foto: MB / Fuente: medium.com/@Imagina/higher-bigger-darker-521328d6937b

25 de mayo 2020

Pichaçao III

por Franco Bedetti

Pichaçao es una novela, que iremos publicando al modo de un folletín (a razón de una entrega por semana), y ante todo una crónica sobre el arte del pichaçao y la existencia oscura del escuadrón anti- pichaçao, que ha puesto en riesgo la vida de nuestro narrador e incluso del staff completo de Clonazepam libertario.
Los invitamos a leer los capítulos anteriores aquí.

Hace dos días que llegué a Santiago. Recién hoy pude constatar si habían bloqueado mi cuenta de Facebook. No lo hicieron. Siguen usando Facebook para obtener mi geolocalización. Obviamente tuve que deshacerme del celular. Posteo desde cibers o locutorios, lo cual no me resulta muy sencillo. No sólo en Argentina los cibers y los locutorios están casi extintos, en Chile también, y supongo que en toda la región y el mundo. Por suerte, acá en Santiago tengo grandes amigos que me están ayudando mucho. Sin embargo, creo que casi en ningún lugar se puede estar a salvo de las herramientas tecnológicas al servicio de la geolocalización de las personas. El  escuadrón contrató dos hackers que destruyeron la computadora de Miguel y la mía, incluso lograron borrar todas las pruebas incriminatorias que yo le había pedido a Miguel que subiera. Pero dejan que use mi cuenta de Facebook para, de cierta manera, decirme: “Te vamos a atrapar cuando nosotros lo consideremos más conveniente, así que seguí usando Facebook todo lo que quieras.” Tengo que ser más rápido que ellos, moverme por Santiago con máximo sigilo. Moverme poco. No me van a atrapar. Voy a recuperar las pruebas, y voy a demostrar la existencia del escuadrón anti-pichaçao. Aunque de a momentos tenga que detener la difusión de la crónica para preservar mi seguridad, no voy a dejar de luchar nunca.

Hoy voy a contarles por qué el escuadrón me quiere muerto. Y por qué ésta puede ser la última parte de la crónica al menos por un tiempo. Hace ya varios años que trabajo como fotógrafo en Clonazepam Libertario, una revista de la ciudad de Rosario que conjuga arte y política. A finales del año pasado saqué una foto que compromete gravemente al escuadrón. Fue durante una marcha llevada a cabo por diversas organizaciones sociales que pedían por la no quita de la ayuda social. El gobierno nacional había realizado un recorte que a algunos (pocos) les parecía “la gran jugada política del oficialismo.” Dejaron sin planes sociales a miles de personas, e inmediatamente aumentaron unos míseros pesos cada tipo de plan para que el recorte sea aminorado por la prensa oficialista encargada de anunciar: “la suba de la ayuda social”. Eliminaron diferentes tipos de planes que otorgaba el Ministerio de Desarrollo Social y otros ministerios; y no sólo eso, sino que eliminaron ministerios enteros (algunos tuvieron la “suerte” de poder fusionarse con otros); achicaron el Estado al mejor estilo del minimalismo neoliberal de champan y glifosato.

Recuerdo que cuando sucedió el hecho que logré capturar con mi cámara y que es hoy el motivo por el cual me persiguen, yo estaba sentado en un escaloncito de un local que está por San Luis entre Dorrego e Italia. La columna más grande de la marcha ya estaba doblando por Buenos Aires. Algunas personas venían marchando o, mejor dicho, iban hacía la marcha a un ritmo acelerado. Otras pocas personas circulaban por la calle haciendo mandados o lo que fuere. Los inspectores de transito todavía estaban cortando el paso por Dorrego. Recuerdo que sonó el handy de uno de los inspectores, y que a los dos minutos había cuatro patrulleros por Dorrego y cuatro por Italia. De golpe, vi que dos personas que estaban del otro lado del container de basura salieron corriendo y tiraron un par de aerosoles al piso, me asusté, me moví un poco y vi que los container  de basura me tapaban una pintada en aerosol hecha sobre la persiana metálica de un negocio. Era pichaçao.

