25 de enero 2021

Lenguaje muerto. (Quinta entrega)

por Gonzálo Cordoba Saavedra

Lenguaje Muerto es una novela del escritor Gonzalo Córdoba Saavedra que iremos publicando por entregas semanales a lo largo del mes de diciembre y enero(puedes revisar las otras entradas pinchando aquí).

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Una pesadilla antitecnológica

Pero, como ustedes saben, ese impulso no iba a quedar dormido. ¿Quién sería el nuevo sujeto sobre el que se ejerza la vieja violencia? Stanley Kubrick abre 2001. Odisea del espacio con la escena de la fundación de la violencia en la Tierra, la lucha entre dos grupos de simios, la división cultural y política fundante, quemante, vibrante. Esto no podía quedar así. Hay especies animales que han demostrado mucha inteligencia, que han desarrollado herramientas simples, que aprenden comportamientos. Hay especies animales que tienen relaciones sexuales por placer, más allá de la simple, aunque no por eso menos decorosa, preservación. Es decir, lo que nos define como humanos no es la inteligencia ni la capacidad de sentir placer, como han querido inculcarnos. Los biólogos no han podido encontrar rastros de especie animal no humana que goce con el dolor ajeno. Lo que nos define como especie, incluso más que el daño y el ruido, es la crueldad. Nuestro ADN es la sangre vertida del otro.

Unos diez años antes de la muerte de Carmen Salitre comenzaron a visibilizarse los casos de violencia hacia las travestis y transexuales, homosexuales, bisexuales y cualquier identidad que no encajara en los parámetros de la tradición. Pero tras el asesinato de Carmen hubo mayor número de violaciones en manada, ataques, asesinatos y muertes no esclarecidas. En este marco, la violencia se transformó en un derecho natural que sólo algunos podían ejercer sobre otros. Un valor de la tradición, algo que debía recuperarse para reforzar los viejos pilares de un orden o castillo podrido.

Las iglesias evangélica y católica apostólica romana, el judaísmo y otras religiones tradicionales manifestaron preocupación por lo que entendían como un despreocupado y libertino interés por la masturbación. De esta manera, condenaban el comportamiento sexual de todos y se posicionaban en la vereda de los que querían un regreso casi primitivista al origen de la época mítica.

¿Cuál sería el mito fundacional de la masturbación? ¿Cómo explicaría Kubrick este comportamiento humano (aunque hay especies que también lo hacen)? Tarea para los sociólogos o historiadores del onanismo ilustrado.

Voy a contarles ahora algo que muy pocos saben. Tras la lectura del veredicto del jurado en el juicio por el asesinato de Carmen Salitre, el abogado Enrique Vázquez demoró más de lo habitual al pasar por detrás de Brian Mallimaci, que pudo sentir cómo encajaba una pija entre sus nalgas y una respiración en su cuello. La gente pasaba a su lado y nadie se percató de que él estiraba una mano hacia atrás buscando ese bulto turgente y tibio.

En el baño del juzgado el abogado le chupó la pija por primera vez a Mallimaci, con ternura casi, aunque un poco apresurado, y este le largó una buena cantidad de semen amarillento en la cara y en la camisa. La vuelta fue con la mano; Brian masturbó a Enrique hasta sentir que algo bombeaba y empujaba con fuerza. El líquido no saltó alegre, más bien chorreó espeso entre los dedos. Así fundaron su nuevo deseo, sellaron con leche su pacto de amor. Y esa noche entre la culpa y la alegría lloraron en sus casas a los niños por nacer salpicados en aquel baño.

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Una fantasía etimológica

El narrador nos había hablado tiempo atrás, no recuerdo cuánto (¿realmente importa cuándo?), de las novelas distópicas. Sin previo aviso retomó el tema porque en aquel entonces olvidó mencionar a Karel Capek, autor de una gran historia, La guerra de las salamandras, que cuenta la domesticación y explotación de unos adorables animalitos por parte del ser humano. Pero en realidad quería comentarnos que ese mismo autor había popularizado casi cien años antes de la muerte de Carmen Salitre el término «robot» con el significado que tenía al momento de la muerte de Carmen.

