12 de enero 2021

Lenguaje Muerto. (Tercera entrega)

por Gonzálo Córdoba Saavedra

Lenguaje Muerto es una novela del escritor Gonzalo Córdoba Saavedra que iremos publicando por entregas semanales a lo largo del mes de diciembre y enero(puedes revisar las otras entradas pinchando aquí).

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Volver a respirar el viejo aire

Finalmente llegó el día en que los jueces debían leer la sentencia en el juicio por la muerte de Carmen Salitre, tras poco más de un año de argumentos y contraargumentos. Los primeros seis meses la causa fue seguida por muchos medios, pero luego se dilató y ya no generaba el mismo impacto que antes. Los departamentos de marketing de los canales de TV midieron una baja sensible del rating durante la cobertura del juicio y sin pensarlo demasiado cambiaron la propuesta por algo más acorde a las necesidades de las empresas que publicitaban.

La querella pedía una condena acorde con la carátula de la causa, un mínimo de 20 años de prisión para cada imputado. Era el 12 de septiembre de 2018 y la lectura de la sentencia estaba anunciada a las 11. Fuera del tribunal se había juntado un millar de personas. Se respiraba un aire de justicia en el ambiente, asomaba una primavera más verde en el horizonte. Casi al instante, en un santiamén, la multitud calló para escuchar; comenzaba a leer el secretario con una voz que no dejaba entrever el más mínimo indicio de parcialidad. Era la voz neutra que salía directamente del centro del mecanismo judicial, una voz que llenaba cada espacio y se reproducían en altoparlantes.

Pero el silencio expectante duró poco. La multitud gritó indignada por la sentencia, tiraron algunas piedras y rompieron unos pocos vidrios. En términos reales los destrozos fueron menores. La policía de la ciudad, siempre presta a defender los edificios públicos, supo reprimir a tiempo a la multitud con gases lacrimógenos y unas pocas balas de goma. Estas multitudes manifestantes ya no eran lo que fueron, se dispersaron sin oponer resistencia. Tres años y un día fue la condena para cada imputado, condena no excarcelable, pero ya habían cumplido la mitad en prisión preventiva.

Cuando las calles quedaron desiertas se podía apreciar unos pocos grafitis en las paredes, todos con aerosol rojo y en letra imprenta mayúscula. «MUERTE AL JUEZ», «JUSTICIA POR CARMEN», «SON TODOS CULPABLES» y «EL ESTADO ES RESPONSABLE» fueron las consignas escritas. Algunas ramas rotas daban cuenta de algo que no había ocurrido. Los empleados precarizados de una empresa de limpieza barrieron los papeles del suelo en la zona de Tribunales mientras escuchaban música con auriculares, completamente ajenos a la reciente trifulca. Desde una ventana del cuarto piso de la Casa de Gobierno unos hombres bien trajeados miraban con tranquilidad el asunto. Tomaban un café y aspiraban merca. Eran el gobernador y los ministros de Hacienda y Transporte. Cuando este último anunció que volvía a su casa ya las calles y veredas estaban limpias. Se dieron un apretón de manos y una palmada, se bendijeron mutuamente y cada uno buscó su auto en el estacionamiento. Un pequeño rosario de madera colgaba del espejo retrovisor del auto del ministro.

La revuelta fue tan breve que a las fuerzas de seguridad les sobraron municiones. Se morían de ganas de usarlas, pero realmente no fue necesario. Esto pareció responder más a una vieja costumbre de ciertos sectores de una clase media consciente y urbana, civilizada y con estudios superiores en ciencias humanas, no siempre completos, en universidades estatales. Para ellos era una obviedad protestar por esto y la mera revuelta fue suficiente para calmar sus ánimos. No querían que algo cambie en realidad, solamente necesitaban mostrarse indignados. Hubo dos detenidos por los disturbios, algo realmente excesivo. Pasaron, como mucho, tres horas en una comisaría mientras averiguaban sus antecedentes penales.

La indignación no duró más de uno o dos días, el tiempo que tardaron los diarios virtuales en ocupar el espacio de esas notas con nuevas noticias falsas. Estos portales vendían su poder de manejar la indignación de la sociedad, vendían humo de hoguera, ceniza de árboles caídos. Cuando escribo «indignación» me refiero a dos tipos de indignación: la de los que se sintieron avasallados por el sistema judicial y la de los ciudadanos que sintieron mancillado su patrimonio con pintura en aerosol. Estos se creían los dueños de la calle y de la verdad. Más jueces que los propios jueces y más papistas que el Papa.

