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10 de agosto 2020

Notas sobre mutación e imaginación política

por Sergio González Araneda

Querida imaginación, lo que más quiero en ti es que no perdonas[1]

En un escrito publicado el 22 de junio del presente año[2], planteamos la necesidad de actualizar la potencia imaginativa. No en el sentido tecnológico-vanguardista que pueda tener la noción de actualización, sino desde una perspectiva netamente filosófica y política. La actualización de la potencia imaginativa, por esta línea, no es otra cosa que la creación de nuevas coordenadas de diálogo, articulación e interacción en un nuevo espacio y ritmo social. La potencia imaginativa consiste en hacer efectiva la acción de rebasar límites.

En este contexto, lo que nos proponemos ahora es encontrar el registro mediante el cual es posible efectuar el acto de superación de límites. Para esto, se ponen de relieve dos conceptos centrales en toda reflexión sobre el ordenamiento del espacio y el tiempo social, a saber: imaginación y mutación.

No obstante, tanto imaginación como mutación resultan ser nociones indicativas de algo aún más fundamental, de un suelo de sentido sobre el cual ambas descansan. Efectivamente, no es posible imaginar desde o hacia un ser puramente abstracto, pues la imaginación siempre es superación de elementos y contextos concretos o dados necesariamente, en presencia efectiva. La mutación, por su parte, supone un cambio, un paso de un estado a otro, de una forma a otra, de un ritmo a otro. Notamos, por tanto, que a partir de estas consideraciones, ambos conceptos se radicalizan en un elemento que subyace y constituye tanto la posibilidad de imaginar como a la de mutación. Este elemento material es, precisamente, el cuerpo social.

Límite y mutación

El cuerpo social, ordenado según determinadas articulaciones de poder (según Berardi el poder es la Gestalt definitiva del cuerpo social), encuentra en sí mismo la posibilidad de una nueva narrativa y una nueva discursividad constituyente. Esto no es producto de un ejercicio romántico o poético. Por el contrario, es efecto de una causa estético-político que reflexiona sobre la experiencia propia que capta y posee el cuerpo social.

Hemos de comprender por cuerpo social a la totalidad de relaciones y significaciones que sostienen nuestro ser-en-el-mundo. Por lo que, para una reflexión acerca del estado de este cuerpo, antes, es necesario ver sus límites, pues solo mediante este ejercicio podremos definir su esencia y función. Así, podemos notar que todo cuerpo, en tanto límite es, a la vez, posibilidad de nuevos límites. O dicho de otro modo, el cuerpo no solo es indicativo de sí, sino también de su superación, de nuevos límites, nuevos espacios y nuevos ritmos: “El cuerpo no es nada menos, pero tampoco nada más, que condición de posibilidad de la cosa”[3].

En este contexto, el cuerpo social, mientras se encuentra atravesado por determinaciones de diversas índoles (éticas, religiosas, culturales, económicas, tecnológicas, históricas, etc.), es su alma social (o experiencia, o lenguaje, o conciencia social) la que está permeada por una potencia imaginativa que no cesa de anunciar su presencia. En el punto en que el cuerpo social se limita, constriñe y frustra, es su conciencia la que permite presentificar horizontes de posibilidades y suelos de significaciones re-ordenadas, re-conjugadas y re-direccionadas.

De algún modo, el ejercicio de creación no solo delata la potencia imaginativa inmanente en el cuerpo, sino también la necesidad de que mediante el mismo cuerpo se efectúe tal ejercicio de creación. En un texto que publicó anónimamente, pero luego reconocería su autoría, Guattari señala: “La ‘consciencia revolucionaria’ es una mistificación siempre que no pase por el ‘cuerpo revolucionario’, el cuerpo productor de su propia liberación”[4].

En este sentido, el cuerpo social es medio y potencia de su propia deformación. Sin embargo, para ello, para una mutación de su cuerpo, evidentemente hacen falta condiciones de posibilidades. A la manera de consuelo, la actual pandemia ha pasado de ser un suceso sanitario-biológico, a tomar la forma de referente necro-económico-político.

La pandemia ha develado una serie de articulaciones y consecuencias inscritas en el modelo neoliberal, ocultadas en el día a día por su presencia totalizante y omniabarcante. Muestra de ello son las precarias condiciones en la que se encuentra un gran porcentaje de la población mundial, no solo en términos de salud, sino también económicas, laborales y psicológicas. Pero también ha develado otras precariedades, como las precariedades de tipos culturales e históricas. Precariedades enquistadas en el imaginario colectivo que afloran y se expresan en medio de la tensión pandémica. Un ejemplo evidente es la organización de grupos armados de extrema derecha (si es que no toda derecha ya es un pensamiento extremo), que, amparados por un Estado esencialmente neoliberal, defienden un modelo económico y un modelo cultural al costo de vidas.

Justamente es ese límite del cuerpo social, ese modelaje pre-establecido por un imaginario colectivo el que es preciso rebasar. Si bien todo acontecimiento es prematuro, en la medida en que ninguno responde a una cadena de causación, a un orden de necesidad lógica, donde el efecto ya está contenido en la causa[5]. Los acontecimientos, los hechos que experimenta el cuerpo social, no dependen de una causa determinada, pero sí están sujetos a potencialidades que los promuevan.

