Foto: Nicolas Slachevsky

08 de junio 2019

Los murales como nuevos monumentos

por Jorge Cancino Palma

Hace algunos años, mientras vivía y estudiaba en Valparaíso,  había un mural bajo el paso sobre nivel que está en la entrada a la ciudad, muy cerca de la casa central de la PUCV, siempre lo miraba desde la micro, me gustaba mucho. Un día, el mural no estuvo más, en su lugar había una gran muralla blanca; durante la noche lo habían tapado con pintura, probablemente por ordenanza municipal, aunque este dato no es certero, es lo más probable para la época (antes del mandato de Sharp). Al otro día, sobre la brillante pintura blanca había un enorme rayado que decía: “Aquí había un hermoso mural y un aweonao lo borró”, evidentemente en ese momento la frase me causó gracia. Varios años después, de vuelta en mi ciudad (Los Andes) por distintos motivos me comencé a acercar al arte urbano, a las concepciones de lo público, al muralismo y al grafiti. Entendí que la notable frase era mucho más que una anécdota graciosa, sino que constataba una manifestación popular pura de arraigo hacia la obra “aquí había un hermoso mural”; y una condena rabiosa a su eliminación “y un aweonao lo borró”. No es únicamente un pasaje divertido dentro de la vorágine urbana, sino que una apropiación de la comunidad hacia lo que considera, le pertenece, de lo que está configurando y significando el espacio que transita a diario, que lo embellece e interrumpe con una invasión que, probablemente, genera un instante de goce estético en el regreso a la casa después de una eterna jornada de trabajo,  anima un tenso preludio a rendir un examen, consuela un trayecto con lágrimas, o en cada una de las complejas redes de historias que configuran el cotidiano en una metrópolis. Quienes transitamos la ciudad agradecemos estos espacios que se constituyen como un pequeño oasis de color dentro de una ciudad, que se ha ido formando entorno a los parámetros de la publicidad y la lógica del mercado, la ciudad como una gran vitrina para vender.

El arquitecto Javier Maderuelo habla sobre un espacio público que ha entrado en una crisis devenida principalmente por tres factores: a) la crisis de la escultura monumental como elemento simbólico de ideas. Desde la Ilustración, la escultura se había levantado como el elemento perfecto para la difusión de ideas por parte del Estado y con el tiempo esa lógica del monumento falló. Este monumento intencionado no supo leer los avances de la sociedad, sus continuidades y cambios y permaneció congelada hasta convertirse en algo fuera de contexto. Por ejemplo, hoy sería impensado levantar monumentos con símbolos patriarcales o militares. Además, se acusa de una excesiva abstracción, la que solo aleja al espectador transeúnte que al no entender los simbolismos de lo que ve, deja de sentirlo como propio; b) el ciudadano contemporáneo se repliega a sus propios espacios interiores dejando el espacio público deshabitado. Ya no busca la integridad ni la libertad ahí, pues al no verse representado se centra en su propio universo personal: el hogar, el trabajo y sus trayectos diarios, son espacios en donde siente que tiene algún nivel de incidencia concreta. La ciudad termina convirtiéndose en un ente ajeno al ciudadano. Este vacío deja libre el camino para el tercer elemento de esta crisis; c) la publicidad, que comienza a tomarse este espacio y bajo la misma dinámica de difusión, transmite valores de consumo. Una idealización que crea búsquedas angustiosas por alcanzar objetivos como: un ideal de familia, los sitios que debe frecuentar, las cosas que debe beber y comer, etc. La publicidad crea un discurso público elaborado, que poco a poco comenzó a convertirse en discurso oficial, al nivel de levantarse como una suerte de institucionalidad que fue generando en el ciudadano una legitimación y, al mismo tiempo, una condena de todo aquello que no se cuadre con sus parámetros.  Un caso concreto es que se condena cuando grupos de grafiteros rayan el metro, pero parece normal que el retail cubra incluso las ventanas de los vagones con sus ofertas ¿hay una real diferencia además de la puramente legal? El problema es que los límites de lo que se legitima públicamente se han vuelto difusos.