En diversas lenguas de origen indoeuropeo, como el ruso y el checo, entre otras, aquella palabra significa trabajador, pero con una connotación especial: un «rabota» es un esclavo, es decir, un trabajador precarizado y explotado. La misma sucesión de sonidos consonánticos permanece actualmente en el alemán arbeit, pero sin el matiz de esclavitud. Arbeit macht frei se leía, cuando existían lectores, en las puertas de Auschwitz y en la entrada a Dachau, por ejemplo. Hoy no existen lectores, pero por las tardes de primavera una corneja (¿qué otra ave podría ser?) se posa sobre el hierro de ese cartel, exactamente sobre la t de arbeit, a recibir los rayos de sol sobre su cuerpo azabache.

El canto y el viento, no el trabajo, hacen libre a esa corneja, que nada sabe o nada recuerda sobre el humo espeso de los hornos crematorios, el silencio de los bosques circundantes, las deportaciones masivas, el hambre calcinante y esa experiencia del mal sin precedentes. Para el ave no existe nada más que un eterno presente y un brevísimo pasado, lo inmediato pretérito, una luz que aún no llegaría a Marte.

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Los años previos (los años posteriores)

Sería incorrecto decir que todo esto comenzó recién con la muerte de Carmen Salitre. La violencia y la brutalidad se habían incrementado en la misma medida en que las mujeres tomaban conciencia de sus derechos, los reclamaban y comenzaban a ocupar espacios de poder. Y a pesar de algunos importantes logros políticos conseguidos hubo sectores que reaccionaron.

Era común leer sobre linchamientos, violaciones colectivas, empalamientos, vejaciones y humillaciones diarias y naturalizadas. Esto llevaba impreso un aire de hecho correctivo. Nada extraño teniendo en cuenta que estaban agitando el avispero de un orden rancio como un monumento olvidado y a la intemperie. Mujeres, niñas, violadas y obligadas a parir en condiciones pésimas, hacinadas como en un criadero sin luz. Los pastores guiaban rebaños malditos con la misión de monopolizar las sombras, mientras cantaban loas a una luz que no guardaban dentro de sí mismos.

En un país en el que se rendía un culto a la carne, el cuerpo era una mercancía desechable. Casi como un rito de iniciación los adolescentes varones se masturbaban con un bife agujereado, carne cruda envolviendo su pija, a la que bautizaban de mil maneras y consideraban ombligo de toda teoría y praxis. Así es que luego esos jóvenes cogían con pedazos de carne viva, también cruda, rechazada tras la eyaculación, depósitos de leche agria, ricotarios. Pero en realidad eran mujeres o travestis. Pijas moralizantes versus cuerpos salvajes, parecía la versión trasnochada de un juego primitivo. Los monos de Kubrick convertidos a la religión.

Y ciertos sectores, aquellos siempre dispuestos a juzgar el cuerpo vecino, dictaminaban qué se debía hacer y cómo. El deseo fue perseguido, vejado, expulsado de la carne y la experiencia. El deseo fue un clítoris o prepucio cercenado y arrojado a los chanchos. Pero la culpa no es del chancho sino de quien maneja las tijeras.

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Ciudad glótica

Se dice, y nadie se atreve a discutirlo, que el latín es una lengua muerta, pero quizás sería mejor decir que es una lengua quieta, porque una lengua viva cambia, se retuerce, se deshace y rehace. El latín quedó petrificado, pero podemos leerlo, hablarlo, tal como se hacía durante la caída del Imperio. ¿Pero acaso los habitantes del Lacio utilizaban solamente su lengua para hablar? ¿Por qué un idioma es una lengua y no, por ejemplo, una garganta, una glotis?

