Fotografía: Mariana Herrmann Villanueva (@marianahhv)

22 de junio 2020

Para imaginar(nos) sin imágenes

por Sergio González Araneda

“Molino en concebimiento
Molino en derribamiento
Molino en imaginamiento”
Altazor, Vicente Huidobro

El mundo pandémico que actualmente habitamos ha terminado de develar una serie de escenarios que, ya desde la revuelta social de octubre, venían intentado mostrarse, exigiendo de sí presencia y de nosotros apertura de sentido. El escenario más inmediato y fundamental, sin lugar a dudas, es el del sistema y lógicas capitalistas colapsadas, principalmente gracias a dos elementos claves, a saber: a) colapsado en su dinámica interna, pues la pandemia, en líneas generales, ha ralentizado el ritmo de producción capitalista, mostrando la fragilidad del mercado, y b) desde esta situación, la maquinaria capitalista ha colapsado en su correlato social. Esto es, un colapso en la credibilidad y la imagen de un sistema tecno-político absoluto que ayudó a su consolidación en una escala global.

Ahora, ambos elementos están en jaque, implorando por oxígeno que refresque sus oxidados engranajes, para volver a opacar la potencia política, y así cristalizar en su lugar la racionalidad necro-económica que no solo ha devorado el espacio político de nuestras sociedades, sino, más aún, opera instrumentalizando y devorando vidas (humanas y no humanas) para su consumación como absoluto referente del espacio público.

En este contexto, la situación de colapso despliega en el espacio público, político, social, la necesidad de re-significación y re-conocimiento, mientras que, al desplazarnos hacia sus límites, no hace otra cosa que mostrar la potencia destituyente del pensamiento. Dicho de otro modo, el escenario actual que habitamos, se presenta como condición para crear imaginariamente nuevos horizontes de sentido, es decir, re-crear estéticamente lo real. De allí el motivo de esta breve reflexión.

Suelo

En 1943 vio la luz L’air et les songes, una de las obras más importantes del filósofo francés Gaston Bachelard. Allí se expone la idea de imaginación en clave estético-narrativo, entendido por imaginación una actividad de destrucción creativa, o, mejor aún, de deformación del mundo que, justamente al deformarlo, crea un nuevo mundo posible. Desde este lugar, la imaginación es definida como la “facultad de deformar las imágenes suministradas por la percepción y, sobre todo, la facultad de librarnos de las imágenes primeras, de cambiar las imágenes”[1].

En este sentido, y siguiendo las palabras de Bachelard, se hace evidente que no puede existir acción imaginante sin modificación o cambio de imágenes, entendiendo por estas últimas –las imágenes- todo aquello apercibido en el mundo y en sus relaciones: objetos, cuerpos, gobiernos, relaciones sociales, etc. Esto se debe a que “percibir e imaginar son antitéticos como presencia y ausencia [en efecto] Imaginar es ausentarse, es lanzarse hacia una vida nueva”[2].

Es decir, la acción imaginante está investida de una función principalmente destituyente y re-significadora de la realidad. La imaginación, por un lado, no requiere de un soporte físico-perceptivo para constituirse y desplegarse, pues justamente su despliegue consiste en el des-anclaje respecto del mundo circundante; por otro, tampoco se comprende como formación y reproducción de imágenes apercibidas directamente, puesto que es su justa antítesis. Por lo tanto, la imaginación debe entenderse dentro de un nivel liberador, destituyente y creativo al constituirse como pura irrealidad deformadora e irruptora en lo presente.

El filósofo francés lo señala de este modo: “una imagen estable y acabada corta las alas a la imaginación. Nos destrona de esa imaginación soñadora que no se encierra en ninguna imagen y a la que podríamos llamar por eso imaginación sin imágenes”[3]. Desde esta perspectiva, la actividad imaginante no solo se aleja de lo perceptivo, sino también de lo conceptual, en especial cuando hablamos de “imágenes” en lugar de “actividad imaginal”. Puesto que, “imagen” remite a una impresión perceptiva estática, por lo que no da cuenta de la radicalidad destituyente de la imaginación, que es movilidad y creación latente.

