Contra el arte de ser un filósofo anodino.
Una reflexión en torno al notable filósofo chileno don Juan Rivano Sandoval
No es difícil ser un filósofo anodino[1]. Las profundidades inescrutables de lo óntico y lo ontológico son apropiadas para ello. También la deconstrucción que se deconstruye a sí misma, la tarea edificante de predicar el amor universal, o la confusión entre filosofía y filología. Hablando lentamente, con una sostenida impresión de profundidad, usando fórmulas llamativas, razonando de manera metonímica, deteniéndose en la etimología y los precedentes griegos, dedicándose a describir textos, o a transcribirlos desde la fuente manuscrita a la letra imprenta, se puede sobrevivir muchísimo tiempo. En una universidad anodina se puede obtener un salario y una dedicación de tipo keynesiano, de esas que son ya cada vez más escazas debido a la voracidad de las universidades de mercado. Se puede vivir apaciblemente, cortésmente ignorado, respetado por todos sin que se sepa muy bien porqué. Con el paso despiadado del tiempo, en la medida en que otros filósofos anodinos mueren, se puede ir ascendiendo lentamente en la escala de la notoriedad social. Se puede llegar a ser invitado a dar conferencias en organizaciones benéficas, sobre temas benéficos, con estipendios benéficos. Esporádicamente, cuando haya que decir algo profundo, se pueden alcanzar unos veinte o treinta segundos en la televisión. Mientras más viejo mejor, sobre todo si ha llegado a faltar la competencia, y no hay algún mundial de futbol de por medio. Por supuesto, mientras más profundo mejor. Profundo, una apariencia que no inquieta ni importa a nadie. Y se puede por fin morir, homenajeado por las autoridades académicas, civiles, militares y eclesiásticas, honrado por el Ministro de Educación y el Ministro de Cultura y el Rector de la Universidad de Chile y el filósofo anodino que le sigue en la lista.
Es sobre este fondo, tan cotidiano, gris y conocido en nuestro país, que brilla, con el paradójico brillo invisible de lo importante, nuestro Juan Rivano Sandoval, originario de Cauquenes, y de las profundidades del Pedagógico histórico. Profesor de matemáticas y filosofía. Filósofo de la lógica, del mito y del lenguaje, traductor de Francis H. Bradley, Joachim Israel y Harlod H. Joachim, estudioso de Hegel, Marx y McLuhan, crítico del totalitarismo y del racionalismo ilustrado, admirador de los cínicos antiguos y crítico de los modernos.
Don Juan Rivano difícilmente podría figurar en los homenajes oficiales, menos aún en los de nuestras elites académicas, a las que también debe haber incluido en una frase tan suya, recordada por uno de sus estudiantes: “ah!, nuestras elites… ¡esa caterva de monos amanerados y ridículos!”. No habló en términos espirituales, ni en el lenguaje de los escogidos de “el Ser”. No escribió un anti poema para Frei Montalva, ni una loa para Ricardo Lagos. No se hizo el gracioso cuando la historia llamó a su puerta, ni se hizo el profundo cuando alguien le recordó a golpes las tareas de la filosofía.
Cuando los demás leían a Husserl y a Nicolai Hartmann, Rivano prefirió a Hegel y a Marx. Cuando todos creían obligatorio leer a Marx él prefirió a Marshall McLuhan. Cuando ser marxista parecía un deber ineludible y la deconstrucción era apenas un rumor entre afrancesados, Rivano escogió deconstruir el marxismo real y ver en él la presencia de la racionalidad tecnológica que totaliza el mundo. Cuando en Chile la filosofía no bajaba del espíritu Rivano habló de manera ácida y terrestre. Cuando empezaban a prosperar los siúticos con sus retóricas floridas Rivano prefirió hablar claramente, con claridad de profesor secundario, de maestro en lógica formal, con la claridad de un buen argumentador, formado en la polémica y en la maestría de la diatriba filosófica.
Terrenal, plenamente situado en los dramas de la historia chilena, su acidez no estuvo exenta de pasos en falso y opciones dudosas. Como muchos, quedó atrapado en las dicotomías de la Guerra Fría, y la hora más trágica de Chile lo encontró en la vereda opuesta. Vio mucho más claramente el Gulag soviético que el fascismo chilensis, le pareció más nítido argumentar contra la tecnología que detenerse en las luchas de todo un pueblo, vio mucho más claramente el totalitarismo europeo que el totalitarismo enquistado en el Chile profundo. Cuando por fin pudo hacerlo, en sus reflexiones sobre el mito y el lenguaje, ya era tarde. Apoyó a la caterva de monos amanerados en contra de Salvador Allende. Cuando por fin vio que eran capaces de asesinar y torturar y quiso, trágicamente a destiempo, oponerse al bando que él mismo ayudó a triunfar, ya era tarde. Lo pagó en las prisiones de la DINA y luego con largos años de exilio. Cuando por fin pudo volver, doce años después, nuevamente era tarde. El triunfalismo concertacionista lo ignoró cruelmente. Ninguna universidad chilena le ofreció un empleo digno, adecuado a su larga y productiva trayectoria. Los que decían oponerse a la Dictadura, sólo para terminar legitimando su obra, le recordaron que había apoyado el Golpe. Los que recordaron que él también estuvo preso y exiliado no le perdonaron sus escritos incómodos y sus antiguas peleas con los profesorcitos del Pedagógico que, por supuesto, sí sobrevivieron, y sí alcanzaron, por inofensivos, los honores y famas que él mereció.
