El Tercer Espacio: representaciones “otras” en Terremoto Blanco, de Natacha Oyarzún Cartagena
El presente texto fue presentado a modo de ponencia en el IV Congreso Liminal – América Latina: Utopías, heterotopías y distopías, organizado por el Instituto de Estudios Avanzados (IDEA) de la Universidad de Santiago de Chile, específicamente en la mesa Imaginarios terrestres: el giro espacial frente a las narrativas del fin del mundo, moderada por la académica Sandra Navarrete.
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Antes de introducirnos en la discusión teórica en torno al espacio, me gustaría leer desde ya un fragmento del libro Terremoto blanco, escrito por Natacha Oyarzún y publicado por Alquimia Ediciones durante el 2022. El pasaje pertenece al cuento “Este fragmento de playa”, el cual consiste en una suerte de relato post mortem, donde el cuerpo de una mujer narra su aparición matutina en una de las costas de la Patagonia chilena. Apenas en los primeros párrafos, notamos que el relato no aborda la situación a partir de un monólogo interior, sino que lo hace mediante un hombre mayor que la encuentra accidentalmente en medio de la playa. La cita en cuestión va así:
El cielo está opaco, transmite una luz tenue de mañana nublada. Soy apenas distinguible para el viejo que tropieza con mis restos durante su paseo. (…) Por su edad y la rigidez de su rostro, asumo que le ha tocado ver, al menos, una decena de muertos. (…) Las olas me cubren un brazo y parte de la boca, que quedó girada hacia el mar. Al devolverse dejan algas rodeadas de vidas minúsculas, puntos grises que se desplazan de un lugar a otro.
Si el texto es cuerpo, como se ha aseverado muchas veces, y la lectura un acto de disección, sabríamos que el pasaje está desplegado al menos en 3 planos. El primero de ellos podría ser aquel imponente paisaje que sirve de entorno para la escena. La baja luminiscencia de la mañana nos podría indicar una serie de datos contextuales, por ejemplo, la geolocalización del relato a partir del clima, cierto horario en cierta estación del año, pero más importante aún, que los ánimos ambientales son lo suficientemente desoladores como para que una persona evite recorrer la costa en solitario. Esto nos lleva al segundo plano: el viejo que encuentra accidentalmente el cadáver pareciera participar de una rutina anómala, propia de sujetos que pertenecen a otro orden de lo público, a uno más bajo, reservado para aquellos que se encuentran presos por el exceso de trabajo, la soledad, la pobreza o por todas ellas juntas bajo el horizonte de la precarización. Si continuamos leyendo el cuento, notaremos que la forma en que el hombre dispone del tiempo, la urgencia de comunicar el macabro hallazgo a algún otro, el cual no se encuentra por ningún lado, y aquella inmediata empatía por un cuerpo hinchado por el agua, pareciera indicar que, así como la mujer muerta, el viejo está mediado por una suerte de otredad espacial. Dedicaremos parte de esta ponencia a hablar de ese lugar-otro.
Pero la articulación del territorio no debería detenerse en la caracterización de dos niveles —en un principio dije que eran 3—, no solo porque dos conceptos son insuficientes para retratar cualquier tipo de fenómeno, sino también porque la propia disección conceptual deja de funcionar apenas los espacios comienzan a interactuar entre sí. En el encuadre articulado por la mirada del hombre, así como en la epidermis de la mujer sin vida, algo acontece con toda seguridad. Algas, arena arrastrada por las aguas, y quizá, pequeños cuerpos insectiles que recorren la superficie húmeda de la playa. Más allá de que estos elementos sean eminentemente no antrópicos —lo cual no deja de ser llamativo—, lo relevante es que el espacio como tal pareciera dejar de estar anclado a la relación sujeto-objeto, representado en el diálogo entre el cadáver y su captor. Algo con la autonomía suficiente como para transformar la representación de un cuerpo muerto, así como para desviar la atención profana de un hombre conmocionado por la muerte, ha comenzado a desarrollar un sentido alternativo en la trama. Aquella dialéctica binaria, expandida a lo largo de una serie de sistemas culturales, ha terminado por desarrollar una tercera coyuntura a partir de la tensión o de la fricción entre los espacios de lo vivo y lo muerto. Me parece que esta situación se puede leer desde lo que Edward W. Soja señala como una trialéctica de los espacios, o bien, como la aparición de un tercer espacio, nombre con el cual, el autor titula una de sus obras más famosas respecto al giro espacial.
