Foto: Paulo Slachevsky

Silvia Federici: “Las mujeres están en primera línea”

Entrevista realizada por Diego Acuña Marchant y Pierre-Olivier Chaput para Radio Parleur - Traducción por Diego Acuña Marchant

Le capitalisme patriarcal, último libro de la profesora, universitaria y militante feminista Silvia Federici, pone de manifiesto la importancia del trabajo de Karl Marx en la historia feminista, y, yendo más allá de éste, busca desarrollar una teoría feminista consecuente. Radio Parleur se reunió con ella, luego de su visita a París.

Fotografía: Pierre-Olivier CHAPUS para radio Parleur.

¿En qué medida la teoría de Marx, presente a lo largo de todo su libro, le ha sido útil al feminismo?

Silvia Federici: La teoría de Marx fue útil directa e indirectamente. Uno de los aportes innegables de Marx es el haber desnaturalizado el problema de la naturaleza humana, afirmando que ésta no es fija, sino fruto de una producción social e histórica. Sin duda alguna, esto le fue útil a la teoría feminista, para desnaturalizar la idea de femineidad por ejemplo. Por otro lado, Marx se posicionó desde sus primeras obras en contra del patriarcado. Pero creo que la cosa màs importante para las militantes que reflexionaron en torno a la cuestión del trabajo doméstico fue el análisis que hace Marx de la reproducción de la fuerza de trabajo.

Marx indica que la fuerza de trabajo no es una cosa natural: se consume durante el proceso productivo, y debe ser reproducida cada día. Sin embargo, no reconoce que el trabajo doméstico forma parte integrante de esta reproducción. Se limita a afirmar que el trabajador, mediante su salario, compra aquello que necesita. De hecho, prácticamente no habla de sexo o de procreación. No obstante aquello, el análisis según el cual la fuerza de trabajo debe ser producida y reproducida nos permitió efectivamente identificar lo que es el trabajo doméstico como tal. Lo que a primera vista parece un servicio personal es, en realidad, un tipo de producción integrado al capitalismo, al mismo título que la producción industrial.

¿Fue el análisis de este tipo de producción lo que la instó a ir más allá de lo establecido por Marx?

Silvia Federici: La necesidad de ir más allá de Marx es clara, puesto que este último no aborda nunca de manera cabal la cuestión. No veía a las mujeres trabajadoras sino cuando iban a la fábrica. En su óptica, es en el plano del trabajo industrial que la humanidad se liberará, y en este sentido, su visión de la industrialización y del capitalismo resulta muy idealizada. Incluso si traen mucho sufrimiento y muerte, para él se trata de males necesarios, destinados a establecer las bases materiales de la sociedad socialista por venir. A la larga, la expansión de las relaciones capitalistas y de la industrialización tendrían un efecto nivelador. Las mujeres, al acceder cada vez más al trabajo industrial, verían desaparecer progresivamente la jerarquía que instaura el patriarcado.

Marx se equivocó sin duda en este punto. Mientras escribía El Capital, reformas de importancia mayor ocurrían al mismo tiempo. Tuvieron como consecuencia la fabricación de la nueva familia proletaria: familia nuclear, erigida sobre el salario familiar y el rol de la mujer como dueña de casa. Así comenzó un nuevo régimen capitalista y un nuevo ciclo del patriarcado, al que llamo patriarcado del salario, en el que la organización familiar se funda en la diferencia entre salario y no-salario. Su emergencia es una respuesta directa a la crisis de la reproducción de la clase obrera, que ocurre a mediados del siglo XIX.

Esta noción de “trabajo reproductivo” en el marco del capitalismo es central en su obra. ¿Podría detallarla?

Silvia Federici: Nosotras, las mujeres involucradas en el movimiento por el salario doméstico, definimos el trabajo reproductivo como el trabajo que reproduce la vida. Es el trabajo de procreación, el trabajo doméstico, el trabajo sexual, y en general todo aquel que ha sido considerado como propio de las mujeres. Usamos el término “trabajo reproductivo” en lugar de “trabajo doméstico” para subrayar precisamente que hay un proceso de reproducción en juego.

De Marx en adelante, en la literatura y la política socialistas el único trabajo que fue considerado productivo fue el trabajo asalariado, y característicamente el trabajo industrial. La tradición marxista olvidó la otra cara del trabajo: la reproducción, no solamente de la vida, sino sobre todo, en el marco del capitalismo, de la fuerza de trabajo, es decir de la capacidad de trabajar. De ahí la especificidad de la explotación de las mujeres en este sistema.

