Ilustración: Konrad

22 de diciembre 2020

Lenguaje Muerto. (Primera entrega)

por Gonzalo Córdoba Saavedra

Lenguaje Muerto es una novela del escritor Gonzalo Córdoba Saavedra que iremos publicando por entregas semanales a lo largo del mes de diciembre y enero.

*

A  Simón y Libertad
que dan vida a todo
lo que nombran
(y nombran mucho)

Las metáforas son
nuestra manera de perdernos
en las apariencias
o de quedarnos inmóviles
en el mar de las apariencias.

Roberto Bolaño

Nadie ve el silencio
en esa muerte.

Julio González

fueron asesinadas
las lenguas muertas

Juan López

Algunos datos sobre el comienzo

Como venía contándoles, dice el narrador, creo que hay que distinguir entre la primera palabra que un ser humano dice y la primera palabra que alguna vez un ser humano dijo. Una es un hecho individual, la otra es un hecho histórico sobre el que sólo podemos hacer conjeturas. Pero de eso se trata la historia de la humanidad, si es que podemos llamar humana a la especie que depredó aquel planeta. No tengo apuro en darles una opinión sobre este asunto lingüístico, lo haré a su debido momento. No hay apuro para hablar del ruido.

Lo que me pregunto es cuál habrá sido la última palabra que dijo Carmen Salitre antes de morir. Sostuvo ese suspiro por dos días. No demoraré en contarles que Carmen Salitre fue la última mujer viva en territorio conocido. José María Hidalgo, Ernesto Castelar, Brian Mallimaci y Adrián Contursi fueron los responsables de su asesinato, golpes con una barra de metal en la cabeza y la espalda, esos golpes hundieron su cráneo en la zona superior derecha, a centímetros de la oreja y provocaron una grave hemorragia interna que fue finalmente la causa de su muerte. Además, los peritos constataron quemaduras de cigarrillo en las piernas y en un brazo, tres uñas arrancadas de cuajo con una pinza o elemento similar y evidentes signos de violación pre y post mortem. En su pecho y en la frazada que la envolvía había rastros de semen de los cuatro implicados. Su cuerpo estaba en un galpón semiabandonado; la hallaron dos días después de su deceso.

Los portales de noticias no tardaron en hacer eco de la novedad cuando por fin pudieron darse cuenta de que Carmen Salitre había sido la última mujer viva. «Comienza el fin de la especie humana», «Un crimen de lesa humanidad», «Adiós, mundo cruel». Ese fue el tono de los titulares, un tardío mea culpa al tiempo que publicaban el álbum de fotos de las mejores colas que ya no existían. Todavía mantenían secciones de espectáculos que eran la escuela de la violencia. ¿Quién incendiará las redes mañana?, parecía ser la cuestión. Y mientras tanto, con qué sentido, los periodistas de datos armaban bellas infografías para reflejar la violencia sin fin de los últimos años.

Un movilero de TV prestó su micrófono a un señor de unos cuarenta años que se preguntaba cómo no ser violento si uno va a trabajar y lo explotan por dos mangos y la guita nunca alcanza. El movilero asentía cada frase mirando de reojo a la cámara, como si así agregara seriedad al asunto, como si de esta manera aquella premisa dejara de ser falaz. Otra persona a su lado gesticulaba de manera llamativa, creí que estaba diciendo algo interesante, pero solamente contaba que él nunca le había levantado la mano a su mujer, que ella había muerto por un terrible cáncer de pulmón hace tres años. Por lo visto, era necesario lavarse la culpa o despegarse un poco, cuidar las apariencias. Cuando hablaban frente a cámara algo, alguien o aquello que vive dentro de nosotros tensaba la soga interna para que no salieran los adjetivos incorrectos. Esa soga va directo del cerebro a la lengua. Es la moral.

Por primera vez en la historia del planeta parecía haber consenso en algo. Nadie se mostró enojado con la nueva perspectiva, quizás todavía no caían en la cuenta de que comenzaba a apagarse el género humano. Una breve indignación sobrevino meses más tarde, pero tras la muerte de Carmen Salitre sólo hubo un silencio cómplice sobre este asunto. En realidad, nada que pusiera en riesgo la continuidad del modelo.

