29 de junio 2020

Pichaçao – Últimos capítulos

por Franco Bedetti

[Pichaçao es una novela, que iremos publicando al modo de un folletín (a razón de una entrega por semana), y ante todo una crónica sobre el arte del pichaçao y la existencia oscura del escuadrón anti- pichaçao, que ha puesto en riesgo la vida de nuestro narrador e incluso del staff completo de Clonazepam libertario.Los invitamos a leer los capítulos anteriores aquí.]

VIII

Carta a Shion de Aries

En esta carta evito nombrarte porque no confiamos en nadie y no sabemos qué destino real tendrá, ni si te llegará a tiempo, en cambio, sí doy nombres de ciudades y lugares porque hacerlo no implica un riesgo. Después de lo último que pasó -y que ahora te voy a contar- el conflicto tomó y seguirá tomando mucha más dimensión pública, en este sentido, que se enteren a través de esta carta cuáles serán las ciudades-objetivos es casi un gesto romántico. Al principio pensamos en decirles a todos los que nos apoyan que no usen celulares y esas cosas, pero después analizando nuestra experiencia con el escuadrón anti-pichaçao llegamos a la conclusión de que es inútil extremar los cuidados con los dispositivos digitales porque tarde o temprano, más temprano que tarde, los intervienen. Nosotros varias veces logramos que no los intervengan, y ellos después vuelven a intervenirlos, es como el cuento de la buena pipa, entonces, quizás sea mejor cuidar los nombres, ya que en esta pueden jugarnos una mala pasada, sólo eso, los nombres; las ciudades, los métodos y los objetivos, ya se los imaginan. Todos los que participamos en esta resistencia tenemos nombres claves, el tuyo es: Shion de Aries.

Como ya sabés hace un tiempo que no es seguro comunicarse por las redes sociales, y por eso te estoy escribiendo esta carta. Cuando le pedí a Sayen que me diera  los nombres de los que habían escrito cartas de puño y letra, él los enumeró y en ese momento de desesperación escuchar tu nombre me alegró muchísimo, enterarme que íbamos a poder contar con vos, me dio fuerza para seguir. Hay algo que tenés que saber para entender bien esta carta. Cuando decidimos pasarnos a la clandestinidad, fue porque venían por nosotros. Descubrimos a través de Eluney –un ingeniero en sistemas de la comunidad de Lautaro- que nos habían vuelto a hackear nuestras cuentas y nuestros dispositivos, todos: tablets, teléfonos, computadoras, etcétera. Pero no sólo pudimos ver que estábamos intervenidos, sino que –gracias a una aplicación que funciona como radar- pudimos ver que sobre la ruta venían en dirección a nuestro refugio tres camiones del ejército chileno, que como la mayoría o todas las fuerzas de nuestros países responden al escuadrón anti-pichaçáo.

Nosotros estábamos en una pequeña casa en un campo cerca de Temuco. De la casa al camino rural -por el que debían llegar los tres camiones del ejercito- había unos dos kilómetros. La pequeña casa, o puestito, pertenece a la comunidad Aliwen. Esa distancia nos permitió escapar a tiempo. Teníamos que ser muy precisos, era determinante escapar lo más rápido posible. La huida fue el momento de mayor tensión que pasé desde que me exilié, lo recuerdo y todavía tiemblo como si mis piernas guardaran una exacta memoria física de aquel día, como si lo reprodujeran. La idea fue mantener encendida la aplicación que hacía de radar hasta ver si los camiones tomaban el camino rural que llevaba a nuestra ubicación, o si por el contrario, los camiones nunca se bajaban de la ruta y todo resultaba una falsa alarma. Por las dudas, mientras esperábamos el desenlace aprovechamos para guardar las pocas cosas necesarias para poder escapar con rapidez. Olvidé una copia impresa -en una hoja A4 de mala calidad- de la foto que desespera a Frigietti. No fue una provocación, me la olvidé porque estaba doblada a la mitad junto a otros papeles que no eran necesarios, recortes de diarios, revistas viejas, etcétera, cosas que usábamos para prender el fuego. De todos modos, ellos saben que esa foto y la gran cantidad de material probatorio lo tenemos repartido en diferentes servidores que ellos todavía no pudieron identificar en su totalidad.