Rivano fue hegeliano y anti hegeliano a su manera. Como hegeliano (1959-1965) se inspiró en los neo hegelianos ingleses de principios del siglo XX. Su acercamiento a Hegel fue más bien de tipo epistemológico, en consonancia con sus preocupaciones en torno a la teoría del conocimiento y la filosofía de la ciencia. Su traducción de Apariencia y Realidad (1893) de Francis H. Bradley (Ediciones Universidad de Chile, 1961) y su exposición más detallada y pedagógica de parte de los argumentos del inglés en Introducción al Pensamiento Dialéctico (Editorial Universitaria, 1972) son, pasados ya más de cincuenta años, dos de los textos más importantes publicados en Chile en torno al hegelianismo y, ciertamente, los primeros en un país en que Hegel era sólo una leyenda.
Rivano fue marxista y anti marxista a su manera (1962-1971). Su alejamiento de Hegel estuvo fuertemente influido por el marxismo europeo de los sesenta. Pero su perspectiva se enmarcó en un humanismo muy lejano a las veleidades y siutiquerías del estructuralismo althusseriano. Nuevamente un innovador y un adelantado. Su humanismo no se acercó al de la Teología de la Liberación, que era una tentación inmediata. Se fundó en una visión antropológica del significado de la experiencia religiosa, y en una consideración dramática y muy directa de la miseria. Se le llegó a contar entre los simpatizantes e inspiradores del recientemente formado Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Muy luego, sin embargo, la política pequeña lo absorbió y sus seguidores miristas le dieron la espalda. Por la vía de una radicalidad de tipo ultra izquierdista llegó a convertirse en un crítico del gobierno de Salvador Allende. Pero también, por esa misma vía, en un crítico del marxismo. Primero del marxismo real. Creyó ver el modelo soviético en el marxismo chilensis y criticando al primero arribó a la crítica del segundo. Luego, mucho más allá, sin embargo, y muy de acuerdo a su vocación de filósofo, avanzó hacia una crítica muy radical del fundamento de las posturas marxistas.
Entre Hegel y Marx (Ediciones Universidad de Chile, 1962), De la Religión al Humanismo (Ediciones Universidad de Chile, 1965), El punto de vista de la miseria (Ediciones de la Facultad de Educación, 1965), Cultura de la Servidumbre (Ediciones hombre nuevo, 1969) y Proposiciones sobre la totalización tecnológica, (que sólo circuló como una edición del Centro de Alumnos de Filosofía de la Universidad de Chile, 1971) constituyen el conjunto de textos que atestiguan este ciclo de crítica y contra crítica. Son sus mejores libros. Son, hoy en día, un conjunto ejemplar, que muestra la enorme vitalidad y capacidad creadora de uno de nuestros pensadores mayores. Alejados ya del sonido y la furia de la Guerra Fría y sus dicotomías dramáticas, lejos ya de la luz y la oscuridad de las buenas o malas opciones del momento, son uno de los ciclos mejor logrados en lo que podría ser considerado como filosofía chilena.
A pesar de la larga fidelidad de Bravo y Allende Editores, que por casi veinte años (1990-2006) lo publicó periódicamente, estamos muy lejos de conocer una edición completa de sus escritos. Peor aún, las ediciones de Bravo y Allende, pequeñas y casi marginales, se hacen cada día más escasas, y difíciles de conseguir. Desde luego, nos faltan los muchos textos que escribió, en inglés y en sueco, durante su exilio, como docente en la Universidad de Lund (1976-1987). Nos faltan sus reflexiones sobre Heidegger, sobre antipsiquiatría, sus diálogos con el sociólogo sueco Joachim Israel en torno a la crítica del marxismo, sus reflexiones sobre filosofía del lenguaje y sobre filosofía de la psicología, sus reflexiones sobre literatura, sobre el habla y las creencias populares, sus revisiones, cada vez más críticas, sobre el totalitarismo tecnológico.
Nos falta, sobre todo, sin embargo, el reconocimiento de su obra. Su estudio sistemático, su reflexión. Falta una reflexión global en torno a la figura del filósofo exiliado de su patria y de su gremio por sus propios compatriotas y sus propios colegas. Una reflexión sobre las grandezas de la educación chilena, que fue capaz de producir en los años cincuenta y sesenta una variadas gama de intelectuales como Osvaldo Fernández, Félix Schwartzmann, Armando Cassigoli, Eduardo Novoa Monreal, y tantos otros que han compartido con él su exilio externo e interno. Y sobre las pequeñeces de esa misma educación, agravadas hoy por el lucro y la farándula política que, al considerar a estos pensadores, resultan tan agobiantes y oscuras.
Hay muchas maneras de ser un filósofo anodino, tantas que es difícil lograr un dominio claro y competente en un arte tan mezquino como sutil. Ese arte filosófico, tan cotidiano, tan presente, tan común, fue uno de los pocos que don Juan Rivano Sandoval, natural de Cauquenes, desconoció. Esa incompetencia, en su caso al parecer irremediable y manifiesta, lo mantiene hasta el día de hoy en el exilio. Depende de la construcción de una nueva manera de ser intelectual en Chile que podamos traerlo nuevamente de vuelta a esa vieja patria chilena que amó y que, como a todos nosotros, lo espera impaciente.
Santiago, Junio de 2015