De la Teología policial hacia la Nueva suavidad - Carcaj.cl

Ilustración: "Paco-Vampiro", de Cristián Lizama (@cristianlizama_art): Imagen completa más abajo.

10 de noviembre 2020

De la Teología policial hacia la Nueva suavidad

por Gonzalo Luna Sandoval

En medio de una revuelta de los cuerpos, nos asalta la encarnación de un régimen sobre la vida. Las políticas de salud comienzan a dar el pie a la marcha del control aún más acentuado de los cuerpos. Control de cuerpos que se torna más evidente en la instanciación de la vida, la vida se hace cuerpo, o más bien devela aquello que permanece oculto, cierto teatro del cuerpo teatro de la vida. La vida. Cuerpo y vida, vida-cuerpo. Las violencias hieren cuerpos, los cuerpos afirman la vida entre tanta violencia. No pretendemos aquí “hacer una aproximación epistemológica del dolor” cuando presenciamos la función policial experimentada sobre los cuerpos.

Atestiguar un régimen policial -y por qué no pandémico-, pareciera (desde nuestra propuesta) no ir más allá que dar cuenta del Estado de excepción y el milagro de la decisión soberana. La excepción, entendámonos, cobra sentido cuando el sinsentido ha sobrepasado toda posibilidad de cálculo. Cuando se escurre el azar de los acontecimientos; la soberanía, por otra parte, aparece con la decisión facultativa de cierto ejercicio del poder. “Lo excepcional es lo que no se puede subsumir; escapa a toda determinación general, pero, al mismo tiempo, pone al descubierto en toda su pureza un elemento específicamente jurídico, la decisión” (Carl Schmitt, Teología Política). Así, hemos habitado una normalidad-excepcional. Nos hemos agregado a la lógica del control y del salvoconducto, la disciplina de la mascarilla y el distanciamiento social, al toque de queda y los cordones sanitarios. Pero esto no es más que aquella constatación de la excepción, la regla por fuera de la regla. Y esto no es nuevo, por muy presente que esté diariamente, existió desde antes, quizás de modo más sutil -no por eso menos efectivo, en cuanto producción de antagonismos contraestatales-.

Existen, dentro de un marco legalista, ciertas formas jurídicas que no son sólo correspondientes al “poder judicial”. Siguiendo a Schmitt, deberíamos entender que para explicar lo jurídico, es necesario impregnarlo de la decisión: “Porque todo orden descansa sobre una decisión”. Es decir que el orden, entendido como una situación creada -como un marco legal/ilegal-, fue y es continuamente re-establecido. Y este orden le correspondería plenamente a la pragmática Estatal-policial. Aquí el distanciamiento de lo plenamente jurídico, porque aparece la figura policial. ¿Cuáles son las situaciones que crea y sostiene la policía? ¿a qué relato corresponden sus acciones? ¿y hasta dónde extiende su presencia?

Diremos que las situaciones que intenta gobernar son todas y ninguna. “Aquí reside el carácter propio, y el obstáculo, del Estado moderno: no se mantiene más que por la práctica de aquello que quiere conjurar, por la actualización de lo que supone ausente. Algo de esto, saben los polis, que deben contradictoriamente aplicar un <<estado de derecho>> que, de hecho, descansa únicamente sobre ellos.” (Tiqqun, Introducción a la guerra civil) Esta aplicación del estado de derecho, esta decisión, corresponde a las regulaciones microfísicas que los regímenes político-policiales a nivel mundial aplican sobre los cuerpos y la diferencia.

Y dentro de qué relato se inscriben estas prácticas, pues no será otro que en la fabula Teológico policial. Habiendo sobrevolado la vinculación del estado de excepción y la decisión, sobrevolemos ahora la herencia teológica secularizada del Estado moderno. Concedámonos la licencia de pensar que esta herencia es palpable al homologar la Omnipotencia de Dios, a la Totipotencia del legislador/soberano. Y la fábula policial, como toda producción, ha producido su propia Naturaleza: El instinto policial, ese olfato del que todo buen policía debe dar cuenta. Por lo tanto, sus acciones dan cuenta del relato que se cuenta a sí misma, de su virtud natural de anticipar aquello que, como heredero trinitario (Dios, Estado y Policía), debe conjurar. El instinto policial está estrechamente articulado sobre su capacidad de decisión, sobre la aplicación del estado de derecho.

Por otra parte, la extensión de su presencia se hace evidente en el cuerpo a cuerpo. Pero también en los juicios estéticos, otra pragmática Estatal-policial. Cualquiera que vista de uniforme marca una diferencia, respecto de quien viste “lo civil”; a su vez cualquier diferencia presenciada en tal o cual situación responde a esta pragmática. Ver un Ferrari pasar por “las casitas del barrio alto” de verdes avenidas y colinas del sector oriente metropolitano, no supondrá lo mismo que, ver pasar el mismo auto por la botillería que está a un lado de la otra botillería en la periferia no-oriente. Como tampoco será lo mismo el hecho de que un v16 esté estacionado fuera de uno de estos locales, o lo esté en el sector oriente. Mas estos ejemplos del juicio estético no atañen a la centralidad de la exposición que proponemos. El cuerpo a cuerpo de esta pragmática reconvertida de la imagen, muestra que cualquier forma-de-vida que pretenda dar cuenta de su potencia, asumiendo su inclinación -incluso estética-, será susceptible del “libre” escrutinio policial. Precisamente por esto, y en tanto que portadora de lo ajeno al orden formal, esta imagen-cuerpo es olfateada por la policía. Hay algo de demasiado-vivo ahí, hará falta inspeccionarlo.

