Foto: Paulo Slachevsky

19 de marzo 2020

¡Por un mundo sin beatos ni beatas!

por Esteban Miranda Chávez

De Mariano Puga podrían escribirse decenas de libros. Cada uno de ellos, probablemente, relatando una historia más espectacular y valerosa que la anterior. También podrían escribirse cientos de reportajes donde se destaque su “carisma único” o su “entrega excepcional” al servir entre los más pobres. ¡Si hasta La Tercera y El Mercurio hicieron gárgaras con su nombre!

Sin embargo, el propio Mariano rehuía de ese tipo de homenajes, bromeando con su origen aristocrático y su condición de “vaca sagrada” por ser sacerdote y provenir de una familia poderosa, en un país que él mismo describía como conservador y lleno de desigualdades. De hecho, y a pesar de ser una figura fundamental en el desarrollo de la Teología de la Liberación en Chile, no se conoce hasta el momento ningún texto donde el cura obrero reflexione sobre su vida, su quehacer o su pensamiento religioso. Cuando cualquier investigador o periodista se acercaba para ahondar en ello, encontraba siempre la misma respuesta: “qué me pregunta leseras a mí, quédese a misa, ahí aprenderá mucho más que conversando conmigo”. Y así era, como me consta a mí y a tantos otros y otras que, con cierto pudor, conocimos por primera vez la liturgia viva y festiva, aunque no por ello menos profunda y reflexiva, a la que daba curso cada domingo en Villa Francia.

Después de todo, hoy no me cabe ninguna duda de que Mariano compartía con Blanca Rengifo una férrea y radical convicción: no ser más que acción. Y es que en una inesperada acción poco antes de fallecer de cáncer uterino en 1988, aquella religiosa que llegó a ser parte del Comité Central del MIR ordenó quemar todos sus escritos. Poco más de treinta años después, Mariano se tomaba un pequeño momento, en pleno estallido social y en medio de su tratamiento para paliar los efectos del cáncer linfático que lo afectaba, para escribir una emotiva carta a su pueblo y decirle fuerte y claro: “Quiero olvidarme de mí, de mi comida y de mis prioridades, de mis gustos y pertenencias, quiero olvidarme de mi yo. Solo para que el otro pueda tener lo que le hace feliz, tener lo que no tiene. Olvidarme de la imagen, de la falsa imagen de Jesús y poder producir lo que él dice: ‘el que come y bebe conmigo es un hombre y mujer nuevo’. Estoy seguro de que la vida en Jesús sana, renueva, libera y que él no quiere ni necesita beatas ni beatos[1]”.

Esta última frase, tantas veces proferida por el cura en medio de sus intervenciones, llamaba -en medio de fuertes críticas de la jerarquía eclesial- a creyentes y no creyentes a actuar aquí y ahora, a “crear el Reino de Dios en la Tierra” sin esperar paraísos futuros o cielos para privilegiados, y a “arriesgarse hasta el pellejo”, como finalizaba su escrito firmado el 23 de noviembre del 2019.

Y es que para Mariano, la Iglesia, lejos de ser una estructura, una doctrina o una institución, debía ser la expresión de la fuerza y la voluntad del Pueblo de Dios; de aquellos que, como nos recordaba Mariano, son pobres de corazón, tienen hambre y sed de justicia y son perseguidos por la causa del bien. Después de todo, el cura obrero, el “chiflado por Jesús”, nunca estuvo solo, y creo que su llamado a acabar con los beatos y beatas también es un llamado a ir más allá de su figura y a valorar la acción y la capacidad de cada uno y una para transformar radicalmente este mundo. Quisiera, a continuación, sólo mencionar cuatro razones que nos invitan a reflexionar en torno a ello.

1. Mariano nació en cuna de oro y optó por vivir como un pobre más, pero no fue el único. Como él, decenas de curas y monjas dejaron sus privilegios de clase y los privilegios del clero, optando radicalmente por los más pobres. Así lo hicieron José Aldunate, Nadine Loubet, Blanca Rengifo, Roberto Bolton, Rafael Maroto o Enrique Alvear, y lo siguen haciendo personas como “la rucia”, aquella mujer que me sorprendió en medio de un trabajo grupal en la Capilla Cristo Liberador al decir que “antes era cuica”, pero que gracias a su acercamiento al cristianismo había dejado atrás todos sus privilegios, y que ahora vivía de casa en casa, donde alguien de la Comunidad la recibiera y le diera cobijo, y que eso la hacía profundamente feliz. Sin embargo, esa opción por los pobres, decía Mariano recordando el asesinato del sacerdote francés André Jarlan en La Victoria, también podía traer a los cristianos insospechadas consecuencias. “Es el precio de una iglesia que opta por los pobres”, nos recordaba, “por eso no nos extrañemos que nos maten como han matado a tantos millones, como han torturado a tantos y a tantas”.