Tanto en el análisis marxista como en la sociedad capitalista, el trabajo doméstico es considerado un asunto de mujeres, invisibilizado y naturalizado como tal. Sin embargo, se trata de una construcción social e histórica que beneficia en prioridad no a la familia, sino al empleador. Si no existiera, estos últimos tendrían que crear toda una estructura productiva para posibilitar que las trabajadoras y trabajadores se presenten cada día en su lugar de trabajo. Cuando se habla de trabajo doméstico, se habla pues de un tipo particular de producción: la producción del productor.

Una de las distinciones fundamentales que usted desarrolla concierne por un lado a la invención de la dueña de casa obrera, y por otro lado a la criminalización del trabajo sexual. ¿Puede describirnos este doble movimiento ?

Silvia Federici: La gran separación entre la dueña de casa y la trabajadora sexual ocurre entre mediados y fines del siglo XIX. Es un proceso que acompaña a la creación de la nueva familia nuclear, puesto que es en este marco que se construye la figura de la esposa que se queda en la casa y cuyo deber es “reproducir” a su marido. Esta dinámica implicó una separación de hecho: durante todo el período de la revolución industrial, las mujeres proletarias eran trabajadoras de industria y trabajadoras sexuales al mismo tiempo, a causa de los bajos sueldos. Por cierto, hoy en día observamos nuevamente este tipo de configuración: numerosas mujeres compensan salarios muy bajos con los ingresos del trabajo sexual.

Dentro del proletariado, pues, las dos formas de trabajo no se oponían. No había vergüenza en el hecho de ejercer como trabajadora sexual. De ahí que, en mi opinión, haya sido necesaria una división, pues la dueña de casa debía trabajar en el hogar sin recibir sueldo. Su trabajo fue sacralizado para naturalizarlo mejor. En Francia, por ejemplo, una legislación muy dura fue introducida en esta época. Implicó controles policiales y médicos, que relegaron a la marginalidad a las trabajadoras sexuales. La condición de madres de éstas será, en adelante, ocultada. La maternidad, tal como se la sacralizó, quedará asociada al espacio doméstico, por oposición a la calle.

Usted describe una reconfiguración del mundo mediante la invención de la forma salario: de un lado queda el espacio doméstico, y del otro aquél del “trabajo real”, cuya figura clásica es la industria. En qué medida apuntar al rol fundamental que juega el trabajo reproductivo permite desplazar el terreno de la lucha del simple lugar de trabajo al espacio privado y al de la comunidad ? 

Silvia Federici: Partamos de un ejemplo histórico. En los años 30 en Estados Unidos —esto es, antes del New Deal, época que vio nacer la institucionalización de los sindicatos— habían organizaciones de trabajadores que se ocupaban de diversos aspectos de la vida: accidentes, salud, pensiones, etc. Se arraigaban en las comunidades, y no se preocupaban solamente por los problemas laborales, como la negociación del sueldo o la duración de la jornada laboral. Según algunos historiadores, el New Deal y la institucionalización de los sindicatos se implementaron para socavar el poder de estas instituciones, que generaban una continuidad entre la industria y la comunidad.

Con el reconocimiento de los sindicatos por parte del Estado y la patronal, nace una separación entre ambas esferas, y estas organizaciones se desligan, poco a poco, de sus comunidades. La esfera del trabajo fue delimitada,y todo lo que no entraba ya en esta categoría fue invisibilizado y sacado del marco de la lucha de clases. Qué hace el marxismo frente a esto ? Y con qué implicaciones a nivel de la relación entre género y clase ? Este último presumirá que las mujeres no integrarán la lucha de clases sino cuando hayan accedido a las industrias. En el hogar, no pertenecen a la clase obrera. Concentrarnos en la producción nos permitió, en tanto feministas, repensar la lucha de clases de una forma que no dividiera a trabajadoras y trabajadores, reuniendo así lo que el capital ha separado.

Para mí, hacer de la reproducción el punto de partida no es simplemente comenzar  desde una instancia anterior, sino también reconsiderar los términos de la lucha dentro del trabajo asalariado, cuestionando por ejemplo la producción de bienes que son, en última instancia, nocivos para la salud. Se trata de articular luchas que toman en cuenta la relación producción-reproducción. Esto es lo que entiendo por “poner la reproducción al centro de la lucha”. Cuando las mujeres en América Latina elevan esta consigna, están militando por una transformación que no se limita simplemente al espacio doméstico, sino que se extiende al conjunto de la sociedad.