Para quienes no han tenido la oportunidad de leer la obra de Soja, les comento brevemente que su trabajo teórico está orientado particularmente a la relación entre la teoría social y la geografía crítica. Por ejemplo, en uno de los capítulos de su primer libro, Postmodern Geographies (1989), el autor intenta discutir la complicada relación entre el “espacio social” y la “producción social”, dos topos que generalmente se comprenden como lugares separados, consecutivos, como si uno antecediera o fuera posterior al otro, o bien, como si uno tuviera la facultad de expulsar al otro. Al contrario, para Soja, los espacios no son imaginarios que necesariamente se encuentran en disputa, al menos no en el sentido de que es imposible compartir ambientes. Ciertamente hay modelos económico-sociales que generan este tipo de conflictos, como ocurre con la naturaleza colonial del capitalismo y su segmentación espacial a partir de criterios de producción, pero de acuerdo con Soja, los espacios se encuentran en constante superposición, aconteciendo sincrónicamente, y la llave o el aparato de modulación que permite que estos espacios confluyan son las personas, quienes habitan, con todas lo que implica el acto de habitar, un sitio en particular. En un contagio mutuo, sujetos y espacios producen aquello que percibimos como lo social.
De todos modos, lo importante aquí es que esta reflexión marca un antecedente para su segundo libro, titulado Thirdspace: Journeys to Los Angeles and Other Real-and-Imagined Places (1996). Como es evidente, notarán que el concepto de tercer espacio está ampliamente trabajado en este texto. Pero como esta presentación consiste más bien en un acercamiento al giro espacial, quisiera anclar mi análisis en un ensayo mucho más breve del autor, titulado “Thirdspace: Expanding the Scope of the Geographical Imagination” (1999).
Para comprender la conceptualización del término tercer espacio, habría que realizar un ejercicio alegórico con las estructuras tripartitas. El propio autor introduce dos gráficas para desarrollar su definición, las cuales dejo a continuación a modo de guía.
La primera figura sintetiza el lugar en el cual se instala esta perspectiva geográfica respecto a la preocupación ontológica mostrada tanto por Heidegger como por Sartre a lo largo de su trabajo intelectual. Más allá de la enorme cantidad de detalles y matices que hay en los dos filósofos, Soja destaca que ambos colaboraron en la recuperación de la espacialidad en el pensamiento sistemático, específicamente a partir del concepto de devenir. Y en palabras de Soja, lo que permite esta perspectiva es que la expansión dinámica del ser pueda ser comprendida en términos materiales. Existe, digamos, en la conjunción entre historicidad y socialidad, una extensión delimitable, y, por lo tanto, perceptible tanto para las ciencias sociales como para las humanidades. Por lo cual, como primera definición, podríamos entender el tercer espacio como una dimensión física e imaginaria donde es posible mapear las propiedades del ser en cierto periodo histórico a través de ciertas configuraciones sociales. De ahí, por ejemplo, que el giro espacial tenga un especial énfasis en el análisis de mapas, lo cual evidentemente impactó los modos en que se producía literatura durante la guerra fría, momento donde supuestamente ocurre este giro hacia lo espacial.
