15 de marzo 2021

[Sorgo y acero:] INTRODUCCIÓN

por Chuang (闯). Traducido por Harijan Fernández

Primera entrega de una serie de traducciones de textos escritos por el colectivo Chuang, que irán apareciendo durante los proximos meses en Carcaj.

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Transiciones:

En el tardío siglo dieciséis uno de los registros extensivos más temprano de la vida dentro de “China” fue publicado en Europa. El autor era un mercenario portugués llamado Galeote Pereira quien había peleado del lado de Ayutthaya contra los burmeses en la primera guerra moderna del Sudeste asiático continental. Más tarde se volvió un pirata en el Mar del Sur de China, saqueando provincias costeras en el inicio de lo que se volvería una epidemia de piratería facilitada por el crecimiento del mercado global y que duraría varios siglos. La dinastía Ming respondió con su Campaña de Exterminación de la Piratería, y Pereira fue capturado en Fujian y exiliado al interior, solo pudiendo escapar de vuelta a Europa años después a través del soborno y la ayuda de mercaderes portugueses en Guangzhou.

Su relato de la experiencia, editado y publicado con la ayuda de los jesuitas fue uno de los pocos reportes de primera mano sobre “China” disponibles desde el tiempo de Marco Polo. Pero Marco Polo había venido de un remanso, de una Europa provincial a observar las operaciones internas de la civilización más avanzada que el mundo había visto hasta entonces en forma de la dinastía (mongola) Yuan. Pereira, por otra parte, venía de una Europa muy cambiada y había llegado a una muy cambiada “China”, ambos estaban al borde de un gran caos que se aproximaba. 

Si es que hubo un punto de total indeterminación en el nacimiento del mundo capitalista, fue éste. El dado había sido arrojado pero todavía no se detenía. Con la flota más grande, la tecnología más avanzada y una productividad agrícola sin precedentes, la dinastía Ming era la más extensa y poderosa estructura política del mundo. En todo sentido igualaba y sobrepasaba a Europa, y la cuestión de la “fallida” transición al capitalismo de China (conocida como la “paradoja de Needham”) se volvería una especie de acertijo iniciatorio para los futuros estudiosos de la región. Pereira había llegado en medio del deterioro de los Ming, causado en parte por las industria de la plata española y portuguesa, en parte por las nuevas rutas de comercio de las que él mismo era producto. 

Pero el punto más sorprendente del reporte de Pereira no era la accidentada historia del autor ni sus descripciones del florido sistema judicial de los Ming. Sino el hecho curioso de que entre toda la gente“china” con la que habló, ninguna había escuchado de “China”, ni ninguno de sus supuestos correlatos nativos (variantes de Zhongguo -el país “centro” o países “centrales”). Pereira viajó exclusivamente en lo que hoy es el Mar del sur de China,  atravesando las provincias de Fujian, Guangdong, Guangxi y Guizhou. Estas regiones alojaban una miríada de “dialectos” locales, la mayoría tan mutuamente incomunicables como lo son los “idiomas” europeos, a menudo centrados en ataduras locales y rutas de comercio que conectaban las regiones costeras del Sudeste asiático. Tampoco estas regiones habían sido establecidas exclusivamente por la etnicidad “Han”-e incluso la existencia de tal categoría ha sido recientemente puesta en cuestión. En su lugar, la región se había vuelto el hogar de los Hui, Baiyue, She, Miao-Yao, Zhuang y numerosos otros grupos etnolingüísticos.

“China” fue en gran medida un producto de la imaginación occidental. La gente a la que Pereria le preguntó tenían dificultades incluso entendiendo la pregunta de qué “país” ellos eran, ya que no había un concepto indígena que se correlacionara con el concepto. Finalmente ellos explicaron que había un solo gobernante, pero muchos países, que aún usaban sus nombres antiguos. La combinación de estos países formaba la “Gran Dinastía Ming”, pero cada uno retenía sus especificidades locales. Este detalle era una mera curiosidad cuando el reporte fue publicado en Europa, que había establecido a “China” como su arcano, su antigua contraparte -menos el nombre para un país que una designación para los límites externos de su propia expansión y colonización capitalista. Tales proyectos tendían a derrumbarse en el gran continente asiático, que demostraba ser capaz de intercambios masivos en bienes y plata pero resistente a una verdadera incorporación a la nueva economía global. “China” designaba una cierta obstrucción, una ominosa excepción a las nuevas reglas que se establecían en occidente. 

