19 de agosto 2023

Habitar la Biblioteca: algo se arquea en la estructura que soporta mi catálogo

por Jocelyn Zavala Alegría

Habitar la biblioteca (Biblioteca Revelaciones, 2023), en coedición con Máquina de aplausos, reúne una serie de textos elaborados por catorce mujeres artistas, libreras, escritoras y curadoras que, en distintos formatos, revelan sus reflexiones en torno a los libros y sus bibliotecas. En el prólogo de Andrea Reed se nos anticipa, “Pensamos en nuestras bibliotecas como sitios creativos, vulnerables, abiertos y en constante construcción. Sitios que se componen de una fluidez de saberes, circulación inacabada, objetos que van y vienen o desaparecen”. Este libro completa la premisa. Multidisciplinar en cuanto a autoría e infinito en cuanto a las posibilidades de exploración que propone a sus lectores, durante el recorrido fue imposible no evocar la primera biblioteca, en mi caso, un mueble tipo armario de puerta corredera. Es que en los noventa todo aquello que se resguardaba tras un cerrojo era importante y delicado, allí los libros coexistían junto a la cristalería para la fiesta y otros accesorios, los volúmenes de electricidad de mi padre se fundían con las enciclopedias de cocina de mi madre. El inventario era una cosa viva que se alimentaba gracias a la literatura sugerida por la profesora de castellano. Se cumplía entonces una de las afirmaciones con que Arandi Adame, coautora, abre la antología: “El pedacito de casa que se ha ido haciendo conforme pasa el tiempo, que crece y disminuye; que cambia como cambio yo”. Así de íntimo y confesional. 

El libro inicia  tensionando las bibliotecas desde su noción más tradicional, de “arquitectura cerrada y centralizada” que, pese a la sofisticación de la que se han permeado sus sistemas de archivo, está incapacitada de registrar las complejas redes que accionan frente a todas posibilidades emergentes en el acto de leer. Desde los aprendizajes heredados en torno a las prácticas de escritura, mediados por los engranajes de la linotipia, narrados por Sol Henaro, hasta la ejercitación de las tipografías que propician el despliegue del código. Los resultados del proceso son arbóreos, la combinación de la mano alzada y los aparatos pueden derivar perfectamente en nuevos grafemas y formas de narrar pues, como destaca Fernanda Aranguiz, artista publicadora:  “escribir no es más que otra forma de dibujar”. 

Sin embargo, el juego con el código no se termina en la impresión, pues existe también en los libros una naturaleza textil en la medida que las palabras, como hebras, organizan nuevas unidades: “Visitar los libros a través de los apuntes para a partir de ahí bordar en presente una nueva lectura” (Sandra Sanchez). Leo mientras voy replicando las dinámicas propuestas, mientras mi ejemplar se expande con las notas al margen que dejo para escribir esta reseña, dotándolo de una nueva textura.

Mi biblioteca es maleable. Tus libros y los míos se acompañan en las repisas de un endeble librero, también asincrónico en cuanto a que comparten espacio con las enciclopedias que marcan límites territoriales ya obsoletos. En Elegía a las bibliotecas perdidas, Javiera Barrientos indaga en el modo en que libros/investigación/duelo se trenzan en la materialidad y los espacios mentales: “Hoy vives aquí, en la biblioteca que invento para nosotros. Es nuestra máquina del tiempo”. Es probable que no logre responder a la interrogante sobre cómo recomponer la biblioteca de nuestros difuntos, pues estos procedimientos tampoco  están en los protocolos que permiten llevar los procesos de archivo, pero sí se declara que  el librero, por frágil que parezca, es capaz abrir un puente entre lo histórico y lo personal, tal como sucede en mi propia colección que se contrae, extiende y reinventa con los ejemplares de mis muertos y las distintas personas que transitan en mi vida.

Chiches, tornillos, recipientes, cristalería. El concepto de máquina del tiempo se prolonga en los textos siguientes con la invitación de Clara Bolívar, me lleva a seguir el rastro de la materia menos visible, a escudriñar en las manchas de mantequilla, harina y huevos que, como el polvo, fueron testigos de la manipulación de nuestras entusiastas manos infantiles que deslizaban la puerta para tomar un ejemplar de la enciclopedia de cocina que se utilizaba para elaborar el menú de guisos semanales, el tomo más ajado, aquel que tenía un apartado dedicado especialmente a tortillas, huevos y papas, la cocina de la crisis económica; el más limpio, en cambio, el de pastelería y tartas. Una lástima. En mi casa, la fruta era considerada un postre y a la hora de la once/comida, predominaban las preparaciones saladas.

Ya he crecido, soy profesora y el entusiasmo por la lectura ha incrementado de muchas formas, 

-Leer una carta de navegación 

-Leer el tarot

-Percibir el paso del tiempo, las estaciones (Gwennhael Huesca Reyes).