Publicado en 2019 por la editorial La Fabrique, Le capitalisme patriarcal de Silvia Federici
reúne textos escritos entre los años 70 y hoy, incluyendo inéditos. Fotografía: Pierre-Olivier
CHAPUT para Radio Parleur

Anteriormente evocó un punto en torno al cual está en desacuerdo con Marx: el del progreso técnico. Marx piensa que, incluso si deja estragos a su paso, éste lleva a una sociedad mejor, y es por lo tanto emancipador. Usted, en cambio, no sólo piensa que la automatización contribuye al desastre ecológico, sino que además el trabajo doméstico es difícilmente automatizable.

Silvia Federici: Podemos ver desde ya que la producción de tecnologías electrónicas está destruyendo el mundo. La política extractivista y la destrucción del entorno están fuertemente ligadas a la producción de objetos tales como computadores y teléfonos celulares. El progreso técnico, en especial en el marco del trabajo doméstico, contribuye no sólo al desastre ecológico, sino también al desastre emocional y relacional. Imaginen una vida en la que todo lo hicieran robots: la limpieza del hogar, la educación de la infancia, el cuidado de las personas mayores dependientes, etc. Personalmente, y sin apelar a ningún tipo de noción de “humanidad”, no me gusta la perspectiva de una vida así.

El trabajo doméstico, escribe, es aquél que nadie quiere hacer. Una cierta tradición feminista rechaza estas tareas. Por qué llama a cambiar de mirada sobre este trabajo ?

Silvia Federici: He afirmado que hay un menosprecio de estas tareas en varios aspectos. La falta de remuneración sirvió para ocultar este trabajo, para hacer sentir culpables a las mujeres que quisieron negarse a realizarlo, y para volverlas dependientes de sus maridos. Pienso que el trabajo doméstico en el sistema capitalista está configurado de tal manera que es efectivamente la última cosa que las mujeres querrían hacer. Pero no hay que olvidar que, potencialmente, puede tratarse de un trabajo muy creativo. ¿Por qué el trabajo reproductivo sería menos creativo que otro?

El cuidado de la infancia, por ejemplo, puede ser la cosa más creativa imaginable: se trata de crear el mundo del mañana, y de transmitirlo a través de la educación. Es un trabajo que deja potencialmente un gran espacio a la creatividad. Pero en esta sociedad, no se tienen ni los recursos ni el tiempo para que así sea. Sucede lo mismo con la cocina. Puestas en manos de la colectividad, estas tareas son la base misma de la producción de la cultura. Pero realizadas de manera aislada y en condiciones precarias, se convierten en una pena.

Al velar por la revaluación de la reproducción social,  se abren numerosos frentes de lucha: la lucha por la reapropiación de los recursos materiales, o por la comunalización de este tipo de trabajo, por ejemplo. En este último aspecto, el movimiento Wages for Housework fue mal comprendido: se creyó que queríamos encerrar a las mujeres en estos roles dándoles un sueldo para que los cumplieran. Sin embargo, nosotras llamábamos a remunerar el trabajo, no a las mujeres en particular.

Creo que una manera de desnaturalizar estas tareas, y superar las desigualdades entre hombres y mujeres, es darle un reconocimiento a este trabajo. Sobre todo, urge identificarle como una forma particular de explotación, que beneficia esencialmente a los empleadores. El objetivo principal del trabajo reproductivo hoy en día no es nuestra salud o bienestar: se trata de hacer de cada quien una buena trabajadora o un buen trabajador.

¿Qué rol juegan en este proceso las mujeres de los países pertenecientes a lo que se tenía la costumbre de llamar “Tercer mundo” ?

Silvia Federici: A fines de los años 70’ y comienzos de los 80, el capitalismo estaba en crisis frente a las luchas anticoloniales, las luchas de trabajadores industriales, los movimientos estudiantiles, etc. Una reestructuración de la economía global ocurre en ese momento. Se abre la puerta de manera masiva al trabajo de las mujeres en Europa y en Estados Unidos. Al mismo tiempo, se organiza la inmigración de mujeres de países del Sur, recolonizados por la deuda externa. No quiero decir que la inmigración es una cosa mecánica, se trata también de una lucha, para huir de la pobreza particularmente. Pero hubo una manipulación por parte de las bancas mundiales, que jugaron un rol muy potente en la organización de la inmigración de mujeres de Filipinas, México, el Caribe y África para realizar el trabajo doméstico.

Sin embargo, no es solamente a través de las mujeres migrantes que el capitalismo internacional explota a las mujeres del Sur. Éstas producen, año tras año, nuevos trabajadores migrantes. Estuve en México recientemente, y dije, tras haber discutido del rol del imperialismo estadounidense en el país, que creo que las mujeres mexicanas debieran presentarle una factura al gobierno estadounidense. Ellas produjeron toda la fuerza de trabajo que sustentó la economía del sur y del oeste de California. Toda la agricultura de la zona depende de la mano de obra mexicana. Y no sólo la agricultura, de hecho. Una gran parte de la economía del país, hasta Nueva York, reposa en ella.

Y lo mismo pasa con África. ¿Cuántos migrantes vinieron a Francia en proveniencia de Túnez o de Argelia? ¿Y quién pagó por la reproducción de estos migrantes? El estado francés se apropió de su trabajo sin contribuir de manera alguna a su reproducción. No nos olvidemos de esto : es un verdadero escándalo el hablar de deuda del tercer mundo. Nuestra consigna debiera ser: “¿Quién le debe a quién?” El tercer mundo, África, América Latina fueron explotados. Piensen solamente en todos los esclavos expatriados. ¿Y luego dicen que África tiene una deuda? ¡Es Europa, son los Estados Unidos quienes tienen una deuda con África! Lo que habría que poner en marcha no es un programa de pago de la deuda, sino un programa de reparaciones.

¿Qué lugar ocupa la idea de los “comunes”, que anima tantas luchas contemporáneas, en su reflexión?

Silvia Federici: La noción de lo común es muy importante. Cuando se habla de comunes, no se habla tan sólo de cosas pequeñas o de proyectos. Un jardín urbano es un común, por cierto. Pero los comunes son ante todo un principio de organización social, que puede materializarse de maneras muy distintas. 

Me he interesado ante todo en la producción de comunes en el contexto de la reproducción, es decir, en los “comunes reproductivos”, precisamente porque esta última ha sido organizada para aislar a las mujeres, las unas de las otras ante todo. Una feminista italiana, Leopoldina Fortunati, afirmó justamente que el capitalismo concentró a las mujeres en las industrias y las separó en el ámbito de la reproducción. Esta separación era esencial, por el simple hecho de que en las fábricas estaban reunidas. De esta manera se disiparon las posibilidades de organización de las mujeres.

Se critica muy seguido el que hable casi exclusivamente de las mujeres en mis textos. Sin embargo, son las mujeres quienes más se movilizan en torno a estos temas hoy en día. Si los hombres se les unen, mejor así. Son las mujeres quienes están en primera línea, oponiéndose a las políticas extractivistas, pues son capaces de ver que cuando las aguas han sido contaminadas, cuando los bosques han sido destruidos, ya no hay futuro posible para la comunidad.

En mi último libro, reflexioné sobre la cuestión de los comunes reproductivos, sobre todo en torno a las iniciativas llevadas a cabo por comunidades de mujeres en América Latina. Migrantes de proveniencia del medio rural, vienen a ocupar nuevos espacios en las grandes ciudades. Estas mujeres desarrollan formas de vida cada vez más basadas en la cooperación, pues han comprendido que aisladas no pueden hacerle frente al Estado. Deben reconstruir todo sobre nuevas bases: construir calles, convencer a la municipalidad de que instale agua potable, etc. De esta manera vuelven posible la supervivencia de numerosas personas, pero además construyen un tejido social capaz de resistir al Estado, a la policía, a la precariedad. Al hacer esto crean nuevas formas de vida, más cooperativas y solidarias, capaces de superar el individualismo de esta sociedad. De este modo, los comunes son importantes no sólo para la supervivencia, sino también para la lucha, pues permiten establecer bases de resistencia.

Libro: Le capitalisme patriarcal (La Fabrique, 2019)

Radio Parleur es un medio independiente de lengua francesa que se propone seguir la actualidad de las luchas. "El medio de aquellos que se reapropian de la palabra inaudible en un universo de ruidos metálicos", dice en su sitio. https://radioparleur.net/

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