Imagen: 'Juego de vértigo y vigilia', Javiera Cisterna
Lo ominoso: una lectura (posible) sobre el Coronavirus
El espanto surge desde la tumba.
Se eriza la piel para recordarnos la áspera textura de la muerte. En nuestra superficie orgánica resuenan los ecos del vacío ominoso que nos visita: un cuerpo asediado por la amenaza invisible de un virus y el sometimiento general de la población a la astucia política; una tormenta perfecta.
Pues, la ventana que se abre con la conyuntura sanitaria, nos repliega al distanciamiento social, al confinamiento como herramienta afable de cuidado de nuestras vidas, en el mejor de los casos. En el polo más desafortunado, el de una gran mayoría de chilenos/as, sumidos a la suerte de una máquina que no se detiene ¡hay que tener a flote la embarcación! Exclamarían Mañalich y Piñera si estuvieran a bordo del Titanic.
Freud, en 1919 hace de lo ominoso un concepto, que desde la literatura al psicoanálisis, provee una gama interesante de variables para pensar la situación actual. Pero, en nuestro escenario, ¿qué efecto ominoso nos ha dejado el COVID19? El psicoanalista, dentro de sus directrices, acuña lo ominoso como el retorno de lo familiar, véase en esta denominación, algo ya vivenciado o superado, que transmuta en ominoso. Lo que estuvo destinado a estar reprimido, adquiere el efecto de arremeter bajo una forma angustiosa u horrorosa para el sujeto.
Las huellas que surcan la memoria social, los acontecimientos de violencia que se han suscitado en contextos de guerra, dictadura y genocidio, revelan cada cierto momento de la historia, la crueldad humana que deviene cicatriz inconsciente en cada sujeto, no solo siendo la herida, sino, siendo testigo o receptor de una transmisión traumática que se reedita y repite constantemente. El trauma trae aparejada la muerte, las pérdidas, distanciamientos, duelos, heridas, recuerdos, desmembramiento e inevitablemente el miedo. Las imágenes y relatos de hoy, son: la elección de una vida sobre otra, las fosas comunes, funerales despoblados, incineración, contagios, asistencia respiratoria, lejanía… En fin, ¿acaso esto no representa una regresión a épocas obscuras o bien un efecto ominoso? O sea, ya se encargaron de recordarnos, quienes son durante la revuelta (18 de octubre 2019), los jóvenes idealistas de la dictadura, Chicagoboys, que nostálgicos del régimen dictatorial, hoy son los viejos carroñeros encargados de nuestra salud, y por que no, también de nuestras vidas, una vez más.
Lo familiar retorna como ominoso, lo que estuvo sepúltado coge por sorpresa nuestra suave comodidad, lo pasado pisado, dicen por ahí. Y después de tanto tiempo, si ya el tiempo todo lo borró ¿qué vuelve?:
Difícilmente haya otro ámbito en que nuestro pensar y sentir hayan variado tan poco desde las épocas primordiales, y en que lo antiguo se haya conservado tan bien bajo la delgada cubierta, como en el de nuestra relación con la muerte (Freud, 2009 [1919], p. 241).
Ésta relación a la muerte, nos invita a enterarnos de que todos somos una potencial víctima, asesino, enfermo, portador o vulnerable, o peor; que tus propios medios, no te ayudaran a respirar. Desde no poder respirar, acto cotidiano y a veces infravalorado, a un cuerpo asistido por tubos y máquinas para la supervivencia, desde la irresponsabilidad (criminalidad) a la solidaridad, desde la ingenuidad a la sabiduría, de la inmundicia a las manos desgastadas por el lavado, todas extrapolaciones del amplio efecto ominoso.
La muerte y sus efectos, nos relacionan a una forma primitiva de desintegración, fragmentación, el famoso ataque de pánico, otro virus, pero de la modernidad, depara un encuentro con lo real, instalando una notificación de la fragilidad humana que yace en todos/as. Hoy el Coronavirus, amo y señor de lo real, y de lo viral, propiamente tal, nos arrastra a un imposible, esta impotencia de desdreñar un inamovible significante llamado fragilidad, la sensación maniaca de inmortalidad rasguña los frágiles muros, de la inmortalidad del sujeto neoliberal.
Ominoso escenario, el hiperpotente neoliberal, despojado de su atractivo fálico, decae tan rápido como la razón tecnocrática, y en su lecho busca hacerse de sus esclavos, como buen amo, para sacrificarlos en función de aletargar su patética agonía.
De la biopolítica a la necropolítica.
El gobierno de la carne, la administración, el control, la vigilancia y las vías de gestión de la vida. ¿Cómo podríamos pensar la biopolítica en tiempos de pandemia?
En tiempos absolutamente inciertos, como los que vivimos hoy, el sacrificio de los pobres por la supervivencia de los/as ricos/as, crea verdaderas barreras humanas: trabajadores/as, ancianos/as, continentes del tercer mundo, ahí estan los cuerpos que enferman por ellos/as, para ver el comportamiento del virus y sus intervenciones posibles; además, se constituyen como la vanguardia, quienes mantienen arriba el bote, los que reman y reparan la nave que inevitablemente va a pique. Pues, los sectores más acomodados enfermaron primero en Chile –viajes, privilegios, destinos exóticos y excesos– concentrando la mayor cantidad de contagiados en comunas como, Vitacura y Las Condes, después fueron cayendo todos/as a su alrededor, producto de la irresponsabilidad de convertirse en verdaderas armas biológicas andantes, con más garantías en salud, obvio, pues la Isapre, no es FONASA.
