Fotografía por Alfonso Carrera @alfonsocarrerav
El monstruo como paradigma político de la noche
La liminalidad del monstruo.
Yø, el monstruo, en las liminales del ocaso reclamo lo que es míø por derecho natural, reclamo el lugar y las horas que el maquiavélico demiurgo mɇ ha otorgado, reclamo ese lugar y tiempo donde por fin søy parte del Uno, donde por fin søy parte del mundo, donde por fin las cicatrices del flagelo de la luz se ocultan de mi mirada. Reclamo la obscuridad de la noche, reclamo de vuelta mi ser, reclamo de vuelta mi esencia vital. Yø, el monstruo, en la luz veo las marcas que el mundo mɇ ha infligido, veo las cicatrices, los cortes, las quemaduras, la falta de pureza y cómo mɇ han despojado de la humanidad; ¡Veo! ese es el gran problema. La luz exacerba las diferencias, realza la monstruosidad, exalta la deformidad y oculta la esencia; vela al ser y enaltece al ɇgø.
Y hɇ mɇ aquí, en las liminales del ocaso, sin voz y suspendido, imposibilitado del adiós, ni siquiera un gesto, una seña o una mueca a la noche que otrora mɇ albergó, solo un cuerpo inesente. Ya no hay ser, entonces, ya no hay ellas, ya no hay estrellas, ni luna, solo inesencia. Y hɇ mɇ aquí, suspendido, solo un cuerpo entre cuerpos centelleantes de luz artificial que acompañan la etérea ex-sistencia. Anhelada noche, anhelada obscuridad, anhelado Uno, los guardianes de Apolo te han corrompido, te han abatido, te han maniatado, y te han velado. La cruzada de los Reyes Católicos, que desde sus grandes torres de acero y concreto observan a los monstruos, ha sido exitosa. Yø, el monstruo, no agonizo, espero junto fuerzas para cuando lo Uno vuelva alzarse. Yø, el monstruo, no hablo por los demás monstruos, pero espero que ellos sientan lo mismo. Al final de cuentas, yø, el monstruo, lo único que hago es reclamar lo esente, reclamar la ex-sistencia de vuelta, anhelar la obscuridad y proclamar fulgor de mi ira. Y ahora, en las liminales del alba, la luz mɇ devuelve el más despreciable ɇgø.
Las liminales del ocaso
La noche es ese lugar propiamente prohibido que solo quienes no siguen la senda de la luz recorren ya que a esta se le ha asociado todo lo profano, lo herético y lo pagano. Es adecuadamente el valle de las sombras donde hace su presencia lo maléfico y donde lo corrompido nos aterroriza con su presencia, es decir, la obscuridad de la noche es la corrupción en sí misma. Es así como todos quienes hagan de su morada la noche están malditos. De este modo, el ser humano, como un ser – que desde la concepción del λόγος en la Grecia antigua –, se ha convencido a sí mismo que es a quien le corresponde la luz, a quien le es propia la lucidez. Es por ello por lo que a través de su ingenio ha buscado exteriorizar aquello que siente que le es lo más propio, casi como si fuese una misión divina, casi como un τελος demiúrgico que es iluminar al mundo. Lo último no se da solo a través de las luminarias que infestan las ciudades desde tiempos inmemoriales, sino que, además, generando dialécticas que confrontan la concepción – propiamente egocéntrica – de su ser con un mundo obscuro y tenebroso que debe ser iluminado por su λόγος. Es entonces que toda vida que no se someta a su luz es intrínsecamente lo opuesto a este; es aquella vida que teniendo la posibilidad de seguir la senda luminosa de aquel ser que le corresponde la más asombrosa lucidez no la sigue. Es así que este lo deforma, lo desfigura, lo monstrifica, o sea, lo transforma en esa anormalidad que caracteriza como el monstruo.
“The night is dark and full of terrors” es una frase que se popularizó gracias a la saga de George R.R. Martins, “Canción de hielo y fuego” y que caracteriza la intrínseca relación que los seres humanos le han otorgado a la noche con los monstruos a lo largo de la historia, develando el patológico miedo que este ser posee a lo desconocido. La obscuridad de la noche esconde los más horrendos terrores que comienzan a despertar al caer la noche y, por ello, las sociedades designan a su “Night’s Watch” (así denomina el autor estadounidense a quienes defienden a “Westerlands” del “Night King” y sus hordas provenientes de la más obscura noche) para velar las ensoñaciones de quienes se resguardan bajo el manto del demiurgo de la luz.