Las personas primero corrieron en dirección hacia Plaza Sarmiento, pero no lo hicieron durante más de unos treinta metros porque la esquina de Italia y San Luis  estaba cercada por cuatro patrulleros, y varios policías apuntando con sus armas reglamentarias. Sin siquiera levantar las cabezas giraron y corrieron en dirección hacia Dorrego y San Luis, esa esquina también estaba totalmente cercada por la policía que apuntaba y daba la señal de alto. Nunca pudieron entregarse. Vi los  cuerpos desplomarse boca abajo contra el piso. Un policía de los que estaba en la esquina de Italia y San Luis, cuando las dos personas giraron y corrieron hacia a la otra esquina, les disparó. Lo hizo a unos veinte metros de distancia, dos tiros en el dorso a cada persona. Recuerdo el sonido de los disparos, los gritos de algunos oficiales que no entendían quién disparaba, el choque de los cuerpos contra el asfalto, y después un largo silencio fúnebre. Con los disparos me asusté tanto que por miedo a que me vieran me escondí entre los dos containers de basura que estaban enfrente de donde yo me había sentado al principio. Inevitablemente me iban a encontrar, así que saqué la tarjeta de memoria de la cámara, le puse otra que siempre llevo por si me quedo sin espacio en la que estoy usando, y me guardé en la media la tarjeta que más importaba. A las fotos las saqué, acostado en el piso, mirando hacia Italia y San Luis. Estaba contra el cordón de la calle, y atrás tenía los dos containers que me ocultaban de la policía que estaban por Dorrego. De la que estaba por Italia me tapaba, y no mucho, un auto. En una de las fotos salieron las dos personas cayendo al piso, desplomándose, como en slow motion; a ambas les salía sangre de la boca. Tres meses después se encontraron sus cuerpos cerca del Swift. María, de 28 años, docente. Y Pablo de 35, obrero metalúrgico. Ambos militantes.

La pichaçao la habían hecho en la persiana de uno de los mayoristas de telas más importantes y conocidos de la ciudad. La primera escena en la que ahora creo reconocer el accionar del escuadrón anti-pichaço fue esa misma tarde después del asesinato a sangre fría llevado a cabo por la policía provincial. Después de un largo debate entre la policía que estaba cercando una esquina y la que estaba cercando la otra, los que cercaban la intersección de Italia y San Luis, envolvieron los cuerpos con una bolsa, los cargaron en un patrullero y se fueron.

¿Testigos? La mayoría de los negocios de la cuadra estaban cerrados porque se sabía de ante mano que la marcha iba a ser multitudinaria y el clima social no era el mejor  (los comerciantes tenían miedo que los manifestantes les rompieran sus locales, que hubiera saqueos). A los pocos que vieron algo los callaron con dinero, o con miedo. Recuerdo que cuando estaba acostado en el piso sacando las fotos, vi que desde adentro de un negocio un tipo miraba toda la escena. No sé si habrá sido sobornado o todavía guarda el secreto. Después de que se llevaron los dos cuerpos, llegó un utilitario del que se bajaron tres personas con mamelucos blancos y taparon la pichaçao pintándola, primero, con latex negro, después con blanco, y finalmente con un tono de gris exactamente igual al color del resto de la persiana metálica.