Para designar aquello que opera como suelo de posibilidades que rebasa y supera la fijación presente de la percepción y de la “imagen”, Bachelard nos invita a hablar y pensar en lo imaginario. En esta perspectiva:

El vocablo fundamental que corresponde a la imaginación no es imagen, es imaginario. El valor de una imagen se mide por la extensión de su aureola imaginaria. Gracias a lo imaginario, la imaginación es esencialmente abierta, evasiva. Es dentro del psiquismo humano la experiencia misma de la apertura, la experiencia misma de su novedad[4].

Recuérdese la tesis de Bachelard, quien busca fundar una filosofía abierta, como la conciencia de un espíritu que se funda trabajando sobre lo desconocido, buscando en lo real aquello que contradice conocimientos anteriores: “La experiencia nueva dice no a la experiencia anterior […] Pero ese no nunca es definitivo para un espíritu que sabe dialectizar sus principios”[5]. Podemos sostener, por tanto, que la discontinuidad en la ciencia y en las sociedades opera por medio de una negación que, al interferir una normatividad, abre nuevos horizontes de pensamiento, es decir, constituye un espectro imaginativo que articula y constituye una nueva visión de mundo y un nuevo sentido existencial. 

Señalarlo resulta de perogrullo, pero aquello que viene a tensionar la actividad imaginativa es, precisamente, la consolidación de un mundo determinado, desde su estatuto jurídico, sus lógicas internas de comportamiento y producción, hasta su institucionalidad normativa. Así, el proponernos la imaginación sin imágenes implica necesariamente la destrucción de la narrativa capitalista, para dar lugar y realidad a la potencia de imaginar nuevos escenarios político-sociales y, evidentemente, imaginarnos como existencias dentro de un (nuevo) mundo colectivo.

Horizonte

En este sentido, nos encontramos en el punto límite para crear, imaginar e imaginarnos en un nuevo escenario político, social y económico ordenado según nuevas coordenadas, superando las viejas lógicas que mantienen a la población chilena con un índice de pobreza promedio cercana al 10% y al 20% en regiones como La Araucanía[6].

Para esto, es preciso destruir el sentido de lo dado como existente, es decir, destituir el sentido de lo real. Como señalamos, esto implica distanciarnos de las imágenes, de la percepción, de la significación que pre-fija el mundo que habitamos. El distanciamiento de las imágenes es, a la vez, distanciamiento de lo imaginario, entendiendo por ello la construcción histórico-social que otorga contexto y tradición a una determinada cultura: creencias, ritos, signos, etc. Naturalmente, tanto las imágenes como lo imaginario operan como pre-configuraciones del espacio social, de nuestra comprensión del mundo y de nuestras relaciones intersubjetivas.

En efecto, la actividad imaginante, al ser una potencia destituyente de lo real, procura alejarse de lo perceptivo en tanto modelamiento del mundo, ya sea material-objetivo (imagen), ya sea cultural-tradicional (imaginario).

Este gesto filosófico, estético y por sobre todo político, lo planteó recientemente el filósofo italiano “Bifo” Berardi en su crónica de cuarentena. Allí escribe: “El terror es una condición en la cual lo imaginario domina completamente la imaginación. Lo imaginario es la energía fósil de la mente colectiva, las imágenes que en ella la experiencia ha depositado, la limitación de lo imaginable. La imaginación es la energía renovable y desprejuiciada. No utopía, sino recombinación de los posibles”[7].

Esta breve, pero fundamental y futuriza reflexión, nos muestra el sentido de plantear una nueva situación respecto de la relación entre lo actual y lo posible, una nueva perspectiva sobre la potencia destituyente de la imaginación y la operatividad del mundo capitalista. Esto es, comprometerse a una re-organización de los cuerpos, sus relaciones y sus producciones, en tanto narrativa estético-política que es desprendida a partir de la normalidad capitalista colapsada, y, por tanto, como despliegue e irrupción de la imaginación despojada de imágenes e imaginarios.

