Collage: Nicolás Slachevsky
El collage: una válvula de escape.
El origen del arte se remonta en el tiempo hasta llegar a las primeras civilizaciones conocidas. Allí encontramos la representación de manos en negativo halladas en el año 2014 en la Isla de Salawesi que datan de más de 40.000 años; las pinturas echas con sangre de eland al sur del desierto del kalahari en las colinas de Tsodilo, Botsuana; o, las más conocidas, tablillas de escritura cuneiforme de los habitantes de la tierra de Ki – En – Gi.
Pinturas, grabados, esculturas, bajo relieves, estatuillas, herramientas, tablillas… Todas estas piezas de arte rupestre nos permiten imaginar lo que para constituyó la cotidianidad del hombre primitivo. Además, todas estas manifestaciones expresivas surgieron gracias a la capacidad mental figurativa que el hombre de esta época fue desarrollando con el tiempo y las experiencias.
Esta capacidad les permitió plasmar la vida en sus aspectos míticos (los seres thereanthopes mitad humano y mitad animal); cosmogónicos (el registro gráfico del trance experimentado por los shamanes bosquimanos) y, cómo no, su aspecto práctico (retratado tantas veces en las escenas de cacería y sus ingeniosas herramientas de hueso y piedra).
Aunque el proceso artístico ha tomado siempre elementos de la vida cotidiana, el producto artístico va mucho más allá. Éste se hace lugar muy cerca de nuestras emociones. La búsqueda de sentido ante el dolor, el miedo o el amor conduce a muchos al arte. El lenguaje figurativo, tan propio del arte, no solo sirve para reflejar el mundo que nos rodea sino que a través de él se deja ver nuestro mundo interior.
Freud, en el s. XX, nos develó el camino hacia nuestro mundo interior: el inconsciente. Y la fuerza psíquica que éste ejerce en todos los aspectos de nuestra vida. Fue él quien hizo de la palabra un medio para la curación. Años más tardes Carl Gustav Jung, quién desde muy pequeño prestaba especial atención al contenido de sus sueños, descubrió en ellos una expresión normal y creativa del inconsciente. Jung solía pintar el contenido de sus sueños para tener así un registro. Y es que el arte comparte con los sueños su plasticidad.
El hombre moderno, cansado de describir al mundo, ha usado el lenguaje simbólico para descubrirse a sí mismo. Este lenguaje nos brinda otra forma de comunicarnos pues muchas veces la palabra no acude a nosotros y en su lugar acude el símbolo en forma de imagen.
Todo símbolo constituye una representación indirecta que nos permite representar una realidad a través de otra. Los símbolos son cristalizaciones conscientes de contenidos inconscientes. El reino de la imagen, en el cual habitan, es una fuerza llena de contenidos que nos pertenecen. La elaboración de collages constituye una herramienta práctica para explorar nuestro mundo interior. A través de él fluye plácidamente esta fuerza arrolladora debido a que allí gobierna la supremacía de la imagen.
Los surrealista, impresionados por los descubrimientos de Sigmund Freud, tomaron como premisa la liberación de los contenidos inconscientes y para ello hicieron uso del lenguaje simbólico para que «la imaginación esté próxima a volver a ejercer los derechos que le corresponden»[1]. Sus técnicas se caracterizaron por dejar a un lado la lógica y abrirle paso al azar. Muchos textos de Tristán Tzara y André Bretón fueron escritos aplicando la escritura automática y el cadáver exquisito mientras que Man Ray y Max Ernest dedicaron gran parte de su tiempo a la creación de collages.
El arte debe estar al servicio de la vida. Hay que —como los griegos— hacer del acto creador una herramienta de transformación y aprender a sobreponernos a las circunstancias. El arte, utilizado como herramienta de auto ayuda —dejando a un lado el pánico que muchos intelectuales tienen a esta expresión— y de autoconocimiento, se convierte en válvula de escape y deja fluir las tensiones internas.
Desde el punto de vista terapéutico el collage «Permite ver los retazos de los que está hecha una persona: ideas, sentimientos, amores, odios, esperanzas, sueños, materiales diversos que forman la unidad de la persona»[2]. Esta narración personal nos permite también identificar las jerarquías que guardan entre sí cada uno de estos ‘retazos’.
Al abandonarnos a la espontaneidad psíquica y entregarnos a la acción bien sea en el recorte, la pintura, la escritura —o en todas aleatoriamente—, ponemos en funcionamiento las habilidades motrices finas. A diferencia del poema, el collage no exige de nosotros un razonamiento lógico ni tampoco un manejo reflexivo del lenguaje. En su lugar debemos dejar fluir las palabras e imágenes tal y como se nos presentan sin cuestionarlas.
Aunque el collage y la poesía pueden fusionarse y al hacerlo dan lugar a un tipo de poesía visual. Joan Brossa, a propósito de ésta, decía que la poesía visual iba más allá de los límites de la poesía y de la pintura pues era en sí misma un servicio a la comunicación.
Tengamos presente que «El artista no es un tipo de hombre especial, sino que cada hombre es un tipo especial de artista»[3]. Por eso hay que aprovechar la libertad que nos brinda el collage, pues casi ninguna otra herramienta artística nos la ofrece. En él ningún material es descartable (papel, cartón, tela, ilustraciones, recortes periodísticos, fundas plásticas, trozos de espejos, pinturas, cenizas, semillas y todo lo que creamos conveniente), todas las técnicas son aplicables (pintura, dibujo, fotografía, audio, escritura, vídeo) para su elaboración no hay reglas y, en consecuencia, una vez terminado tampoco hay juicios. Lo único que debemos tener en cuenta es la siguiente premisa:» Automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar tanto verbalmente como por escrito o de cualquier otro modo el funcionamiento real del pensamiento»[4]. ¡Deja fluir la expresión de tu fuerza creadora hasta apropiarte de tus símbolos y haz del collage tu válvula de escape!
[1] Breton, A. (2001). Manifiestos del surrealismo. Prólogo, traducción y notas de Aldo Pellegrini (2ª edición). Buenos Aires: Argonauta. p. 27.
[2] Arias, D. y Vargas, C. (2003). La creación artística como terapia. Barcelona: RBA Libros, S.A. p.167.
[3] Coomaraswamy, A. (1997). La transformación de la naturaleza en arte. Barcelona: Editorial Kairós. p. 126.
[4] Breton, A. (2001). Manifiestos del surrealismo. Prólogo, traducción y notas de Aldo Pellegrini (2ª edición). Buenos Aires: Argonauta. p. 44..