Tomando el camino de tierra que desemboca en la comunidad, para llegar a la altura de nuestra pequeña casa-refugio hay que recorrer unos cinco kilómetros, los cuales sumados a los dos kilómetros que tienen que hacer desde la tranquera hasta llegar a la casa, suma unos siete kilómetros de ventaja. Nunca consideramos la posibilidad de que esa ventaja sea ilusoria hasta el momento en que sentimos el ruido de las hélices de un helicóptero militar que a través de megáfonos nos pedía que nos entreguemos de manera inmediata. Recuerdo que Eluney cerró la notebook, se paró de un solo movimiento y gritó: “¡Los camiones doblaron!”, después me miró y me dijo: “¿Sabes disparar?”. Me quedé mirándolo sin responderle nada. Eluney fue hasta la habitación de al lado, volvió con un fusil, me lo dio y me dijo: “ahora salimos corriendo hasta el auto de Lautaro, vas a tener que manejar, nosotros intentaremos defendernos del helicóptero, tenemos que cruzar el cerro lo más rápido posible, así dejamos el helicóptero detrás nuestro, no podrán remontar tanta altura si nosotros llegamos al cerro rápido, ¿cachai?; después dejamos el auto, y empezamos a caminar por adentro del cerro, hasta un paraje dónde tengo unos amigos”. Yo nunca había tenido un arma en mis manos, y mucho menos había disparado una. Estaba y estoy en contra de las armas. Pero en ese momento no tuve opción, agarré el fusil y salí corriendo. Desde el helicóptero reiteraban la voz de alto; nosotros teníamos que atravesar unos quinientos metros para llegar al  galpón donde Lautaro había guardado el auto, después de que corrimos unos doscientos metros, comenzaron a dispararnos nuevamente, las  balas me rodeaban, caían una detrás de otra a mis dos costados, como marcando un surco, pero era exactamente el surco en el que  yo estaba caminando; no me animaba a girar la cabeza, el ruido del helicóptero era cada vez mas grave, se estaban acercando, me pregunté si estaban errando los disparos a propósito, si disparaba uno, si disparaban dos o quizás más; me estaba preguntando si lo mejor no era parar de correr y levantar los brazos en señal de rendición, cuando Eluney me dijo que disparara para arriba, al aire y que siga corriendo, que no  pare de correr, que ya estábamos cerca del auto. Agarré el fusil con la dos manos y empecé a disparar para arriba mientras corría con desesperación en dirección al galpón, el fusil se movía para los costados, yo tenía que hacer mucha fuerza para superar los culatazos que daba con cada disparo.

Entramos al galpón sin que ninguno de los tres recibiera ni un solo balazo. Lautaro y yo nos subimos al auto, mientras Eluney con una mano nos abría el portón y con la otra le disparaba al helicóptero que no paraba de agujerear la chapa del galpón  con una lluvia de plomo. Cuando abrió el portón lo suficiente como para que salga el auto, Eluney corrió hacia el fondo del galpón -dónde nosotros con Lautaro habíamos corrido el auto para salir de la mira del helicóptero- se subió, yo aceleré y salimos del galpón. Cruzamos el portón y las balas como pequeñas y plomizas abejas suicidas se incrustaban en el capot del auto, una tras otra, pero ninguna en el parabrisas, no nos querían matar, nos querían rendidos; Frigietti nos quería vivos porque evidentemente no podía conseguir la totalidad de las pruebas sin nosotros. Para ir al cerro usamos un camino alternativo que me iba indicando Lautaro. El helicóptero nos seguía detrás y continuaba disparándonos. Lautaro y Eluney respondían desde la luneta del auto, el auto era un colador, literal como en las películas, no exagero; supongo que la orden era que no nos mataran pero si la fortuna nos jugaba una mala pasada, esa posibilidad desafortunada estaba contemplada, sino no se entiende cómo se atrevieron a dispararnos tanto.

Cuando estábamos a unos quinientos metros de la base del cerro el helicóptero comenzó a desacelerar, a alejarse de nosotros. Eluney tuvo razón: si el helicóptero nos seguía a vuelo rasante en dirección al cerro, cuando nosotros llegáramos a la base del mismo, el helicóptero se iba a ver obligado a desacelerar y retroceder porque al estar tan abajo, tan cerca del suelo, le iba a ser imposible cruzar el cerro de manera inmediata. Fue tal cual: el helicóptero no pudo seguirnos y nosotros logramos llegar al pie del cerro, dejar el auto al costado del camino y caminar en dirección al paraje donde se encontraban los amigos de Eluney. Pero voy a detener la historia en este punto. Quiero que nos concentremos en lo que verdaderamente importa ahora: organizarnos.