Luego, como segunda definición, podemos pensar el tercer espacio como una tercera etapa de los modos en que percibimos la espacialidad. Soja señala que existen, previo al tercer espacio, un primer y un segundo espacio, lógicamente. El primero de ellos consiste en lo que el autor denomina como “Espacio Percibido”, el cual “se refiere al mundo experimentado directamente de los fenómenos cartografiables y empíricamente mesurables (…).” Además, añade que este espacio “constituye el «texto» o contenido fundamental del geógrafo” (Soja 188). Regresando al cuento de Natacha Oyarzún, podríamos señalar que este espacio se encuentra en el ejercicio de la geolocalización, es decir, en la lectura donde comprendemos que el relato ocurre en alguna zona de Tierra del fuego y que probablemente lo narrado aconteció durante 1995, ya que el título del libro, Terremoto blanco, nos lleva inmediatamente al desastre climático que ocurrió por esos años en la zona austral de Chile, catástrofe donde el 24% de la población ovina termina muriendo, sumado a las más de 10000 familias que quedaron completamente aisladas durante meses. Por ello es que Soja señala este espacio como el lugar donde la realidad se vuelve legible, ya que los datos extraídos del espacio son, de algún modo, cuantificables.
Por su parte, el segundo espacio, llamado “Espacio Concebido”, abordaría principalmente las dimensiones cognitivas y simbólicas de la geografía imaginaria. En este espacio acontecerían los discursos culturales, los modelos ideológico-explicativos del mundo, y por supuesto, la hegemonía correspondiente a cada relato. Dicho esto, la división entre topos según Soja es bastante ortodoxa, esto a propósito de la relación entre una estructura material y una estructura imaginaria. Por supuesto, en este espacio caben las narrativas de la violencia que sugiere el cuento de Oyarzún, como lo es la maquinaria patriarcal del femicidio, así como también la tipología etaria de la vejez, esto a propósito del modo en que el hombre lleva adelante su día a día. Las propiedades pictórico-paisajísticas del territorio también asoman como un horizonte de análisis, así como también las condiciones de clase y de distribución de poder en nuestro país.
Lo llamativo acá, claro está, es que el tercer espacio pareciera no caber en esta estructura rígida que, al mismo tiempo, es muy totalizante, ya que pareciera traducir en su binomio todos los fenómenos geopolíticos y sociales de sus habitantes. Por lo tanto, y en función de la constante lectura que realiza W. Soja de Henri Lefebvre y su libro La producción del espacio (1974), lo que haría esta tercera dimensión espacial sería darle cabida a aquellos cuerpos, paisajes y territorios que han quedado fuera del marco de legibilidad simbólica. Es decir, el tercer espacio como tal tiene directa relación con las extensiones del sujeto subalterno, ya que, si recordamos lo dicho por Gayatri Spivak (1988) o W. J. T. Mitchell (1996), la subalternidad se caracteriza por estar en los lindes de lo público y lo privado, expulsada del campo de la representación, en aquel lugar donde siquiera el habla es posible. Esto último es muy sugerente, ya que el relato descansa en un diálogo impracticable —que, de hecho, no ocurre— entre una muerta y un hombre solitario. Ninguno de los dos puede interactuar con el otro sino es a través de la voz mediadora de la narradora, así como también no pueden existir si no es a través del entramado del relato. De algún modo, la relación de la Patagonia con el poder central de los estados chileno y argentino se encuentra atravesada por esta misma problemática. Existir en los territorios “otros” implica, también, ser contagiado por la indeterminación geográfica de los espacios.
Pero el asunto no termina ahí. Ya que, de acuerdo con la lectura de Soja, el tercer espacio es el “Espacio vivido”, lugar que, según Lefebvre, es el resultado de la interacción de sujetos con su entorno inmediato, sea a partir del simple tránsito, o bien, a partir de complejas relaciones afectivas, deseantes y/o creativas con el espacio. Es decir, en el espacio vivido ocurriría la producción de un nuevo espacio, sujeto a las dinámicas de la transformación social. Lo que aporta Soja a esta perspectiva es que, en ese proceso, no solo se estaría desarrollando un mecanismo de territorialización, sino también una especie de distanciamiento espacial, haciendo que los sujetos desconozcan parcialmente las propiedades de su territorio. Es decir, además de que el tercer espacio contenga a sujetos expulsados hacia la otredad, el mismo espacio estaría configurado como un otro. De ahí que en mi lectura identifique aquellos elementos no antrópicos como una forma de autonomía espacial. Es decir, el propio espacio material tendría una capacidad agencial en los otros elementos sociales del territorio. Y esto, a mi parecer, se puede observar en otras partes del relato.