Ahora bien, es en la literatura donde estos seres profundamente soberbios han expuesto y escrito sobre el miedo que poseen a la noche y los horrores que esta alberga. De este modo, la literatura clásica nos ofrece a diversos monstruos donde podemos ver a vampiros, hombres lobos, zombis, criaturas de la noche –designación que en sí misma debiese causar terror– y a muchos otros saliendo amparados por el manto de la obscuridad. No obstante, estos ya no pueden salir, la noche ha sido capturada por un monstruo diferente, por un monstruo que no se encuentra en los libros de la literatura clásica, no aparece en las pesadillas, más bien, se encuentra en los papers de ciencia –para ser más específico, en los papers de biología– ya que al parecer nuestros honorables gobernantes descubrieron que por las noches este monstruo se transforma –al más puro estilo del Doctor Jekyll y Mister Hyde–, y que, si no fuese por el arduo trabajo de nuestros Reyes Católicos, que se encuentran en constante lucha contra los horrores de la noche, este monstruo ya nos hubiese devorado a todos. Por ello: ¡Alabado sean nuestros Reyes Católicos!
El reclamar la noche de vuelta no se debe en lo más absoluto una cuestión propia de una salida nocturna, sino que, se debe al más puro hecho de demandar nuestras libertades de regreso. Y esto se justifica en la más notoria falta de coherencia de las medidas adoptadas por el actual gobierno para combatir la crisis del COVID-19 ya que, por un lado, en el día el transporte público va atiborrado de gente y los grandes centros comerciales están abiertos y, por otro lado, la noche está absolutamente clausurada hace ya más de un año. Explicaciones a lo último existen varias, empero estas se quedan en el terreno de la especulación más que en el terreno de la argumentación, y no es serio de nuestra parte hacernos cargo de especulaciones, pero si podemos hacer notar o más bien develar la metafísica presente en los mecanismos de control impuestos hoy en día. Es por ello que sí develamos la metafísica presente en la dialéctica clásica luz/obscuridad y su relación con el monstruo, entonces, podremos develar la razón securitaria del toque de queda como la captura del espacio político propio del monstruo y como corrección de la quimera política que es, en definitiva, develar el paradigma político de la noche que es el monstruo.
El anfitrión de las agonales.
En el campo de batalla en el que estamos hay muchas agonales o confrontaciones donde podemos admirar como cada caballero se prepara para su justa dialéctica, amparados por la liminal que se desata del choque de fuerzas de la luz y la obscuridad. La historia del pensamiento nos ofrece muchos lugares desde donde poder abordar dicha dialéctica, podemos hacernos con textos filosóficos, teológicos o desde la vasta literatura que ha poseído como temática central la confrontación entre ambas fuerzas. No obstante, nuestra raíz de pensamiento no se encuentra en la lucha del bien contra el mal –tal como se presenta en el medioevo en el enfrentamiento entre Dios y Lucifer, ya que tal como nos dice Nietzsche en su “Genealogía de la moral”, los conceptos de bien y mal, o de bueno y malo, sufren una alteración con el cristianismo de Pablo–, sino más bien, su raigambre está en la filosofía platónica, más específicamente en la dicotomía sensible/inteligible. Desde aquí se desprende el combate que caracteriza a occidente, puesto que erróneamente se piensa que este choque de fuerzas pertenece a la mitología hebraica. Sin embargo, esta nos muestra más bien una lucha intestina, nos muestra la στάσις celestial, una batalla entre seres de luz y no como se presenta en el medioevo como una guerra entre luz y obscuridad –recordar que Lucifer es el ser más luminoso del vergel celestial–.
Es entonces que nos hacemos de Platón con su triada de lo bueno, lo bello y lo verdadero, ya que es este el magnificente anfitrión de las agonales; es el filósofo heleno quien nos presenta, metafísicamente, por primera vez la lucha entre mundos, la batalla entre dos esferas disimiles donde en una se expresa toda la belleza de la existencia, donde lo propiamente bello, bueno y verdadero alcanza su mayor esplendor y lucidez, el mundo de las ideas; por el contrario, el mundo sensible, que se encuentra propiamente corrompido por la diferencia, por los accidentes, que son los cuerpos, se presenta como la obscura vasija que apresa al alma. Es así como esta última proviene de la fulgurante luz del mundo de las ideas, pero es encarcelada en el cuerpo. Entonces, el único lazo que liga a este vacío y obscuro recipiente con la luz es el alma que se encuentra enjaulada al igual que una avecilla. De este modo, tal como el ave en la jaula que revolotea por los recuerdos de su pasado, el alma tiene reminiscencias del mundo de la luz y el vacío y obscuro recipiente que es el cuerpo se hace parte del λόγος, más allá de las articulaciones propiamente filosóficas de este término, el ser humano es dotado de razón a través del alma platónica.