Según Joan Corominas, el primer registro de la palabra lenguaje, con el mismo significado que le damos actualmente, data de la primera mitad del siglo xiii. Nuestro idioma sigue vivo y mutando, cambiando constantemente, rehaciéndose y adaptándose a las necesidades de cada época, es (casi) siempre contemporáneo. También tenemos instituciones que describen (casi) sincrónicamente el estado de nuestro idioma, con sus dialectos y variaciones de estrato, fase, etc. Todo muy bonito pero seguimos sin saber por qué la arbitrariedad determinó que, en este juego retórico de llamar al todo por la parte, elegimos lengua y no, por ejemplo, tráquea o paladar. Me gustaría proponer una hipótesis inicial, con más intuición que certeza: la palabra lengua es más completa y económica que, por ejemplo, paladar, tráquea o garganta. Más económica por la cantidad de fonemas o grafemas involucrados. Más completa desde lo sonoro: garganta es una palabra gutural oclusiva, una palabra que va hacia atrás y resuena con profundidad, sonora; tráquea es una palabra que tiene dos momentos, el primero es líquido oclusivo, un poco amable pero también un poco duro, y el segundo puramente golpe seco, sordos los dos momentos; paladar hubiese sido una buena opción, la palabra tiene tres momentos diferentes y es palabra aguda, se desensordece de a poco y es melodiosa; pero lengua es un bucle dentro de la boca, un movimiento que comienza en el alveolo, va hacia atrás, roza la campanilla, es expulsada hacia afuera, lleva los labios hacia adelante como en un beso y regresa a posarse suavemente con dos vocales tras una oclusiva sonora. Lengua es un mundo en sí mismo, tal como lo es el idioma.

Quizás secretamente, sin detenernos a pensar en esto, no nos referimos a que la lengua latina está muerta, quieta o fue asesinada sino a que lo está la manera latina de ver y entender el mundo.

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Un mármol para Salitre

En una poética de los símbolos aplicable a los monumentos deberíamos establecer algunos preceptos: uno, el monumento nunca debe recordar a la persona en sí misma sino a su obra o importancia cultural, es decir, debe ser representación; dos, su figura debe ser real, pero no el resto de los personajes que puedan o no estar presentes en la obra, o sea, debe ser realista, y tres, deben estar ubicados en un lugar visible y representativo, es decir, ubicable. Una estatua debe ser una representación realista y visible, casi un ayuda memoria.

Para conmemorar el segundo aniversario de la muerte de Carmen Salitre se inauguró un monumento en su honor. El proyecto fue presentado por un diputado de centroizquierda de la provincia de Mendoza y, tras una aprobación casi unánime y sin debate, comenzó la preparación del monumento. Debería haber sido un monumento a la barbarie, a la violencia sin fin, desde todas las personas e instituciones. Pero no. El narrador dijo que tomáramos nota para el panfleto, que nos dictaba el texto definitivo. Y dejó resonando en el aire un silencio incómodo.

En el transcurso de ese silencio se arrepintió y cambió de plan. Nos describió detalladamente el estado de la ropa y el cuerpo de Carmen Salitre al momento de ser encontrada en el galpón, tal como Homero describiera el escudo de Aquiles. Y cito:

«Carmen llevaba un pantalón de gimnasia gris con manchas a ambos lados de las piernas, como si al ser arrastrada por las fértiles tierras del valle de Lunlunta el polvo quisiera cubrirla para transformarla en semilla. El bolsillo izquierdo estaba rasgado, primero fue el agujero de un colmillo de perro, y luego el rápido movimiento de cabeza hacia el lado había terminado por romper la tela gastada. Una remera blanca salpicada de manchas de sangre. No eran gotas que hubiesen volado alegres hasta caer en su ropa, sino borbotones que habían resbalado desde el cráneo y, tras recorrer su cara, y antes de que el cuerpo cayera inerte, mojaron la tela que antaño fuera más blanca que la espuma del mar. Esa mancha roja, con aportes de polvo marrón, aparentaba ser un medallón de santo, y si acercabas la vista podías ver una escena bélica impactante: Carmen era violada mientras dos personas retenían cada una un brazo y otra apretaba su cuello con una bufanda, la cabeza de Carmen apenas se movía con un último suspiro en el momento en que era salpicada en una oreja con un semen maloliente y a un costado de esta imagen pérfida se veía el momento en que uno de los que antes sostenía un brazo lo dejaba caer, buscaba un fierro con el que se acercaba amenazante y, tras un breve momento en el que parece invocar a alguno de los dioses del panteón griego, levantaba esa arma que parecía forjada por el propio Vulcano y con ella golpeaba una, dos, tres, muchas veces el cráneo de Carmen Salitre que dejaba escapar un último aliento en el campo de batalla, en el que fue ultrajada y olvidada, insepulta, como el hijo repudiado de Edipo, quién fuera tu Antígona, Santa Carmen Salitre de Lunlunta»

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