El mensaje del jurado por el caso Salitre, la letra escrita con tinta invisible pero indeleble entre las líneas de un texto infame, era que no bastaba luchar ni resistirse, pues seguirían respirando el aire viejo de siempre. Nada iba a cambiar en un paraje abrasado por el sol y las plagas, un verano tras otro y otro y otro, siempre acunando las tradiciones más rancias. El viejo aire de siempre, escribió algún periodista de judiciales de un diario no muy leído. Ese viejo aire, más ardiente que de costumbre, seguiría quemando sus pulmones.

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El eco de una lengua

Tras un breve silencio el narrador retomó el relato. Sus primeras palabras fueron entrecortadas, como buscando la manera precisa de continuar. Nos contó que en una ciudad desolada escuchó a un loro repetir una frase. Estaba en su jaula aún, flaco y con los ojos pálidos; graznaba sin cesar el mantra de esa casa.

Pero abrió la jaula antes de sentarse a pensar en el eco de ese canto. Pensó que ese loro doméstico era uno de los últimos guardianes de la lengua de los humanos. Muchos morirían en sus jaulas, famélicos y deshidratados, golpeando sus cabezas contra los barrotes. Esa música también acabaría junto con la vida de los animales en cautiverio. Sería uno de los legados de la especie humana. Y mientras profetizaba seguía escuchando «Jenny, bitch. Jenny, bitch». El loro volaba tramos cortos y se posaba en la mesa, en la heladera, en una ventana, y en cada escala repetía de memoria el canto de esa familia.

¿Por cuánto tiempo los animales domésticos guardarían el recuerdo de quienes los habían alimentado? Los perros hasta el día de su propia muerte; los gatos esperarían poco tiempo el regreso de sus amos y luego volverían a sus andanzas. Los gusanos que descompusieron el cuerpo del último perro no salvaje se llevaron al centro de la Tierra el eco de las palabras humanas.

Pensó que el loro se habría ido al patio porque ya no lo escuchaba, pero no. El animal picoteaba una fruta ennegrecida en una canasta de mimbre atestada de hormigas rojas. Ellas marcaban el pulso de la regeneración del planeta y la dirección del pensamiento.

Cuando terminó esta historia hizo un nuevo silencio, más largo que el anterior. Al narrador le costaba retomar el hilo del relato. Pensaba en qué parte había dejado su historia antes de irse por las ramas con el loro, pero también seguía pensando en el rayo fulminante que significaba la presencia humana en este planeta.

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La resaca del juicio

Edgardo Salitre, padre de Carmen, 57 años, obrero de una fábrica de cerámicas, murió en un accidente automovilístico ocho días después de conocer la sentencia del juez en el juicio por la muerte de su hija. Manejaba su auto y chocó contra un árbol en una calle recta. Los investigadores dicen que se quedó dormido al volante. Los medios de comunicación hicieron eco unánime de esta tesis. Yo prefiero pensar que quiso cerrar su ciclo de dolor y soledad. No dejó una nota ni un indicio de premeditación. ¿A quién le escribiría, en todo caso?

Un muerto tras chocar contra un árbol

Una persona identificada como Edgardo Salitre, de 58 años de edad, murió tras colisionar el auto en el que viajaba solo contra un árbol en la localidad de Gutiérrez, Maipú.

El hecho habría ocurrido alrededor de las 9:15 de esta mañana en la esquina de Zapata y Maza del mencionado departamento.

Edgardo Salitre perdió la vida al instante producto de las heridas recibidas…

Una nueva muerte en un accidente automovilístico

La víctima fue identificada como Edgardo Salitre, de 57 años, oriundo de Maipú, Mendoza.

Edgardo Salitre fue hallado muerto tras un fuerte choque de su auto contra un árbol en la localidad de Gutiérrez.

El hecho ocurrió en la esquina de Zapata y Maza de dicho departamento poco después de las 9 de la mañana… 

Ninguna de las notas mencionaba que la víctima del accidente era el padre de Carmen, que pocos días antes había asistido al cierre del juicio por la muerte de su hija. El dato, como puede verse, no es menor, pero ni siquiera la prensa amarilla, siempre dispuesta al sensacionalismo, lo destacó. Nada de esto resultaba extraño, a decir verdad.