Ahora bien, si el más fiel de los representantes de la luz es el alma, ¿cuál es el representante de la obscuridad? Esta pregunta solo la puede responder la razón, puesto que, al ser que le corresponde la luz utiliza las ideas, los conceptos, las categorías, o más bien, la técnica que le es, según Aristóteles (ζώον λόγον ἔχον), la más propia: hablamos del lenguaje. Con esta nos presenta lo racional y lo irracional o lo lógico y lo ilógico: dicotomías, en donde, por un lado, se ve reflejado a sí mismo, insuflando el ɇgø y, por otro lado, distingue todo síntoma de degeneración y bajeza. Es así como la confrontación dialéctica entre luz y obscuridad abre un espacio liminal en el centro de la primera y esto se debe a que la visión ɇgømaníaca del hombre la visión modelada de sí mismo; es la confrontación de aquello que más odia de sí. Consecuentemente, se origina la monstrificación de quien no se corresponde con el monumento que ha levantado para vanagloriarse. En otras palabras, monstrifica lo que odia de su ser, por ende, la obscuridad pertenece a la luz debido a que, por una parte, no hay ob-scurus más allá del deslumbrante λόγος y, por otra, el ob-scurus queda absolutamente deslumbrado. Por lo tanto, la obscuridad es más bien, la liminalidad en la luz misma.
Es en este momento que el monstruo, como el ser liminal por excelencia, no es más que la designación que aquellos seres deslumbrantes, seres razonables, seres normales, le otorgan para poder confrontarse en la guerra santa del ɇgø, debido a que este opuesto no se configura como un ser carente de luz o aquel que se encuentra absolutamente falto de razón, y que la lucidez de Apolo no ha tocado, sino más bien, la monstruosidad de estos seres radica en su rechazo a la luz que le otorga su ánima. En consecuencia, el monstruo transgrede la naturaleza al negar el deslumbramiento del alma y también transgrede la ley al rechazar el λόγος que nos distingue de las bestias. Por lo tanto, el monstruo es una amenaza porque este no deja que lo guíen los iluminados del mundo, aquellos seres que han sido tocados y bendecidos por la lucidez de la racionalidad, es decir, por nuestros Reyes Católicos. De este modo, concluimos que la lucha entre luz y obscuridad, no es más que una confrontación intestina, una στάσις lumínica, una guerra civil en el seno mismo de la razón, una liminalidad en su seno, ya que la transgresión del monstruo no es más que el develamiento de la verdad deslumbrante de la luz –o reformulando lo dicho a nuestra sociedad y al más puro estilo de Walter Benjamin: solo en la violencia que es propiamente tal, transgresora de la ley, es que podemos ver la verdad, que es a su vez origen, de nuestra sociedad. Nietzsche diría: Pudenda Origo –.
El agonal del toque de queda.
En la lucidez de Apolo hemos crecido y desarrollado y, en sus ensoñaciones, hemos descansado; ¡ay! qué animal más pálido, más famélico y falto de vitalidad es aquel que no conoce los disfrutes de Dioniso, qué ser más repúgnate es aquel que disfruta en todo momento de la compañía de Apolo y no se deja llevar por solo un instante por la extasiante embriaguez dionisíaca; por esa anormalidad que disuelve las barreras y los límites del ɇgø; por esa anormalidad que nos hace parte de la Unidad primordial. Esta es la sociedad en la que estamos sumergidos, donde los guardianes de Apolo custodian el único momento en que podemos ser parte del Uno. De este modo, los anormales –los monstruos– son aquellos que dejan las ensoñaciones de Apolo para poder venerar a través de un embriagante éxtasis a Dioniso. En otras palabras, los anormales son aquellos que se encuentran en una constante pugna con el sistema de reproducción del capitalismo avanzado, donde una persona normal es aquella que se rige por la austeridad y mesura apolínea –o ética protestante– para así poder producir al máximo durante el día puesto que este ser debe llegar al éxito que el gremialismo ortodoxo de Friedman pregona, empero, este no posee el derecho a disfrutar los frutos del trabajo debido a que tiene que seguir produciendo. Entonces, sí aquellos que salieron a protestar tras el estallido social o revuelta del 18 de octubre dejan la producción o la interrumpen, nuestras altezas reales pueden afirmar con la más absoluta determinación que son todos absolutamente unos monstruos, por ende, se merecen el encierro en el que están y, más aún, si consideramos que irrumpieron con su monstruosidad en la solemnidad de los territorios de Apolo. Es así como nuestros Reyes Católicos declararon la guerra contra los monstruos de la noche ya que estos rompieron con las medidas que el más maquiavélico de los demiurgos impuso, o sea, contaminaron con su impureza, con la negación del alma, con su rechazo al λόγος, la sacralidad del día. Y, además, perturbaron las ensoñaciones que Apolo le otorga a los justos por la noche.
Ahora bien, Foucault decía en “Los anormales” sobre los monstruos: “Es el límite, el punto de derrumbe de la ley y, al mismo tiempo, la excepción que sólo se encuentra, precisamente, en casos extremos. Digamos que el monstruo es lo que combina lo imposible y lo prohibido” (2007, pág. 61). Para contextualizar, el filósofo francés habla sobre el monstruo humano, aquel que transgrede las leyes de la naturaleza y del hombre. De esta manera, la realeza redujo a la masa protestante en monstruos, en aquellos que combinan lo imposible y lo prohibido; aquellos que llevaron la infracción […] a su punto máximo (p. 62); aquellos que con su pecado dejaron a la ley de sus altezas sin voz (p. 62). Entonces, ¡¿cómo es que estos monstruos tienen el descaro de dejar a los Reyes Católicos sin respuesta, estos que han sido ungidos desde tiempos inmemoriales con la lucidez de Apolo y con la bendición de Pablo?! Por lo tanto, se desata la más encolerizada de las respuestas: [s]erá la violencia, será la voluntad lisa y llana de supresión (p. 62), pero absolutamente por fuera de la ley, ya que tal como nos dice Foucault: “el monstruo deja a la ley sin voz”, es decir, que esta debe asirse con otros medios para contragolpear la estruendosa violación del monstruo; es por ello que es la excepcionalidad la respuesta de los ungidos. De este modo, es que podemos ver como la “Night’s Watch” recibe las bendiciones reales para hacerse con la noche y utilizando uno de los mecanismos excepcionales, que el más malvado de los demiurgos le otorgó a nuestros Reyes Católicos, como lo es el toque de queda. Este mecanismo pone bajo control, resguardo y vigilancia a la noche y, con ello, se impide que los monstruos disfruten de su hábitat. En otras palabras, el monstruo se sitúa como una excepcionalidad que combina lo imposible y lo prohibido por la ley. En este sentido, se cumple a cabalidad la frase asociada a Hipócrates: “Tiempos excepcionales requieren de medidas excepcionales”. Es en este punto donde deberíamos detenernos completamente ya que esta área de excepción del derecho ha sido discutida por innumerables filósofos y juristas, la razón se arraiga en su origen controvertido y paradójico, y solo con esto llenaríamos libros completos, pero, de todas maneras, nos aventuramos con lo elucidado por Agamben en “Estado excepción”:
El totalitarismo moderno puede ser definido, en este sentido, como la instauración, a través del estado de excepción, de una guerra civil, que permite la eliminación física no sólo de los adversarios políticos sino de categorías enteras de ciudadanos que por cualquier razón resultan no integrables en el sistema político. (2014, pág. 27)
El monstruo como quimera político-jurídica es esa categoría de ciudadanos que debe ser eliminada y en las antiguas leyes germánicas del medioevo así era. No obstante, aquel modelo con el que sus majestades reales se han vuelto groseramente ricos, a su vez es el sistema que los apresa en los momentos de excepcionalidad, ya que la crisis del estado-nación tras las guerras mundiales devino en una institucionalidad jurídica internacional que obliga a sus altezas, si quieren mantener sus fortunas, a no efectuar actos de genocidio, empero no implica que no se pueda ejercer violencia desregulada a través de la brutalidad policiaca. De esta manera, las autoridades se aprovechan del vacío legal existente en la adjudicación de responsabilidades penales a altos mandos, puesto que se asocia el ultraje policiaco a momentos excepcionales de las instituciones que monopolizan la fuerza en los estados contemporáneos en vez de asociarse a una sistematización de la barbarie de estas instituciones debido a que es necesario probar que los altos mandos autorizaron el uso desmedido de la fuerza. Es así como el estado del capitalismo avanzado –que es un arma de doble filo– y de la jurisprudencia internacional, ayuda a que las “herramientas” de excepcionalidad que los Reyes Católicos tienen a su disposición para controlar al monstruo político se vean absolutamente reducidas. Por ende, el toque de queda surge