Hoy en día, en una economía global golpeada por las crisis, China de nuevo es definida por sus excepciones. Su asombroso ascenso parece prometer un escape casi mesiánico de décadas de declive en su crecimiento: el espejismo de una nueva América, completa con el “Sueño Chino” y el sello moral del confucianismo puritano del PCC. Para el economista occidental esto toma la forma de un sino-keynesianismo de mano dura, mientras nuevos proyectos de infraestructura son iniciados por instituciones financieras globales más caritativas como el Banco del Desarrollo de China, prometiendo la salvación para la última retaguardia del mundo. En el discurso oficial del estado chino, esto representa nada más que la lenta transición hacia el comunismo, con una gran parada en la etapa del “socialismo con características chinas”, en la cual los mecanismos capitalistas se usan para desarrollar las fuerzas productivas hasta que la riqueza general sea posible. 

En ambas narrativas, China permanece una oscura, un tanto ominosa excepción, pese a su completa incorporación a la economía global. De algún modo parece exenta de las reglas, con una vaga intuición de que con una población tan grande, un gobierno tan poderoso, una concentración tan masiva de capital fijo, etc., los Chinos por lo tanto contarían con una suerte de deus ex machina para el drama de nuestro actual declive económico global. El problema en esta lectura es el mismo que enfrentó Pereira hace siglos: el mismo objeto de pregunta resulta ilusorio. El mercenario entra al corazón del imperio sólo para descubrir que el imperio no existe. 

Uno de nuestros objetivos primarios en Chuang es dispersar este espejismo. Esperamos ver China con claridad y con tenacidad comunista. Pero el único modo de comprender la China contemporánea y sus contradicciones es partir con la pregunta sobre la creación de “China” como tal. Aquí nuestra historia no comienza en una supuesta historia antigua (como los historiadores occidentales y chinos tan firmemente nos harían creer), ni comienza con el romance del proyecto revolucionario chino, alternativamente glorificado o demonizado por aquellos en la izquierda. 

“China” es y siempre ha sido una categoría económica. El espejismo occidental del “Lejano Oriente” se erigió para designar la testaruda persistencia de varios modos de producción no-capitalista en el continente Asiático oriental. Después de la “apertura” de China demostrada por las incoherencias tardías del imperio Qing, nacionalistas del imperio tardío a menudo educados en occidente, escogieron entre la historia de la región para construir una narrativa coherente de un estado-nación chino que se extiende hasta la antigüedad. Este proyecto fue pronto continuado por liberales, anarquistas y comunistas por igual. Desde que esta narrativa indígena de “China” nació en medio de un imperio lisiado, gobernado en papel por una fuerza “foránea” (los Machus) y de hecho por otra (Occidente), una de las características claves de esta nuevamente imaginada nación “china” fue su fundación en la suprimida cultura e identidad étnica Han. La oposición a los Qing primero tomó el carácter de una restauración del gobierno Han, y las nuevas organizaciones de resistencia tales como las sociedades secretas se percibían como partisanos de esta esencia nacional perdida, su eslogan: Fan Qing Fu Ming- Oposición a los Qing, Restaurar a los Ming. 

¿Pero qué eran los “Ming” que estos tempranos nacionalistas buscaban restaurar? En un sentido, esta exigencia nos lleva de vuelta a esa indeterminación fundamental -cuando los dados de la historia todavía estaban volando en el aire y parecía que la Gran dinastía Ming, en lugar de Europa Occidental podrían haberle dado nacimiento al capitalismo en toda su sangre y gloria. Al mismo tiempo, “Restaurar a los Ming” era una suerte de promesa. Significaba desarrollo en la línea de occidente, la creación de “China” como una entidad comparable a (y parada en igualdad) con esas naciones occidentales que habían dividido la región en un enrejado de acuerdos comerciales y tratos portuarios. Era la promesa de que llegaría a su fruto en el siglo veinte. 