La mutación del cuerpo social no solo es posible, sino que es necesaria en virtud de re-significar el límite que lo contiene. En una situación como la actual pandemia, o la sensibilidad política colectiva que ha despertado a partir del acontecimiento de octubre del 2019, se vuelve urgente no solo la constatación, el diagnóstico, sino también la acción creadora de nuevos sentidos. De esta forma, urge no solo crear un nuevo cuerpo reordenando sus significaciones y límites, sino también contener el despertar del imaginario colectivo que defiende sus modelos al costo que sea. Es un imperativo estético, ético y político. “Se han eliminado los contornos de las convenciones sociales y la mente social se ve invadida por flujos de imaginación sin filtro”[6].

Imaginación política

La mutación del cuerpo social, en clave estético-política, es posible solamente gracias a la potencia destituyente de la imaginación política. La imaginación, no solo de-forma la realidad, sino que también crea una nueva (justamente el acto de deformación es creación). En este sentido, podemos afirmar que la potencia de la imaginación tiene la capacidad de constituir una nueva realidad, un nuevo mundo. Por definición, toda imaginación política será surrealista.

Surrealismo deriva del concepto francés surréalisme, compuesto por la partícula “sur”, que significa “encima”, “sobre”, y “réalisme” que significa realismo, realidad. Por tanto, el surrealismo se identifica con un modo de pensar y actuar que trasciende la realidad contingente, efectiva, para crear una nueva.

Sostener que toda imaginación política es surrealista, no quiere decir que es una teoría atrapada en la mera fantasía y especulación que nunca llega a ser. Todo lo contrario, la imaginación política es surrealista en la justa medida en que es el medio por el cual es posible no solo develar el límite de lo real, sino también superarlo, re-ordenar su espacialidad y ritmo, para constituir un nuevo reparto de lo sensible. En su manifiesto Breton da claras muestra de ello: “La imaginación sola me informa sobre lo que puede ser, y esto ya es suficiente para atenuar algo la terrible prohibición, y quizá también para que yo me abandone a ella sin temor de engañarme”[7].

De  este modo, una reflexión sobre imaginación política del cuerpo social es una reflexión sobre la esfera ética y el espacio intersubjetivo que compone y ordena al cuerpo social. Esto se debe a que todo cuerpo social, como hemos señalado, no solo se compone por un modelaje de tipo económico-político, sino también -y muy delicadamente- por un modelaje cultural-tradicional que tensiona toda posibilidad de reconocimiento de un otro.

Lo hemos vivido históricamente en Chile con el pueblo mapuche. La deuda de un cuerpo social, limitado a un determinado modelo cultural-tradicional (neoliberal de tendencia neo-fascista), no solo se juega en compensaciones económicas o en acuerdo sobre un modelo económico-político. El problema es considerablemente más complejo. La deuda es de tipo ética, donde el no-reconocimiento a la subjetividad y cultura de un pueblo, responde a una relación irreparable siempre y cuando se actúe dentro del mismo límite social. Pues su acción xenófoba, racista y clasista solo puede llevarse a cabo en un medio que lo posibilita, que lo permita y, lamentablemente, lo justifica.

“La catástrofe ética de nuestro tiempo se basa en la incapacidad de percibir al otro como una extensión sensible de nuestra propia sensibilidad”[8]. De allí la urgente necesidad de no solo diagnosticar y condenar (cuestiones que no dejan de ser necesarias), sino también de actuar políticamente y de acuerdo a los medios que un cuerpo social permite y ofrece. Como lo hemos señalado, la mayor virtud del cuerpo consiste en ser su propio medio de superación en tanto observa límites y muta hacia nuevas formas imaginables.

* * *

El fenómeno del cuerpo social, sus experiencias, su memoria, su conciencia y su actuar solamente es ponderable a partir de una perspectiva ajena, externa al propio cuerpo. Una mirada desde el otro lado del límite nos develará la esencia de nuestro cuerpo. Pues, aunque muestre sus más repudiables tensiones y creencias internas, almacenadas en un imaginario colectivo, el cuerpo social (hasta ahora) no cuenta con la capacidad necesaria ni la fuerza organizacional suficiente como para suprimirlas.

Somatizar la imaginación es deformar el cuerpo. Desde este punto, se abre un nuevo horizonte interpretativo que interpela nuestra experiencia y nos empuja a un re-encuentro con el otro. La catástrofe ética, que siempre ha existido, pero que comienza a mostrar su cara más lamentable, solo es posible enfrentarla a partir de un absoluto compromiso y responsabilidad ético-político, que es motivado por un nuevo sentido de estar-en-el-mundo, que, a su vez, solo la imaginación política y la mutación de su cuerpo hará posible.

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Referencias

Berardi, F. (2019). Futurabilidad. La era de la impotencia y el horizonte de la posibilidad Buenos Aires: Caja Negra.

Breton, A. (2001). Manifiestos del surrealismo. Buenos Aires: Editorial Argonautas.

Guattari, F. (2003). “Para acabar con la masacre del cuerpo”. Fractal, n° 69, pp. 59-68.

Merleau-Ponty, M. (1964). Signos. Barcelona: Seix Barral.


[1] Breton, A. Manifiestos del surrealismo, p. 20.

[2] “Para imaginar(nos) sin imágenes”. Revísese en http://carcaj.cl/para-imaginarnos-sin-imagenes/.

[3] Merleau-Ponty, M. Signos, p. 211.

[4] Guattari, F. Para acabar con la masacre del cuerpo, p. 61.

[5] Berardi, F. Futurabilidad, p. 25.

[6] Ibíd., p. 37.

[7] Breton, A. Manifiestos del surrealismo, p. 21.

[8] Berardi, F. Futurabilidad, p. 65.

Profesor de Estado en Filosofía por Universidad de Santiago de Chile. sgonzalezaraneda@gmail.com

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