En las últimas dos décadas el arte urbano, y particularmente el muralismo, comenzó a tomar formas que escapan al rayado neoyorkino de los ochenta y noventa. Esta dinámica de recuperación de espacios es posible identificarla en varios artistas chilenos que han ido paulatinamente recuperándolos con obras pulcras, cargadas de discursos que nos remiten a la vieja idea del monumento. Hoy las ideas difundidas son el diálogo ciudadano, la crítica social y la reivindicación de los símbolos latinoamericanos, solo por mencionar algunos. Este muralismo tiene exponentes notables como INTI o LaRobotdeMadera. Quienes han sido protagonistas de obras que están resignificando los espacios públicos con murales de tamaño monumental, que no solo tienen una propuesta estética, sino que suman un discurso que se contextualiza con el entorno en el que se emplazan, muy ligado a las dinámicas del site specific de comienzos de los 70`.

Sobre esto en 2010 ocurre un hito importante: la creación del Museo a Cielo Abierto de San Miguel en la Población San Miguel, que en sus inicios por los 60` albergaba obreros de la manufacturera de productos de cobre MADENSA y MADECO. Este museo marca un cambio en la lógica del mural y de la intervención urbana. Ya no es un acto estrictamente partidista, sino que uno social, que se realiza en conjunto a la comunidad. El Museo a cielo abierto San Miguel tiene 40 murales de 80 mts2 y fue desarrollado por Centro Cultural Mixart quien convocó artistas nacionales e internacionales, entre ellos los que mencioné antes.

La relevancia de esto es que se ve un muralismo que sale de la clandestinidad y crea su obra en conjunto a la comunidad, emitiendo así un discurso contextualizado en el lugar donde está emplazado.

Este mural que dialoga directamente con las cargas simbólicas urbanas y sociales del entorno inmediato, posiblemente genera lo que la escultura había dejado de hacer: significar los espacios, generar arraigos, intervenir nuestro paso por la ciudad para la contemplación, la reflexión y el goce de una obra que por sus dimensiones monumentales al igual que la publicidad no puede ser evadida.

Viéndolo de esta manera, estos murales bien pueden constituirse como una nueva categoría de monumento. Uno que comprende su contexto, se integra en la ciudad de forma armónica, invade positivamente al transeúnte generando  sentimientos de arraigo. Entendiendo al monumento como un objeto que se conecta con la comunidad al punto que es ésta la que vela por resguardarlo pues le pertenece. Me atrevo a decir que lo que vivimos actualmente es una consolidación de lo que hace décadas vinieron a sembrar a Chile artistas como David Alfaro Siqueiros, Gregorio de la Fuente y Xavier Guerrero.

 Así, el muro que antaño se construye para separar, hoy se convierte en soporte que aglutina ¿no es esa parte de la función de un monumento?

Al margen de esta reflexión es importante comentar que hoy INTI se ha posicionado como uno de los referentes latinoamericanos del arte urbano. Radicado en París, sus obras se ven en Francia, Polonia, el Líbano, Colombia y un largo etcétera. Un trabajo admirado mundialmente, excepto por las personas que borraron con pintura blanca el bello mural de su autoría que yo miraba desde la micro.


Bibliografía

Maderuelo, Javier, El arte en los espacios públicos, ensayo de la obra: Arte público: propuestas específicas, Departamento de Artes Visuales, Universidad de Chile, Chile, 2006.

Figueroa S., Fernando, Graphifragen: una mirada reflexiva sobre el graffiti, Ediciones Minotauro digital. Colombia. 2006.

Sheon, Aaron, The discover of Graffiti, en Art Journal vol. 36, nº1.Estados Unidos, otoño 1976

Aravena, Pablo, Color Carnaval y resistencia!, OCHO LIBROS, 2017

Riegl, Aloïs, El culto moderno a los monumentos, Madrid, Editorial Machado, 2008.

Licenciado en Historia. Estudiante de Magíster en Teoría e Historia del Arte, Universidad de Chile.

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