Steven Viezzer, estadounidense, 33 años, empleado de comercio, con una restricción de acercamiento a su ex pareja fue absuelto tras un breve juicio. Jerome Matouille, haitiano, 31 años, albañil, residente en México, fue condenado a siete años de prisión por el asesinato a puñaladas de su esposa y un hijo de 6 años. Una hija adolescente pudo escapar. Piotr Vasiliev, ruso (¿qué más?), 62 años, jubilado, fue condenado a seis años y un día por empujar desde un balcón de un octavo piso a su sobrina de 14 años, abusada reiteradamente por él. El argumento de la defensa fue que Vasiliev no era capaz de comprender que una caída desde esa altura provocaría la muerte de su sobrina. El promedio de las condenas en Sudamérica por asesinato a una mujer fue de 4,5 años en los tres años anteriores a la muerte de Carmen Salitre. Repito: nada de esto resultaba extraño.

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Necesidad y nacimiento del lenguaje verbal

Según los estudios de Jakob von Baumholtz (2011; 2013; 2014), un connotado biólogo y antropólogo alemán, en la sabana africana dos monos con alguna malformación y poca agilidad vagaban buscando alimento y encontraron a un grupo de hienas comiendo los restos de un ciervo muerto. Las hienas, al ver a los monos, gruñeron pero al cabo de un minuto se apartaron un poco, guardando una prudente distancia. Los monos deben haberse mirado y entendido que debían comer ciervo para sobrevivir. Con ese sencillo acto estaban cambiando su alimentación, y esto reconfiguraría el tamaño de los órganos, entre ellos el cerebro.

Con el tiempo, los descendientes de esa pareja de monos desarrollaron un pensamiento mucho más complejo que el de sus antepasados y pudieron utilizar piedras y palos como herramientas rudimentarias. Más tarde comenzaría a desarrollarse el lenguaje. El apartado de material y métodos en sus trabajos es poco claro y cuesta determinar a ciencia cierta de qué manera llegó a esos resultados. Pero lo troncal y novedoso de su trabajo es la idea de que no venimos de los monos más aptos, sino de monos malformados y relegados en su grupo de pertenencia. Monos menos monos que los otros monos.

Con un cerebro más voluminoso, los descendientes de aquellos monos poco ágiles desarrollaron una capacidad de abstracción de la que otras especies carecen. Al mismo tiempo, el aparato respiratorio y fonador simple también se complejizaba y finalmente permitió la articulación de casi una treintena de sonidos y la posibilidad de modular la voz con diferentes tonos y a diferentes volúmenes.

Según el autor, es probable que la primera palabra pronunciada haya sido un sustantivo. Imagino a un mono rompiendo una nuez con una piedra y mostrándole a otro el fruto interior en la palma de su mano, al tiempo que pronunciaba una tosca palabra que se perpetuaría como la que designa a una nuez. Pero la palabra nuez, o pubis, o volcán no es ni la nuez ni el pubis ni el volcán, es sólo una sucesión arbitraria de fonemas a la que atribuimos un significado.

El trabajo de Von Baumholtz es parte de una tradición de pensamiento que intenta explicar la evolución de la especie humana en relación directa con su alimentación. Ernst Mandel fue compañero de estudio de Von Baumholtz y escribió una interesantísima obra de carácter histórico, en tres tomos, sobre la dieta humana. El libro en cuestión se llama Historia total de la alimentación. Propone en ella que hasta la Revolución Industrial fue la dieta la que transformó al ser humano, la que determinó sus condiciones materiales, pero que desde entonces es al revés, la industria transformó la dieta humana y al propio ser humano.

Si un homo sapiens primitivo dijo algo para nombrar una nuez o una piedra que usaba como martillo es indudable que la primera palabra haya sido un sustantivo, en asociación directa con el desarrollo de las herramientas más elementales. Es simbólico pensar que las herramientas lingüísticas nacieran para nombrar las herramientas manuales. Las probabilidades de que haya sido un adjetivo o verbo son, a mi entender, mucho menores. El lenguaje nació como la búsqueda del sentido más allá del sonido puro, una manera de trascender el fonema. Pero si la humanidad cierra su ciclo con una onomatopeya significa que cierra también el ciclo del sentido. Nada tiene verdadera entidad tras su muerte, todo es vida, y sin vida no hay sentido posible.Este acto de fundación y bautismo es fundamental en la historia de la humanidad. Recordemos que en el poema babilónico de la creación, el Enuma Elish, los dioses antiguos dan cincuenta nombres a Marduk tras vencer a Tiamat, ponen todas sus alabanzas en palabras, y así buscan definirlo. Pero Marduk no es cada alabanza sino que es todas ellas juntas, al mismo tiempo y por siempre. Los dioses menores crearon con barro a la especie humana para que construya el templo de Marduk y lo venere. Los dioses menores bautizan; los humanos veneran. 


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