La historia que nosotros contamos explica la creación durante siglos de China como entidad económica. A diferencia de los nacionalistas, no esperamos descubrir ningún linaje secreto de la cultura, lengua o etnicidad para explicar el carácter único de la China actual. A diferencia de muchos izquierdistas, nosotros tampoco buscamos trazar el “hilo rojo” en la historia, descubriendo dónde el proyecto socialista “salió mal” y qué podría haberse hecho para lograr el comunismo en algún universo alternativo. En su lugar, nosotros apuntamos a indagar en el pasado para comprender nuestro momento presente. ¿Qué vaticina el alentamiento del crecimiento chino para la economía global? ¿qué esperanza, si es que la hay, tienen las luchas contemporáneas en China para cualquier proyecto comunista futuro?

Nuestra meta a largo plazo es responder estas preguntas -componer una perspectiva comunista coherente de China, no enlodada por el romance de revoluciones muertas o la histeria de rápidas tasas de crecimiento. Abajo ofrecemos la primera en una historia de tres partes de la emergencia de China desde los imperativos globales de la acumulación capitalista. En este número cubrimos la parte explícitamente no-capitalista de la historia, la era socialista y sus precursores inmediatos, que vieron el desarrollo de la primera infraestructura industrial moderna en Asia continental. La segunda sección, que se publicará en el número siguiente de Chuang, cubre la “Reforma y Apertura” iniciada en los tardíos años 70, terminando con la destrucción del “tazón de arroz de hierro” durante la ola de desindustrialización de los 90. La sección final, que se publicará en el tercer número, cubrirá el período que sigue a esta desindustrialización y continuando hasta hoy día, incluyendo la transformación capitalista de la agricultura y la creación del proletariado contemporáneo chino. 

Esta periodización no es arbitraria. Nosotros segmentamos esta historia acorde a la periodización global dispuesta por el colectivo comunista anglófono Endnotes y acorde a los cambios clave en el grado de incorporación de la región a los imperativos de la acumulación global. La primera sección cubre el período no-capitalista, en que el movimiento popular liderado por el Partido Comunista de China (CCP) logró destruir el viejo régimen y detener la transición hacia el capitalismo, dejando a la región atascada en una stasis inconsistente entendida en el momento como “socialismo”. El sistema socialista, al que nos referimos como “régimen desarrollista”, no fue ni un modo de producción ni una “etapa transicional” entre capitalismo y comunismo, ni entre el modo tributario de producción y el capitalismo. Ya que no fue un modo de producción, tampoco fue una forma de “capitalismo de estado”, en que se persiguieran imperativos capitalistas bajo el disfraz del estado, con la función de la clase capitalista simplemente reemplazada en forma pero no función por la jerarquía de burócratas gubernamentales. 

En cambio, el régimen desarrollista socialista designa el colapso de cualquier modo de producción y la desaparición de los mecanismos abstractos (ya sean tributario, filial o mercantilizado) que gobierna los modos de producción como tales. Bajo estas condiciones, sólo estrategias fuertes guiadas por el estado eran capaces de conducir el desarrollo de las fuerzas productivas. La burocracia creció porque la burguesía no podía. Dada la pobreza de China y su posición relativa a un largo arco de expansión capitalista, solo los programas de industrialización de un estado fuerte, apareado con  resilientes configuraciones locales de poder, fueron capaces de exitosamente construir un sistema industrial. Pero la construcción de un sistema industrial no es lo mismo que una transición exitosa hacia un nuevo modo de producción. 

El sistema industrial no fue inmediatamente o “naturalmente” capitalista. La historia es fundamentalmente contingente. En la era socialista, los mercados no existían como lo habían hecho antes (bajo el sistema imperial) ni cómo serían en el futuro (bajo el capitalismo). El dinero existía nominalmente, pero no era guiado por imperativos mercantiles del modo tributario de producción ni por los imperativos de valor del sistema capitalista -en su lugar, era el mero reflejo mecánico de la planificación estatal, que no era calculado acorde a precios sino acorde a las meras cantidades de producto industrial. El dinero no podía funcionar como el equivalente universal. Mientras, la renta era extraída en el campo en forma de grano a través de las “tijeras de precio”, pero esta extracción no reflejaba el sistema de impuestos imperial, ni resultó en la desposesión del campesinado y la privatización del suelo agrícola. Quizás lo más importante, el campesinado fue fijado en un lugar más firmemente que en cualquier otro período de la historia china. La división rural-urbana que tomó forma en esos años se volvería un aspecto fundamental del régimen desarrollista. No hubo una urbanización sustancial bajo el socialismo, aparte del causado por la inmediata reconstrucción de posguerra y el aumento natural. La transición demográfica (en la cual la población rural agrícola es suplantada por trabajadores urbanos en la industria y los servicios) no llegó a suceder. 

