Foto: @pauloslachevsky
País de las hojas
Sobre País de las hojas, de Aldo González Vilches (Editorial Desbordes, 2018).
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Desde Chile hacia el mundo el autor Aldo González Vilches toma su pluma y en el yo lírico plasma un poema de verso libre, con un ritmo literario basado en la sucesión de palabras y de temas, que se reiteran con un comportamiento tanto colectivo como íntimo.
En este poemario prologado por Rafael Rubio, la expresión más contundente del Ethos como el constitutivo de la especie Homo sapiens, nos separa tajantemente de la ética y del deber ser deontológico. Es un nuevo tratado de escatología dentro de un poemario, comprendiendo a la escatología como las realidades últimas del ser. Por lo tanto el mito trasvasa el mundo y el género o identidad del sexo.
Ubicado en la cornisa de las postrimerías de la muerte es un amor a su nación. Este poblado o hilacha es un compuesto de hojas, que su significado no es unívoco ni es un paisajismo, porque son también las rúbricas de los legisladores que crearon la nación y ahí está el yo lírico cantando cuándo muere o cómo muere.
Lo interesante en todos los episodios del índice es el uso de palabras que indican la fuerza humana que reside hacia el pasado y lo que vendrá. Una lengua al estilo Saussure en diacronía y sincronía, pero nunca efímera, sino universal y de fuerza ancestral.
Cabe decir su reconocida labor en que lo cultural es un producto realizado por el ser y nunca una instrucción. Si bien la instrucción es una ayuda memoria, que el ser produce en cualquier tiempo y modo, sus palabras que fluyen como presagios ancestrales, tacto, hurgar, sangre, lava, rajarla, lengua, lamer y blanda la carne; nos evocan en una dirección directa entre el mito, la sexualidad, la escatología dentro del ser.
Es roce y rasguño dice el yo lírico, digamos que es placer y dolor. Hay besos a una nación que pide cómo deben llamarla. Y en ese pedido se pierde la rúbrica. Aquellos que firmaron están evaporados porque los rojos, la sangre y los granates están ganando la batalla cultural. Los rojos asociados al dolor colectivo e íntimo que derrama sangre.
Hueco y caricia y de relevancia son los huesos como una constante vuelta a la realidad literal del esqueleto humano, y también es un quiasmo, donde el yo lírico los encuentra enterrados, parados y los ve en sus últimas realidades. Si están nacidos y agónicos hay lucha, y si hay batalla sobrevino la ira para enfrentar al oponente. El oponente es quien creó esa especie de hojas y eligió esos colores en los libros, expedientes y burocracia formal. Burocracia que da mucho a unos y les quita a otros, y sin dudas a algunos les deja las rodillas sin piel y al margen del sistema formal y caídos de la rama que tantas veces se menciona en el poemario.
País de las hojas (Desbordes, 2018) es una manera de traducir y decir que trabajar en las minas, en el campo, con el frío, antiguas lavadoras, opresiones de sexo y castas, explotación, sistemas de creación con las hojas no siempre parecería dejarle al placer una buena tajada sin que el dolor grite y gima con presencia ancestral y futura. Penetrar ese dolor es ir directo a la marcada sexualidad y escatología del ser que es (ontos on).
Si hay agonía la muerte está cerca. Y si la muerte está cerca el yo lírico nos traduce al grito ancestral de salvación que es netamente el impulso vital del sobreviviente. Es pedido del nombre y es la evidencia de que se ha perdido la identidad y esa brasa que ama y perdona da la presencia exacta del amor por todo lo sucedido, el hoy y lo venidero. Desmesura de falsedad estatal que subyace en el subtexto y dialoga con el hipertexto y da un hipotexto que posiciona al poema como un referente mundial y atemporal, de disconformidad con lo establecido.
Según el antropólogo Lévi -Strauss el sujeto se diluye en la estructura y esa es la estructura de este relato. Es el núcleo la sexualidad y la escatología, y es el discurso todos los parajes donde el ser se esconde de las hojas. Existe un muro y la ira. El muro lo han levantado los que dirigen y comulgan por sus intereses y la ira son los que están abajo y con enfado por no pertenecer. No pertenecer al status quo es el invento del hombre, es el lobo del hombre de T. Hobbes.
Pero, también el yo lírico no hace distinciones específicas de dónde ubica estas realidades ni de cuándo lo hace; porque el misterio permite socavar y meterse en el mito asiático, griego, europeo, celta, latino o en distintas corrientes de pensamiento mundiales, desde los cazadores recolectores, los agricultores, el salto cognitivo y la tecnología que impacta de forma positiva y negativa según con el cristal con que se miren los versos, la figura y la forma con acrónimos y acrósticos que nos lleva a prestar atención que esas repeticiones son la base del ritmo del poema.
Las figuras literarias son muchas y nombraré algunas como: alegoría, aliteración, alusión, sinestesia entre otras. Pero la figura literaria máxima es la antonomasia donde se engloba que el país de las hojas es una gran metáfora entre el ser, su esencia, sexualidad, escatología y su inevitable circunstancia existencialista. Esto es grandioso en el País de las hojas.