Por ejemplo, esto ocurre en el siguiente pasaje:
Tras un par de segundos en los que solo se escucha el mar y el ruido de las moscas que me invaden desde la madrugada, resopla una frase religiosa y mira alrededor. Pareciera que el viento tiene demasiado poder sobre su entorno, que la marea ya no le confiere quietud. Debe estar imaginando cuánto tiempo pasé pidiendo ayuda. Más al sur, los pinos se abalanzan contra las casas. El viento los mueve con la misma intensidad con que sacude los últimos pelos que le van quedando al viejo en la nuca.
En la primera parte del pasaje, podemos notar la preponderancia del espacio a la hora de construir sentidos narrativos. Cuando la narradora nos comenta su mundo sensorial, ocurre que las palabras del viejo se entremezclan con el paisaje patagónico. La frase religiosa aparece, prácticamente, como un componente indistinto de la geografía. Pero habría que señalar algo: no es que el espacio consuma con su magnitud las subjetividades de sus habitantes. Recordemos lo que intuyó Soja en su primera publicación, esto es, que los espacios no están segmentados, sino que se encuentran superpuestos. Por lo cual, sería más indicado señalar que la voz del hombre está ensamblada con la voz del territorio, acaso, dos elementos igual de importantes a la hora de percibir la naturaleza de los espacios vividos. Además, a partir del estilo indirecto libre, la obra nos permite igualar los afectos tanto de los personajes como del ambiente. ¿Quién es el que mira con preocupación la potencia del viento? ¿Quién está imaginando las últimas horas agonizantes de la mujer muerta? La lógica nos empuja a asignar tales pensamientos al hombre que ha encontrado el cadáver, pero lo cierto es que la escritura no nos da indicaciones claras. Independiente de las alegorías territoriales, en el espacio habría también una potencia imaginativa-deseante que explorar.
Por motivos de extensión, decidí anclar exclusivamente mi análisis en el cuento “Este fragmento de playa”, pero lo cierto es que esta lectura podría hacerse cargo de la totalidad de los cuentos que componen Terremoto blanco, ya que los elementos propios del tercer espacio están propagados por toda la obra. Por ejemplo, en el cuento homónimo del libro, una mujer sufre una agresiva reducción de su espacio a consecuencia de la tormenta de nieve que azota la zona austral. Probablemente, su reclusión doméstica, consecuencia de la división sexogenérica del trabajo, ya haya sido insoportable desde antes, pero la imposibilidad de transitar hacia las afueras de la casa hace que todo empeore. El interior doméstico ya no es una suerte de tercer espacio, ya que la protagonista pierde progresivamente su capacidad de producción. Más bien, ahora, su tercer espacio consiste en la nieve, el cual, quizá, simbólicamente representa una especie de borrado, ya que es allí donde la mujer simula una suerte de desaparición: “Mis piernas apenas resistían el viento. Avanzar significaba un trabajo enorme por mantenerme derecha y soportar las quemaduras de la nieve, que en realidad era como pisar lava. (…) Sencillamente abrí la boca y dejé que la nieve cayera dentro”.
Dicho esto, espero que esta presentación despierte el interés por analizar, desde esta perspectiva, algunas de las producciones recientes en la literatura del cono sur preocupadas en la relación entre sujetos y territorios, sea mediante el giro espacial, o bien, desde la enorme variedad de imaginarios anclados en la materialidad de los terrestre.