Foto: Nicolás Slachevsky

01 de mayo 2023

Osmosis: La memoria como detonante

por Carlos Flores

Sobre Osmosis, de Víctor Muñoz Cataldo. Editorial Camino, 2022

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Osmosis, la primera novela de Víctor Muñoz (Editorial Camino), es un texto que, mediante su estructura fragmentaria, nos evoca al caos, tanto el social como uno individual, aquel del que no somos tan conscientes, inherente al acto de vivir. 

Esta novela nos sitúa en el ocaso de vida de Héctor, ya devenido en un vagabundo adicto a la bencina y al alcohol, que culpa de su estado a un amor fallido. Si bien, en un momento de lucidez, o tal vez una epifanía, se cuestiona su propio discurso: “¿Realmente había sido el amor la causa de mi estado? ¿Odiaba la vida que había llevado todo este tiempo? ¿Esa mujer existe aún?”; En paralelo, se narran pasajes en tercera persona, a través de un narrador que, desde constantes saltos al pasado, nos cuenta la vida anterior de Héctor, lo que fue antes de ser el vagabundo que, desde la trinchera del año 2040, nos entrega, como un manifiesto, sus últimos momentos de vida. Sin embargo, y como una suerte de epílogo, la novela nos sorprende con una tercera voz, aquella que, mediante un salto temporal, nos narra cómo (en el universo del texto) la historia de Héctor fue rescatada del olvido, inoculando en el protagonista de este microrrelato dentro de este relato más grande “un virus que recorrería mi cuerpo por siempre”. Pues, de eso se trata todo esto, del poder del lenguaje, de las palabras. 

“Las palabras se asemejan a un virus y no a una bomba. Las palabras no estallan; las palabras se usan de diversas maneras y, con un sentido implícito, pueden contener una maldición que se activa de manera patológica y endémica. Se vive para siempre con una memoria compuesta por palabras”, reflexiona el protagonista de la novela en los que, asumimos en un momento, son sus instantes finales en el mundo.  Pues, así como las palabras tienen el poder de maldecir, de condicionar nuestra realidad, la memoria es aquel agente que contiene y activa dicha maldición, y es este hecho contra el cual el protagonista de esta novela tiene que luchar. Es su memoria, tal vez difusa, incierta, la que lo acosa a cada tanto, rememorando el porqué de su momento presente. Y este ejercicio de remembranza, a través de una prosa que nos recuerda a figuras de nuestra literatura tan importantes como Manuel Rojas y Germán Marín, es que el autor nos entrega un relato complejo, sumido en las profundidades de la desigualdad social, plagado de personajes poco recurrentes en nuestra literatura contemporánea: vagabundos, punkis, niños en situación de calle, universitarios y proletarios con una búsqueda constante de algo mejor. Es esa desigualdad que, la veamos o no, la que también contribuye a crear a estos personajes que optan por vivir al margen de todo lo que la moral predominante considera normal, en un constante nihilismo del que algunos, ya sea de suerte (si es que existe) o por mera resiliencia, logran escapar antes de hundirse en el vacío de la desesperación. 

Es aquella desesperación la que obliga al ejercicio de la memoria, la que lleva a Héctor al constante autodesprecio que sostiene y justifica su actuar. Si bien la desesperanza atraviesa todo el relato, eso no impide apreciar la riqueza de la construcción de personajes y cómo interactúan con su entorno, pues nada aquí está puesto al azar. Y es que este es un relato que también intenta hacerse cargo de la desazón de una generación, de aquellos que fueron jóvenes y más jóvenes antes de la revuelta social. Aquellos que vieron (y participaron) de ese levantamiento de escolares y universitarios allá por los años 2011-2012, y tuvieron, en algún momento, que asumir que los vientos de cambio nuevamente fueran secuestrados (hasta el día de hoy) por la misma élite de siempre, que, para variar, olvida a quienes realmente hacen la lucha, y viven su vida a través de ese acto, hasta que la desesperanza y la falta de concreción se toma el presente y el futuro. Estamos aquí ante un relato que representa la derrota de quienes fueron partícipes, no de aquellos que observan desde la distancia y el privilegio.  Por lo mismo, Osmosis no es una novela que caiga en el relato de la simple anécdota, sino más bien, se erige como un ejercicio de memoria trascendente que pretende situarse en una trinchera de la vida: la vida de aquellos que han sido olvidados, o que van camino a ser olvidados. 


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