Este es el horizonte que despliega el acto imaginativo. Un horizonte de posibles que debiera implicar necesariamente un compromiso destituyente y creativo, puesto que, al ser un horizonte abierto, el sentido de lo posible no está ajustado a nada más que al movimiento mismo de superación o conservación del límite. Es decir, nada asegura que el actual colapso capitalista devenga en un sistema “más justo de repartición y oportunidades” o, al contrario, en una maquinación aún más hegemónica del capitalismo en forma de necroeconomía y necropolítica. Sobre estos puntos, pero desde distintas perspectivas, han hecho eco Agamben, Butler, Han, Žižek, etc.

Por esto, urge la acción política de destruir la actualidad e imaginar lo posible. Allí se (con)funden las esferas de lo político y lo estético, esferas que la maquinaria capitalista precisa disolver, para así dilapidar cualquier intento de rebasar los límites de lo real, de lo actual, del capital. Sobre esto, Rancière señala certeramente que “la política y el arte, como los saberes, construyen ‘ficciones’, es decir, reasignaciones materiales de los signos y de las imágenes, de las relaciones entre lo que vemos y lo que decimos, entre lo que hacemos y lo que podemos hacer”[8].

Reasignar, reordenar y recrear el espacio político es un acto de irrupción y destitución que solo es posible imaginando su reasignación, su reordenamiento y su recreación. Es decir, crear destruyendo, desanclando nuestra visión de mundo del aparataje perceptivo y tradicional-cultural que nos presenta la realidad prejuzgada y preconcebida. Es, de cierto modo, apresar el fin de la actualidad, no con la intención de un acabamiento de toda posibilidad, sino con la intención de superar el estado de cosas actual, como señala Berardi en Fenomenología del fin, pensando el límite como apertura de horizontes. Esto, volviendo a las palabras de Rancière, consiste en la redistribución y reconstitución del sentido de lo real.

* * *

En definitiva, la posibilidad de imaginar(nos) sin imágenes ni imaginarios consiste, fundamentalmente, en la destrucción de lo actual, en clave estético-político. Es decir, rebasar el límite de coordenadas que organiza el actual sistema económico y político, para apresar la potencia de horizontes posibles en una nueva constitución de sentido y, por tanto, en un nuevo ordenamiento de los cuerpos, sus relaciones y de toda lógica institucional.

Las palabras de Huidobro en el epígrafe se vuelven absolutamente vigentes: concebir lo real no es la condición necesaria para consolidar todo sistema posible, sino justamente para derribarlo y, de este modo, poder imaginar(nos) lo irreal, lo negado o lo ausente.

Sergio González Araneda, Profesor de Estado en Filosofía por Universidad de Santiago de Chile. sgonzalezaraneda@gmail.com

Referencias

Bachelard, G. (2012). El aire y los sueños. México: Fondo de Cultura Económica.

Bachelard, G. (2003). La filosofía del no. Ensayo de una filosofía de un nuevo espíritu científico. Buenos Aires: Amorrortu Editores.

Berardi, F. (2020). Chronicles of the Psycho Deflation. Recuperado de https://www.neroeditions.com/chronicles-of-the-psycho-deflation/

Rancière, J. (2009). El reparto de lo sensible. Estética y política. Santiago: Editorial LOM.


[1] Bachelard, G. El aire y los sueños, p. 9.

[2] Ibid, p. 12.

[3] Ibid, p. 10.

[4] Ibid, p. 9.

[5] Bachelard, G. La filosofía del no, p. 12.

[6] Véase el Informe de la Pobreza Chile Agenda 2030, elaborado por el Ministerio de Desarrollo Social, 2018. Puede consultarse en: http://www.chileagenda2030.gob.cl/storage/docs/ODS_Pobreza.pdf

Un reciente estudio de la OCDE titulado “How’s Life? 2020” señala que en Chile el 77,5% de la población se considera pobre o vulnerable. Puede consultarse en: http://www.oecd.org/statistics/how-s-life-23089679.htm

[7]Berardi, F. (2020). Chronicles of the Psycho Deflation. Recuperado de https://www.neroeditions.com/chronicles-of-the-psycho-deflation/

[8] Rancière, J. El reparto de lo sensible. Estética y política, p. 49.

Profesor de Estado en Filosofía por Universidad de Santiago de Chile. sgonzalezaraneda@gmail.com

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