04 de enero 2021

Lenguaje Muerto. (Segunda entrega)

por Gonzálo Cordoba Saavedra

Lenguaje Muerto es una novela del escritor Gonzalo Córdoba Saavedra que iremos publicando por entregas semanales a lo largo del mes de diciembre y enero (puedes revisar las otras entradas pinchando aquí).

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El sentido común

Durante el juicio por el asesinato de Carmen Salitre el abogado querellante preguntó a Brian Mallimaci, sin oficio declarado, 27 años, soltero sin hijos, si conocía a la mujer y él respondió que todos en su barrio la conocían, casi con enfado por la pregunta. Por su parte, José María Hidalgo relató que Carmen salía poco y se escondía por temor, que ella le había confesado no querer ser madre pero que él creía que ese era su deber visto y considerando las circunstancias. La responsabilidad de mantener a la especie recaía sobre ella y las restantes sobrevivientes (declaró no saber que Salitre fuese la última mujer viva). Mientras Hidalgo respondía muchos asistentes parecían convencerse de que su opinión era justa: Carmen Salitre había actuado con egoísmo, de manera poco empática. Qué barbaridad.

A esta altura todos los involucrados eran figuras públicas, sus fotos salían en los diarios y los vecinos y parientes daban notas telefónicas casi a diario. En TV era común ver programas completos dedicados a la infancia de Carmen y los responsables de su muerte. En los días previos al inicio del juicio, y sólo en los canales de televisión locales, cerca de 40 horas de informe fueron ocupando las pantallas y repitieron hasta el hartazgo las mismas imágenes y filmaciones caseras para graficar el buen origen de, por ejemplo, Ernesto Castelar, vendedor de automóviles de 43 años, soltero. Él declaró en el juicio haber conocido a Carmen Salitre en casa de Hidalgo cuatro años antes y que siempre le había llamado la atención esa especie de falta de instinto maternal, el desenfado con el que decía que no le gustaban los niños, ese individualismo tan poco femenino. Y dejó caer su propio juicio: para él Carmen era lesbiana. No lo dijo, pero dos terceras partes de los asistentes pensaron que la violación en masa podría despertar la heterosexualidad. Y poco más de la mitad de ellos sintieron pena por Carmen.

Enrique Vázquez, abogado defensor de los cuatro acusados, apoyó uno de sus codos en la mesa y tomó su mentón con la mano de ese brazo. Estaba viendo qué tan bien habían aprendido el guión; su cara denotaba tranquilidad. Y mientras tanto la gente asentía, como lagartos en el desierto, en alerta, a punto de abrir su gorguera.

Parte de los jurados mostraban sus caras de compungidos al escuchar los argumentos de los acusados. Según Adrián Contursi, Carmen estaba al tanto de ser una de las últimas mujeres en el planeta en edad reproductiva y saludable, desocupada por entonces y sin menores ni adultos a cargo. Era, en definitiva, una incubadora perfecta. Él tampoco dijo estas palabras, evitó decirlas. Habían aprendido las argucias del lenguaje, bien enseñados por el sofista (y abogado) Enrique Vázquez. Durante el testimonio de Contursi, uno de los jurados dejó rodar una lágrima. Esa imagen se repitió innumerables veces por TV y en las redes sociales. Nunca supe si era por Salitre, por Contursi o por la humanidad.

Habían querido presentar a Carmen Salitre como una mujer egoísta, poco voluntariosa, sin sentimientos de remordimiento o esperanza. El abogado defensor planteó que este caso determinaba el comienzo del fin de las instituciones, que la democracia estaba condenada a acabar, que la Iglesia entraba en una cuenta regresiva, no así la fe ni el amor de Dios. Querían cargar una pesada mochila en el cajón de Carmen. Su cuerpo iba a hundirse aún más en el humus en caso de cargar ese lastre.

Desde entonces se podía escuchar a los jóvenes usar el adjetivo «salitroso» para referirse a alguien egoísta o poco empático. Por lo que recuerda el narrador de esta historia, la primera vez que escuchó esa frase fue a la salida del turno tarde de una escuela. «No seás salitroso, convidame», le dijo un alumno a otro mientras intentaba arrebatarle un paquete de galletas. De no ser por el imperativo no habría podido darse cuenta del significado de la frase. Metáforas, significantes nuevos para conductas viejas.