Estoy de acuerdo con que el movimiento pichaísta sea un movimiento armado, no con fusiles y bombas, sino con aerosoles, como nació, sin embargo, no voy a negar la necesidad de defendernos que tuvimos y el légitimo derecho que nos corresponde para hacerlo. Podrán perseguirnos por siempre, pero no iremos a la guerra que ellos quieren librar, la de la sangre, la iniquidad de medios, la mentira, el odio, la discriminación orgullosa, el nacionalismo, los oportunismos, la defensa de los intereses de unos pocos por encima del bienestar de la mayoría; el continente se cansó, las sociedades se están despertando, y la pichaçao no es más que la expresión artística y combativa de ese despertar. Lo primero que necesitamos hacer en Rosario es juntar por lo menos unos mil aerosoles, y unos quinientos litros de pintura. Si todo sale bien, y lees esta carta, andá todos los días a las dos de la tarde al monumento a buscar a Doco de Libra, él te va a ayudar, ¿cómo lo vas a reconocer?, le voy a decir que lleve la  imagen de un tigre, en una toalla, en una remera, o impresa en una cartulina, y que te espere cerca de los cañones. Vos llevá una hoja impresa con la imagen del primer animé de Saint-Seiya. Hoy mismo también le envío una carta a Doco. Esperaré un mes por si la carta se demora, una vez cumplido los treinta días te voy a mandar a vos y a Doco de Libra una nueva carta requiriendo una respuesta. Dentro de un mes vamos a estar cerca de algún poblado dónde ustedes puedan mandar correo sin problemas, corremos con la ventaja de poder ir a retirar los paquetes a los transportes sin declarar nuestro domicilio, pero, eso sí, siempre manden a otra persona a hacer el envío. Volveremos a revisar todos estos detalles dentro de un mes cuando les vuelva a escribir.

Shion de Aries, me despido y vuelvo a agradecerte tu participación en el movimiento pichaçao de Rosario, es de vital importancia contar con personas como vos, con la que tenemos la confianza necesaria para llevar a cabo la resistencia y la visibilización de la actitud criminal del escuadrón anti-pichaçao.

IX

Carta a Doco de Libra

Me enorgullece que los amigos respondan. Que nos encontremos en la misma lucha. Lo mismo le escribi a Shion de Aries (ya te vas a dar cuenta quién es, van a trabajar juntos). Me hace muy feliz ver que el apoyo viene de gente amiga y conocidos que hace muchos años no veo, con los cuales hoy la actual conyuntura política y social que estamos viviendo nos vuelve a reunir para enfrentarla con lo mejor de cada uno de nosotros. Si ese no es un motivo de orgullo, si el reencuentro en las convicciones no es motivo de orgullo, si la humildad y el reconocimiento mutuo que nos vuelve a acercar tampoco es motivo de orgullo, entonces, no sé qué es estar orgulloso. Cuando recibí tu ultima carta me puso muy contento leer que podía contar con vos. Como no sabemos si las cartas serán revisadas antes de llegar a tus manos, de ahora en más te voy a llamar Doco de Libra.

Ahora estamos en un lugar seguro, pero el ejército -aunque no lo logró- nos persiguió con un helicóptero e intentó atraparnos cerca de los cerros a la altura de Temuco. Recuerdo el momento en que escapábamos y todavía puedo sentir la adrenalina mezclada con el terror. Teníamos que seguir a máxima velocidad hasta que la ruta se metiera entre los cerros, en ese punto el helicóptero no podría seguirnos porque la estrechez y la inestabilidad de las laderas dinamitadas –cubiertas de redes que contienen los derrumbes- se lo impedirían. Remontar vuelo sin perdernos de vista,  cuando nosotros comenzáramos a entrar en las montañas, también le hubiera sido imposible. Y así fue. Al helicóptero no le quedó otra que retroceder, retroceder bastante para poder atravesar el obstáculo geográfico por arriba, lo cual le llevó el tiempo necesario para  que nosotros dejásemos el auto al costado de la ruta y corriéramos a un refugio cercano, entre los espinillos y las rocas punzantes.