2. Mariano formó parte de Cristianos por el Socialismo, pero no lo hizo desde el “dogmatismo” con el que se suele mirar erróneamente todo acercamiento al marxismo. Su simpatía provino desde la experiencia que supuso el abandono del seminario en 1972 y su traslado a Chuquicamata, donde fue testigo directo de la explotación laboral y la dominación patronal. Paralelamente, formó parte del Equipo Calama, un experimento pastoral en el norte del país que buscaba, a través de un proceso de éxodo e inserción en los espacios laborales y sectores poblacionales, saldar la distancia que separaba a la Iglesia del mundo obrero. A través de la realización de siete pasos[2], que los curas debían llevar a cabo de manera disciplinada, se lograría crear una Iglesia renovada, como lo señalaban los documentos del Concilio Vaticano II. Este proyecto, que no sólo tuvo su correlato en Santiago, sino que incluso poseyó la intención de generar una propuesta a nivel nacional, inspiró en su desarrollo a una serie de teólogos y agentes pastorales que, desde entonces, hicieron propia la opción por los pobres. De aquella experiencia, y a partir del Golpe de Estado de 1973, se conformó el Equipo Misión Obrera, que continuó trabajando clandestinamente bajo el epígrafe EMO en el salvataje de militantes perseguidos, y que estuvo compuesto por los curas obreros José Aldunate, Sergio Naser, Mariano Puga y Roberto Bolton; las religiosas Nadile Odile, Margaret Westwood y Juana Ramírez; y una serie de laicos, como Rolando Rodríguez y Catalina Gallardo, una pareja mirista que, poco tiempo después, será asesinada y formará parte de un montaje comunicacional en Rinconada de Maipú. Mariano, nuevamente, nunca estuvo solo, sino que formó parte activa de una amplia red de infiltración y comunicación en partidos políticos perseguidos por la dictadura, y de “empujapotos” en las embajadas que, como recordaba el cura obrero en una conversación en pleno invierno, salvó a más de cuatrocientas personas.

3. Mariano luchó contra la dictadura desde las Comunidades Cristianas de Base, e incluso logró conformar -junto a otros sacerdotes, religiosas y laicos- una Coordinadora que reunió periódicamente a cerca de trescientas comunidades y alrededor de dos mil delegados. Pero el cura obrero, nuevamente, jamás obró solo. Por el contrario, las Comunidades de Base fueron la expresión más viva del llamado del Concilio Vaticano II y la Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Medellín a dotar de mayor protagonismo a los laicos y las laicas. Ellos y ellas crearon, en medio de la represión dictatorial y la desarticulación poblacional, espacios para el reencuentro afectivo y vital, ollas comunes, bolsas de cesantes, comprando juntos, comités de vivienda y de abastecimiento, centros culturales, grupos de mujeres, centros juveniles y un sinnúmero de organizaciones que permitieron la recomposición del tejido social roto tras el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Ellos y ellas dieron vida también a los Vía Crucis populares y a diversas peregrinaciones donde, a partir de textos bíblicos, se denunciaban las violaciones a los Derechos Humanos y se exigía justicia. De allí también se dio vida a huelgas de hambre y ayunos junto a familiares de presos políticos, detenidos desaparecidos y ejecutados, así como a diversas acciones del Movimiento contra la Tortura Sebastián Acevedo, donde Mariano también estuvo presente.

4. El cura obrero también aprendió que compartir la vida de los pobres era dar cabida no sólo a los “pobres organizados”, sino especialmente a quienes, por años y hasta el día de hoy, son considerados “personas desechables”, sin protagonismo ni voz: los alcohólicos, los drogadictos, los sin casa, los hambrientos, los ladrones y las mecheras, los ancianos y ancianas, los “lumpen”, los “flaites”, los niños y las niñas abandonadas. A través de distintas acciones organizadas, Mariano y tantos otros y otras dieron también esa lucha, y en medio de la transición pactada y neoliberal, siguieron siempre teniendo en la mira a los más postergados de la sociedad. Así, el cura obrero, nos interpelaba y nos preguntaba en su última carta pública: ¿A quién invitarías a bailar tú?” (refiriéndose a la Plaza de la Dignidad). “A mí me gustaría sacar a los paralíticos, a los ciegos, a los cabros volaos o alcoholizados, a los esquizofrénicos, a los negados en su condición u opción de vida, a los postergados y olvidados, a los que deben taparse la cara para contribuir con su cuota de violencia. Me gustaría invitarles a ellas y a ellos. Están tan cerca de nosotros y los despreciamos y nunca nadie les ha preguntado porqué de su vida o quiénes son. Transformaríamos la plaza en una fiesta donde nos tomaríamos de la mano con los que son pisoteados y haríamos de Chile, al menos por un rato, un baile chilote.

Ese es, a fin de cuentas, el llamado de Mariano. Acabar con la comodidad y la pulcritud, decir “no” a los elogios y homenajes, desconfiar siempre del poder y sabernos inacabados. A dejarnos de lado por el otro y la otra, a pedir perdón, a aprender de los errores, a salir a la calle, a gritar fuerte, a hacer cosas aquí y ahora, a no actuar en solitario sino siempre en colectivo. A soñarnos y a construir esos sueños, con todos y con todas, pero sin beatos ni beatas. 


[1] La consideración de beato constituye el tercer paso en el camino de la canonización, y el penúltimo antes de ser considerado “santo”. También se conoce como beato a una persona muy apegada a la doctrina religiosa.

[2] Estos pasos pueden sintetizarse como: 1) éxodo, ruptura con una posición privilegiada; 2) inserción u orientación hacia la marginalidad; 3) identificación material con la marginalidad; 4) interpretación formal de la marginalidad; 5) colaboración con otras organizaciones populares; 6) acción política; 7) articulación religiosa.

Esteban Miranda Chávez es Historiador social. Sus investigaciones buscan comprender el desarrollo del cristianismo popular en América Latina y la relación entre la Teología de la Liberación y el Movimiento de Pobladores en Chile. Autor del libro "Compartir el pan y la vida. Las Comunidades Cristianas de Base y la rearticulación del movimiento de pobladores en la Zona Oeste de Santiago, 1975-1986" (Ediciones Escaparate) y coautor de "Los ojos de Catalina: La historia detrás del montaje en Rinconada de Maipú" (Editorial Quimantú) junto a Nicky Cerón Blau y Matías Rodríguez Sapiain.

1 comentario

  • Querido Esteban, gracias por este texto, que expresa fielmente lo que fuê el compañero Mariano. Un abrazo grande con todo cariño,
    desde Québec,

    Claude Lacaille

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