La barrera humana es el material de sacrificio para que el sistema siga funcionando, la tozudez de Chile y Brasil para parar, es bastante explícita en ello. Quien cae a la fosa común de los países que las cavan, en la incineración o funeral masivo, digamos que ya estan previamente seleccionados y el linaje es consistente en eso.
En la antesala de la catástrofe, las medidas para controlar el virus, las cuarentenas parcializadas, cantidad de test aplicados, hospitales, cifras, las diversas gestiones que se hacen por la vida de los/as gobernados/as, están alineadas en función de las clases, la producción y de una elección deliberada de quien muere y quien no.
Hasta el momento la biopolítica es la razón que apela a cómo nos han dejado morir, pero basta con pensar ¿Quién vive y quien no? Para dar cuenta de que existe una necropolítica.
¿Quién tiene garantizado hoy un respirador artificial?, ¿Quién vive y quien muere?, ¿qué vidas importan y cuales no?, ¿a quienes se preservan para la supervivencia?, y ¿quienes quedan en el olvido o martirizadas por la seudo compasión gobernante? Las cosas, como se están dando, hacen ver que la preferencia tiene un eje que la articula, por ello, sería correcto pensar en un más allá del biopoder, en un ejercicio de la necropolítica pensada como:
La lógica del sacrificio que siempre ha estado en el corazón del neoliberalismo, que deberíamos llamar necroliberalismo. Este sistema siempre ha funcionado con un aparato de cálculo. La idea de que alguien vale más que otros. Los que no tienen valor pueden ser descartados. La pregunta es qué hacer con aquellos que hemos decidido que no valen nada. Esta pregunta, por supuesto, siempre afecta a las mismas razas, las mismas clases sociales y los mismos géneros (Mbembe, 2020).
Si se emplea el cómo del biopoder, tal vez se entienda cual es el porqué de la necropolítica. Ambas lógicas despliegan una suerte de hacer y justificar la vida y la muerte, pensando que el método político de gestión que se utiliza, zanja el tratamiento del cuerpo, del imprescindible y el precindible. Los/as de siempre, son aquellos/as que el jefe/a, en cuestión de minutos, logra encontrar a un puñado de personas que pueden hacer el mismo trabajo y por menos dinero, que el que se opuso al vejamen y explotación; los mismos que mueren son los vulnerables, el material desechable, por que produce menos y es más caro de mantener, son el cuarto mundo, el inmigrante, es la mujer-madre-trabajadora lanzada a la explotación patriarcal.
Lo ominoso de la necropolítica, es que nos recuerda lo traumático del óbito y de cómo se dío muerte a sectores que han estado en constante listado de defunción por las políticas deliberadas de los gobiernos, es el eterno retorno de un miedo narrado, visto, testimoniado, vivido y sentido como duelo permanente.
Y ahora, ¿quién podrá salvarnos?
“No sabemos como se comporta el virus”, “se han encontrado dos cepas distintas” y “si se pone buena persona, no lo sabemos…” encoge los hombros, retoma tus actividades y piensa que todo va a estar bien, podría ser un buen consejo en estos momentos. Si hay un elemento del cual uno puede colgarse para obtener un grado de seguridad, en la incertidumbre, es que nada tiene sentido. ¿Por qué la paradoja? La OMS, nuestro humilde Ministerio de Salud, infectólogos/as, Europa, los gobiernos del mundo, economistas, miran con displicencia, algunos con fervor, y otros con desconcierto el hecho de que ni todo el saber acumulado, o todos sus recursos simbólicos y económicos se han visto excedidos por lo real de la enfermedad. El Coronavirus, ha desencajado los semblantes de los discursos más a fines a representar esta pandemia; tanto la medicina, la política, la economía e incluso las ciencias sociales han quedado estupefactos en el áspero tropiezo con lo ominoso del COVID19; es quizás ¿un acto poético el que en estos momentos puede dar cabida a tan desnuda condición humana? o tan solo, ¿el susurro paciente del tiempo el que nos va a dar lugar en la vorágine sanitaria?
Necesitamos de la medicina, sus dispositivos y de la efectiva contención, pero a su vez se requiere un acto genuino, un esfuerzo poético, que le de lugar a lo ominoso de la pandemia, no por que se requiera de un acto estético o superfluo, sino por que se requiere de una inscripción simbólica urgente, que pueda dar sustancialidad a lo real de la expansión viral y a la desesperanza devenida, desde hace ya bastante rato, de la decadencia neoliberal, y la instalación de una era del vacío, como bien denomina Lipovetsky.
El tiempo y la contención oportuna del virus, dirán que mientras escribimos e inscribimos sus efectos, no sea el furor productivo capitalista el que nos lleve a los rincones más obscuros, sin capacidad de resistencia alguna. Por eso, es necesario recordar que nuestros tiempos, tan particularmente nuestros, no son los mismos que los neoliberales, asumir esta velocidad, nos conducirá inevitablemente a un deceso.
No solo el confinamiento y aislamiento social, las palabras y los bordes posibles, serían armas de resistencia, y por ende inscripción de un límite no delineado en el vacío ominoso, de un virus real y de una necropolítica arqueada en nuestra memoria, que, con calculadora en mano, determina los destinos de las vidas en Chile y el mundo.
Referencias.
Freud, S. (2009 [1919]). “Lo Ominoso”. Obras completas, Vol XVII. Buenos Aires, Argentina: Editorial Amorrortu.
Mbembe, A. (2020). “La pandemia democratiza el poder de matar”. Recuperado de https://lavoragine.net/la-pandemia-democratiza-poder-de-matar/
1 comentario
Excelente articulo Mauricio!!¡¡felicitaciones!!!
Reflexion acotada a los tiempos q estamos viviendo.