Decidí venir a Chile porque acá tengo varios amigos, entre los que está Alfonso. Nos conocimos arriba de un colectivo en la frontera entre Chile y Perú. Más precisamente en Tacna. Yo venía de visitar el Machu Pichu con mi novia. Veníamos bajando. Habíamos pasado por Arequipa, y por un pueblo de la costa del Perú llamado Camaná, la idea era llegar a Argentina por el paso de Jama. Alfonso había ido  a comprar ropa a Tacna con su novia, oriunda de Arica. En el colectivo nos propusieron comer un asado al mediodía siguiente. Accedimos sin titubear. Nos pasaron a buscar por el hostel que habíamos reservado con anterioridad, y fuimos a la playa, nos bañamos un rato en el mar y cerca del mediodía fuimos a la casa de la hermana de Josefina. Comimos palanca, un corte riquísimo, que es venerado en todo Chile. Tomamos unas cuantas Royals, charlamos y escuchamos música hasta que el sol menguó su radiación y pudimos volver a la playa. Esa misma noche fuimos al carnaval que se estaba llevando a cabo en el centro de la ciudad. Al otro día nos despedimos porque a nosotros ya se nos terminaban las vacaciones. Alfonso estaba trabajando en Arica pero es de Santiago. Después de un año o dos, la empresa para la que trabaja lo mandó nuevamente a la sucursal de Santiago, y ahora, hace ya varios años que está trabajando ahí. Durante dos o tres años nos mantuvimos en contacto por WhatsApp, hasta que hace dos años atrás él y Josefina vinieron a visitarnos unos días a Rosario. Al año le devolvimos la visita y fuimos a Santiago a la casa de Alfonso. Nos hicimos amigos.

Cuando le conté a Alfonso que me estaban persiguiendo no dudó ni un segundo en decirme que vaya para allá, y que si la cosa estaba realmente complicada, el conocía un paso fronterizo a la altura de Mendoza que sólo conocen los lugareños, donde lo único que hay es una garita de carabineros con un solo oficial, y del lado argentino nada más un gendarme. Me aseguró que ahí nos pedirían documentos pero que era casi imposible que el escuadrón pueda detectar mi camino, porque en ese paso no había internet ni señal telefónica, y en consecuencia, era muy difícil que llegase la información de mi reciente búsqueda. Cuando me di cuenta que él realmente me quería ayudar, tuve el recaudo de hablarle desde otro teléfono para evitar ser escuchados, aunque uno nunca sabe cómo se maneja realmente el espionaje. Muchas veces deciden pinchar los teléfonos de todos los contactos del sospechoso, lo cual incluiría el de Alfonso.

Por suerte, fue como Alfonso dijo, logré cruzar sin ningún tipo de problema. En el paso había exactamente una garita muy pequeña del lado argentino y una garita muy pequeña del lado chileno, pero para mi sorpresa no había ni un gendarme del lado argentino, ni un carabinero del lado Chileno. Me llamó poderosamente la atención el descuido de ese paso fronterizo por parte de ambos países, aunque también debo reconocer que el camino no parece transitado en absoluto. Hubo partes en las cuales me tuve que bajar para correr troncos bastante grandes que obstaculizaban el paso. Sin embargo, lo más difícil fue, una vez en territorio chileno, no equivocarme al entrar a la zona urbana, es decir, evitar los controles de carabineros puesto que yo había ingresado ilegalmente al país vecino.

Alfonso me esperó con su auto en el pequeño pueblo de los Andes para que yo lo siguiera con mi auto y no me perdiera al ingresar a Santiago, que es una ciudad, aunque ordenada, inmensa. Manejar en Santiago no me fue difícil pero no sé si hubiera llegado  a la casa de Alfonso tan rápido y sin perderme si él no me hubiera guiado. Si tengo que ser sincero la ayuda incondicional de Alfonso me sorprendió porque, claramente, que te persiga un escuadrón paramilitar no es algo que pasa todos los días, y refugiar a un condenado a muerte, menos. Yo no sé si hubiera sido tan generoso, si hubiera estado en la posición de Alfonso, pero él es así. Siempre le recuerdo que está un poco loco.