Desde los primeros años del siglo xxi había ganado lugar entre las clases populares un discurso ultraconservador. Era una mezcla de autoayuda individualista y religión, un discurso protector de la familia como un valor a resguardar, con roles asignados y fuertes dosis de filosofía medieval. Un relato del emprendedurismo y una fe ciega en el director del rebaño. Desde este marco teórico la perspectiva a futuro no debería haber sido pesimista puesto que el mundo ahora era de los jefes de familia. Un hilo trasnochado los llevaba a pensar que eran más libres que antes. Serpientes y brujas, especies recientemente extintas.

Uno podría creer que este hubiese sido el fin de un mundo de pecados, el ingreso a un paraíso de paz y felicidad, pero no. Ahora la tierra estaba cubierta por una fina capa blanquecina, un manto de sal que se extendía por kilómetros y kilómetros de una estepa interminable, abrasada por un sol terrible. 

* *

En la recta final

En rigor de verdad, hay que decir que algunos portales de noticias habían publicado encuestas e infografías sobre la escalada de violencia sexista desde unos tres o cuatro meses antes de la muerte de Carmen Salitre, ocurrida el 26 de noviembre de 2016 a las 13:50 en un galpón semiabandonado en la localidad de Lunlunta, Mendoza. Los nombres de las mujeres argentinas enterradas por violencia doméstica en el último lustro de vida de Carmen, escritos en fuente Arial tamaño 12 uno al lado de otro, sólo separados por coma y espacio, hubiesen cruzado el Canal de Panamá. Pero en ninguna de las dos orillas habrían estado a salvo.

En aquel tiempo no era infrecuente encontrar un cuerpo de mujer sin vida congelado en la cordillera, acostado en un baldío o inflado en la ribera de un río. Ya nadie se sorprendía por aquello. Muy pocos podían asegurar nunca haber visto una mujer muerta abandonada, desnuda y con signos de abuso.

En julio de 2014, dos años antes de la muerte de Carmen Salitre, un canal de TV de Texas realizó un informe sobre todos los asesinatos de varones en manos de mujeres ocurridos en Estados Unidos en los primeros meses de ese año. Eran en total 23 casos, varios de ellos en defensa propia. El informe fue preparado a raíz de la muerte de los policías John Pozzi y Vince Stone. Elizabeth Wells, 30 años, empleada de una tienda de mascotas, soltera y sin hijos, alcanzó a sacar un arma que guardaba en su mesa de luz cuando los dos hombres quisieron reducirla y violarla en su propia casa. Stone murió en la habitación de Wells víctima de un certero balazo en el cuello, mientras que Pozzi murió tras caer por la escalera, con dos impactos de bala en la pierna derecha. El certificado de su deceso indicaba como causa de muerte las contusiones cerebrales producidas por la caída, no los disparos. John Pozzi era la pareja de Elizabeth.

En medios gráficos de todo el país aparecieron fotos de ella y su caso sirvió para que periodistas y conductores llenaran sus programas de TV y radio. En el imaginario colectivo una mujer asesina era una intrusa puesto que el varón debía tener el monopolio del ejercicio de la violencia.

Esos veintitrés casos eran muy pocos en comparación con los 118 femicidios perpetrados en el mismo período y sitio. En México la cifra de mujeres asesinadas por sus parejas o en situación de abuso ascendía a 171; en Nicaragua, 69; en Panamá, 67; en Colombia, 103; en Brasil, 160; en Argentina, 162. En Europa, Asia y Oceanía las cifras también eran alarmantes. No había datos certeros sobre la mayoría de los países africanos, aunque podía inferirse que el número no debería ser menor. Mientras esto sucedía, y tras una lenta evolución de nuestros cuerpos y cerebros para tener la capacidad de generar un lenguaje oral, siglos y siglos de pequeñas transformaciones, una tras otra tras otra, muchos cantaron a sus mujeres amadas pero nadie dijo nada sobre la violencia desatada. Como si la muerte ocurriera bajo un pesado manto de silencio.

Estos casos aislados eran siempre cubiertos por la prensa de una manera morbosa, porque una mujer asesina vendía más que un hombre asesino, sin importar las causas, los materiales o los métodos, como si lo que en unas fuese una aberración en otros fuera natural o estuviese aceptado.


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