Y es en este instinto policial, que la herencia teológica se muestra, si Dios era homologable al soberano; el milagro teológico lo es a la aplicación de la decisión. Ambas apuntan a restablecer un orden anterior, Mientras que el milagro puede convertir el agua en vino y multiplicar los peces, para no desatar un caos/pánico alimenticio; la decisión sobre la excepción pretende tomar control de aquella situación que ha sobrepasado el orden formal, o más importante aún -por su papel anticipador, el dato “duro” del instinto policial-, sobre aquella situación que puede detonar ese desbordamiento. Sea una “catástrofe natural”, una sublevación popular o un control de identidad, el milagro policial opera -al menos-, según estos principios a la base.

El advenimiento milagroso de un poder que viene a normalizar el curso de la historia, el milagro salvador de la decisión soberana que porta en sí la continuidad de la historia y su estabilidad. Todo se tambalea, tiembla, se muestra el componente sísmico de cada fragmentación con los cuerpos que afirman en sí mismos la vida.

Por lo tanto, tendremos: La creación y prolongación de las situaciones de excepción; la fábula del instinto o naturaleza policial; y la formalización de este instinto en el milagro de la decisión sobre las situaciones de excepción.

Aquí, nos alejamos de la sentencia de Schmitt. “Soberano es quien decide sobre el estado de excepción”, no tanto por desentendernos de la problemática, sino porque nos quedamos cortxs. Porque “hemos vivido lo suficiente para estar persuadidos de ello” (Nietzsche), y porque con Walter Benjamin componemos otros encuentros. Si decidir sobre el estado de excepción implica, o bien una decisión sobre su necesidad, es decir el momento cuando debe actualizarse; o bien decisión sobre el estado mismo de la excepción, como conducción de este estado hacia uno de normalidad; o bien es una composición de ambos casos, poco nos importa, por ahora. Ya que esta problemática nos lleva a pensar el estado de excepción sólo como condición jurídica: suspensión de ciertas reglamentaciones con miras a una estabilización de las mismas. Incluso no existiendo orden jurídico, la excepción permite creárselo para sí. Además, Schmitt pone límite a la interpretación de la excepción: “no toda facultad extraordinaria, ni una medida cualquiera de policía o un decreto de necesidad son ya, por sí, un estado excepcional. Hace falta que la facultad sea ilimitada en principio; se requiere la suspensión total del orden jurídico vigente.

Ahora es cuando, y quizás más que nunca antes, “La tradición de los oprimidos nos enseña que “el estado de excepción” en que vivimos es la regla” (Walter Benjamin, Sobre el concepto de historia) Tanto más que antes, porque llegar al concepto de historia que se corresponda con esta sentencia, implica la tarea productiva de nuestro estado de excepción. Pero antes, evidenciar que la excepción no pasa solamente por la suspensión del orden jurídico, sino que es la decisión quien marca lo excepcional. Y en nuestra actualidad, los cuerpos son lo excepcional, pero no todos los cuerpos -aunque la legislación explicite su ambigüedad, desmarcándose de sujetos peligrosos, e incorporándonos a todxs: una de sus clásicas tretas-, sino aquellos en lo que se vislumbra una nueva potencia excepcional, aquellos de las prácticas de nuevas suavidades.

La pragmática policial, aparece en la olla común al piso, en las verduras de la ambulante a la basura, en la detención arbitraria del desplazamiento, y en la detención como privación del desplazamiento, por nombrar algunas. Decisiones que tratan de hacer pasar por soberanías, justificaciones de cierto estado de derecho y destrucción de las potencias asambleistas. Pero estas decisiones son la excepción, que dentro de la amplia ambigüedad que registran las nuevas dinámicas del control, ofrecen el margen de movilidad necesario para actualizarse a cada instante. Y la suficiente ambigüedad para no falsear los protocolos tan descaradamente, sino solo un poquito descaradamente.

Pero la olla común, las verduras de la ambulante, las detenciones, auguran nuestra excepción. La experiencia de lo común, la experiencia de un salto al torniquete económico, y la experiencia de la intensidad de las formas-de-vida son marcadas por esta pragmática policial, que con su “reflejo condicionado”, disfrazado de instinto avanzan en persecución de estas composiciones, de estas nuevas suavidades.

¿Y qué es lo que compone esa nueva suavidad? Antes que nada, desplazarnos de la teología policial, y abrir el paso a nuestro estado de excepción. En palabras de Suely Rolnik, constituirnos como maquinas célibes: “Sin identidad, son pura pasión: nacen de cada estado fugaz de intensidad que consumen. (…) La vida se expande. Hay una alegría en esa expansión.” Cuestión que experimentamos en los encuentros, en la olla común, con la ambulante, encuentro con nosotrxs mismxs en nuestras formas-de-vida, nuestra afirmación; y en estos nuevos encuentros componer nuestro territorio -nuestra excepción-, alimentar nuestra potencia. Son estas prácticas las que componen una nueva suavidad, suavidad de cuidados si se quiere, y si nos queremos.

Una declaración totalmente jurídica de la composición de una nueva suavidad versaría más o menos de esta manera: “Pasadas las 20:30hrs del viernes 2 de Octubre del presente, es llevado hasta las dependencias de la Urgencia de la Clinica X, el adolescente de iniciales A.A. Inmovilizado, sobre una tabla lumbar, la que no corresponde ni a servicios de emergencia de salud, ni a bomberos”. Mientras que una declaración propia de esta nueva composición versaría: “Hincha del Colo se lanza al rescate de un hincha de la U”. Una nueva suavidad pasa tanto por los saberes y técnicas que agenciamos, como por la pasión de esa intensidad que consumimos. Y nuestra pasión vital se devela no-policial.

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