Dos semanas más tarde se reanudó el juicio y fue el turno de declarar del padre y un tío de Carmen. Entre algunas cosas importantes contaron que Carmen sí trabajaba, vendía suplementos alimenticios por catálogo, y se preparaba para retomar sus estudios terciarios después de varios años. En casa ayudaba mucho, planchaba, cocinaba, lavaba; era, de acuerdo con sus propias palabras, una buena mujer. Y varios espectadores asintieron, lamentando quizás la pérdida de una persona tan hacendosa. A esta altura parecía que un ejército de aprobadores decoraba la sala, prestos a mover su cabeza tras cada afirmación con la que se sintieran identificados, aunque a veces asentían o reprobaban de acuerdo con el tono de voz del declarante. No estaban realmente prestando atención a lo que decían; los conmovía más el canto que el ave.

Carmen Salitre pasó sus últimos días encerrada en casa, algo raro en ella, pero sus familiares no le preguntaron la razón. Dos días antes de su muerte tuvo que salir a comprar y volvió agitada, asustada quizás. Tampoco preguntaron en ese momento, creyeron que estaba excitada por el paseo luego de esos días de cautiverio involuntario. Ellos trabajaban desde la primera mañana y llegaban a casa cerca de las ocho de la tarde. Supusieron que Carmen salía durante la mañana, pero no era así. Por una vecina se enteraron de ese comportamiento el mismo día de su última salida con regreso.

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La intelección

¿Entendemos el mundo a través del lenguaje? ¿Antes de manejar el lenguaje entendemos el mundo, o modificamos nuestro entendimiento mientras aprendemos el lenguaje? Por ejemplo, cuando en los portales de noticias se referían a una mujer que incendiaba las redes sabíamos que al abrir esa nota íbamos a ver las fotos de una mujer semidesnuda, no a una mujer prendiendo fuego unas redes de pesca. Las metáforas son una parte esencial de la comunicación, no todo es explícito. Allí reside un importante lazo entre los participantes, una conexión invisible y plena de sentido. Quizás no es descabellado pensar que toda la potencia de una lengua, y de la comunicación, está ahí, en la posibilidad de decir algo con otras palabras.

Ese germen universal que radica en el cerebro humano y que explica nuestra capacidad de crear y entender la lengua es, ni más ni menos, nuestra capacidad de metaforizar lingüísticamente. La manera más sencilla de invertir el sentido y dar nuevas connotaciones a lo dicho. Los restantes lenguajes no se prestan tan adecuadamente a este juego semántico. La capacidad de expresar mediante metáforas es lo que realmente distingue al humano de cualquier otra especie animal de nuestro planeta.

Entonces, el lenguaje es acaso el más ambiguo de los inventos humanos. Tal vez sin lenguaje no existiría la ambigüedad. ¿Todo desfasaje entre significante y significado es lingüístico? El significante es siempre único, puede escribirse mal, pronunciarse mal, pero ahí está, lo entendemos sin dificultad. En cambio, el significado no siempre es unívoco, a veces convoca matices particulares en determinado contexto. Esta particularidad es tan cultural como política, representa un valor propio y refleja su raíz extralingüística, por eso Voloshinov llamó «signo ideológico» a aquel que además de reflejar su significado refracta una expansión de ese mismo significado. Si presto atención puedo verlo. Ahí está, floreando su étimo como una orquídea palpitante.

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Las últimas mujeres del planeta

Al momento de la muerte de Salitre no se sabía que era la última mujer viva sobre el planeta. Esto se supo unos días después, tras constatar que Doralisa Sampedro, nicaragüense, 31 años, madre de dos niños de 9 y 10 años, hallada muerta en la ribera de un río con restos de vidrio en su vagina, y Aimé Lerou, senegalesa, 56 años, un hijo con vida de 37 años y 6 nietos, hallada muerta por asfixia y con restos de semen en su ropa en el interior de un auto abandonado en la ciudad de Nayé, muy cerca de la frontera con Mali, hubiesen muerto seis horas y cuarto y dos horas con veinte minutos, respectivamente, antes que Carmen Salitre.