El refugio era una cueva formada por varias piedras de gran tamaño. Daba miedo, por lo menos a mí. Para entrar había que meterse entre dos piedras  bastante grandes pero que daban toda la sensación de no estar demasiado adheridas al suelo, cómo si la cueva se hubiera formado hacía poco. Estaba completamente equivocado, cuando le conté mi teoría a Eluney, me dijo que la cueva era un refugio mapuche secreto y milenario, que ningún terremoto había afectado su forma, que la fuerza de la pachamama se encargaba de mantenerlo siempre igual, siempre listo, siempre a disposición de los exiliados, de los perseguidos, de quienes necesiten un lugar donde estar a salvo.

En su interior no había mucho más que un par de frazadas y algunas velas. Eluney nos había contado que traer velas era una de las reglas del lugar: “Si sabí de este lugar y necesitai venir, tení que traer velas para ti y para las personas que necesiten venir en otro momento, ¿cachai?” A los diez minutos después de que entramos, comenzamos a sentir el ruido del helicóptero, y nuevamente una voz a través de un megáfono exigía que nos entreguemos, que todos nuestros derechos estarían garantizados; la aclaración me descolocó por un segundo pero no pude reflexionar mucho al respecto porque empezamos a sentir disparos y gritos, mejor dicho, alaridos, de soldados que parecían festejar estar de caza. Avanzaban quebrando los espinillos y disparando al cielo, queriendo amedrentarnos. Nos perseguían por aire y por tierra. En ese momento pensé que me iba a morir.

Gracias al refugio sobrevivimos al rastrillaje. Apagamos las velas y pusimos una madera que estaba ahí para cerrar la cueva cuando fuera necesario. Tambien había una caja de herramientas con martillo, clavos, herramientas de minería, destornilladores, navajas, piedras de afilar, tornillos, tuercas, y pilas seguramente descargadas pero que se pueden cargar al sol. Pasamos la noche ahí. Al otro dia nos levantamos y empezamos a caminar hacia el paraje del que nos había hablado Eluney. Más que un paraje la casa de los Machi -así se nombra a los chamanes en Mapudungún- es una vivienda que alberga a dos ancianos que cumplen un rol milenario y aseguran que su familia habita ese lugar desde los tiempos de La Batalla de los Pillán.

Caminamos todo el día y llegamos de noche, pasadas las once. Avanzar en la oscuridad con una linterna para tres persona fue dificil; en varios momentos me pareció imposible, pero llegamos. La casa de los Machi era modesta, calefaccionada con una salamandra, tenían una cantidad de leña que a mí me había llamado la atención. Cuando llegamos sentí como si nos hubieran estado esperando, y según Eluney, él no se había logrado comunicar con ellos. Sin embargo, estaban los dos Machis, Inara y Ayun, sentados en unas sillas de paja afuera de la puerta de entrada de la casa a la luz de la vela, porque no contaban con ningún generador eléctrico, dijeron que al último se lo habían robado los carabineros.

Antes de entrar a la casa Eluney se reunió en un costado con Ayun y charlaron unos minutos, mientras Inara nos daba agua y nos preguntaba cómo había sido el camino, si nos había costado demasiado, yo le dije que sí, que hubo varios momentos en los que no soporté el ritmo de la caminata y la irregularidad del suelo. Algunas piedras se veían a una distancia inalcanzable, títilando en un fondo absolutamente negro. El ruido del viento de cierta manera nos hacía sentir acompañados. La mayor parte de las piedras no se veían, te las chocabas, te cortabas, te levantabas y seguías, no quedaba otra. De todos modos, lo peor fue cuando tuvimos que cruzar el arroyo. El caudal era bajo, el agua nos llegaba como máximo a la cintura, pero era helada. Eluney dijo que había que meterse de cuerpo entero, darse un pequeño baño, rápido, sin pensarlo, “que purifica, que es buenísimo para la salud”, decía. Lo hice, y me cagué de fríó, pero estuvo bueno. Era de día y no tardamos en secarnos. La fugaz zambullida me alivió la pesadez que había comenzado a sentir en las piernas hacía ya un buen rato.

Basta de digresiones. Vamos a lo que importa. Ya le escribí a Shion de Aries para que se encuentren en el monumento, le dije que vos vas a llevar una remera con la foto  de un tigre, una toalla, lo que sea que tenga un tigre, y él va a llevar una hoja impresa con  la imagen del primer animé de Saint-Seiya. Se tienen que encontrar cerca de los cañones. Nuestro primer objetivo será pichaçear una parte del Monumento Nacional a la Bandera.