 La lectura no es un fenómeno lineal, ni en este libro ni mucho menos en el mundo que también es una biblioteca.-

Leer Incluso los condimentos distribuidos en la cocina que organizan una pequeña lista de lectura, mi biblioteca comestible, “ y por ello menos perdurable” (Valeria Mata).

Por mi profesión se esperaría de mi biblioteca un mueble espléndido fabricado en base a las maderas más nobles; sin embargo, no son más que tablas organizadas a modo de repisas sostenidas entre sí con la ayuda de ladrillos reciclados. La estructura que soporta mi catálogo ha comenzado a arquearse por el peso de los nuevos tomos que, anticipándose al inminente derrumbe, han propagado sus ramas sobre mi escritorio, el velador, a veces la mesita de centro. En el comedor se acomodan algunos libros de arte y, como en mi hogar de infancia, se evade la lógica temática, mis libros se fusionan  con los libros de cocina de mi novia, que a su vez se topan con los vinilos y las plantas, se contienen entre sí, como hacemos nosotras. Se distribuyen en islotes donde cada ejemplar referencia una parte de nuestras vidas, “Un mapa que soy yo” (Fernanda Escalera).  

Mi colección ha dilatado incluso más allá de lo físico, pues la pulsión de acumular ha  sucumbido  -también por asuntos de presupuesto- al PDF, ePub. He dejado la huella de mi deseo en los carritos de compra de las librerías, cotizo, -pirateo a los grandes conglomerados editoriales-, reseño, califico. Lo que parece una actividad silenciosa ha roto las barreras de la intimidad con el teclado. “En los tiempos de la web semántica cada metadato es ahora una llave a múltiples lecturas de su sedimento” (Catalina Pérez y Alejandra R. Bolaños). Leo en digital y, con ello, voy construyendo una narrativa de metadatos que han ido nutriendo el algoritmo que, en mi próximo googleo, avivará la ambición de nuevos títulos. Luego todo volverá a empezar.

En estos días me propuse la tarea de ordenar la biblioteca familiar heredada. Algunos de los libros siguen en sus cajas, aunque llegaron hace varios años, los infantiles duermen en la bodega, los visito a veces al igual que mis recuerdos de niña. Son los libros con que di sentido por primera vez a la secuencia de sonidos. Como Aleida Pardo en Maternar las bibliotecas, mi madre y padre  la construyeron para nosotros, la hicieron variada, ecléctica y atemporal. En base a ella tomé dos ejercicios que me resultaron conmovedores. En el primero traté de emular a Patricia Lagarde y, tomando uno de los libros de mi padre fallecido; entre sus páginas hallé una fotografía  en la que asía fuerte la mano de mi abuela. Era solo un niño. Leo en voz alta, Muelle de Valparaíso, 1959. –Mi enorme padre fue un niño frágil que tomaba la mano de mi abuela,  y hoy me cuesta creerlo-.

En el segundo ejercicio seleccioné La importancia de vivir, de Lin Yutang que me da risa por la tremenda ironía que implica un libro de filosofía oriental para un hombre que murió en circunstancias tan occidentales. Leerlo siempre me ha parecido una broma de mal gusto, “Hay libros que no hemos leído y libros que no vamos a leer, y que sin embargo leemos de otras formas” (Isabel Zapata). Las únicas huellas de lectura están en el capítulo XI: La importancia de viajar. Las hojas dobladas señalan que algunas vez posó sus manos en esa superficie amarillenta, tal vez por eso y solo por eso deseo apropiarme de un fragmento al azar,para sentir un último acto de comunión. Dice:

“Me atrevo a sugerir que hay otra manera de viajar, viajar  para no ver nada ni a nadie, sino las ardillas y las ratas almizcleras y los picamaderos y los árboles y las nubes” (p. 339). Lo cierro, lo devuelvo a la sección que solo consulto cuando deseo sacudir el polvo. Nunca lo voy a leer y convivo en armonía con esa idea, de la misma manera en que no me atormentan en el mapa los países que nunca podré visitar.

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Habitar la biblioteca en su modalidad impresa se encuentra agotado pero una versión digital de libre descarga está disponible desde junio de 2023, muy leal a su propuesta de colectivizar el catálogo personal.

Link de descarga:

https://www.bibliotecarevelaciones.com/_files/ugd/555e74_a9039b4e6dd8481cbf10d4c68a413a5e.pdf

Andrea Reed-Leal, Erandi Adame, Fernanda Aránguiz, Javiera Barrientos, Clara Bolívar, Fernanda Escalera Zambrano, Sol Henaro, Gwenhhael Huesca Reyes, Patricia Lagarde, Valeria Mata, Aleida Pardo Hernández, Catalina Pérez, Alejandra R. Bolaños, Sandra Sánchez, Isabel Zapata. 

Santiago, 1984

(Santiago, 1984) Profesora en la Universidad de Santiago. Co Fundadora de Editorial La Secta, donde publicó Margen de error, una recopilación de textos breves que se movilizan entre la narrativa y la columna.

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