Mendoza era un bastión del conservadurismo en el centro oeste de Argentina, más cerca de Santiago de Chile que de Buenos Aires. Un paisaje de montaña, agreste, que intercalaba desiertos y oasis productivos. Su principal producto era la sangre de profeta. El común de la gente dedicaba una buena parte de su tiempo a juzgar a los demás sin el menor atisbo de empatía, con la excusa de un supuesto carácter montañés, ermitaño. El narrador, como Néstor Perlongher, definió al habitante de este páramo, y coincido con él, como sujeto policía. No es de extrañar que durante los años previos, incluso décadas, a la desaparición del género femenino en la Tierra en Mendoza se practicara con frecuencia el linchamiento, ese rito que nació en Estados Unidos y que podríamos considerar el primer invento propiamente yanqui.

Aunque hay que decir, en honor a la verdad, que esa práctica era común ya en toda la región. La gente vivía con miedo del otro, cada cual era sospechoso y sospechante. La seguridad era uno de los negocios más rentables: garitas de vigilancia, barrios cerrados, cercos eléctricos y concertinas, cámaras en las calles céntricas.

El cuerpo ajeno es el territorio en disputa por excelencia, el lugar que todos quieren dominar, en la misma medida en que el cuerpo propio nos es ajeno e indomable. Hubo ejecuciones sumarias y colectivas en todo el orbe, con una pasión y una urgencia inauditas, como si se tratase de resguardar un derecho obtenido. Y quizás así lo entendieran, un deber moral obtenido tras años de lucha sin cuartel contra el otro, en un contexto de pérdida del consenso antifascista.

Un portal de noticias de mediano alcance realizó un informe en el que exponían una serie de casos impactantes y eso les permitía generar una hipótesis no demasiado trasnochada. Un año antes de la muerte de Carmen Salitre se estaba juzgando simultáneamente en La Rioja, San Juan y Mendoza tres casos de asesinatos en grupo tras violación múltiple. Se trataba de mujeres trabajadoras, dos empleadas domésticas y una vendedora de ropa, muertas en manos de varones hijos de la clase dirigente, con vínculos políticos y jurídicos que les daban cierta seguridad de salir indemnes de esa circunstancia. Las tres muertes tenían factores en común: privación de la libertad, abusos múltiples (quemaduras, golpes y violación), consumo de estupefacientes e intento de desaparición del cuerpo. En total eran once los imputados por estos crímenes, que ocurrieron entre el 2 de enero y el 13 de febrero de 2015. No existía relación de amistad o parentesco entre los imputados y sus víctimas.

Las voces se hicieron oír en ese momento, aunque tampoco fueron tan oídas. Según el periodista, los autores materiales de estas muertes creían tener poder para decidir sobre el cuerpo ajeno. Y más aún, la clase dominante decidía qué cuerpo podía seguir habitando el mundo que ellos administraban. La idea no era para nada disparatada. El autor quiso definir esta serie de juicios como los juicios contra la avanzada fascista cordillerana, pero olvidaba que el juicio era sólo una pantomima del sistema judicial. Cuando Hidalgo, Castelar, Mallimaci y Contursi hicieron lo propio con Carmen Salitre aquellos once acusados ya estaban en libertad.

En la misma medida en que el género femenino iba desapareciendo el mandato social hacia ellas era mayor y más terrible: debían ser madres, incubadoras vivas y sumisas, trabajadoras incansables del hogar y la familia. ¿En qué momento la historia hizo un loop y volvimos de un salto a la Edad Media? A punto de renacer estuvieron las lenguas muertas, en un macabro estofado de simbolismos modernos y clásicos, el caldo de cultivo del odio extremo y sin sentido. Se equivocaba aquel señor que ante la cámara de TV intentaba justificar una violencia con la ejercida cotidianamente contra todo trabajador. El odio no era obrero ni lumpen. El odio era propietario, padre de familia.

Es importante hacer hincapié en esto, el último sollozo femenino fue en castellano, en medio de un rosario interminable de insultos y amenazas, con esa tonada cansina típica de un pueblo de montaña, tierra de nadie y sobre muertos fundada, con pasado pero sin futuro. Por la foto que se filtró en algunos medios, su boca estaba ensangrentada y con claras señales de haber perdido varios dientes. Tengo motivos para pensar que con su último aliento lanzó un estertor, no una palabra. Pero no tengo dudas, y fuentes fidedignas así lo confirman, su primera palabra fue «mamá».


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