeto y cariño. Solo o con amigos, o mi hermano, o mi hermana, o mi papá, o mi mamá. En algunas ocasiones íbamos en grupo, y mientras cachureábamos, conversábamos, nos reíamos. Con el Gustavo, nos pasábamos a buscar o nos juntábamos en algún lugar de la feria definido previamente por el teléfono fijo, esa reliquia que ya todos/as olvidaron.

A veces, con mi papá íbamos los domingos a comprar las frutas y verduras, o pescado o mercaderías, para la semana; y mientras él, casi siempre en silencio, miraba y accedía a distintos tipos de clavos, tornillos, herramientas y repuestos de bicicleta, a bajo costo; yo compraba ropa, revistas y libros. 

De este modo, puedo decir que desde adolescente tuve acceso a una amplia y diversa bibliografía gracias a la feria, más diversa inclusive que la que tuve posteriormente en la universidad, al menos en el pregrado. En la USACH salvo en la hemeroteca, uno no tenía una relación directa con los libros, ya que siempre estaba mediada (lo cual puede ser bueno o malo), por los bibliotecarios/as. En cambio en la feria ahí estaban a nuestra disposición los libros de (o sobre) Allende, Neruda y de la Mistral, para verlos, ojearlos, olerlos, sentirlos. También estaba presente la Violeta (Parra) y Víctor (Jara), junto a Kurt Cobain, Bob Marley, Los Jaivas, Illapu, Metallica, Antonio Aguilar, los Hermanos Bustos, la Sonora Palacios y Malecón, Adrián y Los Dados Negros, Gilda, Axé Bahía, Led Zepelín y Guns n’ Roses (Hoy escuché a Mago de Hoz, bachata y rancheras). También diccionarios mapuche, enciclopedias, libros de Historia de Chile y Universal, de anatomía, de zoología, de geografía, de gastronomía, de psicología, biografías, revistas, comics. Literatura criolla y de América Latina, best sellers y los clásicos (Quevedo, Cervantes, Borges, García Márquez, Cortázar, literatura rusa, etc.). Todos juntos y revueltos como la feria misma, orgiásticamente. Fusión y confusión como señala el sociólogo francés Michel Maffesoli. Y es que lo popular es dionisiaco y orgiástico, funda, crea sociedad.

En ella conocí a Gabriel Salazar, Luis Vitale, Jorge Barría Serón, Ricardo Donoso, Jaime Eyzaguirre, Francisco Encina, Gonzalo Vial, Ricardo Krebs, Francisco Frías Valenzuela, Álvaro Jara, Walterio Millar (y su manual de historia criolla, presente en todas las ferias de Chile); Eduardo Galeano, Mario Benedetti, Manuel Rojas, Baldomero Lillo, José Santos González Vera, José Donoso, Enrique Lihn, Hernán Rivera Letelier, Quino, por mencionar a algunos autores. También las revistas Topaze, Mampato, Petete, Rock and Pop, Carrete, La Bicicleta, Canelo, Rocinante, etc. También los comics de Marvel y DC, y algunos criollos (como Anarko). En un escenario caracterizado por el muralismo, por lo multicultural, multirracial, donde lo mapuche era sin duda predominante, en los márgenes de la capital del reyno. Se notaba en nuestro aspecto xampurria. Mapurbes, mestizos, inmigrantes, pobladores/as pobres, esforzados/as, trabajadores/as. El pueblo, el “bajo pueblo”. Y comida, siempre comida: sanguches, queques, sopaipillas, empanadas de pino y queso, mote, anticuchos, pebres, pan amasado, tortillas, ceviches, pescado frito, etc. Harto aceite, harta fritanga. Hoy por hoy harta michelada con merkén. Harta yuca, rocoto, jugos naturales y confort no coludido, a bajo costo. Harto olor a yerba también, digámoslo.

***

Bueno. Todos estos recuerdos fragmentarios para señalar, que quienes nos gobiernan y oprimen, los empresarios, los ingenieros y abogados de la Pontificia Universidad Católica; esa casta política indolente e “infeliz” (como señalara Izkia Siches) no tiene idea de lo que significa una feria para un poblador/a, de su espesor, de sus dinámicas. De lo que significa para las poblaciones de la periferia. 

La feria es sociabilidad, socialidad profunda (M. Maffesoli), interacción real, solidaridad[2]. Representa otra economía, la de los/as pobres, alternativa, recicladora, reutilizadora. Constituye un espacio que a muchos/as nos ha cobijado, que ha “culturizado” por partida doble: potenciando nuestras raíces y genealogías populares, “viviendo/haciendo/escuchando” nuestra propia historia; al mismo tiempo, que nos permitió acceder a la “cultura letrada”. Un espacio “democrático” por excelencia, horizontal, autónomo, incontrolable, inagotable, ingobernable.

Lugares de soberanía popular en el prolongado estío neoliberal chilensis

En Santiago, a 23 de marzo del 2021.


[1] Véase: https://www.t13.cl/noticia/nacional/subsecretario-agricultura-delivery-ferias-fin-de-semana-22-03-21

[2] Véase: Pamela Vicuña y Mariela Llancaqueo, “La feria. El hijo ilegítimo de la sociedad chilena”, en Sudatopia, n°6, Santiago, abril del 2002, pp. 4-9. Y Gabriel Salazar, Ferias libres. Espacio residual de soberanía ciudadana (Reivindicación histórica), Santiago, Ediciones Sur, 2003.

Lo Hermida, 1982. Doctor en Historia y Magíster en Historia con mención en América por la Universidad de Santiago de Chile. Profesor adjunto de los Departamentos de Historia de la Universidad de Santiago de Chile y del Programa de Bachillerato en Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Diego Portales. Ha publicado un poemario breve titulado: 4to. Sector de Lo Hermida, Santiago, En los Márgenes Ediciones, 2016 y es parte de las antologías: Primera recopilación de poesía poblacional, Santiago, Biblioteca Popular Lo Hermida, 2016 y Antología de Poesía Popular, Santiago, Editorial Chile Popular, 2016. Ha colaborado en las siguientes publicaciones libertarias y literarias: El Surco (Santiago), La Brecha (Santiago), Vendaval (Santiago), Acción Directa (Lima), Sol Ácrata y Vorágine (Antofagasta), El Amanecer (Chillán), CNT (Valladolid), Estudios (Madrid), Ekintza Zuzena (Bilbao), Plumadas de Rebeldía (Lima), Canibalismos (Caracas-Madrid), Humanitat Nova (Mallorca), entre otras; y en la serie-documental sobre el escritor anarquista Manuel Rojas: Las 4 vidas de Aniceto, Santiago-Valparaíso, Dereojo Producciones (2014) y Marginales, Santiago-Valparaíso, Dereojo Producciones (2019).

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