como una herramienta extrajurídica que la jurisprudencia internacional no pondrá en duda ya que la reducción de las libertades no es una clausura de estas y no se constituye como una total violación de derechos fundamentales. De lo último podemos derivar que el más absoluto cierre de la noche es la captura del espacio político propio del monstruo, por lo tanto, el toque de queda se traduce como la reducción del espacio-tiempo político de aquel ser que combina lo imposible y lo prohibido del estado-nación contemporáneo o de las democracias del capitalismo avanzado. Y, a su vez, el toque de queda se configura como ese momento de control que busca encarecidamente la corrección de la quimera política que es el monstruo. En otras palabras, el toque de queda busca clausurar, pero no subsanar o desaparecer la liminalidad de la luz que llamamos obscuridad que fue abierta por el insuflado ɇgø de aquellos que se adjudican la racionalidad. Para culminar, se debe considerar que el espacio liminal no desaparece sino más bien, es acordonado para que así el monstruo se mantenga bajo los márgenes del vergel celestial.
Las liminales del alba.
Nuestras sociedades están acostumbradas a batirse en los terrenos de la dicotomía, pero este lugar no es en lo absoluto un espacio de batalla intestina, todo lo contrario, es arbitrariamente categorizado, una puesta en escena de un ser que le teme a su propio ser. Es por ello por lo que toda forma que no se concilie con la mirada que este tiene de sí mismo es exteriorizada y vulgarizada, degenerada hasta el punto de que ya deja de reconocerse y pueda decir: ¡Ese no soy yo!
Ahora bien, este espacio dicotómico posee su propio anfitrión y, tal como se mencionó, no se encuentra en la mitología hebraica, sino que el convidante de nuestras agonales dialécticas no es más que el filósofo de la Antigua Grecia, Platón. Ya advertía Nietzsche en “El origen de la tragedia” la degeneración al pensamiento que representan las dicotomías platónicas. Por lo tanto, la confrontación entre luz y obscuridad se origina en la dialéctica sensible/inteligible. No obstante, toda denominación o categorización proviene del mismísimo λόγος.
En consecuencia, el origen de toda dicotomía procede de la στάσις lumínica presente en el λόγος, es decir, la dialéctica que la confronta con la obscuridad es una batalla intestina de la luz, o sea, no hay obscuridad más allá del λόγος. De este modo, la obscuridad surge como liminalidad, como apertura por el deslumbramiento del ɇgø, por el enceguecimiento que se produce a sí mismo, es entonces que toda designación impuesta en la noche proviene de la guerra civil celestial. Es en este sentido que el monstruo no solo es el paradigma que representa la violación a la ley natural y la de los hombres, sino que, además, transgrede el principium individuationis que, por lo demás, es el eje articulador de la sociedad occidental y lo hace a través del acto más bárbaro para la modernidad que es el fundirse en el otro, desvanecerse en la Unidad Primordial o el ser parte del Uno. Por lo tanto, el toque de queda es la “herramienta” que permite que el espacio político propio del Uno sea clausurado, ese espacio donde la liminalidad permite que el desvanecimiento del ɇgø se acentúe. Es ahora que podemos afirmar que la razón securitaria presente en el toque de queda es para la reducción del espacio-tiempo político que es la noche y, además, como momento de control que busca la corrección del individuo que se quimeriza en las liminales del ocaso.
Bibliografía
Agamben, G. (2014). Estado de excepción. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora.
Agamben, G. (2020). Homo Sacer I. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora.
Benjamin, W. (2001). Para una crítica de la violencia y otros ensayos. Madrid: Taurus.
Foucault, M. (2007). Los anormales. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Nietzsche, F. (2011). El origen de la tragedia. Ciudad de México: Porrúa.
Nietzsche, F. (2019). Genealogía de la moral. Madrid: Alianza.
Platón. (1988). Fedro. Madrid: Gredos.