Hasta ayer me manejé por Santiago sin el más mínimo temor. Pero ayer por la tarde se acabó la calma. Estábamos con Alfonso en barrio Lastarria, tomando un helado en Emporio la Rosa. Recuerdo que de manera insistente Alfonso me decía que probara la especialidad de la casa. A mí no me convencía tomar un helado de rosas, sin embargo, me sorprendió. Terminé hablándole de la sinestesia, de Baudelaire. Era como comer y oler una rosa al mismo tiempo: a través del gusto se te despertaba el olfato. En un momento, comencé a notar que el hombre que se había sentado en la mesa de enfrente, después de que nosotros ya habíamos llegado, no paraba de mirarme. Desde que  se sentó en la mesa no había parado de mirarme ni un segundo. Tomaba su helado sin perderme de vista. Recuerdo que tenía un corte de pelo parecido al de Thomas Shelby. Todavía no tenemos información oficial para asegurar que el sujeto en cuestión era un carabinero, pero creemos que sí lo era. No tenemos su nombre. No obstante, el verdadero problema no es tanto su identidad sino a quién responde el carabinero. ¿A las fuerzas de seguridad chilenas o a un tercero que puede incluir desde el escuadrón anti- pichaçao hasta un vendedor de órganos? Quiero decir, ¿cuán estructurada está la lucha anti-pichaísta en América Latina? ¿Frigietti tiene tanto poder como para hacer una operación secreta con la total y encarnecida participación de los carabineros de Chile? Parece que sí.

Le dije a Alfonso que ya quería volver. Cruzamos la calle e hicimos unos cincuenta metros por Monjitas, del lado del Parque Forestal. En seguida doblamos por Ismael Valdés Vergara, la única calle que se abre en ese punto, y comenzamos a caminar al costado del parque en dirección al Museo Nacional de Bellas Artes, para ir a buscar el auto que estaba en un estacionamiento cercano. Cuando estábamos a unos cien metros del estacionamiento, miré hacia atrás y vi que venía a paso rápido y empuñando un arma con total soltura, el hombre que en la heladería no había parado de mirarme ni un segundo. Apenas se dio cuenta de que lo había descubierto comenzó disparar. Alfonso se dio vuelta e intentó entender qué estaba pasando, yo le respondí que teníamos que correr, que después le explicaba pero que teníamos que correr porque nos estaban disparando a nosotros. El empleado del estacionamiento nos vio entrar corriendo, subirnos al auto sin pagar la tarifa e irnos a toda velocidad. Recuerdo que levantó los brazos en señal de reclamo, pero ya era muy tarde. Alfonso me dijo que la forma más rápida de llegar a su casa era cruzar el parque y agarrar Avenida Santa María para salir rápidamente de la zona. El hombre que nos había disparado, no contaba con auto, o nosotros logramos disuadirlo con facilidad. Llegamos a la casa de Alfonso y empecé a escribir esto. Ya no voy a poder decir en qué lugar estoy cuando escriba desde Facebook, en realidad, ya no voy a poder escribir desde internet. El escuadrón rastrea el IP de los cybers a los que voy para publicar la crónica. Estoy complicado, pero prometo que voy a encontrar la forma de seguir escribiendo.

Franco Bedetti, nació en Casilda, Santa fe, en 1993. Se desempeña como corrector de “Saga” (revista de la escuela de Letras de la Universidad Nacional de Rosario). Publicó poemas y cuentos en El imperio de la libélula (Rosario), Literatosis (Rosario), Sonámbula (Salta), Clonazepan Libertario (Buenos Aires). Su poemario Pan obtuvo la tercera mención en el concurso municipalidad de Rosario “Felipe Alndana” (2013), al igual que su nouvelle inédita Lobotomía en el concurso de narrativa “Manuel Musto” (2014). Participó del Festival de Poesía Joven (APOA) en la edición del 2013 realizada en Buenos Aires, y en la edición del 2015 realizada en Rosario. Presentó en el “I Encuentro de Estudios Latinoamaericanos sobre Otras Literaturas” (Universidad Nacional de Rosario) una investigación sobre Baudelaire titulada: “La Potencia de la Fascinación”. En 2018 publicó su poemario “La era del fármaco” con Editorial Bunker (Rosario).

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