Mientras, no hubo evidencia de alguna transición hacia el comunismo, que se mantuvo sólo como un horizonte ideológico. La fuerza de trabajo se expandió, las horas laborales tendieron a aumentar, y la socialización de la producción creó unidades productivas locales autárquicas y atomizadas, permitiendo vida colectiva en una escala pequeña pero fallando en crear la nueva sociedad comunal que se había prometido. La libertad de movimiento disminuyó cuando proliferaron las crisis, dos clases distintas de elite se formaron, la división rural-urbana se amplió, y la clase de los trabajadores desposeidos comenzó a tomar forma en las últimas décadas de este período. Las huelgas y otras formas de descontento proliferaron, culminando en la “corta” Revolución Cultural de 1966-1969, cuya supresión llevaría finalmente a una transición capitalista de pleno. 

A lo largo del periodo revolucionario y entrando en los tardíos años 50, nos referimos a este proceso como a un “proyecto comunista”. Este proyecto fue increíblemente diverso a lo largo de su existencia, y estuvo siempre definido por su estatus como movimiento de masas con profundas raíces en el pueblo.  Tempranamente sus fundamentos teóricos y dirección estratégica fue predominantemente la de los anarco-comunistas. Sobre la marcha, la particular visión y estrategia del PCC ganaría la hegemonía -pero esto también significó que el PCC mismo absorbió parte de la heterogeneidad del movimiento, lo que tomaría la forma de facciones (y purgas) al interior del partido mismo. Sin embargo esta hegemonía no fue una imposición al movimiento. Era el resultado de un mandato popular dado al PCC, que había sido integral a la formación de un exitoso ejército campesino y a un movimiento subterráneo de trabajadores durante la ocupación japonesa. 

El PCC mantuvo su hegemonía del proyecto comunista en los primeros años de posguerra encabezando campañas de redistribución popular en los campos y reconstruyendo las ciudades. Con los fracasos de los tardíos 50 (hambrunas en el país y huelgas en las ciudades costeras), no solo se puso en duda el mandato popular del PCC, sino que el proyecto comunista en sí comenzó a osificarse. Mientras la participación popular se evaporó en respuesta a estos fracasos, lo que había sido un proyecto comunista de masas fue reducido a sus medios: el régimen desarrollista. Este régimen sólo podía ser mantenido por la crecientemente extensiva intervención del partido, que fusionó con el estado (como aparato burocrático administrativo de facto) y separó su emparejamiento con el proyecto comunista. 

Sin embargo, incluso en el momento más alto de su diversidad, este proyecto estaba finalmente definido por un horizonte comunista particular que había emergido de la combinación del movimiento de trabajadores europeos y la historia propia de la región con milenarias revueltas campesinas. Hoy en día este horizonte comunista ya no existe. No tiene sentido “tomar partido” en estos asuntos históricos, simplemente porque no hay simetría entre ese entonces y el ahora -las condiciones materiales (rápida expansión industrial, gran periferia no-capitalista, etc.) que estructuró este horizonte comunista temprano están ausentes, aun si las crisis del capitalismo permanecen. No está la pregunta de si los comunistas hoy en día enfrentarán los mismos problemas -no lo harán. En su lugar, solo permanece la cuestión de cómo el comunismo y la estrategia comunista pueden concebirse sin este horizonte. 

A los comunistas de hoy, entre quienes estamos incluidos, la práctica, estrategia y teoría del PCC (así como otros al interior de esta corriente comunista histórica) parecen en el mejor de los casos ajenas y en el peor caso aberrantes. Pese a los severos límites materiales de este tiempo, podemos claramente decir que muchas acciones del PCC son simplemente injustificables. Otras son arcanas o incomprensiblemente sobre-confiadas. Pero este tipo de juicios de valor tienen poco sentido analítico. Ya se han escrito numerosos reportes sobre esta era describiendolos en términos de “falsos” comunistas traicionando “verdaderos” comunistas, o simplemente como el producto de líderes celosos y ambiciosos. La historia que revisamos no es una historia de moralidad. Para nuestra aproximación materialista, cuestiones de traición o rectitud tienen la relevancia más minúscula. El proyecto comunista chino fue un fenómeno colectivo, creado por el esfuerzo y soporte de millones. Nosotros intentamos escribir una historia de este proyecto colectivo y su final declive.