Para pintar el monumento necesitamos: un auto, sogas de treinta metros, cien aerosoles, quinientos litros de pintura, y diez o más personas. Vos vas a estar a cargo, junto con Shion, de reunir a las personas y explicarles cómo van a pichaçear. Los objetivos son simples. Hay que subir al mirador cerca de la hora de cierre, esperar a que se vayan todos, y dormir al guardia con formol (previamente tienen que t irarle gas pimienta para poder ponerle el pañuelo con el somnífero sin que presente demasiada resistencia). Una vez que se lo duerme, se lo baja por el ascensor y se le avisa a las dos personas que esperarán abajo por Avenida Belgrano con un auto para alejar al guardia del monumento, con que lo dejen dormido en la barrancas cerca de las torres está bien. Confío en que van a saber reunir personas de confianza. No deben olvidarse que ustedes no pueden ser ninguna de las personas que pichaçéen, ustedes tienen que proteger a los pichaístas. La pintura y los aerosoles la tiene que ir a buscar a Uriburu al 2028, ya está hablado el encargado del local, es pichaísta, yo ya arreglé con él; sólo tienen que ir a buscar la mercadería. Guarden algunas latas y algunos aerosoles, los cien aerosoles y los quinientos litros de pintura nos tienen que durar para tres intervenciones. En la torre desde el mirador hay que, primero, abrir las latas, inclinarlas apoyándolas contra la pared externa y dejar que el latex negro se deslice lo máximo posible, una o dos latas de cada lado, y después tienen que atar las latas a las sogas, las sogas a la reja y empujar  las latas para que revoten contra las paredes de la torre y así vayan salpicando y manchando la superficie de la misma. En la base se tienen que quedar la mayoría de los pichaístas pichaçeando con la tipología que les adjunto al final de la carta, un verso uno de los más celebres versos de Paco Urondo: “Empuñé un arma porque busco la palabra justa”.

Después que se encuentren con Shion de Aries esperen un mes, vayan por la pinturas  y los aerosoles y recién entonces escríbanme una carta notificándome si consiguieron las cosas necesarias para llevar a cabo la misión. Como dije al principio de esta carta sólo tengo palabras de agradecimiento. Espero que pronto nos reunamos y celebremos nuestro triunfo. Me olvidé de decirle a Shion de Aries cuál va a ser mi nombre de ahora en más, te pido que por favor se lo digas, y que también le digas que pedí que manden una carta firmada por los dos, avisando que ya están listos, no hace falta que manden una carta cada uno, podría dificultar la comunicación. ¡Desenmascaremos al escuadrón anti-pichaçao! Mi nombre de ahora en más es Seiya de Pegaso.

X

Carta de Shion de Aries y Doco de Libra a Seiya de Pegaso

Nos encontramos con facilidad en el monumento. Ya reunimos las personas indicadas, el auto, las sogas, y fuimos a buscar las pinturas y los aerosoles. Esperamos tu confirmación para ejecutar el plan. Pichaístas, ¡venceremos!

XI

Carta de Seiya de Pegaso a Shion de Aries y Doco de Libra Confirmado.

Inicien la misión. Pichaístas, ¡venceremos!

Franco Bedetti, nació en Casilda, Santa fe, en 1993. Se desempeña como corrector de “Saga” (revista de la escuela de Letras de la Universidad Nacional de Rosario). Publicó poemas y cuentos en El imperio de la libélula (Rosario), Literatosis (Rosario), Sonámbula (Salta), Clonazepan Libertario (Buenos Aires). Su poemario Pan obtuvo la tercera mención en el concurso municipalidad de Rosario “Felipe Alndana” (2013), al igual que su nouvelle inédita Lobotomía en el concurso de narrativa “Manuel Musto” (2014). Participó del Festival de Poesía Joven (APOA) en la edición del 2013 realizada en Buenos Aires, y en la edición del 2015 realizada en Rosario. Presentó en el “I Encuentro de Estudios Latinoamaericanos sobre Otras Literaturas” (Universidad Nacional de Rosario) una investigación sobre Baudelaire titulada: “La Potencia de la Fascinación”. En 2018 publicó su poemario “La era del fármaco” con Editorial Bunker (Rosario).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *