
Terror de clase. Pesadillas y temores de empresarios, gobernantes y terratenientes
En 1997 la maquinaria cinematográfica de Disney se encontraba a todo vapor produciendo éxito tras éxito en películas animadas para público infantil y familiar. Buscando repetir aquellas fórmulas, 20th Century Fox lanzó a las salas la película animada y musical del momento: Anastasia.
En los primeros minutos del film se muestra al Zar Nicolás como un padre cándido y bonachón, mientras la voz en off de su madre narra con nostalgia: “vivíamos en un mundo encantado de elegantes palacios y grandes fiestas”. El oasis de la Rusia zarista es interrumpido por un Rasputín1 que maldice a la dinastía Romanov condenándolos a muerte.
Las energías malévolas de Rasputín, transformadas en una suerte de pequeños demonios, se dirigen al pueblo contagiando el malestar que de una u otra forman los guían en la insurrección abriendo las puertas del palacio para que las masas destrozaran y asesinaran a la familia del Zar. Anastasia, la hija del Zar Nicolás, habría conseguido escapar milagrosamente para luego pasar por una serie de desventuras hasta reencontrarse con parte de su familia.
La película muestra las “injusticias” a las que fue sometida la familia real y un irracional deseo de venganza por parte de los oprimidos contra los ricos y dueños del mundo. La revolución rusa paulatinamente se fue transformando en uno de los principales hitos del siglo XX en graficar el terror que los opresores sintieron ante los levantamientos, revueltas e insurrecciones.
Durante un primer momento la Checa y las persecuciones políticas por parte del aparato soviético que posteriormente se conocieron como terror rojo, no existían. En las primeras semanas no se había desatado ni institucionalizado aquella autofagia caníbal que mientras persiguió bajo acusaciones de “traición a la revolución”, forjaba una casta burócrata partidaria que remplazaría el rol de dirigentes y opresores.
Es precisamente en las primeras semanas y meses que la clase dominante fue saqueada, asesinada, obligada a despojarse de cualquier privilegio, sometidos a realizar trabajos manuales y ser supervisados por antiguos sirvientes. El relato mágico de la película animada culpó de esto a las maldiciones de Rasputín, por su parte la versión oficial buscó responsabilizar de la instalación de este resentimiento a los bolcheviques. Investigaciones un tanto más acuciosas a nivel histórico2 revelan la existencia en las profundidades del pueblo ruso de ciertas costumbres comunales y aldeanas que mezcladas con una forma peculiar de entender el cristianismo hacían que la riqueza excesiva se percibiera como inmoral. La guerra o la expropiación a los ricos era visto como un camino hacia el paraíso en la tierra, un acto de justicia. En su momento, llevar el terror a los patrones y terratenientes no provino de la burocracia partidaria ni su policía política, la guerra a los ricos vino precisamente desde abajo.
Fue aquel miedo a la pérdida absoluta de un mundo construido a su medida, el que se instauró no sólo en los agonizantes gobiernos absolutistas, sino en toda la clase dirigente, los patrones, terratenientes, opresores, empresarios y burgueses. El hito en Rusia mostró la pérdida total y absoluta de los poseedores de todo, aquel terror rápidamente se transformó en miedos atávicos para la clase dominante, cruzando fronteras, países, gobiernos, continentes y océanos. La vuelta del tablero, en forma de insurrección, por parte de quienes hace poco eran dulces sirvientes convirtiéndose en sangrientos verdugos comenzó a ser la pesadilla oculta y recurrente. La joven y hermosa Anastasia arrancando de un palacio atacado por una muchedumbre maldita que injustamente le arrebataba su vida familiar de tranquilidad y honestos lujos.
Los miedos no permanecieron ceñidos a momentos históricos determinados sino que se expandieron y avanzaron incorporando distintos elementos del contexto local. ¿Qué tan lejos estaba la clase dirigente en Chile de sentirse atemorizada por la huérfana Anastasia que perdía irremediablemente todos sus privilegios? O quizás más interesante puede resultar explorar ¿con qué miedos los dueños y patrones de este país han debido lidiar durante décadas?
A 17.122 kilómetros y varias décadas después, en Chile, el terror al comunismo se incubaba con fuerza en el seno de la burguesía. Las fake news y la posverdad tienen su prehistoria en la guerra psicológica de aquellos años y en las campañas visuales anticomunistas con imágenes de tanques soviéticos por las calles de Santiago o niños formados militarmente3. Ejemplo claro de estos miedos ancestrales los encontramos en 1964 con la publicación por parte de la editorial Gabriela Mistral de “Quintral”, novela de Isabel Letellier. Dicha ficción literaria presenta un futuro próximo donde tras el triunfo de una coalición de izquierda instala en Chile un gobierno totalitario. Juan y Pilar, los protagonistas del relato, son dueños de una pequeña fábrica que comienzan a ser acosados con la implementación de un socialismo que solo sembraba miseria, empobrecimiento y una pérdida de la identidad chilena. Ambos sorprendidos e impactados por el cambio que ha tomado el país, comienzan a organizar una revuelta que prontamente se transforma en insurrección con el apoyo de las fuerzas armadas para desestabilizar el régimen comunista.
“Quintral” es la versión orwelliana del futuro distópico de la burguesía chilena. La llegada de la Unidad Popular al gobierno en 1970 solo dio rienda suelta a aquel temor subterráneo. Algunos escapando del país, otros conspirando, pero todos ciertamente temerosos ante lo que veían como el desmantelamiento de su mundo. Las medidas ciertamente reformistas de la vía chilena al socialismo, se encontraban lejos de los grandes saqueos e incendios a las casitas del barrio alto, pero la potencia y fuerzas por subvertir la realidad en la década de los setenta eran leídas por patrones y latifundistas con un nerviosismo que cada tanto pasaba a terror.
En ocasiones el miedo puede paralizar, pero en otros momentos se convierte en una fuerza movilizadora que impulsa a actuar. De una oculta vergüenza por sentirse vulnerable y débil, se pasa a una gallarda rebeldía. Así fue el caso de varios jóvenes de la burguesía que decidieron ingresar a Patria y Libertad para constituir una fuerza de choque que con cascos y linchacos enfrentaban sus pesadillas.
Sabotajes, atentados a generales, juntas secretas con militares disconformes, movilización callejera, pero también conspiraciones con agentes norteamericanos, fueron parte del entramado que desplegó la burguesía local para combatir su temor. Su estrategia dio frutos en la primavera de 1973 y pudo respirar con algo de paz en medio de un país sembrado de centros de tortura y desaparición.
Octubre del 2019: Evasiones en el metro, disturbios, barricadas, cacerolas, estaciones del metro en llamas, humo, disturbios generalizados por todo el territorio, estado de sitio, militares en las calles, toque de queda…nuestra propia primavera.
El mundo de elegantes palacios y grandes fiestas que narraba la abuela Anastasia, tenía su correlato local en clubes de golf, elegantes hoteles o centros de evento exclusivos. Todo ello parecía sostenerse como un frágil palafito. Aún era 21 de octubre y un audio de la primera dama, Cecilia Morel, es filtrado por la prensa. Con voz pavorosa le señala a una amiga:
“Adelantaron el toque de queda porque se supo que la estrategia es romper toda la cadena de abastecimiento, de alimentos, incluso en algunas zonas el agua, las farmacias, intentaron quemar un hospital e intentaron tomarse el aeropuerto, o sea, estamos absolutamente sobrepasados, es como una invasión extranjera, alienígena, no sé cómo se dice, y no tenemos las herramientas para combatirlas”.
Tras describir la situación, levanta su propia propuesta: “Por favor, mantengamos nosotros la calma, llamemos a la gente de buena voluntad, aprovechen de racio… racionar la comida, y vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás”4.
Las palabras de Morel podrían haber sido, tal vez, las mismas que los Romanov habrían pronunciado tratando de asegurar su subsistencia, enfrentándose a la peor de sus pesadillas. El temor presente en el audio de la primera dama, no dice relación a su rol como parte del gobierno, sino principalmente desde su posición de clase, un temor extendido a toda una clase.
Las escenas se suceden al unísono y en algunos videos virales se pudo escuchar con claridad otras voces temblorosas. Voces de los hijos de los dueños del país que trasladándose en automóviles graban sorprendidos y aterrorizados una barricada cerca de sus barrios. En su voz se percibe un temor genuino, mismo temor y sorpresa se ve en un diálogo entre dos mujeres de Las Condes, al ver desde un edificio una manifestación por sus calles. El diálogo no tiene nada que envidiarle a una película de extraterrestres: “Es la bandera mapuche? ¡Weona no pueden estar en las condes estos culiaos!”
Andrés Benítez, gerente general de Copesa, Holding que concentra los principales medios de comunicación en Chile, entrega un testimonio desde las entrañas de la clase:
“Yo la vi [a la elite] en un comienzo excesivamente asustada. Por su integridad física, casi que le podía pasar algo a su vida o a sus cosas porque iba a venir una turba detrás de ellos. Me sorprendió mucho que algunos incluso hablaran de la idea de que hay que irse de Chile (…), había mucho temor, mucho temor. Como si esto fuera una lucha de clases. No sé por qué lo entendieron así”5.
A principio de los sesenta, el historiador británico E.P Thompson desarrolló un estudio de la clase obrera en Inglaterra, y para ello decidió escapar de los paradigmas deterministas que caracterizaban al proletariado sólo desde su relación con los medios de producción. Thompson pone el foco en la propia experiencia de los sujetos que permiten formar y constituir la clase.
A través de vivencias y creaciones los artesanos, pequeños productores y campesinos fueron constituyendo la clase obrera acumulando un sinnúmero de realidades/experiencias colectivas devenidas desde la explotación; de esta forma la experiencia adquiere un rol protagónico en la permanente constitución de la clase.
Utilizando la maquinaria epistemológica de Thompson, no parece tan disparatado observar la constitución y permanente recreación de la clase dominante desde su experiencia o incluso desde sus miedos.
El cúmulo de experiencias y miedos de empresarios, terratenientes y gobernantes sin lugar a duda le han ido otorgando una identidad propia a su clase, que en periodos de tensión social consiguen causar cohesión. Es precisamente aquella lucha de clases que el gerente de Copesa no conseguía comprender, pero la vive día a día.
Entregados al temor, sin vergüenza alguna ni necesidad de resguardar las formas, los dueños del país se comportaban erráticamente. En noviembre del 2019, una manifestación ciertamente pacífica tocando cacerolas irrumpió al interior del centro comercial Portal La Dehesa. La respuesta fue inmediata y abrumadora: un montón de gerentes y patrones que se encontraban en sus horas de paseo/consumo comenzaron a indignarse y elevar unilateralmente el conflicto con los manifestantes. Golpes e insultos se suceden: “ándate a tu población de mierda, roto conchesumadre”, diría uno mientras intenta alcanzar a un manifestante, mientras que otro vociferando “no pueden meter bulla acá” consigue lanzar al suelo a uno. El pequeño grupo con cacerolas y algunas banderas, ciertamente ingenuos, no previeron la respuesta de una burguesía realmente aterrorizada.
El temor tuvo su correlato en oscuras proyecciones económicas. El dólar, la moneda de referencia de la economía chilena, comenzaba un alza irrefrenable alcanzando un máximo histórico para la época de 827 pesos chilenos. La incertidumbre reinaba y el oasis chileno se transformaba en un tenebroso bosque desconocido.
Buscando sacudir a su propia clase, Andrónico Luksic, dueño de innumerables empresas claves de la economía chilena, se compromete públicamente a que ningún trabajador de sus empresas ganará menos de 500.000 pesos mensuales, cuando por ley el salario mínimo rondaba los 300.000. Luksic buscó dar una señal a su propia clase para con este gesto negociar la paz mientras las calles no dejaban de arder.
No solo arrinconados en sus barrios, observando con el ceño fruncido la incertidumbre económica o aterrados frente a las pantallas de la TV, los dueños del país decidieron tomar cartas en el asunto y cruzar aquel hito fronterizo que constituye la Plaza Baquedano/Italia/Dignidad y disputar el terreno a los revoltosos ahí donde se encontrasen. Si el Estado aún tambaleante y trizado no conseguía imponer la paz con su monopolio de la violencia, tenía que ser la movilización de la clase dominante la que consiguiera frenar aquella pesadilla.
Una vez firmado el acuerdo por la paz y la nueva constitución entre toda la clase política, un grupo de “anónimos ciudadanos” decidieron bajar a Plaza Baquedano para cubrirla por completo con telas blancas e inscribir en la mitad la palabra paz. No había duda que la paz a la que se hacía referencia no era el cese de las mutilaciones oculares en las manifestaciones, sino aquella imagen fantasiosa de paz previa a octubre, aquella paz de “los chilenos que hacen la pega calladitos”.
Menos poético y más práctico en contener la revuelta se manifestó un empresario anónimo que, en enero del 20206 decidió regalarle a los vecinos de San Borja y a carabineros una serie de bloques de concreto de más de dos metros de altura que fueron conformando una enorme muralla alrededor del monumento y la iglesia de carabineros frente al GAM. La inversión privada decidió regalarle un parapeto para que el GOPE y fuerzas especiales pudieran cargar tranquilamente sus escopetas y resguardarse. Un par de días y aquel muro fue pintado con las consignas propias de las protestas. Un par de semanas y aquel muro fue destrozado con el ingenio propio de los revoltosos7.
Las fachadas de instituciones financieras y comerciales comenzaron a ser blindadas con gruesas placas de acero. Sobre ellas, inscripciones como “El miedo cambió de clase”8 transformaba en palabras la sensación que se respiraba.
En no pocas ocasiones se trasladaron desde los barrios de la zona oriente hacia el centro, huestes de jóvenes ricachones, particularmente poco diestros en el manejo de utensilios de limpieza. Frente a las cámaras y con la sensación de realizar una obra benéfica realizaban una performance de limpieza y pintura a la ciudad vandalizada. Rápidamente las cuadrillas de adolescentes de clase alta pintando la ciudad a tempranas horas fueron cambiando el tono comenzando a portar chalecos amarillos y realizando marchas internas en la adinerada comuna de Vitacura. El chaleco amarillo comenzaba a ser un símbolo para la defensa de la propiedad y el comercio.
Las expresiones más gráficas de este miedo movilizador las encontraremos luego en los grupos de choque de la llamada nueva derecha que desfilaban con escudos y bastones custodiados por la policía9. Menos performático fueron los balazos disparados por el chaleco amarillo, John Cobin a la hora de enfrentar a manifestantes que cortaban el tránsito en Reñaca para noviembre del 2019. Dos heridos dejó el temor que el libertario de derecha venía incubando desde octubre y vociferaba en sus programas de internet: “Me sentí amenazado en mi auto, cargué mi arma registrada y disparé […]. No hice nada mal”
Lejos de las calles y literalmente en las alturas de “Sanhattan”, en el piso catorce donde las oficinas del consorcio Quiñenco operan, un paquete bomba compuesto por medio kilo de dinamita enviado por grupos anarquistas consigue llegar al escritorio de Rodrigo Hinzpeter, ex ministro del gobierno de Sebastián Piñera y gerente del conglomerado empresarial. El arribo de dicho paquete en Julio del 2019 a escasos metros de las oficinas del propio Andrónico Luksic consigue ser desactivado por el escuadrón antibombas de la policía.
La vulneración a la seguridad del edificio y el temor a ser blancos de nuevos ataques, llevaron a Quiñenco a contratar la empresa española Alto Analytic como asesora de inteligencia y seguridad. La revuelta de octubre los sorprende iniciando sus actividades, por lo que el grupo empresarial le solicita realizar un análisis sobre las causas de aquella violencia masiva y transversal. Cien páginas contenía el informe Big Data que recopilaba vigilancia a redes sociales y sitios de internet que con un sofisticado software y analistas destacados explicaría los intereses detrás del quiebre de la normalidad.
El miedo al descontrol de la violencia y la incapacidad del Estado para contenerla, era seguido por un miedo a lo desconocido, haciendo inexplicable el por qué los buenos trabajadores, estudiantes modelos, las amables dueñas de casa pasaron a encapucharse, montar barricadas y quemar bancos. El informe Big Data tenía la explicación perfecta, concluyendo la injerencia extranjera en el levantamiento y una sorpresiva participación de grupos K-pop coreanos como protagonistas y fuente de inspiración en los interminables disturbios.
Con el informe impreso, a finales del 2019 Rodrigo Hinzpeter decidió que lo más prudente era entregarle personalmente esta valiosa información al gobierno. El acápite sobre la influencia extranjera era particularmente relevante ya que fue una de las tesis predominantes para el gobierno: eran los demonios de Rasputín embrujando a la señora juanita y al honesto chileno promedio. Para el ex político devenido en empresario no fue difícil acordar una reunión con el gobierno en las oficinas de la Agencia Nacional de Inteligencia, donde acudió personal de inteligencia de las Fuerzas Armadas, personal del Ejecutivo y obviamente el propio Hinzpeter como representante de Quiñenco con varias copias de aquel informe.
Días después, en tono triunfal, el ministro del interior Gonzalo Blumel señalará a la prensa que ahora cuentan con “información extraordinariamente sofisticada”10, que pondrán a disposición de la fiscalía para investigar la revuelta como un plan extranjero tendiente a socavar la institucionalidad del Estado de Chile. Está declaración ocurrió cuatro años antes que Sebastián Piñera describiera a la revuelta como un golpe de estado no tradicional. Sin duda persistió la misma tesis.
Aterrorizada, la clase dominante veía tras sus pesadillas a desconocidos monstruos extranjeros que conspiraron sigilosamente para dinamitar la estabilidad social del jaguar de Latinoamérica y luego desaparecer. Los temores del 2019 se entrelazaban con los de 1973, creando una amalgama de pesadillas que se superponían, como si fueran la misma sombra manifestándose de maneras diferentes.
El contexto local otorgó sus propios insumos a los miedos atávicos de la clase. Del temor a cubanos y tanques soviéticos que invadirían las costas chilenas al arribo de revoltosos profesionales, se mantuvo aquella tesis de un otro foráneo que agrieta el orden social nacional. Lo cierto es que estos temores parecen ser una proyección de su propia experiencia en la década de los setenta cuando agentes norteamericanos se transformaron en sus mejores aliados y financistas para derrocar el gobierno de la Unidad Popular. Las pesadillas y el temor que mantiene la clase dirigente son, en parte, una proyección de su propia realidad.
Conocedores de la fragilidad de su mandato, en momentos de agitación o agrietamiento de la obediencia, los gobernantes, terratenientes y empresarios en sobresaltos temerosos batallan contra sus molinos de viento. Los temores y fragilidades quedan expuestos, completamente al desnudo, mostrándonos la arquitectura valórica y los nudos argumentales de los dueños de todo. Una radiografía completa, un cuaderno de notas de las sesiones psicológicas de la clase dominante. Saber leerlo pareciera ser una tarea imprescindible entre quienes padecemos su mundo encantado de elegantes palacios y grandes fiestas.
Notas
1 La versión animada es ciertamente inexacta con los datos históricos. Si bien Raspuín era el consejero de la familia del Zar y se inspiró en distintas artes ocultas, no mantuvieron mayores problemas con la dinastía Romanov. Rasputín es asesinado en 1916, mientras que los Romanov fallecerán en 1918.
2 Figes, Orlando. La revolución rusa: La tragedia de un pueblo (1891-1924). (España: Edhasa, 2010)
3 Casals, Marcelo. La creación de la amenaza roja. Del surgimiento del anticomunismo en Chile a la «campaña del terror» de 1964. (Chile: Lom, 2016)
4 https://www.youtube.com/watch?v=JVDbArXl2Y8
5 https://www.df.cl/economia-y-politica/pais/las-columnas-que-no-escribio-andres-benitez
6 https://eldesconcierto.cl/2020/03/13/los-muros-de-los-que-nadie-se-hace-cargo-instalan-gran-muralla-a-metros-de-la-plaza-de-la-dignidad
https://www.latercera.com/nacional/noticia/los-14-dias-del-muro-del-barrio-san-borja/1003534/#
7 Los manifestantes comenzaron a traer martillos, mazos destruyendo paulatinamente los muros y usando sus escombros como proyectiles contra la policía. Ante la dificultad de destruirlos completamente, se utilizaron sogas y cables consiguiendo derribarlos completamente.
8 Equipo de investigaciones de Tempestades. “Rabia dulce de furiosos corazones. Símbolos, íconos, rayados y otros elementos de la revuelta chilena (Chile: Editorial Tempestades, 2020)
9 Cortés, Julio. ¿Patria o Caos? El archipiélago del posfascismo y la nueva derecha en Chile. (Chile: Editorial Tempestades, 2021)
10 https://www.interior.gob.cl/noticias/2019/12/19/ministro-blumel-encabeza-consejo-nacional-de-seguridad-publica-interior-y-pide-articular-de-mejor-forma-el-trabajo-de-las-instituciones/