Para estos fines, nuestra meta es también explicar la era socialista china, en lugar de tratar cuestiones del socialismo del siglo veinte en general. Estudios comparativos de diferentes proyectos revolucionarios valdrían la pena, pero estos estudios requieren medidas justas de comparación. Hoy en día la literatura sobre China y otros estados socialistas está fuertemente formada por la experiencia Rusa. Una de nuestras tesis fundamentales es simplemente la de que China no es Rusia. Aunque influenciados por la experiencia rusa, los intentos chinos de emularlo nunca fueron completos y fueron aún así aplicados en un contexto fundamentalmente diferente. Más importante aún, el punto de referencia ruso en sí mismo estaba también constantemente moviéndose, y los Chinos a menudo tomaron de períodos diversos de la historia rusa para diseñar sus propias formas de manejo de empresas y planificación industrial.

Más allá de esto, la geografía de la influencia Rusa fue desigual. Fuera del corazón industrial del noroeste, la producción china fue más fuertemente formada por otros sistemas de manejo de empresas, planificación económica y administración estatal. Si los chinos tomaron a Rusia como un modelo, también heredaron numerosos otros modelos -de la era imperial, del régimen nacionalista de la época republicana, del japonés y el de las empresas occidentales en las ciudades costeras. Todas estas influencias fueron combinadas en intentos conscientes de crear una nación distintamente “china”, completa con una economía nacional unificada. El resultado fue un sistema más descentralizado y más desigual que el sistema visible en la propaganda de la época. 

Otra de nuestras tesis fundamentales es que hay una gran diferencia entre lo que la China socialista dijo y lo que hizo. Mucha de la literatura actual (tanto académica como la producida por la izquierda) usa información poco confiable obtenida de fuentes dudosas. Está fundada en evidencia desactualizada recogida en un tiempo en que habían ganancias o pérdidas políticas basadas en la “línea” que uno tomara respecto a temas como la Revolución Cultural. El método básico usado en tal literatura es idealista. La propaganda se examina como si se tratase de descripciones factuales del sistema industrial. Fábricas modelos son descritas como si reflejaran la cuestión real. El mito del socialismo chino se espera que coincida uno a uno con la composición actual de la sociedad china. China de nuevo se vuelve una suerte de espejismo, esta vez reformateado para las nuevas coordenadas de la guerra fría. El resultado es una versión Potemkin Village de la China socialista, por un lado vilificada y por el otro sostenida como una de las pocas luces centelleantes en la oscuridad de un siglo perdido. 

Hoy en día tampoco tenemos dinero corriendo en la apuesta. Las únicas apuestas que vemos son las posadas por nuestro momento presente: una China que es central a la economía global pero también golpeada por sus crisis, su crecimiento alentándose, su población rota entre un futuro ausente y un pasado inalcanzable. Si estas son las apuestas reales, entonces merecen un análisis histórico digno de ellas. Nuestra meta es usar las mediciones más concretas y confiables posibles para poder contar una historia materialista de China. La mitología socialista representada en la propaganda, ceremonia popular y costumbre cotidiana, no es ignorada sino relegada a su real significancia: la de un proyecto ideológico tomando la resiliencia de una religión, capaz de expresar ciertas esperanzas, miedos y verdades sociales, pero incapaz de describir la economía realmente existente. Nuestro foco es en números duros, nueva evidencia desclasificada y una constelación de etnografías y proyectos de investigación archivística más confiables.

El resultado, esperamos, un dibujo de la China socialista como realmente fue, ni un terreno baldío totalitario ni el reino del cielo. La nación que nosotros ilustramos adelante no es “la China de Mao” en ningún sentido de esa frase. Era el proyecto construido por millones de personas y su último (aunque no determinado históricamente) resultado es la China que hoy vemos -una China que sostiene la economía global desde sus raíces en proceso de desintegración. Una China, que esperamos, también será desarmada por más millones de gente china, junto a billones de otros destruyendo sus miles de naciones, y con ello esta economía que enyuga a cada individuo al todo y el todo a la nada. 

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